Fueron dos matrimonios los que empezaron CL en España. Un grupo de jóvenes sacerdotes madrileños empezaron una amistad que más tarde tomaría el nombre de Nueva Tierra. Dos manantiales distintos. Sus caminos se cruzaron y la libertad de muchos dio pie a un reconocimiento mutuo. La fecundidad eclesial que la paternidad de don Giussani hizo posible continúa hoy bajo la guía de Julián Carrón. Hitos de una historia y testimonios de algunos protagonistas
Esta historia tiene dos manantiales bien distintos. Por una parte la aventura de dos matrimonios que procedían de la militancia cristiana en el mundo obrero y que habían encontrado la gracia de un nuevo inicio en el encuentro con algunos italianos de Comunión y Liberación. Por otra, la búsqueda de un grupo de jóvenes sacerdotes madrileños que se acompañaban en su deseo (ingenuo pero verdadero) de llevar la fe hasta los confines del mundo.
Una semilla en suelo español. Estamos a finales de los años 70 en Madrid. Era una época convulsa en lo político (finales del régimen de Franco y comienzo de la transición a la democracia) en la que se hacía patente un cambio cultural que ya erosionaba claramente la tradición católica que se daba por supuesta en España. Eclesialmente era también un momento difícil por la difícil asimilación del Concilio en España, la incipiente crisis de vocaciones y una teología que había basculado hacia la ideología progresista.
Jesús Carrascosa (Carras) y su mujer Jone, junto con José Miguel Oriol y su mujer Carmina, habían plantado la primera semilla de CL en suelo español. Venían del mundo de la izquierda cristiana, muy activo pero ya bastante agotado. Un inesperado encuentro en la Feria de Frankfurt con algunos italianos de la editorial Jaca Book les abre una perspectiva nueva. Descubren un cristianismo abierto y alegre, arraigado en la tradición pero abierto a la modernidad, un cristianismo que no tiene miedo de la vida y de sus preguntas. El impacto y la promesa son tan fuertes que Carras y Jone se desplazan a Italia donde viven un año entero, una verdadera inmersión en la experiencia del movimiento. Al volver a España los dos matrimonios empiezan a vivir y a proponer sencillamente lo que han encontrado. Oriol inicia Ediciones Encuentro, Carras pasa a enseñar Religión en la escuela. La propuesta comienza a prender en algunos alumnos, los primeros de la cordada, que luego llamaríamos “históricos”. La semilla está plantada.
Amigos en la fe. Vayamos a la otra fuente. Un grupo de jóvenes sacerdotes que habían sido formados en el Seminario de Madrid por monseñor Francisco José Pérez y Fernández Golfín (que posteriormente sería obispo de Getafe) empezaron a colaborar desde sus respectivas responsabilidades parroquiales. Se trataba de custodiar su amistad y de sostenerse mutuamente, especialmente en el trabajo pastoral con niños y jóvenes. Organizaban retiros conjuntos, ejercicios, campamentos de verano y posteriormente un curso de teología para jóvenes en Ávila. No había pretensión de generar una forma demasiado precisa y estable, más bien se buscaba ayudar a las parroquias ensanchando su horizonte. La formación teológica era muy sólida (De Lubac, Balthasar, Guardini), el sentido eclesial muy claro y cordial, y existía una dinámica espiritual y apostólica vivida con mucha seriedad.
A lo largo de los años algunos de los jóvenes que participaban en estas actividades fueron estrechando su amistad y haciéndola más consciente. La guía de algunos sacerdotes como Javier Martínez (actual arzobispo de Granada), Javier Calavia, Julián Carrón y José Miguel García, impulsaba también ese camino cuya meta era todavía muy borrosa. En los primeros años 80 comienza a hacerse habitual la reflexión sobre la forma de esta compañía de amigos en la fe: se discute si somos un nuevo movimiento, una asociación, o sólo una especie de “interparroquial”.
Una fascinación total. Y entonces sucede lo imprevisto. Un folleto con las primeras publicaciones de Ediciones Encuentro llega a manos de algunos de estos sacerdotes y causa una gran curiosidad. Buscan a Carras y a Oriol, y comienza una amistad increíble. La casa de Carras en Vallecas comienza a ser escenario de largas cenas con ese grupo de sacerdotes y algunos de los jóvenes en torno a ellos. Las preguntas se multiplican, el reconocimiento se hace más y más patente a pesar de muchas diferencias de historia y de sensibilidad. Cada vez que don Giussani viene a Madrid, se hace habitual la presencia de estos nuevos amigos: la fascinación es total, el atractivo de un cristianismo que vive en el mundo, que es razón, amor y libertad, que construye en los ambientes y que custodia una amistad para toda la vida, estaba ya realizado allí. Les entusiasmaba el fruto aunque no entendían (aún) el método.
CL empieza a ser para algunos una referencia y un atractivo permanentes. Era muy vivo el deseo de superar los límites de las parroquias para estar presentes en la universidad, en la cultura, en el debate público. De hecho se publican los primeros manifiestos y empiezan a reunirse los primeros grupos en la universidad, también nace la primera revista.
Para hacer todo esto con más consistencia se piensa en crear una Asociación Cultural de naturaleza civil, Nueva Tierra: eso permitía mantener una organización y adquirir cierta identidad pública, pero al no buscar un reconocimiento eclesial explícito se dejaba abierta la cuestión de cuál sería su ubicación en la Iglesia.
Encuentros y desencuentros. Algunos postulaban ya claramente la pertenencia a CL, otros lo consideraban precipitado o incluso erróneo. Es un debate que duró varios años, al menos del 82 al 85. En este periodo Giussani viene numerosas veces a Madrid y se profundizan los lazos de amistad entre el núcleo de Nueva Tierra y los matrimonios de Carras y Oriol. Ambas realidades colaboran en el Centro Cultural Miguel Mañara, impulsado por José Miguel Oriol, y algunos jóvenes de Nueva Tierra vuelven fascinados del Meeting de Rímini. Son tiempos de intensa búsqueda, de muchos coloquios, de encuentros y desencuentros.
En primavera del 85 el proceso se acelera. Don Giussani viene a España y tiene en Extremadura un encuentro largo y caluroso con los sacerdotes de Nueva Tierra. Se propone la posibilidad de que don Gius venga al Encuentro de verano de Ávila, organizado por Nueva Tierra. Los cursos de Ávila eran una pieza esencial para comprender la historia de Nueva Tierra. En ellos se convivía entretejiendo estudio, oración, cultura y fiesta. Allí cuajaban iniciativas, se pensaba en el futuro, se tomaba conciencia de aquel momento crucial de la vida española y de la Iglesia. Todos los años se buscaba alguna persona relevante por su testimonio o su magisterio. Entonces, ¿por qué no don Giussani?
Ávila, 1985. Aquel año 85 el lema del Encuentro de Ávila era “Verdad de Dios, verdad del hombre”, para expresar lo que dice el famoso pasaje de la Gaudium et Spes: que sólo a la luz de Cristo, el Verbo encarnado, se esclarece por completo el misterio del hombre. La venida de don Giussani propició también que un grupo considerable de jóvenes españoles de CL, los que habían crecido siguiendo a Carras, participaran en aquellas jornadas. Se multiplicaron los encuentros, las charlas, las discusiones. Unos y otrosse vieron juntos de una manera tranquila y alegre: había convergencias evidentes, pero también se ponían de manifiesto las diversas culturas precedentes, los estilos diversos (en el canto, el estudio o la forma de expresar nuestra fe). Todo esto era objeto de interminables diálogos desde hacía meses, pero la presencia de don Giussani ayudó a desatascar todos los problemas.
Podía haber diferencias y recelos entre los de Nueva Tierra y los “históricos” de Carras y Oriol, pero al escuchar a Giussani hablar del cristianismo y describir la experiencia de CL, pareció que el camino se allanaba y se aclaraba. Todavía no estaba clara la forma y los tiempos en que se desarrollaría el proceso, pero para la gente de NT era ya evidente que su futuro no podía desligarse de la historia de Giussani y los amigos de CL. De hecho el Encuentro de Ávila sucedía en julio, y a finales de septiembre tuvo lugar en las afueras de Madrid (en la urbanización La Moraleja) el encuentro que sellaría la adhesión de la mayor parte de los miembros de Nueva Tierra a Comunión y Liberación.
Siguiendo al carisma, la unidad. Quizás por primera vez en la historia contemporánea de la Iglesia en España sucedía algo semejante. Un grupo fuerte, con densidad espiritual y hondura humana, con sólida formación y ganas de romper el cascarón, con vocaciones sacerdotales y religiosas, y un claro apoyo jerárquico, decidió sencillamente que su camino consistía en seguir otra historia más grande. Eso no se ve con frecuencia. En realidad comenzaba un largo camino, bellísimo pero no fácil, ni para unos ni para otros. Fue necesaria mucha sencillez y lealtad a la propia experiencia, a la grandeza que estaba presente, para vencer resistencias, malos humores y enfados. Sencillez de quienes procedían de Nueva Tierra para obedecer un método (el del carisma) que aún les resultaba extraño. Sencillez y generosidad también de los “históricos”, que veían llegar en tromba a un grupo numeroso y bien “armado”. Pero además todo esto no hubiera sido posible sin la paternidad de don Giussani, que siempre vio en aquel paso más de lo que veíamos quienes estábamos implicados. El aprendizaje fue recíproco, el seguimiento del carisma nos ha cambiado a todos. Veinticinco años después, los frutos hablan por sí mismos.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón