El pasado 3 de noviembre, a petición del obispo ortodoxo se presentó en Nicosia El sentido religioso. Comienza un diálogo en una tierra donde el cristianismo sufre la herida de la división
Paseando por Chipre se observan las iglesias destruidas por el tiempo y por la barbarie, joyas de los siglos XI y XII transformadas en almacenes militares, escuelas, mezquitas... Iconos, mosaicos, frescos de la tradición bizantina y ortodoxa, sustraídos y revendidos por unas pocas monedas. Atravesar los territorios ocupados en la parte septentrional de la isla, visitar pueblos como Trachoni o Gerani, acompañados por Ioannis Eliades –director del Museo Bizantino de Nicosia– significa entrar en una herida abierta. Trachoni –en la actualidad Demirhan– es su ciudad natal.
Franquear “la línea”
De aquí tuvo que escapar en 1974, cuando tenía seis años. Su casa existe todavía, la miramos desde el jeep en el que nos lleva a visitar la parte norte de Chipre. Una verja oxidada separa el camino del jardín que rodea la casa. Las paredes amarillentas hablan de abandono, pero los postigos rotos de las ventanas no están en la misma posición que la última vez: alguien ha debido ocuparla.
El pasado 3 de noviembre se presentó El sentido religioso de don Luigi Giussani en Nicosia, última ciudad de Occidente que permanece todavía dividida, después de la caída del muro de Berlín, de Gorizia y de Belfast. Desde 1974 un tercio de la isla se halla ocupada por el ejército turco, y son poquísimos los cristianos que han permanecido en la parte norte. Una tragedia histórica que se percibe traspasando “la línea”: de los más de quinientos lugares cristianos existentes (iglesias, monasterios, cementerios), muy pocos han sobrevivido a la devastación y el abandono. Una herida que se anuncia ya desde las ventanas del avión al aterrizar en Lárnaca: la mirada de los pasajeros se fija en la enorme bandera con la media luna trazada sobre la montaña al norte de la capital, que por las noches se ilumina. Nadie, ya sea habitante o turista, puede pasar un día en la isla sin ver la gigantesca bandera. En el último Meeting de Rímini se habló también de esto, a través de los paneles de una exposición fotográfica.
El camino que ha llevado al libro de don Giussani a la isla es el de una estima y una amistad nacidas el pasado 27 de junio en Roma, durante la visita del arzobispo Chrysostomos II al Papa. Un evento de gran valor, el de la presentación, en donde ha sido el mismo arzobispo ortodoxo el que ha introducido la figura del «sacerdote Romano Católico, fundador del movimiento de Comunión y Liberación, que, como es sabido, ha atraído a muchos estudiantes y adultos a la vida de la Iglesia». Era la primera vez que personas católicas hablaban públicamente en la sala de ceremonias del arzobispado. Participaron en este acto el teólogo ortodoxo Gregorios Ioannides, Ambrogio Pisoni, de la Universidad Católica de Milán, y el vicepresidente del Parlamento Europeo, Mario Mauro.
Hacia el sepulcro vacío
La iglesia autocéfala de Chipre –así concluía el concilio de Éfeso en 431– surge de la obra evangelizadora de Bernabé, el apóstol que junto a Pablo recorrió la isla de este a oeste, desde Salamina –en la actualidad Famagusta– a Pafos. Una tierra, en la encrucijada de tres continentes, en donde el mito se liga a la belleza de la naturaleza y a la sucesión de civilizaciones y culturas. A las 19h. todo está listo. La sala se llena con un centenar de personas, exponentes de distintas Iglesias y de la Custodia de Tierra Santa, miembros del Parlamento y del Gobierno y el embajador italiano. Abren el encuentro, cantos de la liturgia bizantina. Se habla en griego o en inglés. A la salida se organiza una mesa de venta: Traces, The religious sense y el dvd de los 50 años de CL desaparecen de la mesa. Hay también 15 ejemplares en griego de La conciencia religiosa del hombre moderno, de don Giussani. Un gran cartel reproduce la portada de El sentido religioso, que representa al apóstol Juan mientras corre hacia el sepulcro. Una imagen que se convierte en el deseo final del padre Ioannis: «Que nuestra vida pueda ser como la carrera de Pedro y de Juan hacia la tumba vacía de Cristo resucitado. Y que en este camino podamos tocar con la mano el hambre y la sed de Dios». Cita ejemplos del texto para preguntarse junto a don Giussani «¿por qué existe el hombre?» y «¿por qué merece la pena vivir aunque sea sólo cinco minutos?». Después recuerda a Shakespeare: «El mundo sin Dios sería como una fábula contada por un idiota en un momento de embriaguez», y desarrolla el itinerario de la razón hacia la fe, que es asimismo el corazón de la intervención de don Pisoni.
El italiano evoca el primer encuentro de don Giussani con los estudiantes del liceo milanés Berchet en 1954: las preguntas sobre la fe y sobre la razón y el silencio de la clase ante ellas. El padre Ioannides, por su parte, desarrolla una intensa reflexión sobre el misterio del hombre y el misterio de Dios. El hombre como «centro de la creación», el único que «tiene conciencia de su propia razón»; la criatura como «signo», «templo, lugar de la presencia de Dios». Le impresiona el pasaje giussaniano que habla de la «miopía», es decir de la tentación humana de adueñarse de la realidad, y termina con la búsqueda del hombre y la salida del mare nostrum: la presencia de «un Dios que, gracias a Dios, se ha hecho carne, superando el nivel de nuestra razón». Un Dios que ha convertido a pescadores en discípulos suyos, al ladrón en el primero en entrar en el Paraíso, que ha hecho de san Pablo –el perseguidor– el testigo de la fe para todas las naciones. Un Dios que «no nos ha entregado una religión, sino una ecclesia, no un conjunto de ideologías, sino el cuerpo de Cristo a lo largo de los siglos», la posibilidad de una «metamorfosis, transformación, es decir, de la transfiguración de nuestra vida». Esta es la respuesta a las preguntas iniciales sobre el porqué de la vida y de la muerte: un saber que para Isaac de Siria es «sentido de la vida inmortal, conocimiento de Dios».
La bandera de María
Una “transfiguración” que mueve y toca los distintos aspectos de la vida, incluida la política, como ha explicado después el vicepresidente del Parlamento Europeo, Mario Mauro. La experiencia de un hombre que se ha “formado” en la escuela de don Giussani, comprometido en la batalla sobre la identidad europea. Habla de la bandera, el símbolo de Europa, fruto de un concurso ganado por el diseñador católico francés Arsène Heits, que eligió las 12 estrellas sobre campo azul en referencia a la figura de la Virgen del Apocalipsis. No son los meses o las horas del día, como tampoco –esto es lo que aduce la página web de la Unión– el hecho de que el doce «representa en algunas tradiciones el símbolo de la perfección, de la plenitud y de la unidad». Y concluye Mauro: «El verdadero significado de la responsabilidad que los cristianos sienten con respecto al mundo es la respuesta a la pregunta que Poncio Pilatos hizo a Jesús: “Entonces, ¿tú eres rey?”, a la que él respondió: “Tú lo dices; yo soy rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad”. A continuación Pilatos pregunta: “¿Qué es la verdad?”. Estas mismas palabras (Quid es veritas?), contienen como en un anagrama la respuesta: es el hombre que está ante ti (Vir qui adest), percibida tres siglos después por san Agustín de Hipona».
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