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Huellas N.11, Diciembre 2008

PRIMER PLANO - Navidad 2008

Este susurro que desde Belén todavía nos llega

a cargo de Paola Bergamini, Giuseppe Frangi, Mario Gargantini, Paolo Perego, Mario Prignano y Fabrizio Rossi

José Jiménez Lozano
Escritor
Esta soberbia pintura de La Sagrada Familia y Magdalena de Andrea Mantegna nos muestra unos personajes tan ellos mismos, con un yo tan consumado, llenos de dignidad y un cierto empaque, sin pizca de aderezo sentimental como siempre en las pinturas de Mantegna, que miran el mundo como con distancia y preocupación, con cuidado, y para pronunciar un juicio; como cuando los hombres eran personas. Porque esto fue lo que se atrevieron a ser con aquel rumor de la Navidad que incendió el mundo, y vino a rasgar, y ordenar los tiempos en un antes y un después, en los que la historia tendría ya un sentido nuevo.
Porque eso fue la Navidad. Había ya en el mundo más de lo que había, y ningún ser humano sería ya una cosa más de ese mundo, sino que se alzó con la conciencia de una dignidad desconocida, que le venía de aquel acontecimiento de Belén. Pero éste ya no parece soportable a los hombres de hoy, y los poderes culturales llevan tiempo tratando de soterrar este susurro que desde Belén todavía nos llega, para que César duerma tranquilo. Porque ya hemos aprendido, en una larga experiencia –decía Nadejda Mandelstam– que quienes han ido hasta Belén alguna vez, y han entendido, están llenos de alegría, misericordia y altivez, aman la vida y odian la muerte, y no pueden admitir que los seres humanos sean tratados como ganado. Es decir, tienen el aplomo y la apostura de los personajes de esta pintura de Mantegna, cada cual con su “yo” fuerte y de tan intenso señorío de sí mismo, el regalo navideño de ser hombres.

Claudio Magris
Escritor
Un pequeño establo, o una gruta, perdido en la inmensa noche del mundo. Ese establo es más hondo que los oscuros espacios infinitos –aunque en él quepan a duras penas un recién nacido, un hombre y una mujer, un buey y un asno– porque en él encuentra cabida el mundo entero. No sólo los pastores, sino todos los hombres, también los que vivieron antes y los que vivirán después, porque aquel nacimiento «abrió de par en par la oscura puerta del tiempo», como dice la Spe Salvi. Es el renacer –o sea, el verdadero nacimiento– de la humanidad entera; de la de entonces y de la anterior y la posterior, porque aquel niño no vino a fundar otra religión más, superflua, pues había y hay ya demasiadas, sino a cambiar la vida.
Por eso de niño decoraba el Nacimiento con todo lo que podía: animales de tela, soldaditos zarrapastrosos, fotografías, dibujos de personas, paisajes, animales, plantas o cosas que me habían llamado la atención, como si aquel establo fuese un arca en el que todos pudieran hallar refugio y descanso. En aquel establo –o gruta– había un hijo, una madre y un padre, pero nada que ver con una insoportable familia celosamente prisionera de su egocéntrica soledad, no había ninguna estampita, falsa y acaramelada, de la familia. La madre ha concebido aquel recién nacido de una manera escandalosa, lejos de todo bienpensante moralismo matrimonial. El padre lo ha acogido con la valentía y el amor de quien sabe que toda criatura es hija de Dios y, por eso, hija nuestra. El buey y el asno, que calientan al niño con su aliento, lo protegen en ese momento casi tanto como sus padres y nos recuerdan que los animales son una suerte de oscuros “parientes” que viven a nuestro lado, tampoco ellos ajenos al designio y al amor divino. Aquel niño ha nacido y María no sufre los dolores del parto. Pero la creación, como dirá poco después san Pablo, sigue gimiendo por los dolores del parto, en ese renacimiento de la vida entera prometido y todavía no definitivamente cumplido. En medio de esa gran noche un coro canta Gloria a Dios en lo alto del cielo y anuncia la paz a los hombres de buena voluntad. De esa gloria sabemos poco; y de esa paz sabemos que todavía no ha llegado, que su anuncio ha sido, hasta ahora, desmentido. Sabemos que dolores, horrores, injusticias y abominaciones han proseguido durante y después de aquella noche. Pero eso que se hace esperar, como está escrito, llegará. Por el momento tenemos el llanto y las primeras sonrisas, todavía inconscientes, de aquel recién nacido, más preciosas y verdaderas que aquel canto. Lo ángeles pueden equivocarse, sobre todo acerca de los tiempos. Pero es más difícil que se equivoque el Niño que por aquel entonces no podía hablar. Ese Niño que, sencillamente, existe.

Pupi Avati
Director de cine
La Navidad es un hecho con el que tengo que hacer las cuentas. No es un concepto, sino una compañía. Como un hermano mayor, Cristo me acompaña en mis aspiraciones y mis necesidades, en mis esperanzas y mis ilusiones. Todo creyente puede reconocerse a sí mismo en ese niño.
En ese acontecimiento la divinidad se acerca de manera imprevista a nuestras vidas. Se hace contemporánea a nuestras exigencias y a nuestras inquietudes. Jesús vuelve a nacer cada año, como contemporáneo mío. Para mí es así desde 1938, y por eso, en un cierto sentido, este año va a nacer un Jesús de setenta años… Es el mismo Cristo que fue contemporáneo de Dante Alighieri o de san Pablo y que lo es de cada uno de nosotros hoy. Es un acontecimiento completamente actual, cargado de humanidad: si Dios no se hubiera encarnado habría permanecido incomprensible. Y sin embargo conoce los problemas y las dificultades de cada uno de nosotros. Basta leer cualquier página del Nuevo Testamento para sentirse reflejado. Y el Evangelio no se adapta a las modas o a las leyes de la sociedad.

Angelino Alfano
Ministro Italiano de Justicia
La Navidad es un reto para el corazón de todos y cada uno de los hombres. Nos recuerda que el cristianismo no es una abstracción o una filosofía, sino un acontecimiento histórico que tuvo lugar hace dos mil años. Que la humanidad de Cristo no se pueda «encontrar en cualquier lugar» hace que se trate de una revolución absoluta: algo que ha entrado en el mundo gracias al valor de un niño que, creciendo, ha predicado la Verdad por las sinagogas, y por esa verdad que anunció contra todo conformismo y aburguesamiento, murió luego en la cruz y al final resucitó. Creo que la Navidad representa, para todos nosotros, la oportunidad de vencer ese conformismo intelectual en el que normalmente vivimos para que podamos situar en el centro de nuestro interés a la personas, especialmente a las más desfavorecidas. La Justicia terrenal, en la medida en la que puede, debe intentar situar en el centro de su actividad a la persona.

Ezio Mauro
Director del diario La Repubblica
Yo creo que hay que distinguir la posición del creyente de la del no creyente. Pero hay un punto de encuentro entre ambas: el hecho histórico que es Jesucristo. Como dice Woland en El maestro y Margarita de Bulgakov: «Tengamos presente que Jesucristo ha existido». Desde el punto de vista histórico yo me atengo a esta frase. Pero además, para algunos esta presencia es la presencia de Dios, que abre una brecha en la historia marcando un antes y un después. Para algunos ese momento ha cambiado todo: para los cristianos ya no es posible comer y beber como antes, por citar una frase del Evangelio. Pero para quien no cree la cuestión es diferente: desde ese momento hay una presencia física que ha dado un testimonio religioso y cultural importantísimo que ha marcado la historia de la humanidad, que ha fundado una religión con la que hay que confrontarse continuamente y cuya predicación de los conceptos posee palabras y formulaciones que tienen que ver con todos nosotros. Y luego cada uno resuelve la cuestión dependiendo de si tiene o no tiene fe. Y en medio de todo esto don Giussani dice que la novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un acontecimiento. Es decir, eso que ha sucedido en un determinado momento del tiempo y en un determinado punto del espacio, en Belén hace 2000 años, no es un sistema de pensamiento ni una determinada cultura. Siempre he creído que había que hacer las cuentas con este dato. Naturalmente para quien cree todo tiene un cierto significado: ese acontecimiento ha sucedido en ese momento y en ese lugar pero, desde entonces, sigue estando presente para siempre. Para quien no cree, hay una diferencia entre el cristianismo y las demás religiones: el cristianismo se funda en esa presencia humana en la que Dios ha llevado a cabo la redención de los hombres. Ese hombre que ha desarrollado una predicación que nos interpela a todos es, además, el Hijo de Dios a través del que llegará la salvación del mundo.
Hay quien dice: «Me adhiero a este principio de fe, creo que este hombre que ha existido históricamente es, además, el Hijo de Dios, por lo que a la luz de esta presencia mi vida cambia hasta el punto de que como y bebo de manera diferente a como lo hacía antes». Para mí no es así. Me quedo en el plano histórico y cultural. Y eso ya es suficiente para decir que esa presencia y esas palabras han marcado la civilización occidental. Y han marcado el mundo en el que hemos crecido y hemos sido educados y es una presencia importante en nuestra sociedad. Yo no resuelvo esta alternativa diciendo: «Creo».

Giampaolo Pansa
Periodista y escritor
La frase de don Giussani no sólo se dirige a la inteligencia, sino que va directa al corazón. Me siento, por mi forma de ser, completamente reflejado en ella. Fui bautizado, me confirmé, iba a misa e incluso fui monaguillo en la catedral de Casale. Pero no recuerdo cómo pensaba en Dios por aquel entonces. Recuerdo, eso sí, que me horrorizaban los dibujos del libro de religión, ese infierno en el que se consumían cuerpos desnudos. Y así, más tarde, pasé a formar parte del limbo de los agnósticos. Ahora, por las noches, antes de ir a dormir, junto a mi mujer, les rezo a mis padres. Y al Niño Jesús: hablamos de Dios, pero no de un Dios viejo con la barba hasta los pies. No, es un Dios niño, bueno y tierno. Pienso en un Dios con esas características, más dispuesto a perdonar mis estupideces y mis pecados. Siempre he pensado que después de la muerte no hay nada, pero cada vez estoy menos convencido. Preferiría que existiera el famoso Juicio: «¿Pansa? ¿Dónde lo mandamos? ¿Al Infierno, al Purgatorio o al Paraíso?» La Navidad es Dios que viene a la tierra y se queda en ella para siempre, como un niño lleno de bondad. ¡Y que haya nacido en esas condiciones! Como un prófugo, en un chamizo… Recuerdo el cuidado exquisito con el que mi hermana y yo montábamos el Belén. Nuestro padre traía a casa un par de tablas que hacían las veces de una mesa. ¡Cuánto me impresionaba el pesebre todavía vacío! Un niño que nace ahí, va a morirse de frío… Y mi hermana decía: «¡Pero qué dices! Si están el buey y el asno… Y san José, ¿cómo no va a cuidarle él?». Yo me he quedado en ese niño, en aquel pesebre. El Papa habla de razón y racionabilidad. Quizás yo no sea un hombre “razonable”. Pero tengo muy presentes mi corazón y mi necesidad. No sé si este recorrido me llevará a creer, pero si tuviera que descubrir de nuevo a Dios creo que tendría que ser de la mano de ese niño, del Dios de la Navidad, del Dios del nacimiento. Y me movería el deseo que tengo de Él. Lo advierto enormemente, sobre todo por las noches, cuando llego a casa cansado después del trabajo. Le necesito. Hace apenas diez años ni se me pasaba por la cabeza. Pero hoy me pregunto si con la muerte se termina todo. ¿Qué hay después? ¿Hay algún sitio al que pueda ir? No sé muy bien a hacer qué, pero no me gustaría que fuese un lugar desagradable. Aunque no sé si podría ser digno del Paraíso.

Michael O’Brien
Escritor
El orgullo intelectual nos ciega. Lo veo en mi trabajo como escritor y pintor: antes de sentarme a escribir o de empuñar un pincel le pido a Dios que me ilumine. Como si trabajase de rodillas. Por eso es tan poderoso el reclamo del Papa a recuperar la «humildad de la razón», porque la razón no es una potencia autónoma. Cada vez que tratamos de aislarla de la moralidad y del corazón la deformamos. La razón tiene que adecuarse a aquello con lo que se topa. En esta humildad encuentra aquello para lo cual ha sido creada: servir a la verdad del hombre en su totalidad.
La Navidad es la fiesta de la encarnación: en ese momento toda la creación fue transformada. No por medio de un pensamiento, sino de un hecho: Dios se ha hecho hombre y ha transformado nuestro corazón, nuestra mente, nuestra alma y nuestro cuerpo. Tenemos que llevar a los hombres esta Verdad viva, y no letras muertas. Lo primero que nos encontramos es –como escribe don Giussani– «una humanidad diferente». La he visto en muchos cristianos extraordinarios, esos a los que me gusta llamar “los grandes”: un mendigo, una madre de familia, un poeta enamorado de Cristo. Personas que han sufrido mucho y han descubierto una realidad misteriosa: la compañía de Cristo en su sufrimiento cotidiano, en su cruz. El mundo no lo salvan los proyectos colectivos, sino las personas. Una a una.

Roberto Rosso
Diputado del partido Popolo della Libertà
Lo que dicen el Papa y don Giussani tiene que ver con el corazón de todos y cada uno de nosotros. Pero si Jesús participa de mi naturaleza, de mi capacidad de juicio y de mi inteligencia, esto no puede no reflejarse en la forma en la que, alguien como yo, intenta servir a la Res Publica. No puede haber separación, como si hasta un cierto punto fuera yo y de ahí en adelante fuera yo con un suplemento religioso añadido. La razón no puede estar dividida en compartimentos. Igual da que sea carnicero o diputado: todo depende del recorrido que soy llamado a hacer y de las condiciones históricas en las que ese recorrido se desarrolla. El secreto está siempre en la compañía. A través de la compañía que he descubierto en el Parlamento, a través de la Escuela de comunidad, de la misa o de las peregrinaciones, he podido experimentar una humanidad nueva para mí, dentro de un mundo que frecuentemente elimina lo humano. Aquí dentro he encontrado un retazo de Iglesia que no está al margen de nuestro trabajo en el Parlamento, sino que contribuye a que este lugar sea mucho más humano.

Giuseppe Rivadossi
Carpintero
Esta frase vuelve a recordarme que la Navidad es un hecho real. Parece obvio, pero la cultura luciferina que nos rodea intenta que lo olvidemos. No es sólo un hecho “histórico”, sino que está vivo más allá de nuestros cálculos y que reconocemos presente porque corresponde con lo que desea nuestro corazón. Es un hecho que sobrepasa nuestras esperanzas y nos permite entrar en la realidad hasta el fondo. Yo tengo la suerte de trabajar en el que, durante 30 años, si bien de manera un poco diferente, fue el trabajo de Jesús. Por eso, cuando agarro un trozo de madera me es fácil hacer memoria. Me doy cuenta de que ahí se me comunica toda la belleza y todo el sentido de la creación. Porque la venida de Jesús tiene que ver, también, con ese trozo de madera.

Giovanni Lindo Ferretti
Cantautor
He nacido y crecido en una familia de pastores. Por eso, cuando pienso que los primeros que adoraron a Jesús eran pastores me conmuevo profundamente. En medio de tantos cristianos adultos, sigo siendo un niño cristiano.
Durante toda mi vida he estado muy vinculado a la Navidad. He celebrado el nacimiento del Salvador incluso cuando era un joven extremista, politizado y tontorrón. Incluso en los períodos más oscuros de mi vida, cuando más perdido estaba. Es mi destino. Yo no he decidido nacer en una familia cristiana, por lo que he tenido que hacer siempre las cuentas con mi propia historia y con mis miserias. No nacemos en el vacío. Y hoy no puedo sino dar gracias como Simeón, «mis ojos han visto a tu Salvador»: en el nacimiento de aquel niño está todo. Por eso la Navidad es la fiesta más grande del año. Es un hecho. Y nosotros, como Iglesia, somos la memoria viva de ese hecho. No me cabe la menor duda, porque soy parte de esta historia.

Guglielmo Vaccaro
Diputado del Partido Democratico
En las palabras de don Giussani reconozco todo lo bueno que me ha sucedido en la vida: es la descripción del inicio. Un inicio que, milagrosamente, se renueva constantemente y que me recuerda el milagro que estoy viviendo. La tentación de dejarse llevar es muy fuerte, sobre todo en un mundo en el que las virtudes se confunden con los vicios. Por eso, la Navidad es un momento en el que descubrir nuevamente la compañía de amigos que, aquí en el Parlamento me está ayudando a sorprender en la vida cotidiana las razones de la pasión por la realidad, la pasión por ese deseo de contribuir a mejorarla, que es lo que me ha llevado a hacer lo que hago.

Duccio Macchetto
Astrofísico del Space Telescope Siente Institute de Baltimore
Este año se ha caracterizado por el pesimismo. Nos encontramos ante un panorama oscuro y triste que infunde miedo porque pone en jaque las bases del bienestar que dábamos por descontadas. Y, sin embargo, llega la Navidad, que es nacimiento, esperanza, optimismo, salvación. Esta Navidad será diferente a las de los últimos años, porque volveremos a darle la importancia que tiene el hecho. Nos olvidaremos un poco de los regalos y volveremos a pensar en lo que significan estas fechas: el recordatorio anual del nacimiento de Cristo, Su encarnación en un niño, los primeros pasos de su camino en esta tierra. El camino de nuestra salvación eterna.

Antonio Palmieri
Diputado del partido Popolo della Libertà
¿Por qué «una humanidad diferente»? Quizás don Giussani habría tenido que usar la expresión «humanidad verdadera» o bien «humanidad normal», en tensión por ser ella misma, decidida a seguir esas «exigencias estructurales del corazón» que el Creador siembra dentro de cada uno de nosotros. Y sin embargo don Giussani acierta cuando habla de «humanidad diferente», porque todo a nuestro alrededor –y por tanto dentro de nosotros– conspira para acallar, para contener nuestra exigencia de verdad, de belleza y de bien; todo intenta acallar nuestro corazón confinándolo al terreno de las fábulas; buenas, eso sí, para los niños en Navidad. En el mundo de la política, con mucha frecuencia, el desencanto suele acabar con la esperanza, la experiencia se vuelve cinismo y lo negativo prevalece sobre lo positivo. Pero, ¿cómo se sale de una situación así? Ofreciendo al otro lo mismo que buscas tú, es decir, una amistad sincera. El desengaño está siempre al acecho, pero si tratas a las personas como a seres humanos sorprende ver que te responden con toda su humanidad. Yo espero que el agobio por el trabajo y por responsabilidades que he asumido no me aparten de las exigencias de mi corazón, con la ayuda y la cercanía de mis amigos en el Parlamento.

Pietro Barcellona
Profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Catania
El nacimiento de Jesús es, para mí, que no soy creyente, el acontecimiento más grande de la historia del hombre. Ese nacimiento tiene una importancia inmensa. El mensaje de Jesús es conmovedor porque transmite amor y piedad. Yo centraría mi atención sobre la palabra, sobre el logos. La palabra de Cristo no se puede encorsetar en un razonamiento, porque es la manifestación del hecho. Luego puede ser acogida o rechazada, eso sí. Yo, por ejemplo, no he encontrado todavía el camino para comprender este Misterio. La condición humana es, estructuralmente, incompleta, y sólo la presunción moderna cree poder resolverla. La frase del Papa «hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios» tiene un alcance enorme, porque marca el punto de partida. De todos modos, ese nacimiento sigue siendo para mí un problema abierto, más aún, un problema en carne viva.

Massimo Polledri
Diputado de la Lega Nord
La política está corriendo el riesgo de olvidarse de los hombres; por eso, el reclamo al valor de la Navidad, a ese hecho que sigue aconteciendo todavía hoy, como recuerda el Papa en el Manifiesto, es el reclamo a tener en cuenta el único punto estable capaz de devolvernos la certeza de la verdad sobre nosotros mismos. La política es el lugar de las tentaciones, el político es aquél que vive en un sentimiento de omnipotencia enamorado de sí mismo, como Narciso. Pero Narciso terminará muriendo. Por eso la humanidad cambiada introducida por el Dios hecho hombre es la única posibilidad de esperanza. La llegada de la Navidad nos ayuda a entender que la Verdad existe y se puede experimentar, también en un lugar de concesiones e hipocresías como es el Parlamento.

Alessandro Preziosi
Actor
La tradición de la Navidad no es sólo la renovación de un anuncio: un cristiano participa en ese momento. Personalmente, la vivo con mucha conciencia, gracias al trabajo que estoy haciendo sobre San Agustín (una producción que se emitirá en 2009; ndr). Agustín ha afrontado filosóficamente el hecho cristiano, pero ha podido aceptarlo sólo renunciando al ansia de aferrar lo inaferrable.
San Agustín es, para mí, un mundo sin confines. Me ha suscitado muchos interrogantes, que necesitan de grandes ejemplos. Lo decía él mismo: «In manibus nostris sunt codices, in oculis nostris facta»: en nuestras manos los libros, en nuestros ojos los hechos. De otra manera, las palabras de Benedicto XVI y don Giussani se me quedarían lejanas. Querría que me tomasen por la mano y me acompañasen. Me ayudaría ver hechos como la caridad cristiana. Porque la vida es una gran –y única– ocasión. ¿De qué nos valdría vivirla superficialmente?

Dorina Bianchi
Senadora del Partito Democratico
Las palabras de Benedicto XVI sobre la Navidad sugieren que en aquella gruta, frente al milagro del Dios hecho carne, todo se detiene y, al mismo tiempo, todo se hace posible gracias a la nueva alianza de Dios con el Hombre, vínculo indestructible y signo del amor extremo de Dios. Es ese amor del que mana esa humanidad nueva, “diferente”, tal y como la describe don Giussani. Es a esa “humanidad” a la que tenemos que aspirar sobre todo nosotros, que ocupamos cargos de responsabilidad pública, especialmente en este momento de decadencia. Por eso es preciso dirigir la mirada al milagro que tuvo lugar hace dos mil años y que se renueva cada año en la celebración de la Navidad. Porque no podemos esperar en nada más que en un niño acurrucado en un pesebre para sostener al que está a nuestro lado, para poder amar la diferencia y la Verdad del otro.

Toni Capuozzo
Subdirector de los informativos TG5
Será la crisis o la edad que no perdona, pero este año la Navidad hace que me plantee muchas preguntas. Estoy volviendo a la sencillez y a la intimidad con la que la vivía cuando era un niño. Impresiona escuchar al Papa hablar de la humildad, con los tiempos que corren. Es un gran regalo, una gran compañera de camino. Y la necesitamos todos, porque frecuentemente vivimos en una torre de Babel y nos llenamos de orgullo creyendo que podemos dominar la vida y la muerte. Pero sobre todo tengo necesidad yo, como periodista. Quien es humilde es curioso, aprende de lo que sucede, no cree saberlo todo y, en ocasiones, prefiere quedarse en silencio. Y sin embargo me encuentro continuamente con gente que quiere salvar el mundo con sus propias fuerzas. Pueden manifestarse y desgañitarse, y luchar (justamente) por el fin de la guerra en el Congo sin darse cuenta de la viejecilla que vive sola a pocos metros de su casa. Nos hace falta una relación más estrecha con el mundo que nos rodea. Frente a los problemas y a la arrogancia del hombre de hoy en día don Giussani no crucifica a Cristo y lo deja sumido en la tradición, sino que habla de Él como de una sorpresa cotidiana. Al igual que la fe: no es algo adquirido de una vez por todas, sino que debe ser reconquistado cada día. Esto me da mucha esperanza y me genera mucha inquietud. Es un hecho revolucionario: se puede tener fe o no (yo no la tengo, aunque nunca me haya considerado ateo), pero en ese hecho podemos entrever una ayuda para el presente y para el futuro.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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