«Lázaro, tienes un valor infinito»
El pasado 16 de junio falleció mi padre, Lázaro, a los 60 años. La historia de mi relación con él constituye la experiencia más evidente de la actuación de Cristo en mi vida, el signo más notorio de cómo Cristo es capaz de regenerarlo todo; en este caso, restableciendo el vínculo entre padre e hijo, tras más de 15 años interrumpido. Desde hace dos años y medio (yo diría que desde el comienzo), se había convertido en una de las evidencias más palmarias de cómo Jesús está vivo y actúa reconstruyendo todo lo que en términos humanos daríamos por concluido. ¿Quién si no Él puede hacer que un hijo pueda reencontrarse con un padre después de tanto tiempo y que pueda hacerlo sin que el pasado importe? ¿Quién si no Él puede haber introducido el perdón de esa forma? Me vienen a la mente las palabras de san Juan, que Julián Carrón cita en los Ejercicios de la Fraternidad, cuando, aludiendo a la Encarnación, decía que «las cosas del cielo se han convertido en las cosas de la tierra», en cosas que podemos tocar: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos: la Palabra de vida, nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó». Multitud de detalles, de conversaciones, que se agolpan en mi mente, dan fe de la Gracia que ha supuesto esta relación. Pienso, por ejemplo, en uno de mis últimos diálogos en el hospital, una semana antes del fallecimiento, estando mi padre en uno de sus múltiples “cabreos” con la vida por la situación en que se encontraba. Tras escuchar con paciencia y amor sus lamentos y su aparente desinterés por una vida «que hoy está pero que mañana se va», mirándole a los ojos, le dije: «Lázaro, tu vida tiene un valor infinito, no ha existido nadie en la Historia ni volverá a haber nadie como tú. Has sido amado y elegido desde el principio». Mi padre no decía nada, pero escuchaba atento y aparentemente ruborizado por lo que le estaba diciendo, interpelado por lo que oía y sin respuesta con la que contraatacar como sí hacemos cuando podemos ampararnos en tópicos al hablar de la Iglesia. Lázaro llevaba mucho tiempo sufriendo la enfermedad, pero ha muerto sabiéndose y sintiéndose querido y amado. Lo cual, sin yo solicitarlo, ha llevado a que quienes han censurado el que yo me reencontrase con mi padre a que quisieran acompañarme tras su muerte. La herida por su ausencia crece en mí desde su fallecimiento. El dolor se aviva desde entonces. Pero son el dolor y la herida por los que, como me decía una amiga hace tiempo y ahora experimento, se introduce la Presencia de Quien me regaló a Lázaro.
Roberto, Coslada (España)
Cuando la vida apremia
Correspondiendo con mi naturaleza, siempre he tenido la tendencia a que, cuando la urgencia de la vida apremiaba, acudía al Señor. Muchas veces con reproche, otras con exigencia de que Él me respondiera de la manera que yo consideraba más adecuada, lo cual nunca sucedía. Pero, mirando atrás, todo se ha ido ordenando de la manera que Él ha querido, y resulta que, al final, ha sido la más adecuada. Sin embargo, la urgencia de la vida nunca desaparece; es más, cada vez es más aguda. En enero nació mi hijo y, contrariamente a lo que se pueda pensar, han sido unos meses muy duros, además, estando yo en Madrid, lejos de mi familia de origen. Siempre pospongo al futuro la tranquilidad, cuando acabe esto y empiece aquello, cuando crezca un poco más, cuando se calmen o solucionen las cosas… En mi caso, era volver a trabajar. Y, sin embargo, decidieron no seguir contando conmigo. Entonces surge la pregunta: ¿dónde pongo yo mi esperanza? ¿Qué significa mi fe? ¿Dónde está la consistencia de mi vida? En estos meses muy duros, leyendo al Papa y a Carrón en los Ejercicios y en el artículo del Osservatore Romano, pido ponerme definitivamente en Sus manos y abandonarme a Él (no de una manera resignada, sino al contrario) para siempre, sabiendo que, como antaño siempre me ha ido respondiendo, lo seguirá haciendo, porque me quiere y todo es para mi bien, aunque yo ahora no lo vea.
Mar, Madrid (España)
¿QUIÉN SOSTIENE A QUIÉN?
Aterrizamos a las 21:00 en Bérgamo y allí estaba nuestro amigo Guido (15 años mayor que nosotras), bromeando como siempre: con un sombrero blanco y cinco rosas, una para cada una. Menuda acogida. La verdad es que todo el fin de semana nos ha tratado como unas reinas. Qué agradecidas estamos a la amistad que Dios nos ha regalado con Guido, su mujer y otros amigos de su fraternidad. El sábado, después de rezar en la tumba de don Giussani, nos llevaron a ver la Pietá Rondanini, última obra de Michelangelo, la cual nos impresionó, no al instante, pues es un poco tosca, pero luego, con la explicación de Brunella, nos conmovió enormemente: en un primer momento, parece que la Virgen sostiene a Jesús y, mirando más allá, se advierte que es Jesús quien sostiene a la Virgen. Como nos recordaba una amiga, Patrizia, el conocimiento te hace ir más allá de las cosas y no quedarte sólo en el sentimiento que, en este caso, al principio no fue muy bueno. Por la tarde fuimos a Cometa, objeto de nuestro viaje, puesto que tras conocer de su existencia y atraernos la grandeza de la misma, queríamos saber dónde ponían su esperanza para poder llevarla a cabo. Cometa es un hogar donde viven 4 familias que tienen, además de sus hijos naturales, varios hijos acogidos. Ya en los primeros minutos nos sentimos acogidas como en nuestra casa, y la frase del Evangelio que había en la puerta, “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”, ya contestaba muchas de nuestras preguntas. Nuestro anfitrión era Marco, un chico de 28 años, que en sus 4 años de casado tiene 2 hijos naturales y 3 acogidos. Todo lo que nos contaba no era teoría, sino que era una experiencia carnal en sus palabras. La tarde transcurrió sin apenas darnos cuenta, 2 horas y media escuchando italiano sin parar, pero estábamos tan entusiasmadas que se nos saltaban las lágrimas. Cenamos con toda la familia (unos 40 niños y los cuatro matrimonios) y algunos profesores de la escuela que han inaugurado en septiembre, la “Oliver Twist”. Tras la cena, un misterio del rosario guiado por los propios niños que hacía que se impusiera sin duda la Presencia del Misterio. Y, para finalizar, las copas y un poco de tertulia con Erasmo, uno de los hermanos que empezó toda esta historia. Un hombre que no dejaba de repetir que todo lo que había hecho en la vida era decir sí a lo que Dios le había puesto delante, que se había dejado hacer por los planes de Otro, “yo soy Tú que me haces”. De hecho, cuando se casó, su mujer y él se juraron que no iban a tener hijos nunca, y ahora tienen 15. El corazón de esta obra es la experiencia de comunión de las familias que viven allí, una continua confrontación los unos con los otros (aunque a veces te fastidie que te digan que no sabes educar a tus hijos). La comunión ayuda a estar atentos a la realidad, a dar ese Sí, aun en contra de los proyectos que uno tiene en la cabeza y a pesar de las renuncias no exentas de sacrificio que hay que hacer, te dice que estás donde realmente eres feliz. Terminamos nuestro viaje el domingo rezando el rosario en el santuario de Caravaggio con toda la fraternidad de Guido y Patrizia, conmovidas por tanta belleza, agradecidas de la amistad que nos ha regalado el Señor con estos amigos italianos y más ciertas de que el Señor está porque actúa.
Rosa, Noemi, Chari, Mercedes y Meri, Madrid (España)
Heredero de Aziani
Era martes, habían pasado dos días desde mi llegada a Perú. Salía de una guardia en un centro de rehabilitación para adolescentes fármaco-dependientes. Me dirigía al banco y de ahí a una reunión como representante del Centro Educativo y Formativo Edimar, que es un centro de apoyo escolar. Iba en el coche conduciendo y escuchando unas bellas melodías peruanas del siglo XVI y, al empezar a esquivar coches en el tráfico, no pude evitar sonreír y recordar uno de mis últimos momentos en Lima. Bajaba de un auditorio en la Universidad de Lima con dos maletas, una mochila y una bolsa. Romy me acompañó a la puerta principal. Me dijo: «Ahí te espera un taxista que te llevará al aeropuerto». Al salir lo vi parado. Era Erwin, el mismo taxista que me recogió a la una de la madrugada a mi llegada después de esperarme una hora por el retraso del vuelo, justo seis días antes. Al vernos, ambos nos reconocimos y nos introdujimos en el caos vial de Lima. Empezó a conducir velozmente, hasta el punto que alcanzamos a Javier. Yo veía cómo estaba pendiente de él, de que no se quedara atascado. Mientras tanto, empezamos a platicar y me preguntaba cómo era que trabajaba para CESAL y para otros amigos. Seguíamos en una carrera entre coches y me dijo: «¿Te incomoda la velocidad? Porque muchos de mis clientes me piden que vaya lento y otros que vaya rápido, pero la mayoría me pide que la disminuya». Yo le dije: «Bueno, yo no te he dicho nada» (los que me conocen saben bien como conduzco en Campeche). Él siguió hablando y dijo: «Sólo una persona nunca me pidió que disminuyera la velocidad (su voz cambió). Un profesor italiano, Aziani. Él me llamaba varias veces y lo tenía que trasladar de la universidad Sedes Sapientiae hasta otra Universidad que estaba del lado opuesto. Normalmente, eso toma una hora, pero como Aziani tenía que llegar a dar clases, hacíamos en 25 minutos. No sé bien cómo, pero llegaba por él, se subía al taxi, iba atrás con una libreta y lápiz en la mano haciendo notas. Yo conducía el auto lo más veloz que podía, y él sólo levantaba la cara, me ponía la mano en el hombro, y me decía: “vas bien hijo, vas bien”. ¡Qué hombre!». Yo nunca conocí a Andrés Aziani. A su muerte recé por él porque era amigo de mis amigos, y está ahora tan cercano a mí como si lo hubiera conocido, como si lo estuviera viendo en ese instante en el taxi. Trae a la memoria a tantos que también veo cómo dan la vida, y no sólo un momento, sino todo el tiempo. Me hace ver cómo, incluso sin pretenderlo, nos enseñan el camino para vivir apasionadamente; en la clase, en la limpieza de una casa, en la comida, en un taxi.
Yamile, Campeche (México)
El corazón siempre es el mismo
Estoy leyendo las memorias de Trotsky (sí, ya sé, un poco friqui). Las escribió con 50 años, ya en el exilio tras perder contra Stalin la lucha por suceder a Lenin. En el capítulo en el que cuenta sus recuerdos del instituto, de repente, sin relación con el contexto, escribe lo siguiente: «Las calles estaban todavía cubiertas de nieve, pero empezaba a irse el frío. Los tejados, los árboles y los gorriones respiraban ya la primavera. El alumno del cuarto curso del Instituto de San Pablo iba camino de casa, cogiendo con la mano, contra todas las reglas de la conveniencia, una de las correas de la mochila, que tenía rota la hebilla. El largo abrigo le pesaba ya sobre el cuerpo, ligeramente sudoroso. Además, el muchacho sentía hoy una vaga nostalgia. Lo veía todo y se veía a sí mismo bañado en una luz nueva. El sol primaveral le decía que había en el mundo algo inmensamente más grande y misterioso que las clases, el inspector y aquella mochila que le bailaba sobre la espalda, más grande que el estudio, el ajedrez, la merienda, aun que las lecturas, el teatro y la vida toda de cada día. Y la nostalgia de este algo ignorado e imperioso que se alza sobre el hombre, cualquiera que sea, se adueñaba hoy de todo el ser del muchacho, le calaba los huesos y despertaba en su interior una sensación dolorosa y dulce de agotamiento. Cuando entró en casa le zumbaba la cabeza, y una música torturante le cantaba en las sienes. Arrojó la mochila sobre la mesa, se tendió encima de la cama, hundió la cabeza en la almohada y, sin saber por qué, rompió a llorar a solas. Para encontrar una justificación a aquellas lágrimas se puso a evocar las escenas tristes de los libros leídos y de su propia vida, y era como si echase nuevo combustible a su cálido cuerpo. Aquellas lágrimas eran las de la nostalgia de la primavera. El muchacho tendría entonces unos catorce años». Como dice don Gius, el corazón siempre es el mismo. ¿No mola?
Javier, Madrid (España)
Todo “es para mí”
Pues, aquí seguimos, trabajando en la Expo de Shangai, con 45º y una humedad del 99%. Uff, a veces se hace insufrible, pero tengo que reconocer que he empezado a disfrutar como una enana. He empezado a “reconocer” un montón de cosas que hacen que una pesadilla se convierta en Templo. Poco a poco he ido conociendo a la gente y algunos me han conquistado por completo, porque realmente me doy cuenta de lo distinto que es relacionarte con el “tengo que” a ver a la gente como “es para mí”. Es que me lo paso genial. Os cuento algunos hechos. Esteban es increíblemente divertido, siempre llega tarde; su novia y él son súper majos; son los típicos inquietos, que se les nota que buscan algo. Un día especialmente pesado, en medio del trabajo, me dijo en tono de guasa, pero dramáticamente: «Begoña, esto tiene que tener algún sentido más, si no es insufrible; no puede ser sólo la pasta, esto tiene que valer para algo...» Me impresionó que lo expresara tan claramente. Me ayuda relacionarme con ellos, porque siempre andan buscando significado de las cosas, no se paran en la apariencia, y me parece increíble que alguien viva así. Sara tiene 21 años y es china. Me dice que le doy envidia por lo contenta que me ve todos los días, que le gusta mi manera de ser y que quiere ser como yo. Yo le digo que ella tiene que ser ella misma y que eso es lo más bonito del mundo. Se me queda mirando con cara de “creo que entiendo lo que dices”. Laia, es catalana, sencillamente ha empezado a contarme su vida (veo que la gente se me acerca, yo creo que un poco es porque soy la mayor). El otro día me vino y me dijo que quería hablar conmigo porque tenía un problema. Me contó que le había salido una oferta de trabajo en Cantón y no sabía si dejar la Expo o volver a Barcelona. Y, claro, lo que al final salió es que no sabía qué quería de su vida. Yo le conté toda la intervención de Julián a los que pasaban a la Universidad, y le intenté ayudar a ver los datos de la realidad que tenía. Fue precioso. Zaloa, es del País Vasco y se ha dado con ella una relación súper bonita. Es vecina mía y me ha llevado por todo el barrio para conocer donde están las gangas. Hemos hablado un montonazo, pero lo que más me ha gustado es que esta chica atea, de 27 años, me ha enseñado a trabajar. Un día me explicó cómo era mucho mejor tratar bien a los chinos, y que ella, tratándolos bien, está más contenta, etc. Me quedé tan impactada que ahora, cuando trabajo, lo hago como ella me ha dicho y disfruto más. Me gusta porque todo empieza a ser compañía y oportunidad de educarte y no decaer. Diana, ésta es absolutamente genial. Es más lista que el hambre, y todos los días, después de trabajar, se pone los tacones y se va de marcha a beber y “a ver que cae”. Hemos hablado un montón, porque algunas veces me he ido de “marcha” con ellas, y descubres todo el drama de la gente. Me ha dicho que quiere ser feliz pero no sabe cómo. El otro día vino a casa y se pasó todo el día conmigo. Le conté que soy del Grupo Adulto y cómo eso me hacía feliz, qué era el Señor para mí y cómo realmente me sentía querida y disfrutaba con todo. Yo hablaba y hablaba, y ella me miraba en silencio y empezó a contarme su vida. Me impresionó porque, al contarle yo todo, lógicamente, no le resultaba digamos... “familiar”, pero todo el rato me decía «una cosa está clara, y es que estás contenta» y, en silencio, me oía hablar de lo que es querer, de lo que es disfrutar, trabajar, de por qué estoy en China, y ella asentía con la cabeza y seguía diciendo... «me gusta lo que dices». Es impresionante que le hables de que el deseo del corazón es infinito, y que el otro reconozca algo que es verdad y te lo diga.
Begoña, Shangai (China)
Encuentros en la librería
Mi trabajo es vender libros. La realidad casi me ha “obligado” a ocuparme del Gral (una iniciativa que ofrece la experiencia cristiana a chicos de 12 a 14 años), primero por mis hijos, luego por muchos amigos míos. El otro día, entró en mi librería una profesora, cliente mía, que, en un momento dado, me dijo: «Soy la profesora de una chica que ha empezado a frecuentar vuestro grupo, y he podido ver un cambio sorprendente en ella. No hace más que hablar de vosotros y de lo que hacéis. Ha cambiado incluso su forma de vestir, se ha abierto a sus compañeros de clase… en fin, es otra. Entonces, quería preguntarte quiénes sois y por qué lo hacéis». Empecé a contestarle, pero me interrumpió: «Sí, ya sé que eres de Comunión y Liberación, pero eso no basta». Llegados a este punto, no me quedaba más que invitarla a venir para que conociera nuestra experiencia directamente. Realmente, el Señor nos toma la delantera y nos llama siempre de manera imprevista.
Savina
De Italia a Albania
«Tú eres un nuevo hijo para mí»
Bledar está recluido en la cárcel de Padua y ha empezado la catequesis para prepararse al Bautismo (Huellas, abril 2010, pp. 22-26). Nada más enterarse de su decisión, sus padres le han escrito esta carta
Querido Bledar: Sabemos que tu vida en la cárcel no es fácil, pero con la ayuda de Dios podrás superar esta dura prueba. Si crees en Dios y si lo que haces lo haces con un corazón puro, podrás encontrar esa serenidad que sólo un creyente tiene. No importa que sea una u otra religión, que lo llames Alá o Dios, importa reconocer al Creador de todos los hombres, que es su Señor. Estoy muy contento de que hayas pedido el Bautismo. Sabes que aquí, en Albania, hasta los años noventa estaba prohibido hablar de religión. Hoy, tener un hijo que empieza un camino como el tuyo, me hace sentirme orgulloso de ser padre. ¡Que el Señor te proteja allí donde yo nunca podría llegar!, porque tú sigues siendo mi pequeño Bledar. Tu decisión nos ha sorprendido a todos, nunca lo hubiéramos imaginado: hoy nos haces entender que existe este “misterio” que nos ha creado. Habíamos rezado mucho pidiendo que pudieras encontrar ayuda para cambiar tu vida. Toda la familia te mira con ojos nuevos. Nuestros familiares ya no tienen reparo en decir: «Sí, yo soy familiar de Bledar», están orgullosos de ti, tú eres un nuevo hijo para mí. Recuerda, sin embargo, que todo esto no es obra tuya, sino de ese Dios que te ama como nosotros te amamos. No te defraudes a ti mismo, no juegues con Dios, porque todo te lo ha dado Él y todo te lo pide. Si tú crees, Él te ayudará y te abrirá camino; pero si Le engañas, el camino que recorres estará sembrado de obstáculos. No estás casado, pero el regalo más bonito es que nos has hecho “abuelos” de un niño africano que se llama Cristiano (mediante la “adopción a distancia” que Bledar ha realizado con un proyecto de AVSI, ndr.), y el nombre que has querido elegir para él es también muy bonito. Las cosas llegan cuando Dios quiere. Si, hace quince años, te hubieran pedido que ayudaras a un africano, no te habrías dignado a prestarle atención. Todo esto nace del amor que Dios te tiene, a ti y a ese niño. Aunque en la distancia, juntos os ayudaréis mutuamente; él crecerá con esa señora que le cuida (Rose Busingye, ndr.), y tú con todos tus amigos verdaderos. Aunque a menudo te hemos regañado duramente por tus errores, te queremos como si fueras el más puro del mundo. Todos pueden errar, pero no todos tenemos el coraje de decir: «Soy culpable». Ahora que el pasado ya no te da miedo, quizás temes ante el futuro. ¡Ánimo, hijo! Dios no viene para castigarte, sino para darte una mano y ayudarnos a todos a vivir haciendo el bien.
Los padres de Bledar, Scrutari (Albania)
El desafío de la Escuela de comunidad
Durante el Consejo pastoral, el párroco contó que una amiga mía, Cristina, acudiendo a la Escuela de comunidad de Julián Carrón, ha encontrado a Cristo. Este hecho nos ha provocado a mi marido y a mí a trabajar con mayor seriedad lo que se nos propone. Cristina nos dice que allí actúa Cristo. Con sencillez y claridad, la última que ha llegado da el testimonio más verdadero y provocador para nosotros. Nos hace entender que no se trata de agudeza o habilidad, sino de sencillez. Cristina ha captado lo esencial: la Escuela de comunidad nos desafía a reconocer a Cristo. Estamos llamados a responder personalmente ante esta propuesta.
Chiara y Marco, Transacqua (Trento)
En la cárcel de la Stasi
Hace un año, durante un viaje con los alumnos a Leipzig y Berlín, tuvimos la oportunidad de conocer a Peter Drauschke, antiguo jefe de la juventud comunista de Alemania del Este, que luego fue detenido por la Stasi, la Policía política comunista. Le invitamos a dar una serie de conferencias en Italia. Su historia es la de un hombre que ha buscado la libertad, secundando las falsas promesas de la ideología. Pero, con el tiempo, la comparación entre su deseo de libertad y las mentiras de la ideología le pusieron ante una disyuntiva: seguir a la verdad o aceptar vivir en la mentira. Una vez tomada su decisión, intentó huir de su país, pero fue detenido y encarcelado. La experiencia dramática que vivió en la cárcel, donde fue sometido a toda clase de torturas físicas y psicológicas, el aislamiento prolongado y la radical impotencia que sufrió, le llevaron, a él que había sido educado en el más riguroso ateísmo marxista, a redescubrir la pregunta sobre Dios: «Un día en el que había tocado fondo, me tiré al suelo llorando; cuando me levanté, miré por la ventana de la celda, invoqué el nombre de mi madre y pensé por primera vez en Dios. En ese momento volví a la vida. El comunismo es el único sistema que prometió el paraíso en la tierra y construyó el infierno. Y esto sucede siempre que los hombres ocupan el lugar de Dios». La relación continúa y supone una provocación mutua a vivir en la verdad.
Patricia, Ana y Julio, Milán (Italia)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón