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Huellas N.7, Julio/Agosto 2010

CULTURA / Santiago de Compostela

Mi camino empieza aquí

Fabrizio Rossi

Casi 800 kilómetros desde los Pirineos hasta el Atlántico. Hasta allí llegó Santiago para testimoniar a Cristo, y ahora dos millones de peregrinos acuden cada año a su tumba. Con motivo del Año Santo compostelano, hemos descubierto que se puede hacer el camino por diversos motivos, pero que «Dios, si quiere tocar el corazón de alguien, se vale de todo»

«Sigue tu sombra». Y mochila al hombro, se pone en camino. En el albergue de San Nicolás, en Puente Fitero, 50 kilómetros al oeste de Burgos, esta noche han dormido ocho personas en una antigua ermita románica entre los campos de maíz de la meseta española. La bendición de los dos maestros de la casa, los hospitaleros, recita: «Que el sol ilumine tu camino», y nada más levantarte compruebas que el truco funciona: la sombra te indica la dirección, el oeste. Allí van todos, a Santiago de Compostela, a la tumba del apóstol.
Estamos en el Camino Francés, que los peregrinos recorren desde hace más de mil años. Paso a paso, 20-30 kilómetros diarios (hay que recorrer 100 para ganar la indulgencia, el doble si vas en bicicleta), de un extremo a otro de España. Casi 800 kilómetros desde Saint Jean Pied de Port, en el Pirineo francés; 700 para los que salen del Puente de la Reina, más allá de Roncesvalles. Aquí se encuentran los cuatro caminos que atraviesan Francia –los de París, Vézelay, Le Puy y Arles–, pero algunos vienen aún desde más lejos, por ejemplo de Roma. Dos millones de peregrinos recorren cada año el camino por diversos motivos, llegando incluso a seis o siete millones en los años jubilares (cuando el 25 de julio, fiesta de Santiago, cae en domingo), como sucede en 2010. Al leer estas cifras te preguntas: ¿qué es lo que les fascina?, ¿por qué vale la pena?
Para dormir, a lo largo de todo el camino hay albergues, hostales y hospitales. Como el de San Nicolás, que un grupo de peregrinos de Perugia –la Confraternidad de San Jacobo– quiso restaurar hace veinte años. Cuatro literas a un lado, una mesa con bancos al otro. La luz entra sólo por una abertura en el ábside. Detrás de una cortina, una cocina y una cafetera de doce, signo de que aquí la acogida es made in Italy. ¡Y que no se apague el fuego! En cuanto se acaba el café, hay que hacer más para ofrecer al que pasa. Los ocho que han dormido aquí se han marchado hace media hora, y dos hermanos sudafricanos ya lo tienen todo preparado de nuevo. «Come in! ¿Tenéis sed?». Es un ir y venir continuo hasta última hora de la tarde, cuando los peregrinos empiezan a quedarse para pasar la noche. A éstos, el hospitalero Christian, que el resto del año es profesor en Colonia, cada día les lava los pies en un cuenco, a la luz de la candela. «Muchos no son cristianos», explica Judit, de Budapest, que se encarga de preparar las cenas y curar las ampollas. «Les encanta el trekking, hacen el Camino por hacer deporte. Pero cuando se encuentran con este regalo, empiezan a intuir el significado que tiene. No dicen nada: sólo lloran».
Un regalo. Todo el camino es un don, a cada paso. «Está lleno de milagros, pequeños y grandes», cuenta Christian, que en marzo empezó su camino en la Plaza de San Pedro. No es que se vean fuegos artificales, por supuesto que no. Puede ser un peregrino que te sonríe bajo la lluvia, un agricultor que te desea “buen viaje” o “Ultreia”, un saludo que desde la Edad Media se usa a lo largo del camino para darse ánimos y seguir adelante. O pueden ser encuentros que no olvidarás nunca. «Como el que tuve hace dos meses, después de pasar Monginevro. Una noche entré en un pueblo. Era tarde, hacía frío y no tenía dinero para el hotel. Llamé a la casa del párroco, pero no estaba. Llamé a la iglesia, pero no había nadie. Esperé una hora, y nada. Justo cuando me levanto, llega un hombre: “¿Eres peregrino? ¿Dónde duermes?”. Pensé que era un policía, pero era el gerente de un albergue y me ofreció una cama: “¿Sabes? Me ha llamado el alcalde porque te ha visto por la ventana. Él paga la noche”». Christian todavía no sabe por qué lo hizo, pero así fue. «Ahí entendí que no estaba solo, que también estaba Dios». Está y te sale al encuentro, como si tú intentaras alcanzar una meta y viniera ella a por ti.
La vida es así. Homo viator. Sales, programas una etapa, después empieza a llover y te tienes que parar. Te fías; retomas el camino, te equivocas y alguien te vuelve a orientar. Te descubres unido a quien comparte contigo el camino, aunque sólo sea un tramo. Sabes que no perteneces a los lugares por los que pasas; sin patria, siempre en camino. Aprendes a esperar, aprendes la paciencia. Si piensas en tus límites, te paralizas; sigues adelante si levantas la mirada a las estrellas de la Vía Láctea, que para los peregrinos de la Edad Media eran el reflejo del camino de Santiago en el cielo. Lo importante es no perder de vista las señales. Una flecha, un cartel, una piedra con una concha pintada. Es el símbolo de los peregrinos, que después de llegar a Santiago caminaban otros tres días hasta llegar al océano. A Finisterre, a los confines del mundo. Más allá, lo desconocido. 
En la playa buscaban una concha para llevarse a casa un trozo de infinito, un recuerdo del camino. Aquí, según la tradición, desembarcaron los discípulos de Santiago en busca de un lugar para enterrar al apóstol que, junto a su hermano Juan, pidió a Jesús que le dejara sentarse a su lado en el cielo. A lo que Jesús les dijo: «¿Podéis beber del cáliz que yo he de beber?». Para testimoniar su respuesta, llegó a la tierra más lejana que podía alcanzar. Pero, al no conseguir convertir a nadie, desde España regresó a Jerusalén, y allí el rey Herodes Agripa lo mandó decapitar. Santiago eligió beber de ese cáliz. Fue el primer mártir de los Doce. Ocho siglos más tarde, una lluvia de estrellas reveló a un ermitaño gallego el lugar en que los amigos de Santiago depositaron sus restos. Compostela, el campo de la estrella. Desde entonces, ésa es la meta de la humanidad que camina: fieles sencillos, juglares, obispos, mendigos, hasta presos (que podían así expiar su condena) y grandes santos, como Francisco de Asís.
¿Y ahora? «Muchos ya no hacen el camino por motivos cristianos», nos cuenta Jean mientras pasamos por El Ganso, un pueblo medio en ruinas a tres días de camino desde León. A nuestras espaldas dejamos un campanario en el que anidan dos cigüeñas. «No entiendo qué sentido tiene caminar por caminar», dice mientras se seca el sudor bajo el birrete militar. Ronda los cincuenta años y es profesor de Literatura Moderna en la Universidad de Perpignan. Desde hace ocho años, todos los veranos recorre una etapa del camino. Fecha prevista de llegada: julio de 2013. ¿Por qué lo hace? «Por un más, pero sin la pretensión de conseguir nada. Nosotros, los modernos, siempre buscamos una recompensa. El don, sin embargo, está ya en el momento en que dejas tus cosas y te pones en camino: ahí empieza la conversión, porque llegar no es algo que dependa de mí». Touché
Lo cierto es que cualquiera que se pone en camino hacia la tumba de Santiago queda fascinado hasta cierto punto. ¡Y hay gente que hace un montón de kilómetros! Desde Europa y desde cualquier rincón del mundo: Brasil, Vietnam, EE.UU., hasta de Corea del Sur. Vemos a uno unos kilómetros más adelante, al entrar en Rabanal del Camino, con una docena de casas de piedra a lo largo de una calle (la Calle Real). Nada más jubilarse, propuso a su mujer ir juntos a Santiago. De momento, su meta es llegar a un hostal con televisión, pues su selección juega contra Argentina, y ni siquiera Santiago podría privarle de eso.
Empieza una subida y el sol no perdona. Ocho kilómetros más allá, a 1.500 metros, la “cima Coppi”, y uno de los lugares más significativos del camino: la Cruz de Hierro, una cruz metálica de menos de un metro, sobre un palo que se eleva encima de una montaña de piedras que los peregrinos amontonan allí desde hace siglos, como para depositar el peso que llevan, el mal, el dolor. Y lo encomiendan. En algunas piedras se puede leer una oración, o un agradecimiento. En muchas de ellas sólo una firma. Pero la base del palo es una explosión de color, a base de cadenas y cintas: pañuelos, flores, folletos, banderas, miles de fotos de personas queridas... Y, mientras nos llegan los cantos de una misa en alemán, piensas en quien ha dejado allí todo eso. Por un momento, delante de todas esas historias, rezas.
Cuatro días después, llegamos al monasterio de Samos. Los monjes llevan haciendo el camino toda la vida. Aunque no se mueven ni un metro de allí, para ellos el camino es permanente, no se para, es un continuo abrir la puerta a quien llama. «San Benito nos enseñó a acoger al peregrino como a Cristo», explica el padre José Luis, el prior, en uno de los claustros más antiguos de España. Aunque, como sucedió hace tres días, el huesped desaparezca con las ofrendas de la misa. Y quién sabe lo que habrá sido de aquel peregrino de Andorra, de unos 30 años, que llegó sin un céntimo. En un albergue le habían robado todo lo que llevaba, la mochila y el saco de dormir. «Entonces un monje le dio una esterilla, otro le dio una camiseta... Le vestimos de nuevo, y cuando se fue estaba conmovido, y nos decía: “pediré por vosotros a Santiago”». 
Junto al monasterio hay un albergue con treinta literas («pero, entre las salas y los claustros, para la visita del Papa en 1989 durmieron aquí 500 personas»). A la entrada, el hospitalero Marc acoge a los peregrinos poniendo en práctica todos los idiomas que conoce. Hasta que se jubiló, hace ocho años, dirigía en París una empresa de recambios de automóvil, y ahora, detrás de un mostrador, apunta meticulosamente los datos de los que llegan y les explica en qué consiste el donativo. Es la columna que sostiene todo el camino: cada uno es libre de dar una ofrenda a cambio de pasar la noche, pagando así también la cama a quien no se lo puede permitir. Te pide la fecha de nacimiento y te enseña la pared: algunos de sus compañeros han decorado las estancias con frescos que imitan el calendario de la catedral de León. Es una forma de hacer que el lugar sea más bello. «La acogida empieza aquí», explica. Pero ahora tiene que irse, llegan cuatro peregrinos de Alabama y, con sinceridad, les dice: «Buen camino, también en la vida».
Vuelves a ponerte en camino con estos hechos en la memoria. Donde antes veías la luz de las retamas, ahora ves la sombra húmeda de los robles. Un camino de subidas y bajadas entre pastos y bosques. La meta se acerca, lo puedes leer en los muros: «¡Todo se cumple!». En Santiago, todo se cumple. Casi ni te das cuenta de que ahora los senderos han dejado paso al asfalto, al gris de la periferia, a la distracción de los peregrinos que bajan de un autobús, al aluvión de comercios que, entre pomadas y souvenirs, llenan el camino. Un paso a nivel, un semáforo, las calles del centro, el tráfico de un día cualquiera de trabajo. Pero allí está la catedral, con sus torres, con su fachada cubierta de musgo, y el aire del Atlántico. Subes la escalera, son los últimos pasos, y descubres el abrazo del Pórtico de la Gloria, como si todos esos profetas y santos esculpidos hace más de ocho siglos te hubieran estado esperando desde siempre. Santiago está en una columna central, también él con su bastón de peregrino. Parece que te invita a levantar la mirada a Cristo Rey, a esos brazos extendidos que te dicen: estás en casa, ¿qué temes?
Un joven de cabello rizado y barba rubia lo mira con lágrimas en los ojos. Se llama Ivars, viene de Letonia. A sus 35 años lo tiene todo: una carrera, salud, familia. Dice que no es muy religioso, va a la parroquia, protestante, por Navidad y por Pascua. Entonces, ¿por qué ha hecho durante dos semanas el camino? «Por hacer deporte», admite. «Pero también porque, en el fondo, me faltaba algo». ¿Y lo has encontrado? «Me gustaría saberlo. Lo único que sé es que no puedo dejar de llorar. No me lo esperaba: vine casi por casualidad, y al llegar me he quedado estupefacto». Cuenta algunos episodios que no consigue quitarse de la cabeza, como cuando se perdió y un campesino le recogió en su tractor y le llevó al punto adecuado del camino. Día tras día, hechos como éste se amontonan ante él hasta hacerle decir, molido después del camino: «Ahora me doy cuenta de que todavía no he llegado a la meta, en absoluto: el camino empieza aquí».
Así es. Aquí entiendes que no puedes juzgar las razones que llevan a la gente a la tumba de Santiago. Y que Dios puede agarrarte hasta por un pelo de la barba. Él es de manga ancha. Para corroborarlo, basta con preguntar al padre José. Desde que se ordenó, en el 65, pasa todas las mañanas en uno de los quince confesionarios de la catedral y allí asiste a millones de milagros como éste. «Cuando les pregunto desde cuándo no se confiesan, algunos rompen a llorar: “Serán unos 50 años, padre...”. Muchos hacen el camino por los motivos más estúpidos que puedas imaginar, pero no debemos escandalizarnos. Si Dios quiere tocar el corazón de alguien, se vale de todo». Mientras habla, se oyen las risas de los malabaristas que están en la plaza, los gritos de los vendedores ambulantes, las notas de un vagabundo que, con un violín al que le falta alguna cuerda, te pide algunas monedas. Pocos pasos más allá, una veintena de monjas quién sabe de dónde, ciclistas... Él es de manga ancha. 


LOS HITOS DE UNA HISTORIA

40-44 Años de predicación de Santiago en España. En el año 44, el rey Herodes Agripa ordena decapitar a Santiago
813 El ermitaño Paio observa unas luces misteriosas en el bosque Libredón. Informa a Teodomiro, obispo de Iria Flavia, y se descubre el sepulcro con los restos del apóstol Santiago. Se construye allí una pequeña iglesia
899 La iglesia se sustituye por una más grande. Inmediatamente surge una gran devoción. En el 997, una expedición musulmana destruye la gran iglesia de Santiago; sólo se salva el sepulcro, sobre el que se construye una nueva iglesia
Siglo XII Con el obispo Diego Gelmírez, Santiago alcanza un desarrollo sin precedentes y se convierte en una de las principales metas de peregrinación de la cristiandad. Entre 1175 y 1188, el Maestro Mateo trabaja en el Pórtico de la Gloria 
1884 Se confirma la identificación de los restos de Santiago, que regresan a la catedral después de que en el siglo XVI se hubieran escondido para protegerlos de los piratas ingleses
1982 Visita de Juan Pablo II, que decide celebrar allí la IV Jornada Mundial de la Juventud, en 1989
2010 Año Santo Jubilar. La fiesta de Santiago, 25 de julio, cae en domingo. El próximo será en 2021. La Puerta Santa se abre para la ocasión

PARA SABER MÁS, en el Meeting de Rimini se presentará la exposición “Al final del camino hay Uno que te espera. El esplendor de la esperanza en el Pórtico de la Gloria”, a cargo de Félix Carbó y Miguel Ángel Blázquez. El propio Félix Carbó ha publicado en Ediciones Encuentro El Pórtico de la Gloria (pp. 168, 28 €), donde la investigación histórica viene acompañada de una cuidada documentación fotográfica.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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