Un sacrificio fecundo
Querido Julián: Quiero testimoniar lo que he visto suceder por Su voluntad en estos días. El 16 de mayo era un día especial también para mí, no sólo porque se me llamaba a acudir a la Plaza de San Pedro para afirmar en Quién se apoya mi vida, sino porque ese mismo día mis niños de catequesis recibían por primera vez el sacramento de la Penitencia. Para mí son como hijos, y les acompaño uno a uno para que conozcan a Jesús, el mayor bien para su vida. Como una madre, he compartido con ellos momentos de compañía, de oración y de diálogo hablando de Él, a la espera de recibirle en la gracia de la Eucaristía. «No. Ni siquiera Carrón me habría pedido que les dejara solos en esa ocasión», pensé cuando decidí no acudir a Roma. Aunque deseara testimoniar en Quién se apoya mi vida, en un momento en que todos dicen lo contrario, yo estaba segura de que no se podía pedir ese sacrificio. Pero sucedió algo inesperado. En la última Escuela de comunidad, nos invitaste a preguntarnos: «¿Os interesaría la vida si no hubieseis conocido el movimiento, es decir, a Cristo en su Iglesia, con el Papa, su vicario en la tierra?». En ese momento se me abrió la mente y vi claro que sin “algo que se da antes” yo no habría dado la catequesis a estos niños, ni los habría mirado con el amor que les tengo. Ir hasta el origen de por qué soy catequista, me hizo entender que el gesto de ir a Roma está en la raíz de mí misma y genera todo lo que hago. Tenía que cambiar mi decisión. Pero necesitaba el permiso de mi párroco: no podía ir a Roma para testimoniar mi vínculo con el Papa, cabeza de la Iglesia, si luego no obedecía a quien le representa en mi Iglesia local. Aquí residía la dificultad. El párroco ya me había dado a entender que tenía que quedarme, porque mi tarea lo requería, y porque la convocatoria del 16 de mayo se dirigía a los movimientos. Recé a Nuestro Señor y me confié a su voluntad. Según iba explicándole mis razones y diciéndole que ese gesto le concernía también a él, vi que algo inconfundible sucedía ante mis ojos: el párroco me dio el permiso de ir, y me dijo que durante la celebración rezaría por nosotros y con nosotros. Le di las gracias de corazón, pero sobre todo se las di al Señor, por habernos utilizado a ambos para manifestar Su voluntad. El sacrificio de no estar con mis niños ha sido fecundo, y de este modo a ellos también les ha alcanzado, uno por uno, la bendición del Santo Padre.
María Luisa, Varese (Italia)
Dios nos regala el cielo
Primero de mayo. Participar en la misa celebrada por el padre Aldo con ocasión de los 6 años de la Clínica Divina Providencia, me ayudó a tomar conciencia de la obra del Señor en mi vida. Trabajo como voluntaria en la clínica desde su inicio, en 2004, y aprendo cada día más que todos necesitamos amar y ser amados. Antes de la celebración, se leyó la nomina por año, de todos los que fallecieron desde 2004, en total 649 nombres hasta la fecha. La participación de los niños de la clínica, como también de pacientes adultos, hacían sagrado ese momento y nos ayudaba a percibir lo nada que somos en esta vida. Los signos que Él nos da y nos permite reconocer tienen rostros concretos. Cuando Tomás, enfermo de sida, pasó adelante y agradeció en nombre de todos los enfermos, fue el momento culminantede la manifestación de la gracia de Dios, que nos alcanza a través del pueblo cristiano. Su pueblo amado. Blanquita se acercó a darme la paz con un abrazo. Fue algo inesperado. Todo el amor de Dios se manifestaba en la ternura de Blanquita, y le di gracias al Señor por mi familiay por el camino de estos años. Cuando el P. Aldo nos propuso trabajar en la Clínica, accedimos enseguida. Vivimos la experiencia de donación a la Casita de Belén las 24hs. del día durante siete meses (¡parece un sueño!) que el Señor nos regaló y nos hizo tocar el cielo como fruto de una entrega total y llena de amor a Su voluntad. Algo que nadie lo puede entender, sólo aquel que vive la fe. Lo único que nos toca es dar amor. ¡Dios nos regala el cielo! Ni todo el oro del mundo puede comprar el instante que hemos vivido. Fue una pura gracia.
Antonia, Asunción (Paraguay)
Ver los signos
En los Ejercicios de la Fraternidad a los que asistí en Cholula (Puebla), tuve la oportunidad de colaborar por primera vez en la preparación general y específicamente en la librería. Este pequeño gesto ha transformado mi mirada. Uno podría pensar que estar involucrado en las tareas que implican acomodar mesas y sillas, cargar cajas de libros y atender la librería en los tiempos “libres”, apartaría nuestra atención de las lecciones; sin embargo, fue todo lo contrario y el trabajo concreto nos ayudó a estar más atentos. Me acordé de lo que dijo una amiga: «Normalmente, nos detenemos en las cosas, sin ver su valor de signo; yo necesito de estas circunstancias para responder en primera persona, y aprender a ser leal con las cosas». A pesar de que algunos no pudieron acompañarnos, el Padre Javier ofreció la misa por la salud de una amiga que desde el hospital pedía por nosotros, y también por un amigo que perdió a su madre el día anterior. Estoy agradecido de haber podido verificar lo que se me propone. Los que han retado mi libertad invitándome a colaborar con la librería, me han ayudado a entender que la Fraternidad me educa a ver los signos del Misterio en la realidad, para descubrir que el Señor se hace presente en todos los particulares de la vida.
Guillermo (México)
Experimentar un cambio
No se en qué momento se ha producido un cambio en mí, pero me encuentro haciendo cosas que habitualmente no hacía. A mí nunca me gustaba participar en actividades del colegio de mis hijas. Se me hacía pesado, latoso y perdida de tiempo. Pero, a finales de abril, me pidieron del Kinder de mi hija que colaborara con la celebración del día del niño. El caso es que había que invertir en ello tiempo y cariño. Lo hice sin ningún problema y hasta lo disfruté con las demás mamas y maestras del kinder. Llego el día del evento tan esperado. Así estuve tres horas y media contagiándome de la alegría de los niños. Cuando tomé de la mano a mi hija Natalia, me dio un chocolate que decía: “Gracias por venir a participar a mi kinder. Mami, me la pasé increíble”. En ese momento realmente me conmoví, pues sabía que para ella había sido importante que yo participara. Cuando leí el agradecimiento de la dueña, le respondí: «Gracias a ti, por invitarme. Me doy cuenta que siempre que doy recibo más de lo que yo di, y aquí realmente no “di”, más bien “me di”». Cuando veo que las cosas no me pesan como antes, al contrario que las disfruto, comprendo que Jesús está presente y me atrae, por ejemplo mediante el amor y la entrega de todas las mamás y las maestras.
Lizeth, Monterrey (México)
Feliz de dar clase
Un diario italiano publicó una carta que decía que hoy en día es deprimente ser profesor, que la culpa la tienen los chicos, que pasan de todo; sus padres, que les justifican siempre; la financiación y los medios que faltan; y, al final, firmaba: «una profesora de instituto decepcionada». Tras leer esta carta, otra profesora le responde.
Os puedo asegurar que subir a la cátedra hoy en día es algo apasionante, porque te obliga a no atrincherarte en viejos métodos de enseñanza o en una pedagogía tradicional que ya no funciona. Es cierto que los problemas son muchos, tanto en el ámbito económico como por lo que respecta a la disciplina. Pero, de la misma manera, es verdad que los chicos que me encuentro en clase cada mañana no son esos “monstruos” que a menudo pintamos nosotros como una coartada de nuestros fracasos. Los recursos escasean, las familias están destrozadas y los chicos son frágiles, los modelos que tienen delante a diario no son en absoluto educativos… ¿Y entonces? Durante las horas de clase estamos nosotros, no los modelos que presenta la televisión; tampoco están esos padres, que les excusan siempre y así les impiden crecer (además, dejemos de reprochar a los padres, porque no son todos iguales). En clase, ¡yo tengo que demostrarles a los chicos que me apasiona la asignatura que doy y la vida que vivo! Es verdad que los chicos pasan de todo, y que les cuesta centrarse, pero no son tontos, y enseguida se dan cuenta si hay alguien que les toma en serio, que se interesa por ellos, no sólo por sus notas o sus fallos. Además, ¿quién dice que nuestra tarea educativa se limita a las horas de clase? Los profesores tenemos que aprender que los chicos no son vasos que llenar con nociones, sino personas que piden ser estimadas y acompañadas en su camino. En una relación así, nada puede ser un obstáculo, ni para nosotros ni para ellos… E, inesperadamente, algunos empiezan a tomarse en serio el estudio, y a preguntarse qué tiene que ver lo que estudian con lo que desean. Y la vida renace, ¡también en las aulas de la escuela!
Una profesora de instituto, contenta
Nuestra “casa” en Dakar
El sábado por la noche fui en coche con Fabienne a la casa de Puntos-Corazón, que se haya en un barrio “popular” de Dakar. Al llegar allí me sentí como en casa, rodeado de personas a las que veía por primera vez: una argentina, tres franceses, un napolitano y Ana-Paula, de una bondad y una acogida casi “divinas”. Rezamos vísperas. Lo primero que me sorprendió fue que pidieran varias veces por nuestra presencia y nuestra llegada a su casa, como si fuéramos un regalo para ellos. Tuve la impresión de que era Dios mismo quién estaba contento de que yo estuviera allí y que Él me daba las gracias. No había pensado nunca que Dios está feliz de nuestra presencia a su lado. Después fuimos al colegio que está junto a la casa para hacer Escuela de comunidad con dos jóvenes senegaleses. No os cuento muchos detalles pero en todo se veía que estábamos en un país pobre. Allí, guiados por Ana-Paula, trabajamos sobre el cuarto capítulo de El sentido religioso: ¡cómo evitamos a menudo las preguntas importantes, e intentamos sofocarlas en lugar de afrontarlas! A más de 4000 km de París, me conmovió el testimonio de Ana-Paula. Ella contó cómo le había impactado la actitud de mi amigo Silvio frente a sus alumnos cuando los llevó a Vieux-Moulin (la casa madre de Puntos -Corazón cerca de París). No habló de Cristo ni de la fe, pero tenía con estos jóvenes una actitud tal, quehacía surgir en ellos sus preguntas. Me di cuenta de que, aunque me trasladasen un día a la luna, Dios me querría a su lado. Tiene humor y fuerza suficientes para enviarme a amigos que me hablan de mis amigos, e incluso un chófer para llevarme a la Escuela de comunidad. Esa tarde, a través de los rostros de Ana-Paula y sus amigos, a través la evocación de Silvio en esta clase, recibí mil veces más que todas las respuestas que espero desesperadamente sobre mi vida. Escuchar pronunciar el nombre de Silvio en una clase bastante deteriorada de un barrio popular de Dakar fue para mí el signo de que el Señor me sigue allí donde estoy, que me persigue incluso, que debo confiar en Él. Que el punto en común entre Ana-Paula y yo sea Silvio, es algo increible. Es como si Dios mismo me enseñara dicho rostro, esa casa y me dijera, “es allí adonde debes ir. Yo estoy contigo, estarás bien”. La fidelidad a CL es verdaderamente la cosa más bella de mi vida, ya que es realmente el medio que Cristo utiliza continuamente para decirme que me quiere, y eso determina mi vida. Rezo para que vuestra amistad me conserve siempre fiel a su Amor y que yo reciba siempre la gracia de darme cuenta.
Cécile, Dakar (Senegal)
Gracias a él, he conocido el amor
Me llamo Pilar, estoy casada con Juan Antonio y tenemos cinco hijos, tres chicas de 23, 21 y 20 años, y dos chicos, de 11 y 7 años respectivamente. El último, Alfonso, es Síndrome de Down. Desde que nació se me ha hecho más evidente que la vida no nos pertenece, que es de Otro. Soy profesora en un barrio periférico de Fuenlabrada. Colaboro con “La Casa de S. Antonio”. En concreto, ayudando a los estudiantes que tienen dificultades en el estudio. Yo voy los jueves por la tarde cuando acaba mi jornada escolar. Los viernes pasa lo mismo con el grupo de juveniles y confirmación. A veces, regreso más tarde si vemos una película o cenamos con ellos. Todo esto más bien supone un esfuerzo físico y psíquico grande para mí, porque realmente acabo cansadísima, y para toda mi familia: Juan Antonio se queda con Alfonso estas dos tardes, Ángel, el de 11 años, está conmigo en el estudio, y mis hijas no tienen a su madre en casa cuando regresan para cenar o, simplemente, para hablar. La Escuela de comunidad sobre la Caridad me ha provocado a preguntarme: ¿por qué lo hago? Comencé porque me fiaba de las personas que me lo proponían, porque ya tengo la experiencia de otras veces en las que lo he hecho y me ha ido bien. Pero llega un momento en que hay que ir todos los jueves y viernes, con la problemática y el sacrificio que implica. Me gustaría decir que era sencillo, pero no sería cierto, porque el cansancio a veces es muy grande. Recuerdo un día que me pasé la salida para Fuenlabrada cuando iba del colegio hacia allí, con mi hijo Ángel. «Bueno –le dije– estaría de Dios que no fuéramos»; pero él me contestó que de ninguna manera, que tenía que ir, y yo pensé: «¡Ay que ver! ¡Cómo se entera mi hijo de todo». Luego, añadío: «¡Y qué pasa con mi pepito frito! ¿eh?» (es que todos los jueves le compro un pepito frito y un donut para merendar antes de entrar en el estudio). Me sentí vencida, así que fui. Sé que no lo hago por simple generosidad, ni porque me siento bien después, ni porque yo sea maja. La generosidad a mi edad (por lo que veo a mi alrededor) o se ha terminado ya o se te está acabando. No tengo nada más que mirar a mis compañeros de trabajo, que comienzan el curso diciendo: «Ya queda un día menos para las vacaciones». Incluso los profesores más jóvenes decaen después de dos o tres años de clases. Es como si ya tocase vivir cómodamente y descansar, y que sean otros los generosos. En cuanto a lo de sentirme bien, a veces el sacrificio se me hace muy grande (sobretodo cuando voy al estudio y no viene ningún estudiante a pedirme ayuda; entonces el diablo me tienta y me dice: «¿Ves? No eres necesaria. Estarías mejor en tu casa cuidando a tus hijos, y Juan Antonio te lo agradecería, porque aquí ni siquiera te lo agradecen».) Sin embargo, sé que el valor de la caritativa no depende de si te lo agradecen o no, o de si vienen o no.
El otro día una amiga me preguntó por qué lo hacía y contesté sin grandes razonamientos: lo hago por amor a Cristo, como agradecimiento a todo el amor que Él me ha dado antes, supongo que desde siempre, pero de una forma más consciente por mi parte desde hace ya siete años que nació mi quinto hijo, Alfonso, con síndrome de Down. Es impresionante cómo todo el llanto del primer día al recibir la noticia, se ha ido volviendo alegría, pero alegría de verdad, con sacrificio, con dolor, con mucho sacrificio algunas veces. Alfonso para mí es la Caridad personificada, él da amor y produce amor desinteresado, sin esperar nada a cambio. ¡Ojalá pudiera mirar a mis otros hijos con esa mirada! Es un punto de unión para toda mi familia. ¿Dónde estaríamos ahora sin él? Gracias a él he conocido el amor de los amigos, amor con hechos, incluso se han quedado con mi hijo en el hospital para que pudiera descansar; he conocido el valor de la oración, de que recen los demás por mí y de que yo rece. Realmente es muy sencillo, yo devuelvo gratis lo que me han dado gratis, sin intereses, porque quiero que se encuentren los demás con Cristo, igual que yo. Así puedo mirar de frente a mis hijos y decirles que la vida tiene un sentido, un sentido bueno, y que están hechos, comoyo, para la felicidad. El jueves tuve que hacer una sustitución en el colegio al profesor de religión, y me sorprendía hablando de Cristo, de la positividad de la vida, con un entusiasmo que nacía de dentro, como si yo estuviese hecha para eso. Por eso puedo invitar a mis alumnos al estudio o a hacer el camino de Santiago, con lo que eso supondría de trastorno para mí y para mi familia. Y todo esto que cuento sucede partiendo de mi fragilidad, porque también he aprendido que el cambio de vida, el cambio de mentalidad no va unido a la impecabilidad, por el contrario, va unido a mi fragilidad, que tantas veces me escandaliza. Pero también he aprendido que el perdón es muy importante para seguir adelante: yo sólo soy capaz de la caridad con la ayuda de Dios. El perdón para con mi familia, con los alumnos, sobretodo cuando les corrijo sin amor. Entonces vuelvo a comenzar con mucha paciencia, no más de la que Dios usa conmigo. Dios se ha conmovido de mí, de mi fragilidad y mezquindad.
Pilar, Fuenlabrada (España)
Chequeo con sorpresa
La aventura más hermosa
Querido Julián: Un día se presenta una señora de mediana edad en mi consulta de cardiología y me pide que le haga un chequeo preventivo. Luego, añade: «Sabe, doctor, perdí a mi marido hace unos años y, desde entonces, he dedicado toda mi vida a mis hijos. Me he sacrificado por ellos para que pudieran estudiar. Ahora que están casados, ya no tengo a nadie a quien dedicarme, y mi vida me parece inútil. Busco esa paz interior que siempre he deseado, pero que nunca he conseguido alcanzar. Y eso hace que me angustie por cualquier cosa». Mientras la escuchaba, pensé que yo había encontrado lo que ella buscaba, y le dije: «Querida señora, mi experiencia es que, según avanzan los años (tengo 58), las cosas y los afectos en los que habíamos puesto nuestras esperanzas van cambiando. La primera reacción es la de haberlos perdido y de sentirse inútiles. Pero me he dado cuenta que no es así. Yo soy como un niño al que su padre, viendo que ya no es tiempo de jugar con la playstation que él le ha regalado, se la retira. No lo hace porque no le quiere. Al contrario, lo hace porque le quiere, y sabe que su hijo puede mirarle a los ojos y entenderlo. Y crecer. Así me ha tratado el Misterio, Aquel que ha llenado mi vida de afectos y de tantas cosas buenas, pero en las que no puedo poner mi esperanza. Yo confío en Él. Su vida no es inútil. Es más, su vida está llamada ahora a la utilidad suprema, que es conocer y amar a Dios. La paz que busca es Él». Al finalizar la consulta, la invité a venir a Roma el 16 de mayo, con mis amigos. Quería ofrecerle así la posibilidad de seguir lo que le había propuesto. Me despidió sonriendo. Llevo días pensando en lo que me ha sucedido. No me enorgullezco, me sorprende que la mirada y el corazón con que le hablé no son mérito mío. Son el corazón y la mirada de Otro que han prevalecido en mí. Descubrir este “Tú”, que no se cansa de mí, que sigue buscándome y queriéndome, es la aventura más hermosa de mi vida.
Antonio, Ímola / Bolonia (Italia)
Un encuentro en el ascensor
Lunes por la tarde. Vuelvo a la oficina después de haber quedado con un cliente. Me monto en el ascensor, que se para en la planta baja. Sube una abuela con una niña enferma en una silla de ruedas. Le sonrío, le hago una caricia y le pregunto cómo se llama. Contesta su abuela. La niña no oye y lleva dos años en silla de ruedas. Los médicos dicen que le quedan seis meses de vida. En dos palabras, una vida. Me viene a la cabeza mi nieta, Cecilia, de dos años. Bella, vivaz, no para quieta. El ascensor se para en la planta de la consulta médica, la abuela me saluda y bajan las dos. Me entran ganas de llorar. El día pasa rápido y llega la noche. Ese breve encuentro no me deja dormir. Pienso en los padres de la niña, en sus familiares. «Caridad, don conmovido de uno mismo». Para ellos es una realidad, una manera de afrontar la vida. Y día a día tienes tú a ese angelito misterioso, que te mira y te pregunta: «Y tú, ¿en qué pones tu esperanza?».
Angelo
Más fuerte que el dolor y la muerte
Al volver de los Ejercicios el domingo, Sara, mi mujer, me preguntó: «¿Qué tal han ido?». En dos frases le resumí el contenido. Estaba muy contento. Al día siguiente, vuelvo al trabajo. Nada más llegar al instituto, el colega de Religión me dice: «Ayer se suicidó Cristina, tu alumna del último año de Liceo». Fue un golpe brutal. Al cabo de unos momentos, me pregunté qué tenía que ver esto con los Ejercicios, qué tenía que ver conmigo. Un dolor agudo y esta pregunta insistente me martilleaban. El miércoles, en clase, mientras algunos alumnos lloraban escuchándome leer el relato de la muerte de santa Mónica en Las confesiones, me volvió a la cabeza un pensamiento que aprendí de memoria hace años: «Si podemos engañarnos al creer que necesitamos ahora algo que objetivamente es ilusorio, no podemos engañarnos, sin embargo, acerca de nuestro deseo de vida que se ve turbado por la muerte. Aquí todo se aclara: sólo Dios resuelve este dilema». Entonces empecé a hablarles de una vida y un sentido que no se detienen ni siquiera frente a una muerte tan trágica, más aún, que son removidos y avivados por la muerte. Les dije a los chicos que sentir dolor, llorar o retener las lágrimas, son gestos humanos, pero más humano aún es el deseo de vivir – de ver a Cristina, de estar en su compañía – que la muerte de Cristina aviva. «El llanto por ella dejaría de ser humano si borrara nuestro deseo insuprimible de sentido, ese deseo que la muerte de Cristina ha despertado. Nuestras lágrimas se perderían en la nada, serían inútiles, si este terrible dolor no nos llevara a prestar atención a nuestra humanidad concreta, con su deseo de un destino bueno».
Giovanni, Castellabate (Salerno)
La visita del Nuncio
Querido don Julián: Te escribimos un grupo de amigos de CL de Villarrica del Espíritu Santo, para compartir contigo y con todo el movimiento nuestra alegría por la sorpresiva visita del Nuncio Apostólico de Su Santidad, monseñor Eliseo Ariotti, a nuestra sede en el horario en que estábamos realizando la Escuela de comunidad. El Nuncio se encontraba de visita en la ciudad, que en esos días celebraba sus 440 años de fundación, y la fiesta de Pentecostés (el Espíritu Santo es titular de nuestra Diócesis). Mons. Ariotti nos trajo la cercanía y el abrazo del Papa, en este tiempo en que ya llevamos dos años sin Obispo. ¿Qué nos pidió? Rezar por la unidad de la Iglesia y seguir con fidelidad el carisma. ¿Qué le pedimos? Un pastor fiel a la Iglesia Universal y en unión efectiva con el Santo Padre. Este hecho fue para nosotros la ilustración de lo que nos enseña la Escuela de comunidad: que el Misterio de Cristo se hace presente y nos demuestra su compañía, aquí y ahora.
La comunidad de CL de Villarrica (Paraguay)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón