El viaje por algunas de las cárceles italianas nos plantea una pregunta: ¿pueden estas experiencias incidir en el sistema penitenciario? Lo comentan dos “expertos” y tres parlamentarios, para retener los hechos e identificar paradigmas: desde diferentes oportunidades de trabajo, a las relaciones que se establecen con los que están “fuera”. Son realidades que «crean cultura» y contribuyen a alcanzar el objetivo de la pena: reeducar y reinsertar
Empezamos con Padua, luego Como, Milán, Chiavari, hasta llegar a Siracusa. Un breve viaje por las cárceles italianas, que ha llenado de asombro sobre todo a los que lo han hecho. Escuchar una y otra vez esta frase: «La cárcel ha sido mi salvación», suscita una cuestión que va más allá de la forma habitual de acercarse al mundo penitenciario, dominado por la masificación, por la ruina de los edificios y por las medidas alternativas, esas que se están discutiendo justamente en estas semanas en el Parlamento. Todos ellos son problemas reales, de actualidad. Pero previo a todo esto es el valor del hombre, del hombre que se ha equivocado en su relación con la sociedad. Estos ejemplos han mostrado que es posible un cambio. Los habíamos definido como los reflectantes que pueden indicar un camino. ¿Un camino posible, susceptible de ser trasladado a otros centros? Pero, ¿cómo es posible hacerlo?
Hemos hablado de este tema con distintas personas que tienen que ver con el mundo penitenciario. Tres parlamentarios: Luigi Manconi, diputado del Pd, Renato Farina, del Pdl y exponente del Grupo Interparlamentario para la Subsidiariedad, y Matteo Brigandì, responsable de justicia de la Liga. Y dos expertos: Giovanni Tamburino, presidente del Tribunal de vigilancia penitenciaria del Lazio, y Luigi Pagano, inspector de la administración penitenciaria de Lombardía. Hemos iniciado con ellos una reflexión que seguramente no ha agotado el problema –no era ésta la finalidad– ni ha proporcionado unas instrucciones de uso, pero nos ayuda a sondear un mundo bastante desconocido. Y a comprender qué cosas pueden cambiarlo.
El primer dato que ha salido a la luz de forma clara es que ha sucedido algo positivo. Es necesario, ante todo, mirar estas realidades por el bien que suponen. «Es cierto», dice Tamburino, «pero la veracidad, la valoración del cambio se tiene que comprobar con el tiempo. Mientras, resulta esencial la construcción de relaciones personales. Añado: con personas que les quieran. Estos son los encuentros que pueden hacer surgir un cambio. Personas buenas que hacen que emerja lo que se ha definido como “el alma buena”. Como laico, comprendo que si en estas relaciones se transmite además la propia experiencia cristiana, esto ofrece de forma completamente única la posibilidad de una esperanza; introduce, sea cual sea la condena, una dinámica de esperanza que produce una posibilidad de transformación. En cualquier caso, nos hallamos siempre ante un “yo” que se encuentra con un “tú”». Por tanto, el primer pilar está claro: es fundamental la relación interpersonal con gente que entra en la cárcel para relacionarse con los que están “dentro”.
«Tú no puedes salir». Ésta es ciertamente una de las peculiaridades del voluntariado, un motor dentro de la cárcel que abate sus muros y permite que entre la sociedad. «Los voluntarios tienen justamente esta característica –subraya Pagano–: un valía personal fuerte. Su actividad es gratuita y se desarrolla de forma sincera. Y con esta forma de actuar abaten las distancias con las personas. Se me ocurre que podríamos llamarles apóstoles laicos, es decir, que llevan la realidad de la cárcel al exterior y crean cultura: la cultura del encuentro, de la presencia, de la aceptación. Y lo hacen en una sociedad donde se tiene miedo del que es distinto, y por ello se considera que debe permanecer a una cierta distancia. En la mayoría de los casos, se le condena a ultranza». Como sucedió hace un par de meses, cuando Marino Occhipinti (que está preso en la cárcel de Padua por los crímenes de la Uno Bianca) obtuvo un permiso de dos horas para participar en el Via Crucis. Se decía que era un escándalo. Imposible para él un camino de redención. «En ese caso se cayó en una obscena contabilidad del dolor. El suyo y el de los familiares de las víctimas». Comenta Manconi: «Sucede demasiado a menudo. Nos arrogamos el derecho de administrar la justicia: “Tú no puedes salir”. Se trata de un problema cultural. Es como negar la posibilidad misma de un cambio. Yo creo que en Marino, por volver al ejemplo, se ha producido una verdadera metanoia que, en mi opinión, es muy distinto de asumir un comportamiento correcto, respetuoso de las reglas, en el camino de la reeducación. En él se ha producido un cambio profundo, está realizando un camino personal, seguramente a través del encuentro con algunas personas. Son ejemplos que pueden tener una función de contagio. El problema es que no se pueden traducir en un sistema».
¿Estamos seguros? ¿Podemos pensar que se trata únicamente de perlas esparcidas aquí y allá? Sin embargo, en el fondo, la finalidad de la cárcel es precisamente ésta. La Constitución habla de reeducación en el artículo 27: «Las penas no pueden consistir en tratamientos contrarios al sentido de humanidad, y deben tender a la reeducación del condenado». Es decir, a la posibilidad, una vez cumplida la pena, de que el preso pueda haber asumido una capacidad de integración social que le lleve a limitar su propia desviación futura. Sin embargo, los números hablan de otra cosa. Normalmente, la reincidencia es del 90%, y, por tanto, paradójicamente, un sistema que debería garantizar la seguridad de la sociedad genera nuevos criminales. No es casual que se haya definido la cárcel como la universidad del crimen. Por el contrario, allí donde se ponen las bases para un proceso de cambio, la reincidencia desciende hasta el 1%. Esto se produce con frecuencia gracias al trabajo. Como ha sucedido en Padua, en Bollate, en Turín y en algunos otros casos. «Ofrecer una oportunidad de trabajo verdadero, en todos los aspectos, significa dar al preso la posibilidad de ser serio, ante todo, consigo mismo» – subraya Farina. «Significa apropiarse de nuevo de la dignidad de su propia vida. En este sentido, el Estado debería abrir más las puertas a los sujetos privados». Es el concepto de subsidiariedad. Esto podría querer decir, por ejemplo, encomendar a empresas sociales competentes la gestión de los llamados trabajos domésticos (lavandería, cocina, etc.), gestionados en la actualidad directamente por la administración penitenciaria. Empresas que cuenten con expertos en los sectores en cuestión que enseñen a los presos, contratados regularmente, a trabajar.
Puntos de vista. Reeducación y reincidencia, por tanto, discurren paralelos, como dice Tamburino: «La reducción de la reincidencia es el único resultado desde el punto de vista del Derecho que se puede plantear como objetivo a seguir. Pero reeducar quiere decir, sobre todo, hacer referencia a valores históricos, éticos y sociales. La reeducación es vista por la Constitución como algo que sirve para modificar al sujeto, convirtiéndole en socialmente bueno. Sirve para obtener una mejora. En este sentido, existe un campo muy amplio para la subsidiariedad: grupos, individuos que intervengan para dar consistencia a esta mejora. A veces, la cárcel no es sólo un lugar de mortificación, sino la posibilidad, cuando la institución la ofrece, de ver algo bueno. Que tal vez no conocían cuando estaban fuera. En este sentido, tiene fundamento la frase: “He encontrado la salvación”».
Se habla mucho de reformar el sistema penitenciario, pero, llegados a este punto, después de lo que se ha visto y dicho, ¿cuáles son las prioridades a tener presentes antes de meter mano a los aspectos más técnicos? Tal vez sea el momento de mirar el problema desde otro punto de vista.
La cárcel nació hace alrededor de 300 años como alternativa más justa a las torturas y a los suplicios en las plazas públicas. Pero, en la actualidad, ¿es todavía la única sanción posible? «La detención tiene también una función social preventiva», responde Brigandì. «Pero sería necesario revisar el mecanismo general de la pena. No está dicho que sea la única solución. Se pueden pensar respuestas más educativas, es decir, itinerarios diferenciados. Debe buscarse el mecanismo de la reeducación, pero no se puede afrontar de igual modo para todos los tipos de delitos». En 2005 había 49.000 presos que disfrutaban de las medidas alternativas. En el primer trimestre de 2010, eran 11.000. «La cárcel no vale para todo», dice Pagano: «Sirve para controlar, como el caso de la alta seguridad. Funciona bien. Pero, en otros casos, ¿cómo pueden convivir restricción y reinserción? Por tanto, no sólo medidas alternativas, sino también penas alternativas. Tal vez haya llegado el momento de pensar algo distinto. Para que el mal pueda convertirse en bien, debe ser castigado con el bien. Queda entonces una pregunta: ¿qué queremos nosotros de la cárcel?».
Hay una cuestión que sigue abierta, y que nos interpela a cada uno de nosotros: ¿sobre qué queremos fundar el bien común? ¿Es suficiente la legalidad? Es un problema de sentido de la vida, de tensión, de moralidad. En 1993, don Giussani dijo: «Quien busca verdaderamente una moralidad y una justicia, se siente obligado a mirar a su alrededor en busca de Otra cosa, porque por sí mismo no es capaz de llevar a cabo lo que querría en los mejores momentos. Pero si el hombre mira a su alrededor, además de él mismo, ¿quién está? ¡Dios! El “yo” es la conciencia de la relación con el infinito, de la relación con Dios». Esto es algo para todos: dentro y fuera de los muros de la cárcel. La partida no ha hecho más que comenzar.
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