Es verdad, a veces los números hablan. Doscientos mil en la Plaza de San Pedro para manifestar su apoyo al Papa, rezar con él y escucharle. Un espectáculo raro. Benedicto XVI acababa de volver de Fátima, donde cuatrocientos mil le habían rodeado en la explanada del santuario. Más o menos al mismo tiempo, han sido dos millones los peregrinos que han acudido a Turín para ver la Síndone con motivo de la ostensión que acaba de finalizar. Al leer los números, espontáneamente piensas lo que muchos han pensado después del Regina Coeli del 16 de mayo: existe todavía un pueblo cristiano. Incluso lo reconoce esa prensa que, al lado de la noticia según la cual “la Iglesia pierde confianza”, publica en primera página una foto de la plaza abarrotada.
Luego, la plaza se vacía y cada uno se vuelve a su casa. Los comentarios sobre los “Papa boys” y la “manifestación para apoyar al Papa” se acaban, y la imponencia de los números se esfuma. Pero es en la vida de cada uno donde aflora o se acalla la verdadera pregunta: ¿qué ha pasado en Roma? ¿Qué me ha pasado a mí, que estuve en la Plaza de San Pedro? ¿Qué he aprendido? ¿Me ha valido el esfuerzo y la desproporción entre veinte horas de viaje y veinte minutos de encuentro? Y, sobre todo, ¿por qué estoy contento de haber estado?
De esto nos ocupamos en estas páginas. La gran mayoría de los que han acudido a Roma lo han hecho por un motivo personal. Ciertamente, por afecto al Papa, pero a través de él, por afecto a uno mismo y a la experiencia que en Pedro encuentra la roca firme donde apoyarse. Sin esta presencia concreta e histórica, menguaría la fe y se extraviaría lo humano.
Quien estuvo puede contar qué cambio supone haberse tomado en serio la propuesta de Julián Carrón que, de primeras, sorprendía: «No vamos a Roma para sostener al Papa, sino para que él nos sostenga». Algunos hablan de una certeza de la fe que se ha robustecido, al haber seguido ese método que sólo el cristianismo sabe ofrecer al mundo: un hecho que no te das tú, sino que acontece y te provoca. Y así te educa, porque hace que emerja lo que eres. Carrón ha comentado: «Ante la propuesta del 16 de mayo, todos han adquirido una mayor conciencia, los que han ido y los que no. Porque todos han tenido que medirse con un hecho y con sus razones». Cada uno ha podido decir que sí o que no.
En esta respuesta personal se muestra el valor de un acontecimiento como éste. No en los números y las multitudes, ni en los eslóganes o las causas justas que defender, sino en el corazón de cada uno. En el valor de un «sí» que es personal, porque está movido por razones que han llegado a ser propias. Y eso es lo que genera también una presencia, incluso pública. Es lo que hace nacer un pueblo. «Las fuerzas que mueven la Historia son las mismas que mueven el corazón del hombre», decía don Giussani, y cuando el corazón se mueve, ¡es un espectáculo!
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