Brasil no estaba en los proyectos inmediatos de la Fraternidad Misionera de San Carlo Borromeo, pero pertenecer significa secundar lo que Dios hace, obedecer a lo que nos propone, a veces de manera muy explícita. Así que, cuando Julián Carrón pidió a don Massimo Camisasca que dejara marchar a Julián de la Morena a Brasil para poder seguir la realidad nacida del encuentro de Cleuza y Marcos Zerbini con Comunión y Liberación, toda la Fraternidad Sacerdotal se tuvo que remodelar a partir de esta indicación de Dios
Empieza directamente a contarnos: «Una mañana, a las siete de la mañana o incluso antes, me llamó Paolo Sottopietra para preguntarme si estaba disponible para ir a Brasil. Le dije inmediatamente que sí. Para mí ha sido decir “sí” a Cristo otra vez. No hay tarea, por excepcional que sea, que esté al margen de la relación con Cristo. La misión es aceptar que Él nos lleva a lugares que no conocemos. En cada lugar que he dejado, algo ha tenido que morir, para poder irme y ver, en otro lugar, cómo Cristo es la vida de todos los hombres, también de los que todavía no conocemos. Partir es una ocasión para renovar nuestra fe. En México he dejado mucho: los amigos, la experiencia con los seminaristas, con los sacerdotes de la casa, gracias a los cuales el Señor me ha hecho crecer. He colaborado durante cinco años en una historia más grande que yo, donde el “jefe” no era yo. Llegar a Brasil ha sido una gracia extraordinaria, porque veo que todo lo que ha sucedido con Cleuza y Marcos es algo que Dios ha querido, precisamente ahora, para la historia del movimiento y para la historia de la Iglesia».
La historia de los movimientos católicos y sociales cuenta con muchos dramas, e incluso tragedias, para la Iglesia.
El cardenal de São Paulo, el verano pasado, ante 300 chavales nuestros que pidieron los primeros sacramentos, dijo que muchas veces los católicos han ayudado a los movimientos populares y sociales, pero aun haciéndolo han perdido la fe. Y que era la primera vez que un movimiento social llevaba a los sacramentos a personas a las que había ayudado. La grandeza de esta nueva historia es testimoniar la fe en Cristo dentro de las necesidades del hombre, no yuxtapuesta a ellas. Así todo renace, se hace nuevo. Incluso a mis 47 años.
¿A qué te dedicas en concreto?
La tarea que se me ha confiado es la de vivir la comunión con Cleuza y Marcos y con todo el movimiento. Yo tuve una experiencia parecida en Nueva Tierra, cuando en 1985 conocimos Comunión y Liberación. Naturalmente, tengo que adaptarme a la complejidad de la realidad que tengo delante. Son muchísimos. Los universitarios de la asociación son una quinta parte de todos los universitarios de la megalópolis de São Paulo, una ciudad con veinte millones de habitantes. Para poder vivir en este frenesí de encuentros, de necesidades concretas de la gente, hay que dejar espacio a la relación con Cristo, partir siempre de ahí. Cleuza dice que cuando llegamos a casa cansados no queda otra cosa, para recuperarse, que mirar los milagros que Dios cumple día tras día.
La necesidad más urgente a la que tenéis que enfrentaros es la pobreza, gente que no tiene ni una casa. ¿Qué se aprende de ellos?
Que la mayor pobreza es la falta de una verdadera educación. Cleuza cuenta que en la aldea muy pobre donde nació, Mina Geiras, la gente había recibido ayuda de las fuentes más variadas: Iglesia católica, ONG, Banco Mundial, etc. Sin embargo, una vez que alcanzaban los objetivos de los proyectos de desarrollo, todos se quedaban más pobres que antes. Así se dio cuenta de que aquél no era el camino.
¿Por qué se quedaban más pobres?
Porque no eran protagonistas de ese desarrollo. Seguían esperando a que llegasen las ayudas, sin hacer nada. Llegaban alimentos, materiales para la casa, pero en el fondo ellos seguían parados en su pobreza. Cleuza y Marcos saben por experiencia, sin haberlo leído, que la doctrina social de la Iglesia educa de otra forma. Una persona sale de la pobreza cuando llega a ser protagonista de la vida. Si hay que comprar un terreno, hay que ayudar a las personas para que aprendan a ahorrar. La riqueza que quieren dar a los pobres es la educación, que enseña, con disciplina, una ascesis auténtica y en primera persona. Por eso, en todas sus reuniones, si uno llega tarde, aunque sólo sea un minuto, no entra. Un ejemplo es la reunión que tenemos los sábados a las 7 de la mañana, con 3.000 jóvenes que probablemente han trabajando durante toda la noche. A nosotros nos puede parecer excesivo, pero ellos pueden aprender de esta manera el valor de la puntualidad. En Brasil, un chico pobre que llega tarde pierde el empleo. De hecho, muchos de nuestros chavales siguen trabajando en sus empresas porque llegan media hora antes.
¿Qué han aprendido de la experiencia de CL?
Han aprendido que sin comunicar el sentido de la vida no puede haber una ascesis. ¡Pedían a las personas un plazo de veinte años para construir la casa! Ellos conocían ciertas experiencias cristianas que se dan en América Latina y que, de hecho, están alejadas de la Iglesia. No han perdido la fe, ni la relación con la Iglesia, pero ésta pende de un hilo muy fino. Para ellos, conocer el movimiento de CL ha supuesto renacer, porque finalmente han comprendido que sin Cristo no se puede construir un movimiento popular y ni siquiera una casa. Ambas cosas quedarían vacías sin Él. Cristo es el último y auténtico educador, es la única liberación para las personas que se nos han confiado. Ahora están tan contentos por el encuentro que han tenido que se lo cuentan a todos, derribando todas las barreras.
Un aspecto importante del encuentro con CL, y por tanto con la Iglesia, es que vuelven a descubrir la oración y el valor de los sacramentos.
Cleuza y Marcos son personas muy sinceras. Me han confesado que pensaban en la oración como la tarea de las mujeres que no querían trabajar… Su mirada cambió radicalmente cuando fueron a Paraguay y vieron rezar al padre Aldo. Se dieron cuenta del significado de la oración cuando volvieron a casa cansados y no podían dormir por todos los milagros de Cristo que habían visto. Me dijeron: «Sólo esto genera silencio, no sabíamos que esto se llamaba oración, pero de hecho nos ha sucedido así». Esto ha supuesto una corrección extrema para mí. ¿Cuántos de nosotros al llegar a casa cansados no queremos relacionarnos con nadie, menos aún con Cristo? Ellos, por el contrario, entendieron que estar con Él es el único descanso que existe. El cansancio puede ser un don que se nos da para hacer memoria de Él.
Hemos empezado a celebrar la misa todos los días a las 12. Me impresiona cada vez más la capacidad que tienen de identificarse con los relatos del Evangelio. No han estudiado, pero lo esperan todo de aquella Presencia y eso les convierte en los más sabios entre los sabios.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón