Un «pésimo cristiano que no simpatiza habitualmente con manifiestos y peticiones». Pero ha firmado el Appel à la verité en defensa del Papa. IVAN RIOUFOL, editorialista de Le Figaro explica por qué se ataca a la Iglesia y por qué Benedicto XVI obra un renacimiento
«En Malta el Papa no sólo ha condenado los abusos. Ha llorado con las víctimas y ha cargado sobre sí la culpa de los demás. Como hizo Cristo». En opinión de Iván Rioufol, «esa circunstancia se ha convertido en una fuente de renacimiento». Nacido en 1952, editorialista de Le Figaro, una de las mentes pensantes del Atlantis Institute y una voz conocida para los oyentes de radio Rtl, en donde todas las semanas expresa sus opiniones a través del programa Reconstruyamos el mundo, Rioufol es uno de los promotores del Appel à la verité (en www.appelaverite.fr puede verse el texto completo, que ha reunido hasta ahora más de treinta mil firmas): una toma de posición que, si bien expresa su «horror ante el crimen de los curas pedófilos y su solidaridad con las víctimas», defiende a la grandísima mayoría de los sacerdotes, que «transmiten con valor el mensaje de Cristo». Se trata de un manifiesto firmado por la flor y nada de la cultura francesa, y en el que aparecen los nombres de Rémi Brague, Jean-Luc Marion, Fabrice Hadjadj y François Taillandier. Pero también firmas que no esperarías, como la del mismo Rioufol, que se considera a sí mismo como «un pésimo cristiano que ni siquiera va a misa», que «no simpatiza habitualmente con manifiestos y peticiones». Y, sin embargo, ha querido bajar al campo de batalla.
Como ha escrito don Julián Carrón, invitando a todos a volver a Cristo, el Papa ha salvado la exigencia de justicia de todos los implicados en este asunto. ¿Qué piensa al respecto?
Creo que es verdad. Benedicto XVI no sólo ha indicado que la justicia debe seguir su curso, para que los responsables de abusos respondan «ante los tribunales debidamente constituidos», sino que ha escuchado a las víctimas y ha ofrecido su perdón a los culpables. Y en Malta ha hecho todavía más: ha tenido la humildad de llorar junto a las víctimas. En aquellas lágrimas estaban presentes el dolor de las víctimas, el del Papa y el de todos los católicos. Al actuar así, ha llevado a cabo una especie de redención colectiva.
¿Ha sido esto lo que le ha convencido para firmar el manifiesto en defensa del Papa?
Me he sentido herido por las acusaciones a la Iglesia, que se halla en la diana de un proceso mediático injusto. Sin aventurarme en cuestiones teológicas, el motivo es muy sencillo: no soporto el linchamiento. Es cierto que se trata de crímenes intolerables, pero me parece que detrás de esta agresividad contra la Iglesia se esconde también una instrumentalización.
¿En qué sentido?
Basta con mirar cómo presentan los medios de comunicación a Benedicto XVI: como reaccionario y conservador. Con estos clichés se alimenta el furor de las masas y, a pesar de todo lo que el Papa ha hecho para combatir los casos de pedofilia en el clero, ahora es presentado como culpable, con la acusación de haber encubierto dichos casos. Es una contradicción injustificada.
En Le Figaro usted ha observado, sin embargo, que el Vaticano no ha sido un buen comunicador en este asunto. ¿A qué se refiere?
Se han constatado carencias evidentes. Y una sociedad mediática como la nuestra no perdona. El Papa es un fino intelectual, y no se halla demasiado en su salsa con los medios de comunicación. Aunque es verdad que la Iglesia debe mejorar mucho en este aspecto, sin desnaturalizar su mensaje, por otro lado se equivocan aquellos que opinan que ya nadie sostiene ni escucha a la Iglesia.
¿Por ejemplo?
Los comentaristas pintan a la Iglesia como una institución fuera del mundo, enrocada y solitaria. Entre todos ellos destaca el teólogo suizo Hans Küng, que el otro día escribía en Le Monde que «un número inimaginable de personas ha perdido la confianza en la Iglesia». ¿Acaso tiene algún dato? ¿Cómo se explica entonces el fervor en los funerales de las víctimas de Smolensk o la acogida festiva dispensada en Malta a Benedicto XVI? Los que dan lecciones a la Iglesia, ¿están seguros de no ser ellos los que han perdido el contacto con la gente?
¿Por qué dice usted que el Papa y la Iglesia se hallan en el punto de mira de esta campaña?
Porque suponen un desafío para la modernidad. Una fuerza de resistencia ante los que quieren tener el monopolio de la mentalidad dominante y ante los intelectuales, que son los que deciden hoy en día lo que está bien y lo que está mal. La Iglesia sabe resistirse, con un raro valor, a la tiranía de lo políticamente correcto y al terrorismo intelectual de aquellos que pretenden enterrar dos mil años de civilización. En un mundo que ofrece culto al frenesí, en el que los valores cambian según la moda del momento, la Iglesia es la única que resiste los vaivenes del tiempo. Por esto mismo, es la verdadera revolucionaria.
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