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Huellas N.5, Mayo 2010

IGLESIA / Fátima

En el santuario de la libertad

Luca Doninelli

Benedicto XVI ha visitado el lugar donde, en 1917, la Virgen se apareció a tres niños para llegar a un pueblo entero a través de su «sí» y de su humanidad. Le pedimos a un amigo escritor que nos acompañe y esto es lo que nos cuenta

Lisboa es una ciudad bellísima y trágica, no es casual que su música tradicional se llame “fado”, que significa destino, pero con una connotación de destino oscuro, indescifrable. En este extremo occidental del Viejo Continente se acaban los sueños de todos los pueblos antiguos y de sus interminables migraciones a la lejana Asia. Aquí el sueño vuelve a empezar con hombres de coraje inaudito que se lanzaban al mar desconocido en busca de algo más. Algo más, el eterno “más” que todos buscamos siempre.
Lisboa es una ciudad ilustrada, con características que recuerdan a la arquitectura alemana, porque así lo quiso, después del terremoto de 1755, un poder fuertemente dominado por los masones. Las ideologías se hacen más intransigentes y obtusas al ser exportadas.
La ciudad aparece ante los turistas con colores claros y tenues que, más que alegría, suscitan una especie de anhelo disfrazado de falsa despreocupación. Las iglesias son muchas y hermosas, llenas de pinturas, pero averiguar algo sobre los pintores es muy difícil. Las secciones de arte en las librerías están llenas de obras dedicadas al Renacimiento italiano o el Impresionismo francés, pero no hay nada o casi nada del arte de aquí, como si un poder tiránico o una oscura vergüenza quisiera impedir que los que aquí viven conozcan y amen su propia historia.
Estoy en Lisboa para ir a Fátima, al encuentro con el Papa. Llueve mucho y cae con fuerza, como cuando las olas se rompen. Las iglesias están abiertas y en todas hay alguien. Me sorprende que, a diferencia de Italia, aquí va gente de todas las edades, jóvenes, madres con niños, hombres de traje y corbata que quizá tienen un rato libre entre una y otra reunión del trabajo.
Así, con esta observación aparentemente marginal, llego a Fátima. Durante la misa creo entender algo de este acontecimiento. Se trata de algo personal, que toca a la persona. A menudo la religión se manifiesta como un despertar generalizado, como una devoción colectiva, pero la verdadera naturaleza del cristianismo se manifiesta como acontecimiento personal.

El sol y la Señora. Fue a tres niños, tres pastorcillos, cuando el 13 de mayo de 1917 María se aparece por primera vez en una localidad llamada Cova da Íria, donde hoy se alza la capilla al lado del santuario en el que están enterrados los protagonistas de este hecho. Las visiones se repitieron hasta el mes de octubre. 
Situado en el centro de una ciudad que ha crecido desordenadamente (como suele suceder), el santuario –precedido por una plaza inmensa, hoy cerrada, en el lado opuesto, por una iglesia enorme cuya reciente construcción ha suscitado mucha polémica–, tiene la grandiosidad típica de los países que conocen la pobreza, nada que ver con Lourdes, tan sabiamente inmersa en la naturaleza francesa.
Los tres niños se llamaban Francisco y Jacinta Marto –el primero de casi nueve años, la segunda de siete– y Lucía dos Santos, de diez años. Mientras jugaban, vieron aquello que al principio parecía un relámpago.
Lucía, la mayor, recomendó a sus amigos que dejaran de jugar y regresaran a casa. Pero mientras bajaban la pendiente, cerca de una encina, otro relámpago, y en aquel instante vieron sobre el árbol a una Señora bellísima vestida de blanco, con las manos juntas sosteniendo un rosario que descendía por su vestido.
La aparición suscitó la sorpresa de los niños, pero ningún miedo. Esta Señora era “más radiante que el sol, con una luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua atravesado por los rayos del sol más ardiente” (Sor Lucía, Memorias). Lucía era la única que hablaba con la Señora. Jacinta sólo podía escuchar lo que decía, mientras que Francisco sólo podía verla, y sus palabras le serán referidas progresivamente.
Hay algo familiar en este método, algo que respeta por completo al hombre y su naturaleza, a diferencia de la egalité, que es la igualdad de Procuste, de la guillotina y de Pol Pot, es decir, del horror. Aquí el anuncio va unido a la comunicación humana, al afecto de estos tres niños, a su amistad humana. Las palabras de la Señora llegan a Francisco de boca de sus pequeñas amigas, el Misterio se comunica a través de la pobreza humana. Y así el mundo cambia. 
Durante esta primera aparición, la Señora abrió las manos y una gran luz reflejó a los tres niños, “haciendo que nos viéramos a nosotros mismos en Dios, que era aquella luz, con más claridad que en el mejor de los espejos”.
En la aparición de junio, la Señora anunció que pronto Jacinta y Francisco irían al cielo, mientras que Lucía tendría que quedarse más tiempo en la tierra. Lucía se entristeció, no tanto porque sus amigos iban a morir, sino porque tendría que quedarse sola. ¿Por qué Dios nos dona esta compañía, esta ayuda para nuestra vocación humana, pero sólo por un tiempo? ¿Por qué todo lo que es bello debe terminar tan pronto?
La Señora compartía esta tristeza, la entendía bien, y prometió a la niña estar siempre cerca de ella. Es la apoteosis de la libertad humana: al hombre no le basta ni siquiera “haberse visto a sí mismo en Dios” sin la imprevisible respuesta de la libertad humana.
Las apariciones en Cova da Ìria tuvieron lugar el día 13 de cada mes, excepto el mes de agosto. La fama de las apariciones se propagó, y desde la segunda vez un número cada vez mayor de personas asistió a la visión de los pastorcillos. El asunto preocupó tanto a la autoridad civil que el alcalde, después de amenazarlos, los encarceló. Con la intención de obligarles a confesar que sus visiones eran un fraude, intentó engañarlos diciendo a cada uno que los otros dos ya lo habían confesado, pero al final no consiguió nada. Los tres niños no podían negar haber visto lo que habían visto.
Por eso la aparición de agosto tuvo lugar el día 19 y no el 13, como los demás meses. Al leer las memorias de Sor Lucía, parece evidente que los tres niños, desde la primera aparición hasta la última, hacen un camino decisivo de toma de conciencia. Son niños como los demás, cada uno con su carácter: Lucía, reflexiva; Jacinta, inteligente y encantadora; Francisco, ingenuo. Tres niños que seguirán siendo niños: llevarán a las ovejas, jugarán y tal vez tengan que medirse con la incredulidad rastrera de algunos de sus compañeros de juegos.

La ventana y el sacrificio. Sin embargo, su camino personal es claro como el sol. Cuando, durante las últimas apariciones, el camino se vio asediado por multitud de pobres, enfermos, infelices y también simples curiosos, éstos eran sus pensamientos y gestos, a pesar del fastidio. Escribe Sor Lucía: “Allí se veían todas (las) miserias de la pobre humanidad. Algunos gritaban incluso desde encima de los árboles o los muros, allí se subían para vernos pasar. Diciendo sí a unos, cogiendo a otros de la mano para ayudarles a levantarse del polvo del suelo, avanzábamos despacio, despacio, con la ayuda de algunos señores que nos abrían paso entre la multitud. Ahora, cuando leo en el Nuevo Testamento aquellas escenas de Jesús en Palestina, me acuerdo de éstas en las que el Señor, a pesar de ser tan pequeña, me hizo ayudar a los pobres en el camino de Aljustrel a Fátima y a Cova da Ìria. Y doy gracias a Dios, Le ofrezco la fe de nuestro buen pueblo portugués y pienso: si esta gente se postra así delante de tres niños, sólo porque a ellos se les ha concedido misericordiosamente la gracia de hablar con la Madre de Dios, ¿qué no harían si vieran delante de ellos al mismo Jesucristo?”.
Después de muchos años, Lucía se sigue conmoviendo al ver crecer este don: ella no es más que una “pobre niña”, que se asombra por la fe del “buen pueblo portugués” que se postra delante de algo que no ve. La dinámica de la razón unida a la fe es casi más evidente en esta pobre gente que incluso en los tres niños.
Antes de hablar del Secreto de Fátima (que ha hecho decir a Antonio Socci que María es el mayor politólogo del siglo XX), quisiera detenerme en estos tres niños. Mi guía en los dos días memorables de mi vista a Fátima me llevó hasta las casas de estos pastorcillos, la de Lucía y la de los pequeños hermanos Jacinta y Francisco. Ambos se vieron afectados por la fiebre española de 1919. Francisco murió ese mismo año, después de recibir la Primera Comunión, mientras que Jacinta se recuperó, pero un nuevo brote de la enfermedad le provocó una infección pleural muy dolorosa, por la que fue hospitalizada en Lisboa, donde murió en 1920.
El relato de Lucía nos habla de la enfermedad de sus primos, de sus habitaciones siempre llenas de gente –niños y también adultos– que no se quería separar de ellos, y que sin saberlo les causaba un sufrimiento añadido, como por ejemplo los terribles dolores de cabeza que padecieron. En la habitación de Francisco la gente trabajaba (tejedores), los niños se ponían de pie en su cama y jugaban. Le traían leche caliente, que él no podía beber sin sufrir grandes dolores, pero aun así él la bebía pensando en los pecadores que aquel sacrificio suyo podría salvar. En mi visita vi la ventana que Francisco miraba desde su lecho de muerte.

El don de Otro. También de Jacinta habla Sor Lucía. Hasta su lecho en Lisboa fue destino de peregrinación. La niña respondía siempre educadamente a todas las preguntas que le hacían, a pesar del sufrimiento que le causaban sus esfuerzos por mantenerse siempre serena. Por sus palabras parece como si ella considerara que su propio cuerpo no fuera otra cosa que el don de Otro.
Hoy conocemos las tres partes del Secreto de Fátima. La primera, consecuencia de la visión de las almas en el infierno, contiene la predicción de la Segunda Guerra Mundial y la exhortación de María para que la oración y la penitencia incesantes evitaran que otras almas acabaran en el padecimiento eterno. La segunda, referida a Rusia y a su error, destinado a propagarse por toda la tierra (sus palabras fueron pronunciadas antes de la Revolución de Octubre) mientras Rusia no se convirtiera y fuera consagrada –por el Papa y sus obispos– a Su Corazón Inmaculado. La tercera –que comprende la visión del Hombre vestido de blanco que sube a un monte, se arrodilla delante de la cruz y allí es asesinado junto a todos los obispos mientras dos ángeles recogen la sangre de este martirio y rocían con ella a los fieles– fue revelada en 1944 por una carta de Sor Lucía, que hasta aquel momento creía tener el deber de callarlo, y fue comunicada al mundo en el año 2000 por Juan Pablo II.

El secreto de un encuentro. Respecto a la interpretación del secreto, las palabras escritas por el entonces cardenal Ratzinger serán siempre oportunas, con su famosa conclusión: “La fe cristiana ni quiere ni puede ser pasto de nuestra curiosidad. Lo que permanece lo hemos visto ya al comienzo de nuestras reflexiones sobre el texto del ‘secreto’: la exhortación a la oración como camino para la ‘salvación de las almas’ y, en ese mismo sentido, el reclamo a la penitencia y a la conversión”.
Sobre el significado de las palabras “penitencia” y “sacrificio”, nos ayuda la visión del ángel, que se apareció varias veces a los pastores en 1916, antes de las visiones de Cova da Íria. El ángel recomienda a los tres niños que ofrezcan “constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios”. Lucía entonces le pregunta cómo deben sacrificarse y la respuesta del ángel es: “En todo lo que podáis, ofreced un sacrificio en acto de reparación por los pecados con los que Él fue ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores”.
En todo lo que podáis, es decir, todos los instantes de la jornada pueden ser ofrecidos, nada es ajeno a la salvación del mundo (“hasta los cabellos de vuestra cabeza están contados”). Vivir así, en la memoria conmovida del Misterio hecho carne, es la primera salvación del mundo, y nos afecta personalmente, aunque estemos en el lecho de muerte.
La devoción a Fátima no es obligatoria para el cristiano. Sin embargo, la Iglesia entera, empezando por los Papas, se ha apoyado durante el siglo XX en las palabras de una pastorcilla, convertida después en hermana carmelita, Lucía dos Santos. Me vienen a la mente las palabras de Giovanni Testori poco antes de morir: “Para Cristo –dijo– el destino no es algo obligatorio e inevitable, sino aquello que la libertad humana elige no evitar (aun pudiéndolo hacer) por amor del Padre”.
Así ha sido para la Iglesia frente al misterio de Fátima, y así es para mí, el último de los escribas que, viniendo a Fátima, no he visto nada mágico sino la huella de un encuentro –como el de Juan y Andrés con Jesús, como el mío con don Giussanni y sus hijos– que cambió el mundo para siempre, permitiendo al hombre una mirada nueva sobre todas las cosas. 

BOX LA VISITA DEL PAPA
Benedicto XVI ha visitado Portugal del 11 al 14 de mayo. Diez años después de la visita de Juan Pablo II con ocasión de la beatificación de los primeros dos pastorcillos, Francisco y Jacinta. El Papa fue recibido en el aeropuerto de Lisboa por el presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva. Al día siguiente tuvo un encuentro con el mundo de la cultura en el Centro Cultural de Belém y con el primer ministro, José Sócrates. Después viajó a Fátima, donde visitó la Cappelinha situada en el lugar de las apariciones y rezó Vísperas en la iglesia de la Santísima Trinidad. El día 13 celebró una misa en la explanada del Santuario. Como punto final a su visita, el Papa celebró una misa el día 14 en Oporto.

BOX HISTORIA DE UNA PRESENCIA
13 mayo 1917. La Virgen se aparece a tres niños: Lucía, Francisco y Jacinta. Están con sus rebaños cerca de Fátima, en Cova da Iria, cuando, precedida por dos relámpagos, ven a una «Señora más radiance que el sol»: les invita a volver allí durante los cinco meses siguientes, los días 13 de cada mes, a la misma hora. Los niños volverán, y la noticia de las apariciones se extiende rápidamente por todo el país.
13 agosto 1917. Los pastorcillos son detenidos por el alcalde y llevados a Villa Nova de Ourém, donde fueron interrogados. Al día siguiente son liberados: la cuarta aparición tiene lugar por tanto con unos días de retraso, el 19, y en un lugar diferente.
13 octubre 1917. Última aparición de la Virgen a los tres pastores, delante de más de 70.000 personas que se dieron cita en Cova da Iria: la Señora dice ser la Virgen del Rosario, y pide que se construya una capilla para ella. Sucede entonces el “milagro de sol”: ante el estupor de la gente, el disco solar empieza a girar sobre sí mismo, haciéndose enorme, como si fuera a caer sobre la tierra.
4 abril 1919. Muere uno de los pastorcillos, Francisco, afectado por la gripe española. Pocos meses después, en febrero de 1920, morirá también Jacinta.
Octubre 1930. La Iglesia declara las apariciones «dignas de creencia», y permite oficialmente el culto de la Virgen de Fátima.
3 octubre 1934. Lucía profesa los votos perpetuos, entrando en la orden de las carmelitas desscalzas. Sus confesiones desvelarán en diferentes momentos los secretos que la Virgen le había confiado. 
13 mayo 2000. Juan Pablo II beatifica en Fatima a Francisco y Jacinta. Se desvela el tercer secreto. 
13 febrero 2005. Muere Lucía. Tres años después se abre el proceso de beatificación.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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