EL CORAZÓN ACUSA RECIBO
El viernes, tres antiguos alumnos míos vinieron a comer a casa. ¡Los tres participan ya en la Escuela de comunidad con los universitarios! Fue una noche preciosa y disfruté como nunca, porque, entre chistes, ocurrencias, comentarios profundos y dificultades que se les plantean en el curso, nos conmovimos juntos reconociendo que Otro nos ha puesto juntos, como decían ellos. ¡Cuántas preguntas tan verdaderas! Ahora también son mías. Esa noche el corazón no me cabía en el pecho y volví a reconocer que lo más grande que tengo para proponerles a mis alumnos es lo que corresponde a mi corazón, ese tesoro que llevo encima, y que, por muy distraída o rebelde que sea, forma parte de mí. En otra ocasión, me reuní con unas amigas, y la verdad, terminé triste, con un sabor amargo. ¡Es impresionante cómo el corazón acusa recibo! Necesito prestar atención en cada cosa que hago a lo que dice este corazón que Dios me regaló. El martes pasado, por la tarde, en medio del cansancio y el calor agobiante que no quiere aflojar, me avisaron de que había fallecido un familiar mío. Me fui al velatorio llevando el rosario y las meditaciones de don Gius. Le propuse a mi prima que rezáramos juntas. En medio del total silencio, contemplando de cerca la muerte, las palabras de Giussani cobraban sentido: «El primer modo de moverse es con-moverse, moverse junto con la Presencia buena que se ha revelado… pero nosotros, los hombres, tendemos a escapar, sea de la contemplación de nuestro destino definitivo, que es el misterio de Dios, como de la evidencia de nuestro pecado. Necesitamos ayuda para contemplar y aceptar esa evidencia; necesitamos apoyo para evitar a cada paso la huida. Somos totalmente pobres, porque ante el misterio de Dios el hombre no es nada. Su consistencia está en la relación con Él».
Natalia, Santa Fe (Argentina)
SABERSE QUERIDA
Quisiera contaros mi experiencia con el Coro, que tanto bien me está haciendo y que tanta belleza está trayendo a mi vida. Después de unos meses asistiendo a los ensayos, empiezo a entender que lo que me mueve a cantar en el coro es una caridad conmigo misma: yo necesito alimentarme de la fuente de la que nace un cambio positivo en mi vida. En el coro, a través de la belleza de las canciones, las relaciones que se van dando, la técnica que nos enseñan, la paciencia de los directores, aprecio la inmensidad de dones gratuitos que se me dan. El retorno del pequeño esfuerzo que yo hago es tan desproporcionado, tan desmedido e inmerecido que necesariamente tiene que venir de Dios. Esa conmoción de la que hablamos en la Escuela de comunidad se muestra con toda su potencia cuando caigo en la cuenta de que pertenezco a Cristo perteneciendo al coro. Ser partícipe y en pequeña medida artífice de una belleza tan grande y evidente es un regalo inmenso que me llena de agradecimiento. Alguna vez que mi marido me ha venido a buscar después de algún ensayo se ha quedado estupefacto cuando me ha visto entrar en el coche llorando. Con un llanto de conmoción y de agradecimiento. Poco más podía articular que: «¡Qué suerte tengo!, ¡Qué suerte tengo!». Me conmueve mucho entender que Cristo tiene tanta piedad de mí, que me pone delante a personas para las que su ley es el amor, que dedican su vida gratuitamente a otros como yo. Y yo, viendo el espectáculo que se pone ante mis ojos, me sorprendo de cómo, en lugar de ser espectadora, me convierto en protagonista de pequeños gestos de gratuidad en mi vida, que poco a poco llaman a otros gestos de gratuidad, y que se van convirtiendo en ley de mi existencia. Este cambio es un milagro. Y este cambio cada día se extiende a un aspecto diferente de mi vida. Tan definitivo es el cambio que incluso aquellos momentos en que no sé mirar las cosas de este modo, y que antes me bloqueaban, ahora me ayudan a entender que necesito de Cristo para vivir y relacionarme con todas las cosas y las personas. También estos momentos son una gracia que se me concede para que, en el hipotético pero probable caso de que me engría, se me muestre lo incapaz y torpe que soy sin Él. Volver al coro me ayuda mucho a recuperar la humildad y la mirada limpia sobre todos los dones que recibo. Saberme querida de este modo hace brotar en mí una alegría que vibra y que me impulsa al mundo con la felicidad de saber que la fuente de la que mana esta alegría es inagotable.
Eva, Madrid (España)
QUÉ HUMANA ES LA TRISTEZA DEL LÍMITE
El domingo por la tarde me habló mi hermano, que vive en Ciudad Juárez, para decirme que habían matado a Lesley Enriquez y a su esposo. En el coche con ellos venía Rebecca, su niña de 7 meses. Lesley estaba embarazada de 4 meses. Jeanne, la madre de Lesley, falleció hace unos años. Era una de mis amigas más queridas. Viajé con ella a Guadalajara (todavía vivíamos en Juárez) cuando adoptó a Lesley de recién nacida. Me tocó darle su primer baño y acompañar a Jeanne esos primeros días de ser madre, pues yo ya tenía tres hijos y le pude ayudar un poco. La noticia de esta trágica muerte me ha golpeado duramente. Ciudad Juárez es nuestra ciudad natal, nuestra tierra. Allí está nuestra gente y cada vez nos toca más de cerca lo que allí se vive. Pero esta vez no fue sólo la terrible noticia de un asesinato; fue la muerte de un ser querido, una niña que tuve en mis brazos de recién nacida y que es parte de lo que yo soy. ¿Cómo no mirar a Cristo ante este dolor? Es lo único razonable, lo único posible, lo único que me salva de la nada y la desesperanza. Pero, en medio de tanto dolor, he podido experimentar la Presencia misericordiosa del Señor y ver que Él está aquí y no estamos solos: mi sobrina Pamela, la mejor amiga de Lesley y madrina de Rebecca, está haciendo los trámites para adoptarla. Y Pedro Martín, nuestro hijo, que normalmente no es muy dado a rezar, puso una nota en facebook invitándonos a rezar todos los días el Angelus a las 12. A veces necesitamos que la tierra tiemble para comprender quiénes somos nosotros y quién es Dios. Me ayudan en este momento las palabras de don Giussani en Afecto y morada: «Lo más importante es sentir qué humana es la tristeza del límite [en este caso, ante el asesinato y la muerte]. Aquello de donde puede partir todo es algo positivo. Sólo de algo positivo. Pensad si hay un fenómeno que parezca más vacío y árido que el “pedir”: ¡es como si la palabra petición estuviera toda vacía! En cambio, tomar conciencia de que todo lo que yo puedo hacer es pedir, deja entrever la petición como una impotencia radical llamada a abrazar la voluntad de Dios».
Chata
UN AMOR QUE ESTÁ ANTES
Hay personas en cuya compañía el tiempo es más gustoso o verdadero. Son personas que nos hacen vivir las cosas de una forma que solos no hubiéramos podido, que nos acompañan a ver las cosas desde un lugar nuestro y propio, que nosotros mismos no teníamos en cuenta. Por ejemplo, reconocer la supremacía del Misterio en algo banal como la concurrencia a un recital, a un hijo del vulgo contemporáneo como yo no le es automático. El sábado a las 7.30 de la mañana saludé a un compañero de trabajo que pasó a retirar unos materiales para trabajar ese día; a las 8.15 me llamaron por teléfono para que llamara a una ambulancia ya que había sufrido un accidente. Al llegar al lugar del accidente, el paisaje no podía ser más dramático: mi compañero de trabajo yacía fulminado por una descarga de 13.200 voltios, colgado de su arnés al poste a 7m de altura. El caso tenía que ser investigado y me llamaron a declarar, ya que soy miembro del comité de seguridad. Durante dos interminables horas estuvo colgado allí, donde dolía verlo expuesto sin pudor alguno a las miradas y las cámaras fotográficas de quienes no ponen ningún límite a su morbosidad. Un cerco perimetral deficiente permitía que cualquier persona participara de la tragedia como los turistas participan (cual simples consumidores) de una imagen para sumar a un recuento pretencioso de cosas vistas y archivadas sin que impacten verdaderamente en la propia persona. Ninguna miseria humana faltó a la cita; risas, comentarios ideológicos, preguntas sobre las quemaduras de la víctima y dos o tres abogados ofreciendo plata por la dirección, el nombre y el teléfono de los deudos. Tampoco faltó mi propia miseria. Tal vez tendría que informar yo a la familia y me sentía destrozado por lo que irreversiblemente había pasado. La palabra que mejor resume mi sentimiento en ese momento fue una gran soledad. Sin embargo, en un momento dado, me embargó una serenidad sorprendente: toda la desazón, las lamentaciones estériles y la basura con la que reacciona la nada que soy encontraron un interlocutor. Le estaba contando a Alguien mis miedos, mi dolor, mis preocupaciones egoístas y miserables; la soledad se convirtió en relación con el Misterio de Dios. En ese preciso momento, el ruido se transformó en un silencio impresionante, con una profundidad única, como si todo mi yo se pusiera en una actitud de total espera, y yo todo era un “no sé, no puedo, no entiendo, me duele, necesito”. Y llegaron las preguntas más claras, pues se despertaba una humanidad desconocida para mí: ¿cómo saldría a trabajar mi compañero esta mañana?, ¿qué espero yo cuando comienza el día?, la tarea que me toca ¿me vacía o me llena?, ¿salgo a trabajar para vivir el peso del tiempo o para que el tiempo pase?, ¿estoy “yo” presente en el tiempo que pasa o sólo hago cosas? Necesitaba estar en silencio junto a mi esposa y mis amigos, que son el signo del abrazo de Cristo a mi nada. El Señor que lloró ante la tumba de su amigo. “Pocho”, así se llamaba mi compañero, ha alcanzado la vida eterna, y yo comienzo de nuevo, con una nueva percepción del valor del tiempo, de para qué sirve y a quién le pertenece mi tiempo. La muerte abrupta y repentina de mi compañero me ayudó a comprender que la fragilidad sólo encuentra redención en un amor incondicional, en una mirada que nos comprende totalmente, en un amor que está antes de que salgamos a trabajar y que culminó en la Cruz.
Gusi, Resistencia / Chaco (Argentina)
SER HIJO PARA SER PADRE
Soy seminarista diocesano de Campeche. Tuve ocasión de asistir al retiro de Cuaresma, en donde, de la mano del padre Gianni, pude mirar aquello que para mi vocación es un punto esencial: ser hijo para poder ser padre. Todo comenzó entonces al pedirle a mi obispo y al vicerrector de mi seminario iniciar este camino de filiación tan importante en nuestra vida, y así he podido descubrir que incluso ahora don Giussani es un padre para mí. Esta Semana Santa fui enviado junto con otro seminaristaa la comunidad de San Juan Arroyo, localidad de 368 habitantes dentro de uno de los municipios lejanos frontera con Guatemala. Es una comunidad a la que el sacerdote llega una vez al año, si es que no aparece otro compromiso, en donde la sed de Dios es grande y en donde los padecimientos físicos y económicos no son menores. Ahí tuve la experiencia de recorrer casa por casa, escuchar a las personas, compartir la vida e invitarlos a reconocer la misericordia de Dios, que no nos condena, sino que se compadece de nuestras miserias. Esto para ellos fue algo nuevo, pues siempre habían encontrado palabras de condenación por las caídas que como humanos han tenido. Hubo tres chicos que llamaron mi atención: Alexis, Carlos y Enrique. El primero de ellos tiene once años, intentó pasar la frontera hacia EEUU en nueve ocasiones, después de que sus padres lo hicieron; en una de ellas lo logró con ayuda de un tío pero tuvo que regresar. Carlos tiene nueve años y Enrique tiene trece. Son hermanos, hijos de la misma madre, pero de diferentes padres que los han abandonado. Sin embargo, su ansia de estudiar y de salir adelante es grande. Cada uno va a la escuela por las mañanas, por las tardes van a trabajar a los potreros, y Enrique, los fines de semana, viaja en “aventón o raid” al pueblo vecino para aprender a usar la computadora. Durante esta semana, estos chicos estuvieron acompañándome en todo lo referente a la visita de casas; en el catecismo, en las oraciones, incluso en las liturgias. El viernes, día en que iba a estar con ellos por última vez y después de mi despedida, durante el rosario de pésame, después de haber estado participando todos durante cuatro horas en el viacrucis, las siete palabras, el oficio y la marcha del silencio, todavía estos chicos permanecían junto a mí. En ese momento entró un niño y le preguntó a Alexis si quería jugar pues todo estaba aburrido, me sorprendió la respuesta de Alexis: «No, esto que estamos haciendo es algo importante para mí, quiero seguir acompañando a Gus porque él nos está enseñando a estar con Jesús». Luego el mismo chico se le acercó a Carlos y le hizo la misma pregunta y Carlos respondió: «No, no quiero jugar mientras la Virgen sufre, quiero estar con ella, como Gustavo ha estado con ella y con nosotros». Ahora he comprendido el ser hijo para ser padre, pero lo he podido hacer por la mirada de misericordia que Dios ha tenido conmigo a través de esta gente, en especial de estos pequeños que también buscaban la mirada misericordiosa de Cristo, que ya lo había hecho con la mujer adúltera, con Zaqueo y con los primeros dos discípulos, la mirada que cambia, que me ha cambiado y que transforma mi entorno, con mis manos pero con su fuerza.
Gustavo, Campeche (México)
DESDE AQUEL ÚLTIMO AÑO DE COLEGIO…
Allá por el año 1981, asistí a un retiro impartido por Jesús Carrascosa cerca de la ciudad de Úbeda en la provincia de Jaén (España), junto con un grupo de unos quince compañeros y el director del Colegio Salesiano, D. Antonio Altarejos. La casa de ejercicios, anteriormente llamada Pío XII, está situada en una zona de gran belleza. Aquel grupito, yo incluido, fuimos impregnados –entonces lo intuí, ahora tengo certeza de ello– en una brisa de espiritualidad y alegría en el reencuentro personal y comunitario de re-conocernos como hijos del gran Acontecimiento, del Único capaz de transformar al hombre, mediante la Gracia, en instrumento nuevo, limpio de herrumbre. Aquellos días tuve la intuición de que sólo la presencia alegre y contagiosa del entusiasmo que viene del Espíritu, por medio de personas concretas, fue la que movió nuestras jóvenes almas para continuar con aquel conjunto de muchachos de tercero de bachillerato, reunido cada mañana en la capilla del colegio para rezar los Laudes y vivir ese Acontecimiento que fue aquel último año de colegio. Han pasado años, muchos, quizás. Pero entonces tuve la intuición, hoy la certeza, de que nada hay irrelevante en el camino de la vida. Que nada es casual. Y, sobre todo, que vuestro movimiento es escuela de alegría, de belleza y de verdad, que realmente conmociona, en el sentido dado por don Giussani. He asistido hace unos días al Retiro de Cuaresma de CL en Córdoba. Allí también he adquirido la certeza de que la conmoción, a pesar del tiempo, no es un estado de “ánimo”, sino más bien un estado del alma, permanente.
Joaquín
VOLVER A LA VIDA
Para la comunidad de Monterrey es muy conocido el caso de Juan. Un joven que a sus 17 años se libró de la muerte en un accidente cuando viajaba en una motocicleta. En el accidente, su tío, a quien acompañaba en la moto, murió instantáneamente. Por el impacto, Juan fue proyectado varios metros de distancia, pero no perdió el conocimiento. Juan supo desde ese momento que había perdido una pierna. Fue intervenido de emergencia y días después, al despertar en el hospital, su percepción en el día del accidente se confirmó. Además de tener fracturada la cadera, y contusiones en todo el cuerpo, le habían amputado la pierna izquierda. Meses después del accidente su hermana Mari nos comentaba lo siguiente: “Mi hermano ha tenido tres operaciones desde entonces. Lo más duro para la familia ha sido la imposibilidad de contar con los recursos para comprarle una prótesis. A mi hermano le gustaba jugar futbol. Ahora se siente deprimido y no quiere salir de la cama”. Mari es secretaria de Regina. Regina, que es miembro de la comunidad de CL en Monterrey, no fue indiferente a la pena y nos contagió a todos del deseo de ayudar. Muy pronto organizamos un Curso de Introducción a la Cultura del Vino. Estos cursos, que ya son tradicionales en la comunidad, sirven para recabar fondos, y con estos, desarrollar eventos en las dimensiones de caridad, misión y cultura. En esta ocasión, los fondos recabados fueron donados para la compra de una prótesis para Juan. En este esfuerzo, el doctor también donó todo su tiempo y el tratamiento necesario. Las imágenes de Juan hablan por sí solas. Un joven que recupera su dignidad y, en medio de este drama en su vida, descubre que puede volver a caminar sin muletas gracias a la ayuda conjunta que le brindan la familia y los amigos. ¿Quién hace posible este conjunto de esfuerzos y voluntades encaminadas al bien de Juan? Juan es testigo del cambio que se genera en la persona cuando se tiene la suerte de encontrarse con la caridad.
La comunidad de CL de Monterrey (México)
MI PADRE Y YO
Querido Julián: Quería contarte dos hechos que tienen gran importancia en el camino que estoy haciendo. El viernes 12 de febrero me puse de novio, algo que me puso muy feliz. Lamentablemente, ese mismo día me enteré de que a mi padre lo habían despedido del trabajo, luego de 23 años de trabajo honesto y dedicado. Lo dejaban a un lado. Fue una noticia devastadora para mí y mi familia. Al enterarme, pensé inmediatamente en el fin del mundo para mí: mi crédito de celular, la cuota de mi facultad, la tarjeta de crédito, etc. Pero decidí volver a Rafaela a acompañar a mi familia y sucedió algo increíble. Ver a mi padre con toda su humanidad ahí, en la terminal de ómnibus, hizo realmente que despertara el dolor de él en mí. Pasé del “dolor” por la pérdida de objetos que antes podía permitirme, a un dolor inexplicable. En estos meses, este dolor ha hecho nacer en mí una seriedad y un compromiso conmigo mismo muy grande: yo a través de este dolor voy al fondo de mi relación con Cristo, lo encuentro a Él en hechos que antes no lo veía. Hoy puedo decir que mi vida no se apoya más en esos objetos (que obviamente no quiero perder), pero reconozco a Alguien más grande que tiene todas las respuestas para mis deseos y, como me dijo mi padre al subir al auto ese 12 de febrero, “Este hecho es porque Él quiere algo mejor para mi vida”. Que la mayor víctima de esto, mi padre, pueda reconocer Su presencia en este momento, ha despertado en mí también una fascinación por mi padre. Y el otro suceso, también doloroso, fue haber rendido un final con 10. Sí, la nota más alta que tengo en mi analítico de la universidad es la que más dolor me da. En el transcurso del examen la profesora decide hacerme una pregunta que no estaba en el programa de la materia: “¿Qué es la religión para vos?”. Era el momento más grande que podía tener en mi facultad privada y atea de decir “yo”, y respondí lo que ella esperaba (respuesta marxista). Fue una traición a Cristo. Dos semanas después, decidimos con los de mi Escuela de comunidad hacer una volanteada de bienvenida de ingresantes en la Universidad Nacional de Córdoba. Fui con un amigo del CLU. Llegamos a la facultad de Bioquímica con Lucas y nos encontramos con ellos. Eran 50, 70, 80, nosotros éramos dos. No podía otra vez decirle que no a Cristo. Gracias a la presencia de Lucas, que también tenía los mismos temores que yo, repartimos los volantes; y lo más importante fue el juicio que hicimos, no importaba cuántos de estos chicos nos iban a llamar o iban a querer participar de uno de nuestros encuentros, no importaba realmente la parte cuantitativa, si eran 1 ó los 100 chicos, el triunfo fue haber dicho que Cristo estuvo presente se nos presentó a través de rostros que no conocíamos, y dejábamos en sus manos el tesoro más importante que tengo en mi vida, el CLU. Realmente “hay que hacer”, hay que adherirse a lo que se nos propone, para poder entender.
Francisco, Córdoba (Argentina)
EL CIENTO POR UNO
Hace 25 años, un hombre me prometió una vida grande y bella, me prometió que si seguía a Cristo experimentaría el ciento por uno. Durante estos años, mientras iba disfrutando de la vida, imaginaba de mil maneras como sería este ciento por uno: pensaba en el éxito, en una fecundidad cultural, en la presencia del movimiento, en el reconocimiento por parte de los demás, con una situación cómoda, etc. Estas vacaciones de Semana Santa, sentado delante de un bello pinar, en el momento más complicado de mi vida a nivel económico, con un futuro lleno de incertidumbres, donde ni por asomo se ha cumplido ninguna de mis expectativas, me he dado cuenta de que el ciento por uno había llegado. No ha ocurrido nada de lo que había imaginado, y probablemente no ocurra, pero reconozco que Él es quien llena mi vida y esto me hace feliz.
Carta firmada
CARTEL DE PASCUA
«¿El arte? es como ese niño de la esquina del cuadro...»
Marc Chagall nació en Vitebsk, en la actual Bielorrusia, en 1887. Cuando pintó este cuadro, en 1975, era un hombre de casi noventa años. Sin embargo, la felicidad de su juventud permanece en su memoria, y aún parece vibrar con una frescura que el tiempo no ha sido capaz de mellar. Chagall nació en una familia judía, donde recibió una educación religiosa marcada por el hasidismo, un movimiento piadoso nacido en Europa central en el siglo XVIII. Es una matriz que le marcará para toda su vida, de la que procede esa mirada festiva, casi de cuento, sobre la vida. Así es como, con casi noventa años, ambienta esta representación del Hijo pródigo sobre el fondo de un pueblo en fiestas, como podría ser Vitebsk en sus años de juventud. Toda la comunidad, dispuesta como si fuera el público convocado a un espectáculo en la plaza, participa de la alegría por la vuelta del hijo que creían perdido y por la acogida que le dispensa el padre. Éste estrecha en sus brazos al hijo, que se hace niño mientras apoya la cabeza en su pecho. Hasta el sol parece ensancharse de felicidad. Y un gran pájaro rojo y gordo aparece como símbolo de esta felicidad incontenible. También se alegra Chagall, que está representado en la esquina inferior derecha con una paleta de colores. Si os fijáis en él, descubriréis que tiene una mirada de niño eterno. Una vez escribió: «El arte es como un niño bueno. No hay escuela en donde se enseñe esto. No hay que tratar de dibujar bien, de pintar
Giuseppe Frangi
UN VIAJE?A?ROMA
En Roma, Plaza de España
La clase de mi hijo Carlo es una clase maja, pero muy movida. Hay muchos chicos estupendos, tienen 16 años, un poco pasados de revoluciones, pero simpáticos. Entre los profesores, hay quienes les adoran y quienes les odian. Al volver de una excursión escolar a Roma, mi hijo me contó que una noche se fueron a la Plaza de España, y se quedaron un rato observando la “fauna” que había por allí. En un momento dado, algunos compañeros suyos vieron que en la escalinata había un grupo de chicos cantando y se unieron a ellos. Carlo reconoció los cantos y el cancionero, y se fue a verles. Eran de un colegio de Bérgamo, muchos de ellos del movimiento. En su clase nadie participa de la experiencia de GS, pero todos saben qué vida hace Carlo, y se quedaron con él a cantar. Cuando volvieron al hotel, Nico, un amigo suyo (un chico despierto y simpático, el típico tío majo que tiene todo en la vida, procedente de una familia no convencional, y ateo, para más señas), le dijo: «Este verano quiero ir a las vacaciones que organizáis vosotros». Mi hijo le respondió: «Ya te había dicho que CL, más que una asociación religiosa, es una vida, un lugar donde yo estoy a gusto y que me hace estar contento». Esto me conmovió. Es impresionante ver cómo el Misterio se hace presente en la vida de las personas. Sólo hace falta ser leales como Nico. Él lo ha reconocido en un modo de cantar. No sabe quién es el Señor, pero quiere ir de vacaciones con Él, y yo Le reconozco presente en la certeza del relato de Carlo. Un hecho es un hecho.
Cristina, Cuneo (Italia)
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón