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Huellas N.4, Abril 2010

IGLESIA / ANIVERSARIO
El mes de los dos Papas

Historia de una amistad

Paola Bergamini

Hace cinco años, el paso de Juan Pablo II a Benedicto XVI.  Pero, ¿qué es lo que les une profundamente? Un cierto modo de entender la fe. La pasión por Cristo, «centro del cosmos y de la Historia». Y un hecho que MARINA RICCI, vaticanista que los conoce bien, explica así...

El recuerdo de aquel 8 de abril de 2005 es indeleble. El ataúd sobre la plaza de San Pedro, el viento que desordenaba las vestiduras de los cardenales, el silencio de la multitud que acompañaba la Misa solemne. Y luego aquellas palabras al final de la homilía: «Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice». Pronunciándolas, el cardenal Joseph Ratzinger. El hombre que el 19 de abril, en el cuarto escrutinio, el Cónclave elegirá como Papa.
En estos cinco años de pontificado, muchos han subrayado la diferencia entre Benedicto XVI y su predecesor. Es verdad. Pero hay un factor que surge ante los ojos de quien lo quiera ver: el amor apasionado de ambos a Cristo presente en la vida de cada hombre y a Su Iglesia. Y la idea de que ése, y sólo ése, es el corazón de la Historia. Esto les une, y se convierte en un signo de continuidad. El último ejemplo, en orden cronológico, es el mensaje que Benedicto XVI ha escrito el pasado 28 de marzo para la XXV Jornada Mundial de la Juventud. El Papa ha retomado el episodio evangélico del joven rico, y algunos pasajes de la carta que Juan Pablo II escribió en 1985 a los jóvenes: «Con este pasaje evangélico, mi Predecesor quería invitaros a cada uno de vosotros a “desarrollar el propio diálogo con Cristo – un diálogo que tiene una importancia fundamental y esencial para un joven”», escribe Benedicto XVI. No es casualidad, y es necesario decirlo, que Juan Pablo II lo quisiera a su lado como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe desde 1981, rechazando varias veces su dimisión.
De estos cinco años, de esta continuidad en la diversidad, hemos hablado con Marina Ricci, vaticanista del TG5, que ha seguido los 27 años del pontificado de Juan Pablo II y ahora el de Benedicto XVI. Y cuando habla de ellos, en vez de partir de un análisis, parte de un hecho: «Eran dos amigos. Éste es el factor que, en mi opinión, marca estos dos pontificados. En su último libro, Memoria e identidad, Juan Pablo II sólo menciona a un cardenal: Ratzinger. Y lo define como «el amigo que siempre dice la verdad». Por su parte, Benedicto XVI hizo, en cierto modo, el primer balance del pontificado de su predecesor precisamente durante la homilía de su funeral: «nos ha despertado de una fe cansada, no sólo por los aspectos externos, sino por los contenidos».

¿En qué sentido?
Juan Pablo II comienza su pontificado con una encíclica, la Redemptor hominis, en la que escribe que Cristo es el centro del cosmos y de la Historia. En aquellos primeros años, yo escuchaba una y otra vez, de modo continuo y presente, en las homilías, en los discursos, etc., el nombre de Jesucristo. Había una insistencia que, en el tono y en los contenidos, sonaba como un despertador. Una palabra que ha marcado todo su largo pontificado.

Una herencia difícil para el sucesor...
Sí, pero Benedicto XVI ha tenido la humildad de aceptar convertirse en Papa sabiendo, por una parte, exponerse públicamente, ya que la comparación iba a ser inmediata, y, por otra, que era el único cardenal que podía rechazar este “desafío de la sucesión”.

Sin embargo, todos pensaban lo contrario. Que el desafío era precisamente ése: cómo sería capaz de mantener “el papel”.
A Ratzinger ni siquiera se le pasaba por la cabeza aceptar el desafío de la sucesión; ha aceptado el pontificado. Se trata de algo distinto. Otro plano: el de Dios. Ratzinger no tenía ninguna ambición de poder. Él había “seguido el juego” a su amigo, en el sentido de que había dirigido, siempre en perfecta sintonía –y esto pocos lo subrayan–, la Congregación para la Doctrina de la Fe, con intervenciones sobre temas muy espinosos: el documento sobre la homosexualidad, la lucha por erradicar la teología de la liberación... Ratzinger pensaba que el partido había acabado, y que, por fin, podría retirarse a estudiar. Y mira por dónde se abría para él el horizonte de una nueva conversión: obedecer hasta el fondo.

¿Cómo se expresa esta nueva conversión en estos cinco años?
Sobre todo, precisamente siguiendo siendo uno mismo. Con una gran capacidad de relacionarse con las personas. Pienso que hay una manera de ser santo que no es igual para todos. Entendiendo como santidad la vocación a la que somos llamados. En Juan Pablo II era evidente, y digamos que también explosiva. Las audiencias de Benedicto XVI duran más en lo que respecta al momento que sigue a la audiencia como tal, porque el Papa se detiene a saludar persona a persona, y a escuchar lo que le dicen. En el Valle de Aosta le he visto hablar con las ancianas del pueblo. Por eso ya no es «el amigo de Juan Pablo II que siempre dice la verdad», es el amigo de todos que siempre dice la verdad. Incluso cuando puede costarle caro.

Hemos hablado de la continuidad en la diferencia de carisma de estos dos Papas. ¿Cómo se expresa?
Juan Pablo II subrayó desde el principio de manera clarísima que el encuentro con Jesucristo puede verdaderamente cambiar la vida, que no es algo espiritual y lejano, sino más bien algo carnal y terreno. Benedicto XVI ha retomado el tema de la misericordia: sólo la misericordia de Dios puede ser un límite al mal incluso dentro de la Iglesia. Durante el Vía crucis de 2005, que dirigió Ratzinger porque el Papa ya estaba mal, el futuro Benedicto XVI habló, escandalizando a muchos, de la suciedad dentro de la Iglesia. No existe solamente el mal de las dictaduras, de las ideologías: existe el mal dentro de cada hombre, también en los sacerdotes. Un tema que en estos días ha vuelto a salir a escena. En el dolor expresado abiertamente por todo lo que está sucediendo, más allá de la búsqueda de la verdad, el Papa ha insistido en que sólo el amor misericordioso de Dios salva al hombre del límite del mal. Es decir, que la misericordia de Cristo une personalmente y en la continuidad estos dos papados.

Algún episodio de tu relación con ellos que se te haya quedado grabado en la memoria.
Habría muchísimos... De Juan Pablo II, recuerdo de modo imborrable los días de su muerte, cuando el tiempo parecía detenido. Pero hay otro momento. Durante uno de los últimos viajes, cuando ya estaba siendo probado por la enfermedad, quiso hacerse una foto con todos los que estaban en el avión con él. Pero no una foto de grupo, sino uno por uno. Éramos más de 50. No he visto a ninguna persona que, posando junto al Papa, no le cambiara la cara y no estuviese emocionada.

¿Y de Benedicto XVI?
Otro viaje: el de Turquía. Era uno de esos viajes sobre los que se había... pontificado mucho. Se decía que iría mal, se hablaba de un posible atentado, había ocurrido lo de Ratisbona... Todo hacía pensar lo peor. Pues bien, el Papa va a Turquía y a la vuelta se convierte en...“papá”. Los periódicos turcos habían titulado, precisamente, que había llegado como Papa y regresaba como padre. La capacidad de cambiar las cartas sobre la mesa, de desbaratar, es propia de estos Papas.


PARA SABER MÁS
El mensaje de Benedicto XVI para la XXV Jornada Mundial de la Juventud.
La carta apostólica Dilecti amici de Juan Pablo II para el año internacional de la juventud (1985).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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