Tensiones al límite. La diplomacia en apuros. Y el camino hacia la paz que nunca ha parecido tan bloqueado como ahora. Hay nuevos indicios en el conflicto árabe-israelí que hacen temer una tercera Intifada. VINCENT NAGLE, misionero en Israel y Palestina, cuenta cómo se vive allí donde el hombre es prisionero de esquemas cerrados. Y por qué la alegría es «políticamente» lo más útil.
En la superficie las cosas parecen claras. La violencia que ha estallado a mediados de marzo en varias zonas de Jerusalén. Éste es el intento de los movimientos islámicos, empezando por Hamás, de encender la mecha de las tensiones. Después, el anuncio de nuevos asentamientos israelíes en la zona oriental de la Ciudad Santa. Quien vive allí ha visto la Ciudad Vieja asediada por millares de militares. Los pasos fronterizos con Cisjordania cerrados durante días.
A las pedradas palestinas y los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad israelíes, ha seguido el lanzamiento de un cohete Qassam desde Gaza sobre un kibbutz en el sur de Israel. No procede de Hamás. Es el indicio de raíces plantadas en la Franja por parte de grupos de Al-Qaeda, que consideran a Hamás demasiado blando y están dispuestos a sacar provecho de la situación de crisis. En los días en que la diplomacia internacional intentaba la reapertura de las negociaciones, con las visitas del vicepresidente norteamericano, Joe Biden, y de la Ministra de Asuntos Exteriores de la Unión Europea, Catherine Ashton, se ha incitado a la resistencia violenta desde otros lugares: el jeque Kamal Khatib, jefe del Movimiento islámico en Israel, ha proclamado el “día de la ira”, reaccionando ante la hipotética construcción de una sinagoga que dominara la Explanada de las Mezquitas.
Negociaciones en situación de riesgo. Unos días después, mientras desde la Franja de Gaza el secretario general de la ONU, Ban Ki Moon, criticaba el bloqueo israelí, el primer ministro, Benjamin Netanyahu, de visita en el Congreso de los Estados Unidos y en la Casa Blanca, dejaba helados al Cuarteto de mediadores –Estados Unidos, la ONU, la UE y Moscú–: la petición de detener los asentamientos ha sido zanjada de manera categórica: «Jerusalén no es una colonia, es nuestra capital», ha dicho Netanyahu. Amenazando con que, si los palestinos no renuncian a sus exigencias, «las conversaciones de paz se detendrán durante un año». Las 1.600 nuevas viviendas y el proyecto de la sinagoga no son los únicos motivos de la vuelta a la violencia en Jerusalén y Cisjordania. Hace poco, el Estado de Israel ha publicado una lista oficial de los lugares de interés nacional que incluye la Tumba de Raquel, en Belén, y las de los Patriarcas, en Hebrón. Lugares santos para los musulmanes.
«Pero la gente no quiere la vuelta al caos. La gente sabe que una tercera Intifada no llevaría a ninguna parte». El Padre Vincent no tiene coche, pero dos o tres veces por semana tiene que ir a Cisjordania, vive de manera estable en la Ciudad Vieja y el fin de semana está en Ramala. Habla muchísimo con los taxistas y se mezcla con todos. «La gente normal no ve ninguna ventaja en la resistencia violenta; quien está influido lo está porque está a las órdenes de los jefes radicales. Y esto se ve en que la respuesta a la “llamada” explícita de los líderes ha sido, gracias a Dios, inferior a sus expectativas». Animan desde todas partes, pero pocos son los que se inclinan a seguirles.
Más allá de las cifras, los que han bajado a la calle con piedras eran todos jóvenes. «Este hecho tiene una única razón, que constituye el problema más grave, el verdadero problema: aquí todo está politizado». El Padre Vincent Nagle es misionero de la Fraternidad Sacerdotal San Carlos Borromeo. Trabaja para el Patriarca Latino de Jerusalén, monseñor Fouad Twal, y ayuda en la parroquia de Ramala.
Cuando llegó a Tierra Santa, vivió durante un año en una familia árabe, donde veía a los hijos, de nueve y doce años, pasar todo el tiempo libre visitando en internet websites políticas. Recorriendo nombre por nombre las listas de los palestinos asesinados. «Comienzan a militar en los movimientos desde muy jóvenes. A los trece, catorce años. La mayor parte no tiene estudios, ni una buena educación: débiles, por esto y por el miedo a que la voz de su pueblo se pierda, se dejan manipular». En el día a día, la presión israelí se ha endurecido. «Hace unos días estaba en un autobús que iba a Belén», nos cuenta: «A unos centenares de metros de la antigua muralla de Jerusalén, nos pararon unos militares israelíes». Hicieron bajar sólo a los jóvenes palestinos. Él miraba desde la ventanilla. En pocos minutos, el control se transformó en una pelea. Un militar comenzó a gritarle en la cara a un joven que lo había provocado, golpeándole en el pecho con la mano. Se unieron también los demás y le pegaron, esposándole. «Las provocaciones se viven con mucha fuerza por ambas partes. El otro no debe existir». Como sucede en los mapas geográficos, en los que no existe el Estado de Israel, o viceversa, no existe Cisjordania. «Ésta es la mentalidad que se respira. E Israel sigue dando muestras de no tener ninguna intención de normalizar las relaciones». Posturas que alejan la solución en base a “dos pueblos, dos Estados”, y que pasa también por la restitución de los Altos del Golán a Siria.
El hecho de vivir cada día inmerso en esta situación le ha llevado al padre Vincent a pensar a menudo que es imposible para el hombre creer que pueda haber algo más importante que la política. Ahora sí lo hay. «Humanamente es imposible pensar que el juicio no sea político, y vivir en consecuencia. Si no sucede, es imposible». No está hablando de un pensamiento, o de una posición que se mantenga en una vida cotidiana hecha añicos por el conflicto. Está hablando de la Misa, delante de la Basílica de Belén, con el Papa Benedicto XVI, en mayo del año pasado. Eran siete mil, ocho mil personas. «Ha estallado una alegría que no hubiéramos podido imaginar. Éste es el renacimiento. La alegría y la libertad, que estallaron en aquel momento, son las intuiciones del hombre ante algo que le da la vida».
Mientras se estaban desarrollando las recientes tensiones, se reunió con sus amigos para trabajar el texto de la Escuela de Comunidad. «Sin decidirlo, todo el tiempo hicimos memoria de aquel día. Porque en aquel momento nos sentimos mirados, comprendidos y liberados. Y éste es un descubrimiento que hoy se necesita». Por ejemplo, ahora están trabajando el tema de la caridad, a partir del Se puede vivir así, de don Luigi Giussani. «Ayudémonos a ver que el problema no es cómo el juicio de la fe cambia la vida, o cómo debo hacer. Sino en qué consiste este juicio. Qué es la caridad, el amor de Dios por nosotros. Y para nosotros consiste en volver a estar con el Papa. La sonrisa y la libertad inesperadas» que, en aquel momento, barrieron incluso todas las preocupaciones políticas dentro de la propia comunidad cristiana y católica, contrarias a la “conveniencia” de aquella visita.
Nos ha liberado del peso. Hoy el padre Vincent vive y disfruta de los gestos de gratuidad, aunque pequeñísimos, que afianzan la vida de cada día. Desde tantos sitios distintos. Hacen vivir otra calidad de vida. «Son un signo potentísimo: destruyen cualquier presupuesto. Porque te vuelven a poner en relación con el Creador, que nos ha perdonado y nos ha liberado del peso que nos oprimía». Luego se detiene: «Aquí está tan claro… La alegría y la libertad no se las da el hombre». Sin embargo, son la única cosa que no le deja encerrado en sus esquemas, en los que pierde la vida. Todo puede ser políticamente manipulado, cualquier emoción se manipula, sobre todo el miedo. La alegría, no. «Políticamente, lo más útil es la alegría».
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón