Celdas masificadas, reincidencia, suicidios... Pero también hombres como Andreas, que dice: «La cárcel ha sido mi salvación», o Roberto, que cocina por agradecimiento. Una posibilidad nueva nacida de la amistad con los voluntarios y del trabajo. Empezamos aquí nuestro viaje por el sistema penitenciario italiano, para comprobar si se trata de anomalías o si estos ejemplos pueden indicar un camino viable
Los números están ahí, en la pantalla de la página web del ministerio de Justicia: en Italia hay 67.178 presos en 206 cárceles, 37% de extranjeros; alrededor del 21% se ocupa de los llamados trabajos domésticos en las dependencias de la administración penitenciaria, algo menos de un millar trabaja con las cooperativas sociales. A esto hay que añadir las crónicas de la prensa, con sus correspondientes comentarios y opiniones que, periódicamente, hablan de masificación, de suicidios, de excarcelaciones “demasiado” anticipadas o de penas preventivas demasiado largas. Además...
Además, en el bloc de notas se recogen los apuntes de lo que cuentan las personas que viven o han vivido la experiencia de la cárcel. Hay muchas frases subrayadas en rojo. Leo algunas de ellas: «El cambio genera libertad», «He vuelto a descubrir una fe que había sido rechazada», «He empezado con ellos una relación de amistad», «Me ha impresionado el factor humano». En la memoria quedan grabados los rostros, las sonrisas y también la vergüenza al comienzo de nuestra conversación. Hay cierta timidez a la hora de relatar la amistad nacida con los que, a través del trabajo, o simplemente estando con ellos, les han cambiado la vida. Les han hecho felices. ¿Se trata de hechos esporádicos que no sientan precedente? ¿Son acaso islas felices, como las ha llamado alguien refiriéndose a la experiencia de Padua que relatamos en estas páginas? O tal vez... Tal vez sean como los reflectantes de las carreteras, que indican por la noche la dirección a seguir. Nos gustaría comprobar esta segunda hipótesis, y para ello contaremos las historias de este primer “recorrido” por algunas cárceles lombardas, tratando de detectar e indicar estas señales.
Pescadores de hombres. En 1986, nacía en la cárcel de San Vittore, en Milán, la asociación “Encuentro y presencia”, fruto de la experiencia de CL, que luego se ampliaría a otras cárceles milanesas. En Bresso, periferia milanesa, los amigos de esta asociación han alquilado algunos apartamentos que ponen a disposición de los presos y de sus familias, cuando sea necesario. Es la última tesela de esta experiencia que tiene como punto de origen un acompañamiento a los presos –que contempla también la búsqueda de trabajo, y la relación con las familias–, destinado a reconstruir un tejido social y de relaciones que permita su reinserción en la sociedad. Delante de la verja me espera Andrea, director de un banco, que carga con varias bolsas de la compra. «Este fin de semana un preso ha obtenido permiso para salir, después de 20 años. Mi mujer ha comprado cosas de primera necesidad», me explica. «Enseguida verás a Antonio y a Andreas. Los conocimos en San Vittore y en la cárcel de Bollate. Ahora están fuera. Nos seguimos viendo. Cuando Antonio estaba en régimen de semi libertad le invitamos a venirse de vacaciones con algunas familias. Es un amigo». Antonio, que tiene tres hijos y 59 años, ha pasado más de la mitad de su vida en la cárcel. Empieza a contarnos: «Yo estaba en el V brazo de San Vittore, alta seguridad. Un día pasó un voluntario empujando un carrito lleno de ropa para repartir. Le llamé para que me diera algo. Él llegó y me dio algunas prendas con una amabilidad tan grande que me llamó la atención. Le pregunté su nombre y le pedí que nos volviéramos a ver. La semana siguiente volvió con una caja llena de lápices de colores. Había sabido que yo tenía hijos pequeños. Después conocí a Mirella y a los otros que venían los sábados a hablar con los presos. Casi como un reto personal empecé yo también a asistir a sus encuentros. De ahí nació una amistad que hizo pedazos mi coraza. No tenían ninguna pretensión, hablábamos de todo, perdiendo su tiempo con nosotros. Me devolvieron la libertad de pensar, de decir y de hacer». Antonio ya no ha abandonado nunca a estos amigos. Ha cortado con su vida anterior. Pero, ¿por qué eran así estas personas? «¡Habrán recibido también ellos un puntapié de Alguien que está arriba! Ellos fueron los que me pescaron a mí. Al principio venían ellos a verme, ahora voy yo a verles y les ayudo en la asociación».
Andreas tiene todavía un acento marcadamente alemán, aunque lleva siete años en Italia. Desde que le metieron en la cárcel. En un tono seco, dice: «En el primer encuentro con Beatrice y con Tina en la cárcel de Bollate fui categórico: “Soy ateo y comunista. ¿Conforme?”. Y ellas: “Vale”. Estaban interesadas en mi persona, en mí. Esto las hacía diferentes de los otros voluntarios. De ahí nació todo. El primer paso fue aceptar mi situación, mi responsabilidad. Empecé un camino de fe. Todavía no he dicho que sí, pero estoy seguro del camino. La cárcel ha sido mi salvación».
Persona, libertad y camino. Los primeros reflectantes empiezan a iluminar el recorrido.
Bollate, en las afueras de Milán, es un centro de reclusión modélico, incluso en su estructura. Se trata de un ejemplo único en Italia. El 70% de los presos trabaja. La reincidencia es mucho más baja. Hay talleres de peletería, de carpintería, invernaderos. Los presos tienen posibilidad de encontrarse y lugares para hacerlo. Son muchas las asociaciones de voluntarios que ofrecen sus actividades. «Una aportación fundamental», explica Lucía Castellano, directora del centro penitenciario: «Lo que hace de una cárcel un lugar desde el que poder realmente volver a empezar, y por tanto aprovechar las oportunidades, es la participación de la sociedad civil. El voluntariado es una de las máximas expresiones de la coparticipación de la vida civil».
Leopardi y La Misión.Entre los voluntarios de “Encuentro y presencia” conozco a Franco, a Felice, a Elena y a Tina. Tina tiene casi 74 años, está prácticamente ciega, y desde hace más de 20 años viene a la cárcel dos veces por semana. Su nombre siempre sale a relucir en las conversaciones de los presos. Cuando entramos en las distintas secciones, muchos la saludan y se acercan a ella. Se ve que hay un respeto y un afecto hacia ella, casi una devoción. Sobre una mesa hay café, pizza y manzanilla. «Lo he preparado yo», explica Roberto, argentino: «Con ellos he empezado otra vez a fiarme. Hacen todo de forma gratuita, son como mi familia. Tienen algo especial. Cuando pienso en mi error, me doy cuenta de que la equivocación fue no haber pedido ayuda». Nadie les pregunta qué delito han cometido. «Pero después de algún tiempo todos te hablan de él. El error pesa como una losa», me explica Franco. Nino tiene 39 años y lleva 22 en la cárcel. Es el subdirector de Salud ingrata, periódico de información sobre la salud del centro de reclusión. «Yo no soy creyente», interviene: «Pero desde hace tres años no puedo prescindir de estas relaciones. Con Tina hemos leído a Leopardi, vimos la película La misión. Estar con ellos me hace pensar que fuera de esos muros existe una posibilidad buena». «Que hay otra forma de actuar en la vida», comenta Vincenzo. «Cuando no vienen a verme siento que me falta un trozo. Sé que alguien piensa en mí y me quiere», continúa Giuseppe. «Son amigos de verdad, y una guía para la vida. Puedo decir que tengo la posibilidad de volver a empezar desde un verdadero encuentro cristiano».
Una gota en el océano. Amistad, fe, confianza, cambio. Son las palabras que se repiten también con los presos de la cárcel de Como, donde la situación logística es muy distinta (en realidad es la situación normal de las cárceles italianas: masificación, edificios ruinosos, etc.). La cooperativa Homo Faber gestiona una imprenta que organiza cursos para técnicos gráficos. De los 550 presos que alberga la cárcel, sólo 20 pueden acceder a estos cursos. Aquí es donde Darío ha conocido a Patrizia, coordinadora, y a sus amigos. Nos cuenta: «Su juicio nunca partía de mi error. Partía de mi persona. Tal vez fue esto lo que me hizo ser consciente del mal que he cometido, que es mucho. Ahora comprendo el dolor de mi padre». Darío habla de estos amigos con Edmondo, su compañero de celda, que hoy está fuera de la cárcel. «Al principio acudí allí por curiosidad. El trabajo es una oportunidad, pero luego tú tienes que decidir. No todos los que han pasado por la imprenta han decidido seguir con esta amistad. Cuando pienso en mi vida, sólo veo los continuos errores que he cometido. ¡Cuántas veces me ha llamado Cristo! Pero tal vez no era el momento justo. Ésta es la definitiva, estoy seguro».
Parece una gota en un océano de desesperación. «Es verdad», dice Antonio, comandante de los agentes de policía penitenciaria: «Es una gota, pero existe. Y nos ofrece la esperanza de que el cambio es posible. Esas relaciones de caridad generan una humanidad nueva que nosotros podemos ver. Nuestra tarea no es únicamente vigilar, sino hacer posible que la pena esté orientada a la reeducación. No podemos reducirnos a cerrar y abrir las celdas». Y añade: «El lema de la policía penitenciaria es: “Difundir la esperanza es nuestra tarea”».
Relaciones de caridad, es decir, una amistad entre los que están dentro y los que están fuera de la cárcel. Un enriquecimiento recíproco. Imposible, podríamos decir, pero lo hemos visto, salta a la vista. Más aún, esta amistad reconstruye, salva. Nos vienen a la mente las palabras de san Agustín: «Hace falta perseguir los pecados, no a los pecadores. Es ejemplo de humanidad aquel que persigue el pecado teniendo como fin liberar/salvar al hombre». Entonces, ¿es éste el método para “redimir vigilando”? Una hipótesis que verificaremos en la próxima etapa de este viaje.
LOS NÚMEROS
67.178 Presos en las cárceles
42.197 Italianos
24.981 Extranjeros
13.237 Presos que trabajan
10.413 Trabajos domésticos
590 Trabajos industriales para los centros
1.798 Asumidos por empresas y cooperativas
436 Empresas agrícolas
Fuente: Departamento de administración penitenciaria (Ministerio de Justicia de Italia)
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