De las cocinas de la cárcel de Rebibbia a las tareas de emergencia en el terremoto de L’Aquila: el trabajo de quien quiere volver a empezar su vida
La cooperativa Man at Work nació en 1998 en Roma por iniciativa de un grupo de amigos que dieron un paso al frente ante la falta de oportunidades de trabajo en la degradada periferia de la capital italiana. Tras unos años de actividad dedicados a la inserción de personas desfavorecidas en el mundo laboral, en 2003 Luciano y sus amigos presentaron un proyecto de formación profesional para los reclusos de la cárcel de Rebibbia.
El proyecto fue aprobado e inmediatamente comenzaron a impartir cursos de cocina y restauración para reclusos que luego trabajarían en la propia cárcel. Hoy se ofrecen también cursos para obtener el certificado de manipulación de alimentos y bebidas, así como otros vinculados a la seguridad e higiene en los centros de trabajo. Los responsables de Man at work sabían que era un reto difícil: para un recluso inscribirse en uno de estos cursos supone tomar una serie de iniciativas que le convierten en objeto de observación, para lo bueno y para lo malo.
Se requiere una motivación fuerte para “resurgir” de las cenizas que va sedimentando la rutina diaria de la prisión. De ahí que el personal de la cooperativa (docentes, consultores, expertos…), junto a su capacidad técnica y profesional tiene que apoyar a diario el esfuerzo de los reclusos por cambiar. Además, hay que vencer la desconfianza que produce la abrumadora cifra de recaídas: el 68% de los que salen de prisión, regresa a ella.
Si miramos el alcance de la actividad de Man at work, la sensación de una gota en el océano es inevitable: el proyecto se propuso a 1600 personas y sólo contestaron aproximadamente 80. De estas 80 adhesiones, el grupo de seguimiento del proyecto de la cárcel aceptó aproximadamente 25. Y solamente un grupo reducido de 5 ó 6 está demostrando un cambio efectivo, asumiendo en serio la posibilidad de comenzar una nueva vida. Pero esta es precisamente la cuestión.
La cuestión es que cuando acontece la esperanza en el corazón de una persona, este hecho se convierte en un dedo índice que se dirige a todos.
Luciano cuenta la historia de Antonio, un muchacho de Nápoles que tras salir de la cárcel donde aprendió un oficio, ha continuado con la ayuda de un tutor de la cooperativa y ha encontrado trabajo. Tras un año de ida y vuelta diaria entre la cárcel de Roma y Nápoles, ha puesto su propio negocio en Nápoles y se ha casado. Una llamada telefónica a Luciano muestra a un hombre cambiado: «Gracias a vosotros mi vida ha vuelto a comenzar».
Después del terremoto en L’Aquila, varios reclusos, asociados a la cooperativa, se ofrecieron para trabajar en las tareas de emergencia. Los amigos de Man at work se enteraron de que la Cruz Roja tenía dificultades para encontrar cocineros voluntarios para sus campamentos de emergencia en los Abruzos. Solicitaron una autorización especial a la dirección de la prisión que les fue concedida. Durante 15 días un pequeño grupo de reclusos de Rebibbia se desplazó a L’Aquila, renunciando a permisos, premios y salarios, para cocinar para las víctimas del terremoto. La dirección de la Cruz Roja ha reconocido su buen trabajo y les ha renovado la responsabilidad hasta ahora.
A pesar de la carencia de políticas a favor de una verdadera reeducación de los reclusos a través del trabajo, no faltan experiencias ejemplares en las cárceles italianas: la subsidiariedad toma cuerpo allí donde un hombre quiere volver a empezar y comprende que puede hacerlo.
*Presidente de la Fundación para la Subsidiariedad
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