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Huellas N.3, Marzo 2010

UN DÍA EN... Portofranco

Clases particulares de gratuidad

Paolo Perego

Abdel tiene que estudiar italiano. A Rosa le toca álgebra. Entre pasillos, aulas y mesas de estudio parece que estamos en una escuela, pero estamos fuera del horario escolar, los profesores no se sientan en cátedra sino cada uno al lado de un alumno. Mil estudiantes y quinientos voluntarios que les ayudan. He aquí los ingredientes de una realidad única en el panorama estudiantil de Milán. Hemos ido a ver qué pasa en estas clases, donde a raíz de un suspenso nacen historias y amistades insospechadas

Milán, calle Papiniano, junto al muro de los Bastiones, antiguas murallas del siglo XVII. Son las 14.30. Una chica cruza la calle. Lleva la cabeza cubierta con un velo azul oscuro. Ojos negros, piel aceituna. Es egipcia. A sus espaldas lleva una mochila llena de libros, tras pasar toda la mañana en la escuela. Camina por la acera entre las casetas de madera de un mercadillo que cierra sus puertas. A su lado se levanta una construcción enorme de mármol y ladrillo de estilo fascista. Antiguamente albergaba un instituto profesional muy concurrido. En la actualidad, una escuela superior ocupa uno de los lados. La chica se dirige hacia una pequeña verja. Un cartel amarillo y verde en el que se lee «Portofranco» la acompaña hasta la puerta. Desde allí sube hasta el segundo piso.
«Después de comer empiezan a llegar los chicos, como te había dicho», me explica Alberto Bonfanti señalándola, mientras entramos de nuevo después de habernos tomado un café. Profesor en un instituto de Milán y presidente de la Asociación Portofranco, es uno de los promotores de eso que gusta de llamar «aventura», más que obra educativa. Es el guía perfecto para pasar un día en este centro que constituye algo único en el panorama escolar milanés.

Un color por cada asignatura. ¿La idea? Muy sencilla. «En la ciudad hay muchos estudiantes que tienen dificultades con algunas asignaturas. Portofranco es un lugar al que pueden venir a estudiar ayudados por voluntarios, en su mayoría profesores o universitarios, a través de una relación personal. Todo de forma gratuita». Verdaderamente sencillo. Pero basta con dar una vuelta por el largo pasillo lleno de aulas que el Ayuntamiento ha cedido a la Asociación para comprender que se trata de algo serio, que no son sólo cuatro paredes en las que se puede estudiar. Lo dicen los tablones, en los que hay reglamentos y avisos, las hojas de asistencia a la entrada, en donde los que entran deben dejar su firma con la hora de entrada y salida, o las etiquetas identificativas de distintos colores colgadas en la pared, que cada voluntario tendrá que ponerse para que los chicos puedan identificarle según la asignatura en la que aporta su ayuda: amarillo para las matemáticas, azul para el italiano. Algo tipo “Trivial”.
En Portofranco la mañana había comenzado con los números. «Sólo el año pasado tuvimos más de 1.200 estudiantes inscritos, procedentes de unas 130 escuelas superiores de Milán, que asistieron a un total de 20.000 horas de clase repartidas en 200 días lectivos». Un recorrido rápido por las instalaciones, entre el laboratorio de informática yarmarios llenos de libros. A media mañana, una reunión de todo el personal, unaveintena de personas: en el orden del día, muchos temas, desde el chaval cuyo padre está en la cárcel hasta la necesidad de más voluntarios. Luego se dirigen al aula de italiano, «porque los que trabajamos aquí comemos juntos una vez a la semana», explican.
Después de la comida, el pasillo vacío empieza a animarse. Llegan con las mochilas llenas. La mayoría, directamente de la escuela. Se paran a la entrada bajo los ojos atentos de Alba Valli, secretaria del centro, sentada en su escritorio con el aire de alguien que quiere parecer severo. Pero por la forma en que la saludan los chicos se comprende que la quieren y que ella les quiere a ellos. A mitad del pasillo, un vestíbulo con máquinas de café. Luca Cova, trabajador del centro, acoge a todos con unas hojas en la mano. Sirven para organizar a los estudiantes con los voluntarios que les ayudarán: «Entonces, profesor, ¿usted es de italiano?». «Safia, tú tienes que estudiar italiano, ¿no? Muy bien, entonces vete con él». Y se dirige hacia el aula que está al fondo a la derecha. «Gabriele, ¿tú ayudas en álgebra? Aquí esta Rosa, que necesita que le echen una mano». Dicho y hecho. Se dirigen juntos hacia el aula de matemáticas, en donde a duras penas se encuentra ya un sitio libre. «Todo parece un tanto desordenado», dice riendo Alberto. «En realidad, tratamos de seguir un esquema de “reservas”: con una o dos semanas de antelación, los chicos solicitan ayuda para determinadas asignaturas. Con este sistema se evita que haya gente que estudie sola o voluntarios “desperdiciados”».

Como un Tetris. En las aulas todos están concentrados sobre los libros. El único ruido es el murmullo del estudio “por parejas”, hecho de preguntas, respuestas, sugerencias. Una atmósfera que impone respeto cuando miras por el rabillo del ojo los cuadernos llenos de polinomios o las traducciones de griego. Recorremos con Alberto todo el pasillo. Los chicos siguen llegando y Luca, junto con Andrea Diamantini, Giovanni Borgonovo y Aldo Baldini (los dos últimos profesores de instituto que el Ministerio ha asignado establemente a Portofranco), continúa su tetris particular de aulas, chicos y voluntarios.
A las 16.30 termina el primer turno. «Después de años de trabajo, hemos llegado a la conclusión de que el mejor método es fijar un máximo de dos horas para cada clase: más allá de este tiempo, los chicos no pueden prestar atención. Y además, hacerlo así les responsabiliza hacia lo que tienen que estudiar», explica Alberto. Los chicos salen de las aulas en tropel: los que han terminado se quedan un rato charlando, y los otros vuelven al punto en el que se reparten las clases. Y vuelven de nuevo al aula con un ayudante distinto.

Abdel y la Comedia. Resulta sorprendente observar y admirar cómo un centenar de adolescentes se sitúa con ganas delante de sus libros para pasar la tarde estudiando. Y no son ningunos empollones. Es cierto que a alguno de ellos le va bien en la escuela, como a Victoria, de origen egipcio, que tiene una media de ocho en griego. Pero muchos son como Abdel: «¿Que por qué vengo aquí? Porque tengo un 10 en italiano y me sé de memoria la Divina Comedia», dice riendo, haciendo reír también a sus amigos. A lo mejor es verdad que se sabe algunos tercetos…
Durante el cambio de turno charlamos un poco con ellos. Hay muchos extranjeros. Muchos han nacido en Italia de familias de inmigrantes. Los italianos auténticos son una minoría, entre egipcios, ucranianos, marroquíes y bolivianos. Diferentes por su origen y por su religión: cristianos coptos, ortodoxos, musulmanes. Sin embargo entre Marco, Mohamed, Linda, Hassina, Tony y Emanuele hay algo que no consigues aferrar totalmente: una amistad que no te esperarías… No tienen nada que ver uno con otro. Unos han llegado por la invitación de un amigo, otros han oído hablar de este centro en la escuela. Hay también quien viene porque su abuela le ha obligado, y controla continuamente todo lo que hace su nieto. Les escuchas mientras te cuentan que de mayores quieren ser ingenieros, o volver a su país, o que han empezado a hacer la caritativa en Cometa (la casa-familia de Como de la que ha nacido también una escuela profesional) invitados por Alberto. También hablan de las vacaciones de verano que han pasado juntos en la montaña. Cuentan incluso que han puesto en pie grandes eventos culturales, como cuando llevaron la exposición sobre los jóvenes de la Rosa Blanca al centro de Milán. «Si no existiera este lugar me habría perdido. Estaría todo el día por la calle, como muchos amigos de mi edad», subraya Momo, egipcio, con los ojos brillantes por la gripe. Estudia en Quarto Oggiaro, en un instituto técnico. Rostro pícaro, mirada despierta y chiste siempre preparado. Hoy no tenía ninguna clase reservada, pero ha venido igualmente, atravesando toda la ciudad.

Tutorías complicadas. Retomamos nuestro recorrido con Alberto. Un chico está haciendo una entrevista en la secretaría: «Nos sirve para comprender qué tipo de ayuda necesitan». A veces es suficiente simplemente con estudiar con una persona mayor. En otros casos hace falta una tutoría en toda regla: «Algunos chavales presentan situaciones muy complejas», explica Andrea, que junto con Daniela Mancioppi coordina esta actividad del centro. «En su mayoría necesitan una figura que les siga de cerca, que tenga relación directa con la familia, que llegue incluso a hablar directamente con los profesores de la escuela. Hoy tenemos casi un centenar de casos de este tipo». «Tenemos además dos servicios nuevos», añade Alberto. Se trata del despacho de orientación, abierto en 2007, y del despacho de atención, puesto en marcha un año después, en donde los chicos pueden hablar con un psicólogo. «Están todavía en fase experimental, pero nos hemos dado cuenta de que son muy útiles: muchos de los chicos que vienen aquí esconden detrás de sus fracasos escolares situaciones personales complejas, ligadas a la familia o a otros contextos. Tener aquí un psicólogo nos ayuda a ayudarles».

Las cenas con don Giorgio. La conversación continúa mientras vamos de un aula a otra. «Te estarás preguntando de dónde nace todo esto», dice Alberto anticipando la pregunta: «Nace de la pasión educativa de algunos profesores. Y de don Giorgio Pontiggia. Hace diez años, un grupo de profesores quedaba a cenar con este sacerdote de CL, muerto el pasado mes de octubre. “Debemos hacer algo por estos chicos. Partir de ellos, de su necesidad, que es básicamente ser ayudados a estar frente a lo que tienen que hacer ahora: el estudio”, nos decía». Portofranco abría sus puertas en septiembre de 2000, y aquel año se inscribieron 130 chicos.

La columna vertebral. «En estos años se ha producido un crecimiento: en 2004 nos convertimos en asociación y llegó el primer reconocimiento del Ayuntamiento de Milán. En 2006 la Región nos acreditó como “Centro de servicios formativos y orientativos”», explica Franca Bonola, directora del centro, que junto con Aurelio Rampini y Antonella Lembo se ocupa de toda la parte administrativa y burocrática de la asociación: «Desde la recogida de fondos a la preparación de los proyectos que presentamos en las instituciones». Con el tiempo han nacido otros centros en toda Italia. «La familia de Portofranco cuenta en la actualidad con más de veinte “hermanos” en Varese, Rímini, Bolonia, Cagliari…».
«La espina dorsal de una obra como ésta la constituyen los voluntarios, los profesores, los universitarios. Hay también profesionales jubilados que vienen a echarnos una mano. Como media, unos 15 profesores y unos 40 universitarios cada día», añade Bonfanti. Serenella Carmo, por ejemplo, es una profesora de historia y filosofía jubilada. Colabora con Portofranco desde su inicio: «Venir aquí es, sobre todo, una ocasión para mí. Delante de estos chicos, con sus dificultades, y a menudo con culturas totalmente diferentes a la tuya, estás obligada continuamente a darte razones de por qué estás aquí. Y lo entiendes mirando la desproporción entre lo que tú haces y lo que Otro genera a través de ti». Como cuando se jubiló Giovanni, colega suyo en el Liceo Allende, al que invitó libremente para que también él echara una mano en el centro. «Éramos colegas, pero con ideas totalmente contrarias en lo referente a religión, política... ¡Cuántas discusiones!», recuerda el profesor. «Luego llegó esta invitación. Yo había dejado de trabajar, pero me di cuenta de que tenía todavía mucho que dar a los estudiantes. ¿Sabes lo que he descubierto? Que cuanto más te basas en “darte”, más recibes. Al responder a su necesidad te das cuenta de que en realidad está respondiendo a algo que tú necesitas».
Lo mismo vale para universitarios como Gabriele, que no ha terminado aún sus estudios y no tiene experiencia en el campo educativo: «Vengo a colaborar con Portofranco desde hace cinco años». Estudia Economía en la universidad Bicocca de Milán, y acaba de salir de una tarde de clases de economía empresarial: «Nunca me hubiera imaginado hacerme amigo de un chico musulmán más pequeño que yo. Una noche me invitó a su casa a cenar, en pleno ramadán. Su madre me dio las gracias, aunque en realidad era un agradecimiento a Portofranco por lo que hacemos por su hijo, por cómo ha cambiado desde que viene a estudiar con nosotros. Me encanta dar clases de economía, pero la necesidad de la persona a la que ayudas es mucho más grande que una simple clase que puedas dar mejor o peor; parte de ahí, pero expresa la exigencia de una compañía humana. Y esto no sólo supone un beneficio en las notas, sino que ayuda a crecer».

Un corazón verdadero. «Cuanto más los miro, más cuenta me doy de que estoy delante de un milagro», me dice Alberto mientras nos despedimos al finalizar el día. «Para que puedas entender mejor lo que quiero decirte: cuando murió don Giorgio, tuvimos un momento de silencio en memoria suya. En un momento dado, se produjo una pequeña discusión en árabe entre algunos chicos. Luca, que estaba allí presente, no entendía ni una palabra. Descubrimos lo que había sucedido: una chica musulmana había dicho en voz baja algo así como: “¿A mí qué me importa ese cura muerto? Además, los cristianos van todos al infierno”. Un chico que estaba cerca de ella le escuchó decir esto. Empezaron a discutir: “¿Cómo puedes decir una cosa así de una persona que ha hecho nacer un sitio tan importante para nuestra vida?”. La chica volvió al día siguiente llorando y pidiendo perdón. Nos dijo que no había usado el corazón para juzgar a esa persona...». El corazón. Mientras te alejas por la acera, después de haber vivido un día así, te das cuenta de que tú corazón está más vivo ahora. En el semáforo te das la vuelta y contemplas lo que hasta esa mañana era un edificio anónimo. Por la puerta ves salir a Abdel y a Momo alegres y sonrientes. ¿Quién me iba a decir lo que se oculta detrás de estos ladrillos?


LOS NÚMEROS
1.270 estudiantes inscritos en el curso escolar 2008/2009. Un cuarto de ellos eran extranjeros

457 voluntarios, entre profesores y chicos universitarios

4.985 horas de matemáticas impartidas el año pasado, en los 194 días de apertura del centro

52.742 horas de estudio en los 22 centros de “Portofranco Italia” en 2009

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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