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Huellas N.3, Marzo 2010

PRIMER PLANO
Italia / Elecciones Regionales

La prueba del bien común

Davide Perillo

¿Qué se juega en estas elecciones regionales? ¿Qué puntos resultan significativos para estas elecciones, más allá de ciertos principios teóricos? BERNHARD SCHOLZ, Presidente de la Compañía de las Obras, habla de la oportunidad de ser libres y responsables en la implicación personal, para crecer como personas y servir al bien común

«¿Cuál ha sido el resultado de la asamblea? Que se ha generado una conciencia mayor de la positividad de la misma vida y, por tanto, del trabajo y del gran bien que constituyen las relaciones entre las personas. Nosotros tendemos a reducir todo a una medida de intereses recíprocos. En cambio, allí se hablaba de una positividad original que da la posibilidad de redescubrir el nexo entre el bien de cada persona y el bien común». Son suficientes dos minutos con Bernhard Scholz, presidente de la Compañía de las Obras, para retomar el contenido de la asamblea celebrada hace tres meses con Julián Carrón, presidente de la Fraternidad de CL, y Giorgio Vittadini, presidente de la Fundación para la Subsidiariedad (ver Huellas n. 11/2009), y llegar derechos al núcleo de dicha asamblea. Esta vez no hablamos de empresas y crisis, de individualismo, ni del riesgo de refugiarse en un “sálvese quien pueda”. Esta vez nuestro tema es la política, las elecciones regionales. Pero el hilo conductor es el mismo, porque los comicios de finales de mes no son sólo una cuestión de listas, de poder, de escaños. En juego hay mucho más: la concepción del hombre y de la realidad. Es decir, en el fondo, la oportunidad de descubrir más profundamente las cosas y a uno mismo, y de verificar si la hipótesis de la fe sostiene también una circunstancia así, si permite afrontarla mejor sin encerrarse en la indiferencia.
En estos días, la CdO ha hecho público un manifiesto que está circulando por toda Italia con ocasión de encuentros, debates y actos de campaña electoral propiamente dichos. No aparecen las palabras “fe” o “cristianismo”, pero resulta evidente el corazón del que nacen esos juicios, que llegan hasta el meollo de los problemas concretos, situándose muy lejos de los cahiers de doléances (cuadernos de quejas) con los que a menudo –casi siempre– las asociaciones se relacionan con la política. Las dos páginas del manifiesto son una muestra de realismo, empezando por la cuestión que emergió con fuerza en la asamblea celebrada a finales de noviembre: el «descubrimiento de que, por naturaleza, el “yo” necesita de un “nosotros”», es decir, nada parecido al individualismo. Es un dato estructural, esencial, y al mismo tiempo sorprendente. Sin ese nexo no se puede hablar ni siquiera de política. Pero esto ya no lo recuerda nadie. «Es verdad. En este momento es como si existiesen únicamente dos factores: una gran organización estatal por una parte y el individuo por la otra. En cambio, nosotros insistimos en el hecho de que el “yo” existe en cuanto relación, dentro de una comunidad y de una sociedad civil. La persona es relación, y esta relación es lo que le permite vivir, expresarse, tomar conciencia de sí mismo, emprender día a día el camino hacia la felicidad. Y lo que hace posible también las actividades sociales y económicas. Debemos partir de ahí si queremos retomar el hilo del bien común. Y esto no se puede dar por descontado en absoluto».

¿Por qué?
El bien común es el bien generado por estas relaciones, y no se puede imponer por ley. Las instituciones públicas deben tutelarlo y valorarlo, y deben intervenir allí donde los individuos o los grupos no son capaces de llegar. Pero hay una primacía clara de la persona justamente en cuanto relación con los demás. La alternativa es un asistencialismo que debilita cada vez más la capacidad de la persona para responder a las necesidades.

Aunque, en ciertos aspectos, sea más cómodo, mientras haya dinero y la cosa se mantenga a flote…
… que de hecho no se mantiene, como demuestra el ansia por el bienestar. El hombre, por su misma naturaleza, necesita ser desafiado, “pro-vocado”, es decir, “llamado fuera” de sí mismo para entrar en una relación creativa con el mundo. Sólo si se expresa a través de sus talentos puede entrar en relación con los demás y conocerse a sí mismo. Lo veo en muchos encuentros que estamos teniendo en estos meses. Hay muchas personas que se interesan por la CdO, porque en ella redescubren esta posibilidad. A pesar de todos nuestros límites, entre nosotros se da lo que llamamos una “amistad operativa” con un “criterio ideal”. Y esto llama la atención, no porque haga la vida más cómoda, sino porque hace que se vuelva más auténtica, más realista, y diría también que más llena de gusto. Para construir la sociedad sólo se puede partir de una antropología positiva.

«Una antropología positiva»: una idea contracorriente hoy en día. En la asamblea de la CdO se aludía a ella con claridad, con esas referencias al homo homini lupus. Si la batalla entre intereses privados parece la regla de la economía, qué decir entonces de la política…
Es cierto. Hoy en día estamos dominados por la idea de que el hombre, por sí mismo, alcanza la felicidad si persigue hedonistamente sus intereses, y de que debe ser, por tanto, refrenado a través de una ética para tratar de limitar los eventuales efectos devastadores de esta búsqueda individualista. Para nosotros no es así. La persona es valorada, ante todo, por la búsqueda de su felicidad plena y por todo lo positivo que puede dar. Es verdad que hace falta establecer algunas reglas –pocas–; pero una cosa es preservar algo positivo de las tentaciones y otra distinta dominar una negatividad real o presunta. ¿Qué sucede si el hombre se siente siempre tratado como alguien que puede hacer lo que quiera en un determinado espacio privado y bien circunscrito, pero que no es valorado por la positividad infinita de su vida y por el bien que puede aportar? Antes o después el hombre que se siente aplastado reacciona instintivamente, casi por desahogo. Es como una self-fulfilling prophecy, una profecía que se cumple por sí misma. Primero se aplasta al hombre, y luego, cuando se comporta de forma inadecuada, se dice: «¿Veis? Tenía razón. Es necesario dominarlo; por lo demás, basta con que consuma y se divierta…». En vez de hacer lo contrario, es decir, de hacer emerger su positividad a través de relaciones que valoren todo su esfuerzo.

«Hacer emerger su positividad» o «pro-vocar»: ¿no son sinónimos de «educación»?
Sí. Para un adulto, la educación se produce sobre todo a través de una relación que le desafía. El trabajo mismo es una educación si uno se lo toma en serio. Al afrontar el trabajo, la familia o la política, el hombre debe dejarse educar. Todo acto que lleva a cabo le invita a tomar mayor conciencia de sí mismo y del deseo que trata de realizar a través de las circunstancias cotidianas. En el fondo, la CdO quiere hacer esto mismo: ayudar a la persona a asumir su responsabilidad, a expresarse del mejor modo posible. ¡Ay del que quiera sustituir esta responsabilidad personal!

Es justamente lo contrario del lobby, ¿no?
“Lobby” es la palabra que está más lejos de lo que queremos ser.

¿Qué tiene que ver esto con la política? ¿Por qué las elecciones regionales pueden llegar a ser una ocasión para educar de este modo?
Porque cualquier elección plantea una serie de preguntas. ¿Cuáles son los ideales que deben ser tutelados y valorados? ¿Qué necesidades y urgencias requieren una respuesta prioritaria en este momento histórico concreto? ¿Cuáles son las personas y las agrupaciones políticas a las que puedo dar mi confianza porque ponen todo su empeño en realizar esto? Pues bien, aquel que afronte la política partiendo de una clave distinta de la personal y educativa no tendrá jamás un criterio justo para responder a estas preguntas. Antes o después caerá en la trampa de exigir la salvación a la política, para terminar desilusionado, desinteresado, o encarnizado y violento, tratando de hacer de la política algo salvífico. No es casualidad que el burguesismo termine en un privatismo resignado o en la rebelión. Hoy en día se oscila entre estos dos extremos. En este momento nos hallamos más en la fase del desinterés –que va a la par con una curiosidad personalista, morbosa, que parece aparentemente interesada, pero que no es capaz de percibir el valor de la política.

Esas tres preguntas de las que has hablado son inseparables: no podemos quedarnos en la primera, en los principios. Es decir: si proclamo una cierta concepción de hombre y de libertad, no da igual que luego pueda elegir el hospital en el que tratarme o la escuela a la que mandar a mis hijos…
No, no se pueden separar. Hace falta llegar hasta el fondo, hasta las elecciones concretas. De hecho, nuestro manifiesto llega hasta ahí, entra hasta el fondo en este aspecto.

Federalismo, federalismo fiscal, bienestar, empresa, formación. ¿Por qué habéis elegido estos puntos?
Estamos hablando de elecciones regionales y, por tanto, de lo que las administraciones regionales pueden y deben hacer. El federalismo subsidiario es fundamental por los motivos que acabamos de señalar. Pero es importante llegar también a un sistema de bienestar que nazca de la valoración de iniciativas privadas y se base en la responsabilidad personal de cada uno: de otro modo, el bienestar mismo está destinado a hundirse. Por lo demás, esto es casi una ley: cada vez que la política traiciona el verdadero valor de la persona como factor generador de la sociabilidad, acaba menguando su eficacia. Y esto depende de que todos aquellos que trabajan, ya lo hagan en la enseñanza, en el sector sanitario, en la empresa, haciendo las tareas de su casa, o en cualquier otro ámbito, reconozcan que su trabajo tiene un valor para ellos mismos y para todas las personas que dependen de ellos, y que esto sea a su vez reconocido por quien gobierna la res publica.
¿Y la subsidiariedad? Si es verdad todo lo que hemos dicho, no se trata únicamente de un principio operativo más justo: es el único punto que permite que la política exista, porque permite que la persona exista. Sin ella, no se puede hacer política.
Esto es tan cierto que existe el riesgo de una pseudo subsidiariedad que se limite a una nueva subdivisión de poderes, pero sin tener en cuenta que se trata de valorar la persona. Es un mecanismo organizativo, pero no es subsidiariedad. La subsidiariedad debe partir de un “yo” capaz de generar. Esto se llama también “subsidiariedad horizontal”, que en realidad es la fundamental. En este sentido, por ejemplo, no todos los que hablan de federalismo tienen en mente un federalismo subsidiario.

Otro punto: la empresa.
Bien gestionada, es una contribución importante al bien común en términos de empleo, de servicios, de productos, de ayuda local, de relaciones internacionales y de mucho más. En este sentido, las administraciones regionales pueden facilitar enormemente las cosas a las empresas, como ha sucedido en ciertos casos. Pedimos a la política lo que la política puede hacer por todos, a veces incluso con coste cero.

¿Qué quiere decir «pedir a la política»?
Yo no le pido a la política favores ni privilegios. Yo pido, a quienes tienen responsabilidad en política, en base a los ideales y programas presentados por ellos, que actúen con todas las posibilidades a su alcance para sostener el bien de todos. Cuento con que tendrán que llegar a compromisos –puesto que la política debe elegir con frecuencia el camino del “mal menor”–, pero sin traicionar nunca esos valores fundamentales no negociables, que son la vida, la familia y la educación. Si pido, por ejemplo, la introducción del cociente familiar o una reducción de la presión fiscal, lo hago porque corresponde más al bien de la persona y, como consecuencia, al bien de todos. Dentro de esta concepción, la persona que resulta elegida no es una mera ejecutora de intereses particulares o unilaterales en la lógica del do ut des, y por tanto no existe clientelismo ni en un sentido ni en otro: es una relación libre de personas que asumen sus responsabilidades específicas, entrando en un diálogo franco y serio orientado al bien común.

¿Por qué muchas veces, sobre todo en sectores católicos, nos detenemos en la cuestión de los principios, manifestando casi temor a una relación como la que acabas de señalar?
El problema es que, cada vez que tomas una decisión, emprendes un cierto camino que por su misma naturaleza es siempre mejorable. Cualquier decisión política es aproximativa. Hace falta tener el valor de comprometerse con algo que es por su misma naturaleza aproximativo. Pero, en vez de ver en esta inevitable aproximación un acercamiento continuo y trabajoso a un ideal, nos quedamos en el límite, en el hecho de que no es todavía perfecto. Esto es una presunción. Es la idea de que puedes evitar comprometerte con los límites, humana y socialmente presentes siempre. No debemos caer en un pseudo idealismo maximalista que destruye la política, como la destruye el abandono explícito o implícito del ideal, por la afirmación de un poder que hace referencia a sí mismo.

Sin embargo, la tentación de este pseudo idealismo no está sólo en los demás: está en cada uno de nosotros…
Es cierto. Existe en todos la tentación de perfeccionarse “prescindiendo de”. Y entiendo que la justa aceptación de las condiciones que la vida plantea es mucho más difícil fuera de una experiencia cristiana. Porque el cristianismo hace que la persona llegue a ser un sujeto que no depende ya de las condiciones, y hace que sea capaz de afrontarlas de modo constructivo: no como esclavos o rebeldes, sino como personas libres y responsables.

A propósito de principios que llegan hasta el detalle: en vuestro manifiesto no aparece la palabra “Lombardía”, pero la referencia a esta región resulta clara. ¿Qué hay ahí que resulte ejemplificador? ¿Cuál es el valor de estos quince años de gobierno Formigoni?
Lombardía es un gran laboratorio del principio de subsidiariedad. Un ejemplo es la colaboración entre lo público y lo privado en el bienestar, en donde la administración pública establece las reglas para la acreditación del sujeto privado y luego lleva a cabo las verificaciones pertinentes. De esta misma lógica han nacido las ayudas económicas para las empresas que quieren internacionalizarse. En definitiva, no hay una imposición desde lo alto, sino que se toma en serio la necesidad de cada uno buscando soluciones que pongan en juego a los actores de la sociedad civil. Aunque los resultados son reconocidos incluso a nivel internacional, son todavía mejorables y ampliables, como todo en política. Pero siempre se producirá dentro de un diálogo entre los representantes de la sociedad civil y los representantes de la política. Y este diálogo es justamente una característica fundamental de la subsidiariedad.

Tú no estás implicado en política, sino con la política. ¿Qué ganancia supone para ti esta implicación?
Una mayor conciencia de las necesidades reales que existen, y de las grandes potencialidades que hay. Por ejemplo, comprendo cada vez mejor el gran valor de las pequeñas y medianas empresas como factor no sólo económico, sino también cultural, para la misma democracia; la fuerza creativa del mundo de los artesanos; el valor social y educativo de las obras sin ánimo de lucro; el significado paradigmático de las escuelas paritarias para la introducción de la autonomía escolar; el apoyo real de tantas personas que contribuyen de manera escondida, con grandes sacrificios, a la construcción de esta sociedad. Y deseo que todo esto sea reconocido, valorado y potenciado por el bien de todos. Estamos trabajando para esto.

Es la prueba de la experiencia que estás viviendo, por tanto.
Y es una ocasión que debemos tomar en serio, con una pizca de auto ironía, porque de todas formas somos unos siervos inútiles. Pero servimos a algo, y aquí radica el «atrevimiento ingenuo» del que nos hablaba don Giussani, que nos da libertad y nos permite trabajar con fortaleza y docilidad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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