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Huellas N.2, Febrero 2010

PRIMER PLANO / DON GIUSSANI Quinto aniversario

«Me abrió el paso hacia la vida»

Paola Bergamini

Edoarda estaba llena de preguntas cuando, siendo novicia, lo escuchó hablar. Nació así una amistad que nunca se suspendió y que «dio un nombre» a todo lo que ella vivía, compartiéndolo con él

Milán, principio de los setenta. La hermana Edoarda, de la Congregación de la Virgen Niña, enfermera y jefa de planta de Cirugía Infantil en la Clínica Mangiagalli de Milán, se dirige con paso firme al aula magna para asistir a una conferencia sobre educación. Corre a cargo de un “tal” don Luigi Giussani y forma parte de un ciclo de conferencias sobre ética, que el sacerdote imparte en la escuela de enfermería. Giussani habla del hombre, dice que, por encima de cualquier otro objetivo, lo fundamental es educar lo humano. Lanza sus dardos contra la acumulación de nociones. Se declara a favor de una educación activa, dirigida a cada persona y centrada en la relación educador-alumno. Sus palabras son fuertes, sin medias tintas, pero con un tono afectuoso que llama la atención de sor Edoarda. Quiere conocerle. Debe encontrarse con él. Es una joven novicia que atraviesa un momento particularmente difícil. Un día lo espera a la salida del aula donde imparte su clase. «Padre, necesitaría verle». «Ahora no puedo». «Esperaré, hasta que tenga un rato». «Es que no tengo mucho tiempo». «Bueno, entonces “pierda” un poco de tiempo conmigo. Quédese un momento». «Vaya, ¡eres audaz!». «¿Qué quiere decir?». «Ven a mi despacho». Una hora de conversación. El comienzo de una relación personal que se prolongó durante treinta años, viéndose o hablando por teléfono de vez en cuando, quizá una o dos veces al año, hasta la muerte de don Giussani.
Hoy la hermana Edoarda Cassi tiene 72 años. Lleva la atención pastoral de pacientes y familiares en el Hospital Niguarda de Milán. Nada más verme, me dice: «Ese hombre me abrió el paso hacia la vida. Me miró como persona, más que como “monja”. Nuestra relación fue siempre radical, discutíamos, no me dejaba pasar una. Yo tampoco me callaba si no entendía algo. Se trataba de mi vida». Se detiene y me mira fijamente: «No sé si me entiendes». Un poco sí que entiendo. ¿Empezamos por ese primer encuentro? Se le ilumina la cara. Tiene la mirada de un niño. A los 72 años, con velo y hábito blancos, se puede gozar de una verdadera belleza. Tomo unas notas de esa conversación para conservar la frescura de la fe que expresa. Don Giussani: «¿Qué haces tú en este mundo?». Hermana Edoarda: «¡A alguien se le ocurrió meterme aquí!». «¡Qué personaje!». «Padre, la cruz, el dolor que veo todos los días, qué sentido tienen…». «Debes ponerle nombre». «Entonces, ayúdeme a dárselo, porque yo no puedo». «Acepta con benevolencia tu circunstancia. Y no construyas tu vida sobre lo inmediato, sino sobre aquello a lo que estás llamada. Todavía no amas al Hombre que desea encontrarte, Jesucristo. Que te quiere allí, donde está la cruz y el dolor. Ser consagrada no significa ser una privilegiada. El cáliz que yo utilizo para celebrar la Eucaristía, en sí mismo, no tiene ningún valor; adquiere valor por el uso que yo hago de él, pero su uso y su sentido me lo da Cristo. Para ti es lo mismo». «Padre, no le entiendo del todo. Si lo necesito, ¿puedo llamarle?». «Por supuesto».
La hermana Edoarda fue trasladada de la Clínica Mangiagalli a la zona norte de Lombardía, en la Valtellina, donde habían solicitado la presencia de una religiosa para trabajar en el ámbito socio-pastoral. Más tarde trabajó para Caritas en Bérgamo y Brescia. Desde hace seis años, trabaja en el Hospital de Niguarda, en Milán. Nunca perdió el contacto con don Giussani.
Le pregunto a qué se debe el que se fiara de él en ese momento. «Era una persona que merecía confianza. Mejor dicho, era un hombre de Dios, sin retórica. Y le solté todo. Tenía el don divino de la intuición. No preguntaba nada por curiosidad, quería tu bien, nada más. Lo percibías claramente. Un día le dije: “¡Por favor, no me quieras tanto!”. Y él: “Eso déjamelo a mí. Tú intenta seguir adelante. Necesitas descubrir lo que el Señor quiere de ti”. Nunca se quedaba en meras emociones, sentimientos o reacciones. Me repetía a menudo: “La Persona de quien eres templo busca tu confianza”. Tenía una relación extraordinaria con Dios. Pero más extraordinaria aún era su apuesta por el hombre, tal como es». Cada vez que lo necesitaba, le llamaba. En el hospital, una vez tuvo que asistir a un chico en peligro de muerte a causa de un accidente de coche. Al volante iba su padre; al lado, su madre. Ilesos. El chico no quería verlos. Sor Edoarda intenta por todos los medios que se reconcilie con sus padres. No hay nada que hacer. Llama entonces a don Giussani, le explica la situación. Él: «Tú no te fías de Dios. Me estás hablando sólo de ti. Por eso el chico no puede». Y ella: «Entonces, te lo paso. Habla con él, está aquí, a mi lado». «¡Pásamelo!». «[…], ¡acepta a tus padres!». El joven murió un mes más tarde. Los últimos días pidió ver a sus padres. Esa noche, la hermana Edoarda llamó otra vez a don Giussani: «¡Es increíble! Has vuelto a despejarme el camino. Ese muchacho era otro». Al otro lado del receptor: «Sigues fiándote de lo inmediato. Lo que tiene que interesarte es el muchacho. Ahora, si quieres, reza por él tres rosario de rodillas». «¡Son demasiados!». «Anda, no sigas haciéndote la pagana».

«¿Para qué?». Sonríe mientras me cuenta el episodio, pero lo que llama la atención es la energía con la que habla. No se ha perdido ni una palabra ni un solo gesto de Giussani, todos han tomado carne en su vida. Es un río desbordante: «Me daba cuenta que esas conversaciones me cambiaban la vida. Estaba serena, me afianzaba, estaba más segura de mí misma…». Se detiene un instante. «Pero, sobre todo, aprendí esa cercanía compasiva». Explíqueme. «Cuando me entran ganas de criticar, si no es para construir, pienso: “Pero, ¿para qué?”. Giussani me enseñó: “Es necesario ser críticos, pero no necios; hagamos críticas de personas inteligentes”. Me contagió el deseo de vivir para Dios y, por tanto, de trabajar para Él». A veces, a ella no le resultó nada fácil. Siempre ha tenido alergia a las estructuras y los formalismos. «Con el tiempo, he aprendido a aceptar –continúa–. No, me he equivocado de verbo. Aceptar puede sonar a algo pasivo. He aprendido a compartir. Pero a compartir con Él, no con el mal o el límite».


«Como una gracia». Un día don Giussani llama para decirle que está enfermo, y añade: «Recuerda quién eres. Cuídate, por Quién eres». Y ella: «No entiendo. Voy a verte y me lo explicas». Ahora sus ojos se empañan de lágrimas recordando este último encuentro. Giussani: «Siempre te he tratado con cierta rudeza, porque sabía que el Señor te pedía mucho. Cristo está contigo. Tú estableces una relación profunda con las personas, una relación cristiana». «Me lo has enseñado tú». «La culpa no es tuya ni mía. La existencia de Dios ha arraigado en ti». Después habló del dolor y de la cruz: «Compartir la cruz es el modo más radical de entender qué es ser cristiano y, sobre todo, ser consagrado. No es un “estado” en el registro civil; es la decisión de seguir a Jesús; es una fe que decide caminar con Jesús, como Él quiera. Pero si la prueba nos exige seguirle hasta la Cruz –es muy importante que te lo diga–, lo hace siempre como una gracia, esa gracia que lo hace posible y que perdona. Lo primero que nos dice el Señor es: “Yo estoy contigo”; por tanto: “Ven, sígueme”. La gracia es Su fidelidad a ti». Sor Edoarda acaba de leer estas líneas de un papel. «Anoche las escribí para no olvidarlas nunca. Tenía miedo de no ser clara. Puedo decirlo: aquello fue un encuentro celestial. Bueno, ahora debo irme». Todo está muy claro, sor Edoarda.
Mientras me acompaña a la salida, añade: «Una vez estaba por la zona de Bormio, asistía a un muchacho enfermo de leucemia. Y me costaba Dios y ayuda. Le llamé y le dije: “No puedo con mi alma. ¿Puedes venir a verle?”. Vino al día siguiente. Estuvo con él dos horas. Era así». Nos saludamos. La veo marcharse con paso veloz y decidido, como aquel día en el corredor de la Clínica Mangiagalli.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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