«¿Nuestra civilización? No es razonable, sino racionalista. Sólo es inteligente cuando se trata de cuestiones secundarias, en cambio, en los asuntos relevantes...». El descubrimiento de Dante y la amistad con Juan Pablo II, el paso por Auschwitz, la experiencia, los que «perciben como peligrosa toda verdad», la insigne poetisa rusa olga sedakova explica por qué defiende «lo que hace al hombre, hombre»
«¿La reducción de la razón?». Olga Sedakova medita sus palabras. Pasado un momento, responde: «No sólo es un tema de actualidad. Es el verdadero problema de nuestra civilización». Profesora en el Departamento de Historia y Teoría de la Cultura Mundial en la Universidad de Moscú, Sedakova ha querido dedicar a este “problema” su último trabajo, Apología de la razón, publicado en Italia por “La Casa di Matriona” (160 páginas, 12 euros). Sería de esperar encontrarnos con una filósofa. Sin embargo, Olga Sedakova es una de las poetisas más populares de Rusia. Sus versos –que han sido publicados en todo el mundo, desde EEUU a China–, han recibido múltiples reconocimientos, entre los que se cuenta el Premio Vladimir Soloviev 1998 y el de la Fundación Solschenitzin en el año 2003. Su pluma ha hecho hablar en ruso a los poetas y escritores más importantes: de Dante a Rilke, de Claudel a Eliot. De confesión ortodoxa, ha vivido un privilegio único: Juan Pablo II le invitó en varias ocasiones a sus dependencias personales para participar en lo que él denominaba “encuentros solovievianos”, que consistían en conversaciones con un grupo de intelectuales moscovitas. Un día el Papa le saludó con las siguientes palabras: «Con Dostoievski, seguimos en la esperanza de que la belleza salvará al mundo». «Nos hicimos amigos. Cuando me preguntó por mi obra poética pensé que se trataba sólo de una formalidad. Sin embargo, la siguiente vez que nos vimos me dijo: “Le leo a diario”. A pesar de las diferencias, había entre nosotros una gran cercanía, tal vez porque él también era un poeta».
En una civilización en que la razón parece mantener un señorío incontestable, ¿por qué siente la necesidad de defenderla?
Quiero defenderla de la reducción a mera racionalidad técnica. Lo que ha triunfado con la Ilustración no es la verdadera razón: es una razón alejada de la totalidad de la persona, separada del hombre y de sus sentimientos. Nuestra civilización no es una civilización razonable, sino racionalista: en los asuntos relevantes es necia. Sólo es inteligente cuando se trata de cuestiones secundarias.
¿Qué es la razón en su sentido más pleno?
Desde la antigüedad, tanto en la tradición griega como en la judeo-cristiana, la razón es entendida como sabiduría, como sophia: no es sólo un frío ejercicio analítico, de raciocinio, sino la posibilidad de entrar en una relación profunda con el mundo circundante y con nosotros mismos. Es consciente de sus limitaciones y de la existencia de la esfera del misterio.
Es, entonces, una razón que no se contrapone a la fe.
Todo lo contrario. Alexander Pushkin, el gran poeta ruso del siglo XIX, lo comprendió muy bien cuando, precisamente por exigencia de la propia inteligencia, refutó el ateísmo. Escribió: «No admitir la existencia de Dios supone ser todavía más estúpido que aquellos pueblos que creen que el mundo está apoyado sobre un rinoceronte». Los grandes artistas, como Goethe o Pasternak, siempre han intuido que la razón es más amplia de lo que supone su reducción ilustrada.
¿Cómo lo descubrió usted?
En la universidad, donde conocí a Serguei Averincev. Filósofo y teólogo, traductor y poeta, era un gran humanista (a él dedica el último capítulo de Apología de la razón, ndr). Para mí fue, sobre todo, un maestro y un amigo, hasta su muerte en 2004. La mitad de Moscú acudía a escuchar sus lecciones sobre Estética bizantina. Nosotros, los jóvenes artistas, luchábamos contra el intelecto, pensando que ahogaba el sentimiento: con él, sin embargo, comprendimos que en realidad no sabíamos de qué se trataba. Presentando a un Padre de la Iglesia o a un poeta contemporáneo, Averincev siempre partía de una concepción de la razón que era novedosa para nosotros: una razón integral, ligada al corazón de la persona, como en la Biblia. Fue el primero que rehabilitó la razón para nosotros: no en abstracto, sino haciéndonos tocar con las manos su funcionamiento.
¿Qué valor tiene hoy esta batalla?
De ella depende nuestra civilización, que tiene miedo de cualquier certeza. Hace tiempo tuve la oportunidad de hablar con el cardenal Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. Le comenté que, cuando estudiábamos en la escuela la polémica entre Sócrates y los sofistas, toda la clase estaba a favor del primero. Hoy, sin embargo, los sabios serían los sofistas. Los modernos hemos asesinado a Sócrates por segunda vez. Esto indica que el problema es fundamentalmente educativo.
¿Qué quiere decir?
Es una emergencia con la que me topo cada día en el aula. Una vez explicaba un pasaje en el que Pushkin le indicaba a su esposa: “Os he amado tan sinceramente, tan tiernamente/ como deseo que Dios os conceda ser amados por otro”. Los chicos levantaron la mano: «Es irónico, ¿verdad?». Ninguno podía creer que existiese una relación tan pura. En otra lección habíamos leído los versos en los que Pushkin se comparaba con un gondoliero de Venecia, concluyendo: “Canto por diversión, como él, sin ecos…”. Pregunté: «¿Quién comprende el hacer cualquier cosa no por dinero ni por el poder, sino gratis, sin contraprestación?». De los treinta, sólo respondió una estudiante. En el resto, de nuevo la misma cínica incredulidad. Como si ninguno creyese ya en el amor o en la amistad. Junto a la razón, también se reducen estas experiencias humanas. Y sólo queda el utilitarismo, en el que la poesía no puede encontrar ningún espacio.
Pushkin, Dante, Goethe, Pasternak… ¿Por qué motivo en su libro decidió dialogar sólo con poetas?
Porque con ellos se puede hablar de las cosas fundamentales de la vida: la libertad, el significado, la voluntad, el corazón… Para los contemporáneos, sin embrago, esto no es interesante. Por eso siempre he sentido una gran cercanía con Dante, aunque la cultura soviética lo hiciera pasar por una pieza de museo. Cuando en la universidad leí la Divina Comedia en ruso, sentí que había algo más. Así que compré en secreto una edición italiana y estudié esta lengua: en la voz viva de Dante he descubierto una sensibilidad que me es familiar.
¿No es paradójico que una poetisa, y no una filósofa, sea quien luche por defender la razón?
Muchos se sorprenden, pensado que la poesía pertenece a la esfera de lo irracional. Pero los grandes poetas defendieron la razón, la “inteligencia nueva” de la que habla Dante. La contraposición entre razón y corazón ha aparecido sólo después de que la razón se separase de la plenitud de la vida humana: así, se identifica la primera con fríos principios analíticos, y la segunda con las emociones. Sin embargo, un corazón sin razón ve sólo fantasmas.
¿Por ejemplo?
Pienso en el arte contemporáneo, cuyos resultados están a la vista de todo el mundo: performances con la basura, pesadillas, obras llenas de pánico… Tengo la impresión de que la cultura occidental está presa de las pesadillas de la razón. Por todas partes reina la banalidad. Piense que en el prestigioso Festival de Poesía de Berlín, en el que estuve el pasado verano, sólo tres poetas emplearon las palabras en sus composiciones: el resto soplaban en el micrófono, usaban un sintetizador, hacían ruidos o saltaban.
El abandono de la razón arrastra también al lenguaje, como si ya no hubiese experiencias que transmitir…
Para mí fue una señal terrible: en el lugar de las palabras sólo quedaba el vacío. No basta con haber vivido algo para tener experiencia: mis alumnos pueden sentarse y escuchar, pero todavía no tienen experiencia. Depende de cómo estés: debes estar con todo tu yo. La experiencia es una entrega sin reservas, no se puede entender nada si uno se queda al margen. Es otra ilusión de la razón moderna: pretender conocer algo sin implicarse a fondo. En Rusia se ve muy bien: con todo lo que hemos vivido bajo el régimen, no hemos comprendido nada de lo que ha pasado. ¿Cómo se ha llegado tan lejos? ¿Cómo hemos salido de él? Lo hemos sufrido en nuestra propia piel, pero todavía no hay una experiencia.
En la entrega del Premio Solschenitzin habló de la «necesidad de una liberación interior»?
Como dijo hace años el Metropolita Antoni de Suroz: «Después de la experiencia vivida, nosotros tenemos algo que decir al mundo». ¡Bien distinto es afirmar que después de Auschwitz es imposible hacer poesía! Pero sólo podrán hacerla los que, de entre ese “nosotros”, puedan decir “yo”: no yo como víctima de la historia, sino yo con nombre y apellidos, yo personalmente.
Las revoluciones y las tragedias del siglo XX han mostrado a dónde lleva esta razón convertida en irracional. ¿Qué riesgos percibe hoy?
Tenemos que afrontar una nueva ideología, más inaprensible pero no menos totalitaria. No sé cuántos se dan cuenta de ello, y no se trata simplemente del consumismo. El hombre, traumatizado por las vivencias del siglo XX, percibe como peligrosa toda verdad. Se atrinchera en un mundo construido a su medida, donde no hay sitio para el milagro, para lo sobrenatural, para aquello que supera la lógica.
Es una realidad completamente artificial…
Pero tiene las patas muy cortas: ¿alguien puede vivir sin tener certeza alguna?
BIOGRAFÍA
Olga Sedakova nace en Moscú en 1949. Se doctora en Filología Rusa en la Universidad de Moscú. Sus versos, clandestinos en su patria hasta 1990, se publican por primera vez en París en 1986.De la poesía contemporánea sobresale, sin duda alguna, Olga Sedakova, que aún no ha sido traducida al español. La Feria de Frankfurt de 2003 fue dedicada a la literatura postsoviética y al movimiento de escritores que surgieron en Rusia tras la caída del Muro de Berlín. Entre ellos, Olga Sedakova, Michail Ajzenberg, Oleg Dozmorov, Sergej Gandlevskij, Svetlana Kekova, Timur Kibirov, Aleksandr Kusner, Lev Losev, Irina Masinskaja, Vera Pavlova, Evgeni Rejn, Boris Ryzij, Elena Schwarz, Sergej Stratanovskij, Elena Tinovskaja y Elena Usakova.
FRASES DESTACADAS
«La razón es consciente de sus limitaciones y de la existencia de la esfera del misterio. No es un frío ejercicio analítico, sino la posibilidad de entrar en una relación profunda con el mundo circundante y con nosotros mismos»
«Una vez, surgió una polémica en clase entre Sócrates y los sofistas. Toda la clase estaba a favor del primero. Hoy, sin embargo, los sabios serían los sofistas. Los modernos hemos asesinado a Sócrates por segunda vez. Esto indica que el problema es fundamentalmente educativo»
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