Apuntes de las intervenciones de Giancarlo Cesana y Julián Carrón en la Jornada de apertura de curso de los adultos de CL de Lombardía. Fiera-Rho, 30 de septiembre de 2006
Julián Carrón
Al comienzo de este nuevo curso pidamos la fuerza del Espíritu, plenamente conscientes de la necesidad que tenemos, sabedores de nuestra persistente fragilidad.
Desciende, Santo Espíritu
Giancarlo Cesana
Nos hallamos todavía bajo el efecto de la intervención del Papa en Ratisbona, junto con las reacciones de protesta –en algunos casos violentas– que ha despertado tanto entre los fundamentalistas islámicos como entre los liberales del New York Times y entre los políticos “correctos” de nuestra Europa, que le han negado su solidaridad, entre ellos, el Parlamento Italiano. Como he escuchado decir a Carrón, «La libertad es un bien escaso» (también puede serlo entre nosotros) y por ello nos indigna esta reacción.
Además, no debemos olvidar que acabamos de volver de un Meeting que ha versado sobre la razón –es decir, sobre el tema central que ha desarrollado el Papa– en el que hemos dicho que la razón tiene necesidad de Dios, del Infinito, porque la razón del hombre representa la inteligencia creadora de Dios. Sin fe la razón no subsiste y, al mismo tiempo, la fe debe dar razón de sí misma.
El motivo por el que la intervención del Papa ha despertado un descontento semejante –tanto entre los “anti demócratas” como entre los “súper demócratas”– es que a los anti demócratas el Papa les ha dicho que no pueden hacer con Dios lo que quieran, y a los súper demócratas, que Dios tiene que ver con todo. Si Dios tiene que ver con la razón, entonces tiene que ver con todo: con el dinero, la política, la cultura, los intereses de todos los días.
Ahora bien, la razón ciertamente se explica con discursos, pero sobre todo se documenta y se deja ver en una vida más acorde con la realidad. Por ejemplo –empiezo a citar la primera de una serie de intervenciones que hubo en la diaconía diocesana, de las que extraigo estas observaciones–, la que captó la atención de los directivos de una empresa, a quienes un amigo nuestro, Ugo, invitó al Meeting: les sorprendió una humanidad, una experiencia, un modo de ser que vieron allí. La razón se documenta en la relación con la realidad, en una forma de vivir que a menudo damos por descontado. Lo primero que no debemos dar por supuesto es lo que somos. Como dice don Giussani en De la utopía a la presencia1, corremos el grave peligro de no ser originales, de ser reactivos, como si lo que sucede nos despertase repentinamente de una anestesia. Lo cual indica que hasta ese momento estábamos como ausentes, y que, de forma imprevista, sucede algo que reclama una respuesta; de esta manera, no somos nosotros los que determinamos el cambio, sino que reaccionamos ante lo que sucede. Pero un cristianismo puramente reactivo –decía Tiziana– es un anestésico; anestesia la herida que tenemos dentro, la pregunta apremiante por la que nos hemos hecho seguidores de Cristo, seguidores de la Iglesia y del movimiento, seguidores por tanto de la humanidad con la que Dios se ha implicado con nosotros. Dios se ha implicado con nuestra humanidad –decía también Tiziana– para ayudarnos a no hacer trampas con nuestro corazón, a no dejarnos anestesiar, a no dejarnos “apartar” de nuestra humanidad; a no renunciar a lo que nos espera por derecho, es decir, a ser protagonistas del mundo en el que vivimos; a no hacer trampas con la promesa de que la vida es positiva a pesar de todas sus dificultades.
Karl Popper –un filósofo de la ciencia–, discutiendo sobre la teoría del método experimental, basada en la pura observación de los fenómenos, advertía que no es suficiente la observación para el progreso de la ciencia. Hay quien observa y no ve nada; no ve lo que sucede. Lo dice Jesús en el evangelio, hablando del rico Epulón, que pedía que Lázaro resucitase para que sus parientes, al ver resucitar a un muerto, tuvieran la oportunidad de cambiar de vida: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto»2. En efecto, hay quien observa y no ve nada. Hace falta una intuición, una genialidad humana (nos habló de ello Carrón en la Asamblea Internacional de Responsables3) que vea lo que está ante los ojos, aparentemente ciegos, de todos. La persona genial, nos repetía don Giussani, es la que ve y hace ver también a los demás lo que existe, pero que tal vez los otros no consiguen ver.
Hace falta una humanidad, esa humanidad que procede de «“aprender a Cristo” (cf. Ef 4, 20) –el Papa utilizó esta expresión en la audiencia del miércoles 6 de septiembre–, por consiguiente, lo importante no es sólo ni sobre todo escuchar sus enseñanzas, sus palabras, sino conocerlo a él personalmente (...). Él no es sólo un Maestro, sino un Amigo; más aún, un Hermano».
Una chica atea le dijo a Claudio: «Lo que más deseo es vuestra humanidad»; y un taxista, más prosaicamente: «Vuestro cristianismo me gusta, porque es un cristianismo que te hace estar mejor», es decir, que hace ser más humano. El Papa, siempre en la audiencia citada, observa: «no conviene olvidar que, como escribe san Marcos, Jesús escogió a los Doce con la finalidad principal de que “estuvieran con él”» (Mc 3, 14).
La finalidad del movimiento es que estemos con Jesús. También nosotros necesitamos estar con Jesús a través de nuestra amistad, no adaptándonos mutuamente con un cálculo buenista, y por tanto político (porque el buenismo es política; y, en efecto, uno deja de reclamar al otro), sino comparando constantemente nuestra vida –lo decía Cesare– con lo que sucede, para secundar la realidad y no ir detrás de lo que tenemos en la cabeza, de lo que pensamos que debiera ser, como añadía don Mauro.
El cristianismo –advertía Raffaello– no es una inspiración religiosa, buena y segura, para que luego uno tome de la vida lo que le apetezca, como si estuviese en un supermercado. En primer lugar, porque la vida no es un supermercado, pero sobre todo porque el cristianismo es un juicio lleno de afecto y de misericordia, y por tanto es una invitación a cambiar (no podemos estar juntos sin cambiar) o, utilizando la expresión propiamente cristiana, una invitación a convertirse. Para sostener nuestra fragilidad, Dios nos propone precisamente estar juntos, nos propone la unidad sensible con la corriente de Su amistad en el mundo: la Iglesia es la corriente de la amistad de Dios en el mundo.
Hay una última dificultad, que constituye el núcleo central de la pregunta que dejo a Carrón: «¿Por qué entre nosotros, que somos ya personas adultas (como observa Michele), después de muchos años de vida cristiana a veces (y no es tan raro) en lugar de crecer la conciencia de que somos mendigos ante Dios, es decir, la petición, crece la pretensión? ¿Por qué –preguntaba Flavio, recordando la frase de la madre de don Giussani, que él nos repetía tan a menudo– nos pasa que decimos: “¡Qué hermoso es el mundo!”, pero nos cuesta trabajo decir: “¡Y qué grande es Dios!”?». O bien, ¿por qué nos cuesta reconocer que el mundo no lo hacemos nosotros, sino que todo nos ha sido dado?
A propósito de esto, merece la pena citar un breve pasaje de Oriana Fallaci extraído de su libro Un hombre, que nos leyó don Giussani: «El descubrimiento amargo de que Dios no existe [ella era atea] ha matado la palabra destino. Pero negar el destino es arrogancia, afirmar que nosotros somos los únicos artífices de nuestra existencia es locura: si niegas el destino, la vida se convierte en una serie de ocasiones perdidas, un lamento por lo que no ha sido y habría podido ser, un remordimiento por lo que no hemos hecho y habríamos podido hacer, y se malgasta el presente haciendo de él otra ocasión perdida»4.
Por tanto, nos resistimos no sólo a la hora de decir: «¡Qué grande es Dios!», sino también al decir: «¡Qué hermoso es el mundo!». Y esto se nos pide todos los días, nada más levantarnos, porque, ¿cómo es posible adentrarse en la jornada sin amar el mundo? Hace falta justamente Dios, hace falta su amistad.
Hoy estamos aquí buscando esa tensión a ser como mendigos ante Dios.
Julián Carrón
Un doctorado de una de las mejores universidades americanas me contaba hace poco un episodio que le había sucedido. Había recibido la calificación más alta por parte de los estudiantes por su forma de llevar a cabo el trabajo. El profesor que le daba esta noticia, normalmente reacio a dar felicitaciones, le decía que después de muchos años de enseñanza nunca había visto unas calificaciones tan altas. Muchos de sus colegas habrían dado literalmente saltos de alegría ante un hecho así, pero él se había quedado como una piedra, como si esta noticia no consiguiese afectar a toda su persona, por el momento de dificultad que estaba atravesando. Hasta el punto de que el profesor, asombrado, le había preguntado: «Pero, ¿estás bien?». Al escucharlo, me venía a la cabeza la frase de Jesús: «¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se perjudica a sí mismo?»5. En estos casos se muestra claramente que la vida se presenta con toda su sed de respuesta; en ellos se muestra verdaderamente la naturaleza del yo, la naturaleza del corazón, que es exigencia de totalidad. «Quid animo satis?»6. Esta mañana, recordando ese episodio, pensaba: «Pero, ¿quién eres Tú, oh Cristo, quién eres Tú que, si faltas, todo lo demás, aunque sea el mundo entero, no basta?». Porque Cristo no es una realidad entre otras, no es ni siquiera la más importante: Cristo es otra cosa, es la piedra angular, es la clave de bóveda en la que uno encuentra esa correspondencia por la que vale la pena vivir.
Este episodio nos hace comprender verdaderamente en qué consiste la vida, cuál es el drama del vivir: la alternativa es entre Cristo presente, capaz de cautivar todo nuestro corazón, y la nada, porque nada es capaz de saciarlo, nada le corresponde como Cristo. Lo cual nos ayuda a entender cuál es la exigencia que llevamos dentro, y que llamamos «razón». En absoluto la razón es algo abstracto, sino que es esa exigencia de significado total que nos constituye de tal forma que podríamos ganar el mundo entero y no nos bastaría.
Si la razón no es un asunto intelectual, sino esta exigencia de significado total que llevamos impresa en nuestra carne, la discusión que el Papa ha suscitado con su intervención en Ratisbona no es una cuestión para “expertos” (filósofos, pensadores, analistas), sino algo que afecta a todos y que atañe a la vida diaria. En estas semanas hemos realizado una iniciativa realmente bonita defendiendo al Papa de los ataques que ha recibido; hemos repartido su discurso dándolo a conocer. Muchos están agradecidos por nuestro gesto, como demuestran las miles de copias entregadas en la universidad, en los ambientes de trabajo y en las parroquias. La gente en general se ha mostrado receptiva; no pocos volvían a pedirnos más ejemplares. La batalla en favor de la razón está en absoluta consonancia con nuestra historia, porque cuando don Giussani entró en el Berchet comenzó sus clases luchando para defender la razón, esta singular exigencia de significado total que nos constituye.
Sin embargo, haber llevado a cabo esta difusión –que seguiremos haciendo– no es suficiente. No podemos contentarnos con esta iniciativa, porque la indicación del Papa nos afecta en primera persona, es en primer lugar una oportunidad para mí. Podemos sucumbir a esta paradoja: defender un concepto justo de razón y después, en la vida cotidiana, utilizar otro, manejar un concepto contrario al que ilustra el Papa, un concepto racionalista de razón, contrario por tanto al que hemos defendido públicamente.
Lo cual no es una mera hipótesis. Como decíamos antes, nos resulta fácil decir: «¡Qué hermoso es el mundo!», pero nos cuesta decir, al mismo tiempo: «¡Qué grande es Dios!». Esto pone de manifiesto que a menudo utilizamos la razón como todos los demás. Basta con pensar cuál fue la última vez en que, mirando algo real (no haciendo meditación o rezando los Laudes), dijimos: «¡Qué grande es Dios!». ¿Cuántas veces, mirando algo real, participando en algún evento o acto comunitario, no nos hemos quedado en la apariencia, sino que hemos llegado a asombrarnos por Aquel que lo había generado? Porque decir sólo: «¡Qué hermoso es el mundo!» supone un uso de la razón que se detiene en la apariencia, un uso racionalista de la razón. No es que jamás digamos: «¡Qué grande es Dios!», pero lo decimos como algo yuxtapuesto a la realidad, pues no coincide con nuestra forma de mirar la realidad.
Por este motivo no podemos defender al Papa limitándonos a repartir su discurso; nosotros defendemos al Papa siguiéndole, es decir, usando la razón según su verdadera naturaleza de exigencia de significado total. Esto es lo que nos permite comprender –tanto a nosotros como a los demás– el alcance de lo que ha dicho el Papa.
¿Qué diferencia hay entre vivir la razón según su naturaleza y vivirla de forma racionalista? Es preciso comprender la diferencia, porque de lo contrario, como decía antes, incluso defendiendo un concepto justo de razón, usamos la razón como todos. La diferencia se ve en cómo vivimos las circunstancias. Muchas veces, aun teniendo un concepto justo de razón, nos quedamos bloqueados en la realidad, como todos, nos ahogamos entre cuatro paredes, en la celda cerrada de la circunstancia, del trabajo, de la familia. Defendemos verdaderamente al Papa si testimoniamos ante todos, en primer lugar ante nosotros mismos, que utilizar bien la razón hace de la vida algo distinto, más acorde con la realidad, nos hace respirar en la vida porque corresponde a las exigencias del corazón humano.
Os leo una carta que lo explica. «Llevo un año casada, y espero un hijo que nacerá a finales de noviembre. Desde agosto dejé de trabajar y, por tanto, mi ritmo de vida ha cambiado completamente. Mis días parecen vaciarse, no sólo de cosas a hacer sino también de sentido –esto es lo que más me cuesta–, de significado [aunque uno se quede en su casa y no vaya al trabajo, somos exigencia de significado]. A menudo me levanto por la mañana con pesadumbre porque el día que empieza se me presenta estéril, árido, y a veces aburrido entre las cuatro paredes de mi casa. La única actividad que mantengo es la aburridísima Escuela de especialización para la enseñanza. La condición es ésta: poco que hacer, y ese poco nada agradable. Así, llego a la noche vacía y, en el fondo, triste. Me sorprende que desde hace tiempo mi marido también tiene la misma sensación de tristeza y esterilidad ante su vida diaria, desde que su trabajo no le gusta como antes, porque las condiciones laborales han cambiado mucho. ¡Qué dolor comprobar lo poco que ha bastado para ocultar esa plenitud que el movimiento había introducido en nuestras vidas! Por eso se comprende que el problema no está en las cosas que hacemos, ya sean muchas o pocas, pues el resultado es el mismo: una honda insatisfacción. Ahora entendemos que el problema no es en primer lugar cambiar la condición, sino responder a las preguntas que emergen ahora dramáticamente: ¿quién o qué hace que el día esté lleno? [He aquí donde se expresa la razón, he aquí la exigencia que nos constituye]. ¿Hacia dónde voy y con quién? Traducido: ¿qué quiere decir vivir intensamente la realidad dentro de la condición cotidiana, ya sea esta bonita o fea? Pensando en la Apertura de curso quería plantearte estas preguntas».
Nosotros podemos ahogarnos en la circunstancia. Una amiga nuestra escribe esta carta, no alguien de fuera; y tal vez muchos se reconozcan en ella, aunque las circunstancias concretas sean distintas. Comprendemos por tanto qué quiere decir que no nos basta con defender al Papa, sino que su mensaje se dirige a nosotros, nos afecta en primera persona.
Por eso, desde el año pasado planteamos el problema de la educación: somos nosotros los primeros que necesitamos una educación, una introducción en la totalidad de la realidad. Y espero que no confundamos esto con ser expertos en ciencias de la educación, tampoco en la de don Giussani, porque necesitamos algo más. Necesitamos hombres que hayan sido educados para vivir la realidad hasta el fondo, toda entera, hombres que sean capaces, mediante la convivencia con ellos, de introducirnos en el sentido, en el significado de la realidad.
Es lo que hemos planteado en el Meeting: la razón es exigencia de significado. Por ello no basta con cambiar de «celda», por utilizar de nuevo la expresión de Kafka7, o esperar que cambien las circunstancias: siempre serán limitadas. «La razón es exigencia de infinito, y culmina en el anhelo y el presentimiento de que este infinito se manifieste». A la razón no le basta lo que ve, la belleza del mundo: es exigencia de otra cosa, de infinito, de la grandeza de Dios, sin la cual no puede subsistir. Llevamos dentro este presentimiento, esta urgencia humana, el anhelo de que el Infinito se manifieste.
Todavía nos queda mucho que aprender, lo cual se pone de manifiesto en lo que nos cuesta utilizar la razón de forma verdadera. Nuestro amigo lo decía muy bien: «Nos resulta fácil decir: “¡Qué hermoso es el mundo!”, pero nos cuesta decir: “¡Qué grande es Dios!”». ¡Pero tenemos todo un año para ayudarnos!
Este verano participó en la Asamblea Internacional de Responsables nuestro amigo Etsuro Sotoo. Todos estábamos allí escuchándole, y al finalizar su testimonio (podéis leerlo en Huellas8) dijo que, para él, el lugar en el que se encontraba en ese momento era como el paraíso. Y yo me preguntaba: ¿cuántos de los que también están aquí, delante de lo mismo, tienen su misma experiencia? Muchos me habían dicho que estaban conmovidos por aquellos días. Por eso, al finalizar nuestra estancia juntos, pregunté: «Muchos me habéis dicho que estáis conmovidos, pero ¿cuántos habéis dicho “Tú” a Cristo?». Es lo mismo. Podemos decir: «Qué hermoso es el mundo», o también: «Qué bonito es estar juntos», hasta la conmoción. Pero ¿cuántos llegan a decir: «Tú», a pronunciar Su nombre?
El otro día los chicos de GS me invitaron a un encuentro, y allí sucedió lo mismo: también ellos habían defendido al Papa, pero después intervino un chaval diciendo: «Sin embargo, me ahogo en clase de química». En todas partes pasa lo mismo.
¿Cómo podemos, entonces, superar esta dificultad para reconocer al Señor, salir de la dificultad que tenemos para reconocerle presente, es decir, para usar nuestra razón según su naturaleza, que es capacidad de tomar conciencia de la realidad según la totalidad de sus factores? Porque sin reconocerle no respiramos, sin llegar a decir «Tú» no descansamos. Así pues, ¿cómo aprendemos a utilizar bien la razón? No necesitamos una estrategia, ni asistir a clases de Filosofía. El Papa dijo claramente cuál era la finalidad de su intervención en Ratisbona. Leo sus palabras: «Ampliar nuestro concepto de razón y de su uso». Pero, ¿cómo es posible ensanchar la razón?
Fijaos en lo que dice don Giussani en el Prefacio de Los orígenes de la pretensión cristiana: «No es un razonamiento abstracto lo que hace crecer, lo que ensancha la mente [por tanto, no es una estrategia abstracta lo que ensancha la mente, lo que amplia la razón], sino encontrar un momento de humanidad verdadera, en el que se alcanza y se afirma la verdad». Continúa don Giussani: «Es el cambio radical de método que determina el paso del sentido religioso a la fe: ya no es la búsqueda llena de incógnitas, sino la sorpresa de un hecho que ha acontecido en la historia de los hombres»9.
Sólo la sorpresa ante un hecho es capaz de ensanchar nuestra razón. Lo que nos educa es un acontecimiento, es participar en un acontecimiento que es capaz de hacer saltar nuestra medida, de abrir constantemente nuestra mirada. Y justamente porque tenemos experiencia del Misterio presente podemos usar la razón según su naturaleza. Pero para eso hace falta no sólo el sentido religioso, sino la fe, hace falta un acontecimiento presente.
Lo que nos educa es un acontecimiento. Es fundamental ayudarnos a comprenderlo. Por eso nuestros encuentros son gestos, no simples palabras. No es un razonamiento abstracto lo que ensancha la mente, sino participar en un evento (por eso espero que cuando yo acabe no os vayáis, sino que os quedéis a la Santa Misa, porque la Eucaristía forma parte esencial del gesto). No es un problema de habilidad o de agudeza. Somos pobres hombres. Sólo si participamos en un gesto, como necesitados que somos, yendo como mendigos a recibir la Comunión, a recibir la fuerza de Otro, podemos respirar. Para eso ha venido Cristo, para facilitar este uso de la razón, para ensancharla.
«En aquel tiempo, iba Jesús camino de una ciudad llamada Naím, e iban con él sus discípulos y mucho gentío. Cuando estaban cerca de la ciudad, resultó que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de su madre, que era viuda; y un gentío considerable de la ciudad la acompañaba. Al verla el Señor, le dio lástima y le dijo: “No llores”. Se acercó al ataúd (los que lo llevaban se pararon) y dijo: “¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!”. El muerto se incorporó y empezó a hablar y Jesús se lo entregó a su madre. Todos, sobrecogidos, daban gloria a Dios diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo».10 ¿Por qué piensan en Dios? ¿Por qué no pueden quedarse en lo que ven? El evento que tienen delante les impide bloquearse en su medida. Esto es lo que facilita que la razón se ensanche, se abra hasta llegar a reconocer a Dios, a glorificar a Dios.
Este es un método permanente. En todas las circunstancias podemos verificar la fe cristiana, porque la fe no es la simple prolongación de un discurso: la fe se renueva porque sigue sucediendo el acontecimiento de Su presencia entre nosotros. O el cristianismo es un acontecimiento en acto o cambia su naturaleza, es decir, deja de ser cristianismo. No se trata solo de usar la expresión «el cristianismo es un acontecimiento»: no es un acontecimiento porque lo diga yo, es acontecimiento si sucede. No podemos contentarnos con fórmulas o etiquetas: hay que reconocer un acontecimiento presente.
Como ya he dicho en distintos ámbitos, estoy realmente sorprendido de la cantidad de hechos que se han dado entre nosotros a lo largo del curso. Pero hace falta un yo que los reconozca, hace falta esa «genialidad humana» de la que habla don Giussani y que hemos recordado en La Thuile, y esa pobreza de espíritu que permite que nos dejemos impactar por lo que sucede. Muchas veces estamos pendientes de otra cosa, no estamos abiertos a recibir lo que sucede; nuestros pensamientos nos parecen más inteligentes, nuestras opiniones más útiles que lo que sucede. Pero la realidad es testaruda y, como decía Pavese, «el pensamiento más decidido no es nada comparado con lo que sucede»11.
Cuando se da esta disponibilidad a dejarnos impactar, mirad lo que sucede: «Quería darte las gracias, porque estos días han sido una ocasión privilegiada para darme más cuenta de quién soy yo y a quién pertenezco –me escribe un universitario–. Cuando estamos contigo, esto emerge cada vez con más claridad. Desde hace unas semanas he empezado a estudiar de nuevo Los orígenes de la pretensión cristiana, y me ha llamado la atención lo que escribe Giussani en el Prefacio: “No es un razonamiento abstracto lo que hace crecer, lo que ensancha la mente, sino encontrar un momento de humanidad verdadera, en el que se alcanza y se afirma la verdad”. Lo he experimentado. He crecido, he avanzado en el conocimiento de la vida y de mí mismo no porque haya aprendido un discurso, sino porque he encontrado a alguien que me ha introducido en esta novedad absoluta. Entonces estoy más convencido de que el único camino es este seguimiento curioso por descubrir, por conocer y por enamorarse más de Cristo, a través de aquel que, en la realidad, me lo descubre como una realidad viva. Gracias por la educación que me ofreces: es la única posibilidad para no sucumbir a la nada».
Otro amigo, al término del Équipe del CLU, escribía: «Querido Julián: He llegado aquí esperando un cambio, y desde el principio he entendido que el desafío con el que nos has provocado la primera noche estaba justamente pensado para mí. En la cena del primer día, y después en la introducción, has dicho que o estábamos aquí para volver a casa más “funcionarios” o para volver más ciertos de que en este camino se cumple realmente nuestra sed de infinito. Hoy, casi al final de este Équipe, tengo que admitir que Cristo está venciendo, está venciendo porque nunca deja de tomar la iniciativa, de convocarme al reconocimiento de Su presencia. Mientras nos hablabas esta mañana he advertido el atractivo del Ser, de Cristo presente, el impacto con una Presencia con la que puedo estar en relación en cada instante. En particular me ha impresionado la última frase de la asamblea, cuando decías que en nombre de la moral cristiana yo puedo hacer la cosa más inmoral, que es no dejarme atraer por Él. No he podido objetar mi nada: Él está. Decir esto es un milagro al cual ni siquiera ha podido oponerse mi aridez. Cuando salía he sentido mío, profundamente mío, el silencio, porque no quería perder nada y permanecer en relación con Él. También fuera del salón, hablando con mis amigos, quería pronunciar cada palabra sin apartar la mirada de Su presencia. Ahora deseo que cada instante de mi vida sea silencio, es decir, memoria, relación con Él».
¿Por qué quiere uno vivir el silencio, por qué quiere no perder esta relación con Él, vivir en la memoria? Solo porque Cristo corresponde como nadie al deseo, a las exigencias del corazón. Que esto vale para todos, también para los que no estaban en La Thuile, lo documenta esta carta que escribe una chica a un amigo: «Te he llamado sólo para contarte que estoy leyendo Memoria: método del acontecimiento, el texto de la Asamblea Internacional de Responsables. Al leerlo experimento una absoluta correspondencia, hasta el punto de que cada cierto tiempo tengo que parar de leer, porque no puedo asimilar más. Y entonces comprendo, como me han dicho tantas veces, por qué Jesús se reveló paulatinamente: los discípulos no habrían soportado la magnitud de aquella Presencia de una sola vez. En algunos momentos toco con la mano mi límite y la grandeza de Dios». Algo que sucede me hace tocar con la mano la grandeza de Dios. ¡Algo bien distinto de un mero pensamiento!
Otra persona, que deseaba y esperaba nuestra visita a América Latina, me escribe: «Antes de que llegaras me había preguntado muchas veces qué deseaba, en el fondo, de tu visita, qué esperaba, y la única respuesta que realmente me satisfacía era lo que don Giussani había dicho en “Me parece que no buscan a Cristo”: “¿Y si uno lleva consigo el contenido de la conciencia de todos los días transcurridos, de todos los años que ha pasado en el Grupo Adulto, en la verífica o en el movimiento? No sé si nos sentiríamos hundidos bajo una capa de vergüenza [...], al darnos cuenta en ese momento de que no hemos dicho nunca ‘Tú’ [podemos preguntárnoslo: ¿cuándo ha sido la última vez que hemos dicho «Tú» con toda la conciencia y la conmoción de la que somos capaces?]. Tú eres, Señor, el que yo amo. Decía san Agustín: ‘¿Qué desea más ardientemente el hombre que la verdad?’¿Qué es la verdad? Un hombre que está presente, un hombre presente: ¡no se le puede dilapidar o permitir que se desdibuje detrás de la presencia hermosa y alegre de la compañía de unos rostros que deberían insinuarse como signo de Él! Esto no sucede cuando se le llama ‘Tú’ realmente, con toda la conciencia del yo: cuanta más conciencia tengamos de nosotros mismos, más potente, más grande, más verdadera, más sencilla y pura será la devoción hacia Él”12. Tu sencillez, tu limpieza, tu afecto, tu modo de desafiar continuamente la realidad, buscando en ella una verificación, me han conquistado por completo y me han hecho comprender de nuevo la preferencia y la plenitud de la vida de Jesús, la vida que Jesús nos hace experimentar cada día, y ahora aflora en mí todo el deseo de que esta belleza acompañe mi vida y la de todos los amigos que la han visto».
Cada uno de nosotros puede convertirse para los demás en un compañero así. No se trata de ser perfectos (nunca lo seremos), sino de dejarnos arrastrar por Su presencia. Esto es lo que nos permite mirar todo, incluso el dolor: «Después de los Ejercicios de la Fraternidad hemos perdido, en el tercer mes de embarazo, a nuestro tercer hijo. Esta realidad no correspondía a mi deseo. ¿Dónde estaba la infalibilidad del corazón de la que hablabas? ¿En dónde me equivoco, al desear la vida de mi hijo? No me daba paz decirme que lo que había sucedido era para un bien. Mi exigencia de vida y de verdad [la razón, exigencia de significado] quedaba insatisfecha, y yo la planteé, la grité, grité mi incapacidad a mis amigos: a mi grupo de Fraternidad, a mi Escuela de comunidad. Poco a poco, de forma cada vez más evidente, como el albor del sol que sale por la mañana, que lenta pero inexorablemente se convierte en luz, se me hizo presente el rostro de Cristo, se me reveló Su presencia. Como decías en los Ejercicios: “No debemos apartar la mirada ni distraernos: yo puedo mirar el ataúd de mi padre hasta decir, en el fondo, ‘la realidad es Cristo, allí, precisamente allí, está Cristo’”. He tenido que mirar fijamente el dolor de mi corazón ante este hijo que ya no está para percibir que la correspondencia de la que hablabas no está en la realización del deseo de que mi hijo viviese, sino más allá de esto, en el desvelarse del rostro de Cristo en mi vida. Porque ningún hijo, en el fondo, puede cumplir mi corazón. Sólo Cristo puede cumplirlo».
Comprendemos ahora por qué don Giussani nos decía desde el principio, como leemos en De la utopía a la presencia, que «el problema no es la comunidad, [...] sino que soy “yo”. No necesitamos algo que cambie mis acciones, sino algo que cambie mi persona. Lo que está en cuestión es la vocación de mi vida: una identidad consciente y estable. Y el método estable para vivir es la unidad de uno mismo y la unidad con los demás. La unidad de nosotros mismos la encontramos en la unidad con Cristo. La identidad estable y consciente está en mi relación con Cristo. En efecto, “donde no hay templo no existen moradas”. Esto quiere decir que encontrar la unidad de uno mismo coincide con la maduración de la unidad con Cristo; y la unidad con los demás es una consecuencia de esto, pura consecuencia de esto. Pero la unidad con Cristo está condicionada [como hemos visto] por la modalidad con la que esta Presencia [se hace presente] se hace sensible, es decir por el cuerpo en el que se revela [participando en un gesto, en la vida de la comunidad], es decir, la vida de la comunidad en cuanto que realiza el misterio de Cristo. Por eso, seguir a la comunidad es el método mediante el cual se incrementa la relación con Cristo [porque Cristo ha venido justamente para esto], y por tanto [se incrementa] la propia identidad y la unidad con los demás»13.
Debemos recordarnos mutuamente cada día el hecho que hay entre nosotros y que motiva nuestra unidad. Esto es lo que hace crecer el juicio, una conciencia estable, una identidad consciente y estable. «Lo que más me ha impresionado en este año, al no tener la preocupación de defender un papel determinado, es la búsqueda de lo esencial. Siempre he perseguido en estos años, como en un reality show, la complacencia de los demás, que los demás viesen lo estupendo que era en todo lo que hacía. Luego, de forma privada, experimentaba la insatisfacción. Vivía para otra cosa, llenaba el vacío con otra cosa, pero no estaba lleno. La amistad con Giorgio, el amor de mi mujer, el seguimiento sencillo de la vida del movimiento en este año me han colmado como un vaso que se llena gota a gota, y ha llegado la última, y me he desbordado sin darme cuenta. En uno de los últimos desahogos con Giorgio la frase que me quedó grabada es: “¿En dónde está tu consistencia? [una identidad consciente y estable: ¿en qué consistes?] ¿En lo que haces o en Aquello que te ha cautivado?”. Después de La Thuile volví con el deseo de vivir cada vez más lo esencial, no porque quiera irme a la Cascinazza: lo esencial para mí es lo que sucede. Y por esto para mí ha sido tan bueno el encuentro de La Thuile, porque por primera vez en mucho tiempo el primer pensamiento no ha sido: “Ahora vuelvo y me tienen que invitar a algún sitio o a alguna Fraternidad”, sino el deseo de estar donde estoy y decir: “Jesús, haz que yo te vea, que no cierre los ojos y que reconozca Tu presencia en la conciencia de que estamos juntos para esto. Ayúdame a reconocer Tu presencia en mi vida”. Un cierto entusiasmo ya me había sucedido otras veces, durante los últimos años, pero era euforia, no juicio. Hoy puedo decir que es juicio, un juicio enraizado primordialmente en la conciencia que tengo de mí mismo».
Esto es lo que ensancha la razón y permite una estabilidad, una identidad estable y consciente, esto es lo que hace posible el diálogo interreligioso, como testimonia una carta publicada en Tracce de dos madres del movimiento que han conocido a otras madres de origen chino al llevar a los hijos al colegio; poco a poco ha crecido la amistad, y las madres chinas han dicho: «Nosotras no conocemos el cristianismo, pero intuimos que es un camino verdadero, bonito para nuestros hijos» (que se preparaban para el Bautismo). Para reconocer lo que hay entre nosotros es suficiente con no tener prejuicios. Como me escribe Michele, de Bolonia: «Me invitaron a Rímini a un concurso de cultura política para estudiantes universitarios organizado por la Asociación mazziniana italiana. Como era previsible, el ambiente se mostró enseguida hostil... [porque en la convocatoria se sostenía] que los hombres deben crecer sin condicionamientos por parte de nadie y en particular por parte de la Iglesia católica, que plasma las conciencias a través de sus escuelas confesionales e interfiere en las opciones del Estado. Visto que yo no estaba allí para buscar un enfrentamiento ideológico, escribí simplemente en el tema lo que he aprendido en mi experiencia tal como es guiada por el movimiento, es decir, que es fundamental para la formación de hombres libres una propuesta educativa clara y al mismo tiempo una libertad en condiciones de criticarla; aduje las revueltas de los estudiantes en Francia como ejemplo de lo que sucede si no hay nadie que asuma la responsabilidad de hacer una propuesta educativa precisa. Algunas semanas después sucedió algo que nunca hubiera esperado: me llamó la organizadora para decirme que había quedado el primero. Fui a su casa a retirar el premio y me quedé impresionado, porque me dijo que mi tema había gustado mucho al jurado (entre los que estaba el gran maestre de una logia masónica italiana). Cuando le dije que era católico, ella se quedó muy impresionada y dijo que era paradójico que una asociación de laicos hubiese premiado entre todos los participantes justamente a un católico. Dos semanas más tarde le regalé Educar es un riesgo y me dijo que, a pesar de su lejanía con respecto al pensamiento de Giussani, lo leería. La razón por la que te he escrito esta carta es para contarte cómo se ha puesto de manifiesto en mi experiencia que la educación que nos da Giussani es absolutamente correspondiente a la naturaleza del hombre y de sus deseos, hasta el punto de que un jurado de este tipo ha reconocido como más razonable y más humano mi tema. Estoy lleno de agradecimiento también porque reconozco que no tengo ningún mérito por lo que he escrito».
¡Hasta los demás lo reconocen! Espero que empecemos a reconocerlo también entre nosotros. Esta es la tarea que nos espera este año.
Para terminar, quiero daros una noticia estupenda: el Papa Benedicto XVI ha aceptado nuestra petición de un encuentro con él el próximo 10 de febrero en el Aula Pablo VI en Roma.
Notas
1 Cfr. Luigi Giussani, Dall’utopia alla presenza, Bur, Milano 2006, p. 52.
2 Lc 16,31.
3 Cfr. Memoria: método del Acontecimiento, supl. de Huellas, n. 8, septiembre 2006, p. 8.
4 O. Fallaci, Un hombre, Euroclub, Milano 1980, p. 151 (Noguer y Caralt Editores, S.A., 1984)
5 Lc 9,25.
6 Cfr. A. Gemelli, Il Francescanesimo, Edizioni O. R., Milano 1932, cap. XIII.
7 F. Kafka, Aforismi di Zürau, n. 13, Adelphi, Milano 2004, p. 27 (Aforismos de Zürau, Ed. Sexto Piso, Madrid 2006).
8 Cfr. E. Sotoo, «Como un hijo que llega a casa», en Huellas, n. 9, octubre 2006, pp. 40-41.
9 L. Giussani, Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 2001, p. 8.
10 Lc 7, 11-16.
11 Cfr. «Il tormento di Pavese, prima che il gallo canti», en La Stampa, 8 agosto 1990, pp. 16-17.
12 L. Giussani, El atractivo de Jesucristo, Encuentro, Madrid 2000, pp. 169-170.
13 L. Giussani, Dall’utopia alla presenza, op. cit., pp. 8-9.
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