La reciente polémica suscitada en la prensa a raíz de la llamada de Benedicto XVI a un uso adecuado de la razón y a una concepción de la fe acorde con la estatura de la razón humana nos concierne. Es la misma acusación que hicieron a don Giussani y que se hace a cualquiera que defienda una relación entre razón y fe distinta de la que establece la ideología de matriz ilustrada o el fideísmo.
A mediados de los años 50 don Giussani, en su primer día de clase en el Liceo Berchet, baluarte de la intelectualidad laica milanesa, nada más entrar aceptó el reto de un estudiante que le dijo que era inútil que intentara hablarles de razón y de fe, por ser dos realidades inconciliables entre sí. A partir de ese momento, don Giussani trabajó para que la propuesta de Cristo pudiera ser conocida como respuesta plena a lo humano, y así empezó el movimiento que desembocaría en Comunión y Liberación. Por eso, la polémica en contra de Benedicto XVI no nos resulta nueva, aunque lo sea por el contexto dramático en el que se ha producido. Desde los medios laicistas y los fundamentalistas se ha impulsado el mismo desprecio hacia su mensaje y el mismo rechazo a una seria confrontación, ya sea tergiversando o bromeando.
Las palabras del Papa se han ocultado para soslayar lo que plantean a todos, tanto en Oriente como en Occidente. Pero el problema sigue ahí, en el corazón de la vida personal y social. ¿Qué es la razón? ¿Qué es la fe? Y, por consiguiente, ¿qué significa que una fe –sea la que sea– que no se someta a la razón y no se compruebe con libertad es un sin sentido, fuente de violencia, más o menos encubierta? ¿Qué quiere decir que tener fe no es una postura irracional, es decir, que la fe influye en el conocimiento de la realidad, el plan de vida personal y las decisiones que orientan la sociedad? Ojalá quede todavía algún espíritu libre capaz de plantearse estas preguntas, antiguas y siempre nuevas.
Ante el mensaje del Papa ha prevalecido una respuesta de tipo instrumental: algunos aguardaban la ocasión de presentarlo como abanderado de la cruzada contra el islam, otros, de contarlo entre los enemigos de la paz. En algún caso la respuesta ha sido vil. Bochornoso el silencio de los gobiernos y los Estados.
Mientras los nuevos escribas tratan de ningunear su propuesta, en el pueblo crece la curiosidad y el deseo de comprender. Muchos, en la escuela y la universidad, en el trabajo o en las parroquias, se han acercado para recibir el texto del Papa y el comunicado de Julián Carrón, del que CL ha distribuido miles de copias; y lo han agradecido. A los poderosos les conviene un mundo enfrentado entre fideistas y racionalistas, divididos en bandos cerrados frente a los avatares de la vida y de la sociedad, evitando medirse con la realidad de las cosas. Es un mundo más fácil de gobernar.
Los hombres se someten más dócilmente cuando no están educados en un uso correcto de la razón, es decir, preguntarse el porqué de todo lo que sucede. El Papa, como hombre de fe y de razón, presenta ante nosotros su experiencia humana de amor a la verdad, con la sencillez y el valor de aquel que confía toda su persona a la amistad con Cristo, la única que nos hace libres.
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