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Huellas N.9, Octubre 2006

CL La Thuile

Estudiar chino en París

Paola Bergamini

Nos encontramos la última tarde de la Asamblea Internacional de Responsables. Era curioso conocer a la universitaria que había escrito en primavera la carta y el manifiesto (publicadas en Huellas de mayo) con referencia a los disturbios de París. Cuando la veo, por un instante viene a mi mente la famosa fotografía de mayo del 68: una preciosa joven entre la multitud levanta los brazos como señal de protesta. La misma vivacidad, la misma determinación. Murielle está matriculada en la facultad de Lenguas orientales en París. «En Francia se estudia la lengua de forma intensiva –explica– y yo he elegido lengua china. Siempre he sido una apasionada del lenguaje, y cuento con la ventaja de ser bilingüe: mi madre es italiana y mi padre francés. Cada lengua tiene su propia constelación descriptiva de la realidad. Para mí la lengua es la posibilidad de comunicarme a mí misma y de encontrarme con el otro. Partamos de este punto: mi vida ha estado marcada por algunos encuentros». Empezamos por el primero. «Hasta los diez años viví en Francia y después, por temas familiares, vine a Italia con mi madre. Ella había conocido de joven a don Giussani, y siempre me había comunicado ese modo de vivir. Vivíamos en Milán, en donde mi madre tenía grandes amigos que enseguida me aceptaron y me hicieron sentirme como en casa. Los fines de semana iba a ver a mis abuelos a Brugherio (en las afueras de Milán, ndr.) y allí empecé a asistir a algunos encuentros en la parroquia que llevaba don Gianni Calchi Novati. Yo no estaba bautizada, porque mi padre había decidido que tenía que ser una elección mía». ¿Catequesis? «No, no fue ese el primer paso. Un día don Gianni nos preguntó: “¿Quién quiere ser pescador de hombres?”. Entonces fui a la papelería, compré una tarjeta y escribí: “Sí, quiero ser pescadora de hombres”. Con los que habían respondido a la pregunta don Gianni empezó a quedar. Éramos un pequeño grupo. Pasado un tiempo, pedí el Bautismo. Fue una fiesta preciosa. Para mí supuso un momento fundamental, marcó un antes y un después». ¿Terminaste tus años de liceo en Milán? «Sí, hice el liceo lingüístico, y allí conocí a una profesora del movimiento que me hizo apasionarme por el mundo y que me quiso como una madre. Participaba en el grupo de GS de mi liceo, el Manzoni, y conocí a don Giorgio y a los amigos del Sacro Cuore. En verano, cuando iba de vacaciones, pude conocer a la comunidad de Chiavari (en Liguria), y allí me encontré con don Pino De Bernardis, la persona que más me ha hecho apasionarme con el movimiento y que ha cambiado mi vida. Un día asistí a un encuentro con don Pino sobre la historicidad de los evangelios. Para mí fue importantísimo. Ver cómo a través del estudio de la frecuencia de algunas consonantes había sido posible reconstruir hechos históricos fundamentales para nuestra fe, y así dar razones de ella, me hizo darme cuenta: “¡La lingüística es mi vocación cultural!”. Al finalizar el acto me acerqué a don Pino, que me invitó a la Católica porque quería presentarme a una persona. De esa forma conocí a Eddo Rigotti, profesor de Lingüística. Charlamos durante diez minutos y al final, junto a una serie de consejos, me dijo: “Estudia ruso o chino”. Yo me inclinaba por el ruso, porque tenía una amiga que lo estudiaba». Y sin embargo... «Y sin embargo otro encuentro. Ese verano, en el equipe de GS, un matrimonio que acababa de volver de China dio un testimonio. Su relato fue fascinante. Ese otoño me apunté en un curso de chino por las tardes». Después, el paso a la universidad, la decisión de profundizar en este interés por la lengua. «Sí, este deseo de comunicarme y de comprender al otro». Pero, ¿por qué volver a Francia? «Por encima de todo quería estudiar Lingüística, pero también esta vez, por una serie de coincidencias y de líos burocráticos, tuve que matricularme en Lenguas orientales. ¿Por qué París? Podría decir que porque me parecía mejor, pero es que echaba de menos Francia. Una parte de mi vida estaba allí. El primer año fue durísimo, porque volvía a encontrarme con algo que me era familiar, pero que parecía lejos de la experiencia que había vivido en Italia, hasta el punto de llegar a pensar: “No me dejo ‘impregnar’ por lo que sucede a mi alrededor”. No comprendía la mentalidad de la gente. Era una dificultad que vivía no solo con los compañeros de universidad, sin con la gente de la comunidad». ¿Qué sucedió después? «Dejé de pensar que lo que había encontrado era mejor y que tenía que permanecer “impermeable” al ambiente, a las personas que conocía. Los otros son interesantes para mí, porque son una posibilidad de encuentro. Había escrito que quería ser pescadora de hombres... Esto, a veces, no resulta fácil, porque en la universidad hay una competitividad impresionante, hasta el punto de que hay quien llega incluso a pasar apuntes erróneos, o hay quien, a una semana del examen, se divierte haciéndote perder el tiempo con bobadas. En resumen, un ambiente muy provocador en el que ponerse en juego hasta el fondo». ¿Cómo fue lo del famoso manifiesto? «Sí. Cuando leí aquella frase en los baños (“Tenemos que hacer algo, porque no seremos estudiantes siempre”), me quedé bloqueada. Pensé: “No estoy proponiendo nada”. Esa misma tarde nos encontramos en mi casa para tener la Escuela de comunidad y yo dije que no podíamos perder más tiempo». Lo último que a una se le ocurre mirando a Murielle es que sea de las que pierden el tiempo. Pero resulta todavía un poco raro que pase horas y horas estudiando los ideogramas chinos. ¿Es fascinante el estudio de esta lengua? «Mucho. Los chinos, al no haber dado el paso hacia la “abstracción fonética”, han permanecido en un impacto familiar con la realidad. Caligrafiar una cosa es más que escribir una palabra, es el mismo ser de la cosa. Si no experimentas qué es la armonía, jamás podrás caligrafiar su carácter de forma exacta. Esto no resulta fácil de comprender, pero ciertamente es fascinante. Sin embargo, hubo un momento en el que me pregunté si este estudio era lo más apropiado para mí. Me acuerdo que durante la misa por el aniversario de don Giussani pedí poder comprender si merecía la pena. Algunos días después cayó en mis manos una página de un periódico del 22 de febrero en la que se leía: “¿Por qué aprender el chino?”. Llena de curiosidad, lo leí. Ningún análisis económico, afortunadamente. Una frase que me impresionó: “Esta lengua es la ocasión para muchos de abrirse al otro”. El artículo estaba firmado por el jesuita que dirige el Instituto Ricci en Taiwán. El periódico era La Croix, el periódico católico francés. Me pareció un estímulo, una respuesta a mi petición».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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