Va al contenido

Huellas N.9, Octubre 2006

CL La Thuile

AIR. Como un hijo que llega a casa

Etsuro Sotoo

Vivo en Barcelona como un extranjero. Desde joven he viajado mucho, no por el hecho en sí de viajar, sino en busca de algo que me permitiera encontrar un sentido dentro o fuera de mí. Ahora hace mucho que no viajo “físicamente”.
El primer “encuentro” en mi vida fue con la piedra, el material más difícil, más misterioso y más resistente, más duro. Para mí la piedra fue el motivo que me hizo viajar. En efecto, gracias a la piedra viajé por Europa, y allí me encontré con la Sagrada Familia. Y dentro de ella emprendí otro viaje que me ha llevado mucho más lejos. Durante todo este camino estaba solo, nadie me acompañaba, sólo estaba la piedra. Sin embargo, estaba convencido de que en el fondo no estaba totalmente solo, de que había algo que ya había sido preparado para mí. Por ejemplo, en torno a mí hay oscuridad, sin embargo sigo mi camino y llego a un lugar en el que empiezo a vislumbrar la luz. Entro en una habitación oscura en la que no se ve nada. Si me detengo un momento me doy cuenta de que puedo empezar a ver algo, ¡porque hay algo de luz! Aquí comienza mi viaje. De forma imprevista me encuentro con algo, es como si viese una puerta, y tratase de empujarla, de abrirla, y al abrirla me encontrase con otra habitación oscura. Espero un poco y encuentro otra puerta y nuevamente otra habitación oscura. Era como si no existiese una puerta que me condujese hacia la luz definitiva. Sin embargo ¡existía esa puerta! Ahora me pregunto: «¿Por qué busco esta puerta? ¿Por qué paso a través de puertas que no conozco?». Este es el viaje provocado por las preguntas que nacen dentro de mí.
Nadie me obliga a viajar, nadie me obliga a plantearme preguntas, nadie me obliga a “abrir otras puertas” y a entrar en nuevas habitaciones.
Yo, fascinado por Gaudí, quería abrir su puerta, pero no lo conseguía, hasta que de forma inesperada me di cuenta de que desde una dirección que no conocía me estaba llegando una luz: era la puerta de la Fe, aunque yo no lo sabía. Pero al abrir esa puerta encontré un desierto, y ya no tenía a Gaudí. Él no me había abierto su puerta, sino que había abierto mis ojos para enseñarme hacia dónde miraba él. Y esto es precisamente lo que yo miro ahora. Gaudí quería que yo abriese mi puerta. Para mí era como caminar en un desierto, y encima solo, sin Gaudí, que estaba ahora detrás de mí. Estaba totalmente solo, ¿qué podía hacer?
Pero de repente me encuentro con vosotros y mi camino deja de ser un desierto, está lleno de luz y es muy largo. Desde ese momento ya no estoy solo, y me doy cuenta de que sería todavía más duro seguir permaneciendo solo. Percibo que estamos caminando hacia el mismo punto luminoso. ¿Por qué ahora veo tanta luz? ¡Porque estáis vosotros!
Siempre me he preguntado de dónde venía esa necesidad mía de “abrir puertas”, y me he respondido que esto sucede si uno en su vida no está bien, porque siente la necesidad de buscar, de avanzar hacia aquello que todavía no conoce; por eso he pasado la mitad de mi vida en esta búsqueda afanosa; hasta ahora he caminado solo y no había nadie a quien pudiese dirigir mis preguntas. Después me he encontrado con vosotros, que caminabais en mi misma dirección, y esto para mí es más que un regalo, es el paraíso. Es como si vosotros estuvieseis esperando mis preguntas, es como si las conocieseis antes de que yo pudiese formularlas, y esto para mí es mucho más que recibir respuestas, me da una gran tranquilidad, pero al mismo tiempo es una gran sorpresa. Venís a mi casa, os planteo preguntas y vuestra cara se llena de alegría, como expresando que era justamente eso lo que estabais esperando. Es como un hijo que llega a su casa y puede hacer todas las preguntas que quiere, puede hacer todo lo que quiere, todo le está permitido.
Imaginaos un hombre que está en prisión y que debe combatir cada minuto, cada segundo para sobrevivir, y que no olvida ni un instante quién es él y cuál es su destino. Repentinamente la verja desaparece y puede reencontrarse con sus amigos y abrazarles. Casi no puede creerlo. Yo soy un luchador, tal vez de forma exagerada, pero conoceros a vosotros me ha ayudado mucho y me ha confirmado que no he perdido el tiempo en todo lo que he hecho, y que todo lo que ha existido ha sido necesario, parece que todo ha sido preparado para mí.
Ahora sé que todo mi viajar y mi tristeza merecían la pena. He tenido paciencia, aunque a veces me angustiaba: me angustiaba la idea de convertirme en una persona dubitativa. Esto me sucedía porque no tenía un lugar al que dirigirme, aunque nunca olvidé mi pregunta.
Antes de conoceros me estaba convirtiendo en un hombre dubitativo; esto significa que cuando conoces a otros hombres dudas del hecho de que sean personas buenas que te pueden ayudar, piensas que te quieren engañar, ya no te fías de la gente. El hombre que duda es débil, y yo me transformaba en un hombre débil, también porque si luchas solo es más fácil encontrar el infierno que el paraíso. Tenía que superar esta fase, porque me hacía dudar incluso de todo lo que hacía. Esto me aterraba, pero por suerte os he conocido, y vosotros vivís una certeza. Esta suerte es una gracia que hay que buscar. Si te quedas quieto, no llega por sí sola, debes moverte hacia esta gracia. Esto es la confirmación de que todo lo que ha pasado ha sido positivo. Aunque estaba a punto de caer, ahora soy feliz. Si no os hubiese conocido, probablemente habría caído y me habría transformado, como en la Metamorfosis de Kafka, en un insecto. Estaba a punto de perder mi batalla, pero mientras mantengas vivas tus preguntas, eres vencedor, y esto quiere decir que mañana tienes otro día y puedes seguir adelante: es la victoria de Cristo. Si renuncias a ser hombre y renuncias a tus preguntas, pierdes la batalla. Y no existe un mañana.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página