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Huellas N.9, Octubre 2006

PRIMER PLANO Benedicto XVI

Recobrar la amplitud de la razón

Pigi Colognesi

El discurso del Papa en la Universidad de Ratisbona lanza a todos un desafío. Atacado por sectores del islamismo radical e ignorado por el mundo intelectual y universitario occidental, que hace oídos sordos a sus palabras, con un acto valiente de amor por la razón, que lleva tiempo “encarcelada”, Benedicto XVI nos invita a recobrar un uso correcto de la misma, y ofrece un testimonio meridiano de que la fe católica es acorde con la razón. El encuentro con el Hecho cristiano provoca a la razón a salir de la prisión en la que está continuamente tentada de recluirse. En estas páginas recogemos las contribuciones de Pigi Colognesi, Javier Prades y Marta Sordi

«Es inútil, profesor, que venga usted aquí a hablarnos de religión» –son las palabras que escuchó don Giussani el primer día de clase en 1954–. «¿Y eso, por qué?», «porque la fe y la razón son dos rectas paralelas que no se encuentran jamás: la razón puede decir una cosa y la fe otra. ¡Son dos mundos distintos!». Desde aquel lejano estreno, todavía implícito, de CL, quedó claro que para el cristianismo de nuestro tiempo el problema fundamental no es en primer lugar la fe, sino cómo se concibe la razón. Por eso el Meeting de Rímini 2006 ha hecho de la razón su tema central.
Retomemos con calma y estudiemos con atención ese espléndido himno a la razón que es el discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona el pasado 12 de septiembre. Por supuesto, estas notas no pretenden explicarlo, ni mucho menos hacer un comentario. Simplemente quiero llamar la atención sobre algunos puntos para perdernos lo menos posible su riqueza; después, que cada cual puede buscar en los textos de nuestra historia las consonancias o las aclaraciones más idóneas.
Puede ser útil establecer algunas premisas: la primera se refiere obviamente al revuelo que han levantado las diferentes reacciones, teledirigidas desde sectores del mundo islámico que se ha considerado ofendido por la ya famosa cita del emperador bizantino Manuel II. Cuando entrego este artículo, la polémica no se ha apagado todavía y es difícil prever qué consecuencias tendrá. Por lo que respecta a este punto, basta con leer el comunicado de prensa «Nosotros estamos con el Papa» para recordar que el juicio sobre el islam no constituía el tema central del discurso papal.
Lo que sí es necesario es despejar el campo de otras simplificaciones más sutiles aunque no menos insidiosas. Como la de pensar que se trata sólo de una lección académica; con ello, al separar al teólogo del Papa se evita hacer seriamente las cuentas con un mensaje que nos compromete. O bien, decir que es un discurso difícil, para filósofos, aunque lo cierto es que la argumentación del Pontífice es transparente; el que sea competente para ello hará las oportunas profundizaciones, pero lo sustancial es accesible –e importante– para todos los cristianos.
Pasemos a destacar algunos puntos.

La universidad
Dirigiéndose a un público académico, Benedicto XVI ha querido introducir el tema que más le interesa –la armonía entre fe y razón– mediante un juicio sobre lo que la universidad debería ser: el lugar en el que, más allá de las múltiples especialidades, todos y cada uno trabajan «en el todo de la única razón», constituyendo así una universitas. Sin embargo, la universidad parece haber renunciado precisamente a su “universalidad”, no tanto debido a la multiplicación de las disciplinas específicas, sino más bien –como se irá viendo en el desarrollo del discurso– porque se ha impuesto una concepción reducida de la razón, una razón que ya no busca el todo, sino que se contenta con cultivar su parcela especializada. Pero así la razón queda como amputada.

La naturaleza de Dios
En este párrafo (que es el que ha convulsionado las plazas islámicas) la frase central –el propio Benedicto XVI lo ha señalado– suena así «No actuar de acuerdo con la razón es contrario a la naturaleza de Dios». ¿Por qué es tan importante? En primer lugar, porque condena cualquier “patología” violenta del el uso de la razón. Pero sobre todo porque indica la posibilidad que tiene la razón humana –cuando se usa correctamente– de “descubrir” a Dios. Al entrar en contacto con la realidad, la razón se ve empujada por su propia naturaleza a preguntarse pobre el significado, a leer la propia realidad como “signo” del misterio de Dios. Esta dinámica –la “dinámica del signo”– sería imposible si entre nuestra razón y la acción de Dios no hubiera una “analogía”. En otras palabras, nuestra razón puede percibir su existencia, precisamente porque Dios, que es “absolutamente trascendente”, está al mismo tiempo presente en la realidad –y por lo tanto no está totalmente separado–. Aunque es cierto que el rostro del Misterio continúa siendo misterioso para la razón. La fe surge como una flor imprevista (el mismo Dios que se revela) en el campo de una razón que no se ha visto reducida. Para indicar esta capacidad de la razón humana, Benedicto XVI utiliza un término valiente: “auténtico iluminismo”. Es como decir que nuestra cultura occidental, que se precia de ser razonable por haber rechazado a Dios, es todo lo contrario a “iluminada”.

El espíritu griego
La conciencia de que entre «Dios y nosotros, entre su eterno Espíritu creador y nuestra razón creada, existe una verdadera analogía» ha sido siempre patrimonio de la Iglesia. Cuando la Iglesia nació, encontró signos de ello en lo mejor de la filosofía griega. Tanto es así que el mismo san Juan comienza su Evangelio llamando a Dios, logos, es decir, no sólo palabra, sino también razón. Este encuentro entre la revelación cristiana y el espíritu griego ¿fue algo casual, que se puede por tanto superar, o es más bien esencial y perdurable? Benedicto XVI apoya con fuerza esta última tesis. No porque “prefiera” la tradición griega, sino precisamente porque tiene en cuenta la naturaleza de la encarnación. Esta se realiza siempre a través de formas concretas. Una vez asumidas, estas formas no se pueden considerar casuales, sino que de alguna manera constituyen el rostro mismo de la encarnación. Es verdad que no todas, o no todas de la misma manera, pero lo cierto es que el descubrimiento de Dios como logos no es una “superestructura griega” de la encarnación, sino uno de sus elementos fundamentales, hasta tal punto que el Evangelio la hace inequívocamente suya. No podemos dejar de recordar, como ejemplo de esta dinámica, la dialéctica entre factor humano y factor divino que se desarrolla en el libro ¿Por qué la Iglesia?.

La deshelenización
El término puede parecer difícil, pero se entiende lo que es: cuando la fe se separa de la razón (so pretexto de desembarazarse del “racionalismo” griego) el cristianismo se desnaturaliza. Benedicto XVI nos da tres ejemplos de ello. La Reforma protestante, que acaba por conducir a la separación entre razón “pura”, en la que el problema de Dios no tiene lugar, y la “práctica”, en la que la fe sólo tiene cabida en términos morales, de vida práctica. La segunda deshelenización, aquella que busca al Cristo histórico exclusivamente en los documentos, llega a análogas conclusiones, haciendo de Cristo «únicamente el padre de un mensaje moral humanitario». Finalmente, la deshelenización actual, la de creer que el cristianismo recibido de la tradición europea sólo es válido para los pueblos del viejo continente. No se trata de analizar la historia de la cultura, basta con pensar que la fe no es la respuesta gratuita e imprevisible a la exigencia de la razón (común a todos los hombres, y por ello única base sobre la que fundamentar el diálogo) y reducirla así a moralismo (la ética prevalece sobre la ontología) o a humanitarismo genérico. Sin la certeza de que la fe responde al corazón/razón de cada hombre, la misión es imposible (algunos teólogos llegan a sostener la teoría de que sea incluso nociva).

El cientifismo
Si la razón no tiene “analogía” con el misterio de Dios, las preguntas sobre Dios –es decir, sobre el significado– no se pueden plantear; sólo tendría valor la racionalidad científica. Como si el hombre pudiese alcanzar certezas sólo en los campos que en el fondo menos le interesan, quedando excluidos precisamente los que tienen que ver con el significado. Así la razón queda recluida en una habitación cerrada, mientras su naturaleza es la de ser una ventana abierta de par en par ante la realidad. Una ventana por la que Dios, que nos ha hecho semejantes a Él, se deja ver como misterio. En este camino de búsqueda insaciable del significado, la razón, con los métodos adecuados a cada objeto que encuentra, lee la realidad, descubre su dinámica; es decir, hace verdadera ciencia.


BOX
FE Y RAZÓN
Como aquel primer día de clase

Recuerdo que la primera hora de clase que di en el Liceo Berchet fue en 1ªE. Estoy a punto de subirme a la tarima y ya en el fondo, a la izquierda (en el fondo, precisamente en el último banco), se levanta una mano. Y yo pienso: ¡Dios mío, hay ya una dificultad antes de que empiece!». «Diga usted» (después he visto en la lista de la clase que aquel muchacho se llamaba Pavesa: ¡lo recuerdo muy bien, cuarenta años después). «Es inútil, profesor, que venga usted aquí a hablarnos de religión, porque para hablar hace falta razonar, tiene usted que usar la razón, y usar la razón ante la fe es inútil, porque son dos rectas paralelas que no se encuentran jamás: la razón puede decir una cosa y la fe otra. ¡Son dos mundos distintos!». Entonces yo, un tanto extrañado por una objeción que sinceramente no me esperaba, digo: «Perdone, ¿qué es la fe?». Él mira a su alrededor; los compañeros sonríen torpemente. Entonces pregunto vigorosamente a toda la clase: «¿Quién de ustedes sabe lo que es la fe? ¿Quién sabe describírmela, definirla, decirla, como quieran?». Todos se pusieron serios y ninguno respondió. Me sentí fuerte y dije con voz más alta: «Dígame, por favor, ¿qué es la razón?». La misma escena. Dirigiéndome a toda la clase, pregunté de nuevo: «¿Qué es la razón?». Nadie respondió. Entonces arranqué en cuarta –es natural– y dije: «¿Pero cómo? ¿Habláis de fe y de razón sin saber el significado que tienen las palabras que usáis? ¡Pero esto es una vergüenza, no es digno de vosotros! Sois jóvenes, debéis entrar en la vida con claridad, con sinceridad; de lo que no sabéis debéis decir “No sé”, pero no habléis de ello, ¡no prejuzguéis!»
( L. Giussani, Educar es un Riesgo, Encuentro, Madrid 2006, pp. 22-23).

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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