El cardenal ha criticado el darwinismo ideológico y el creacionismo protestante, reivindicando la posibilidad de la razón de reconocer a Dios en el signo que es la criatura
«Nada nos concierne tanto como las cuestiones fundamentales sobre el hombre: ¿de dónde venimos?, ¿adónde vamos?». Con estas preguntas Christoph Schönborn abrió su intervención sobre Razón y evolución en el Meeting de Rímini, ante un auditorio abarrotado y expectante. Había una gran espera después de un año de debate cerrado sobre el tema en la prensa internacional. También porque a encender la mecha de la discusión contribuyó precisamente un artículo del cardenal de Viena titulado «Finding Design in Nature», que publicó el New York Times el 7 de julio de 2005. En esa intervención, que se hizo famosa, Schönborn parecía apoyar las tesis del movimiento neo-creacionista de inspiración protestante denominado “Intelligent Design” (Teoría del Diseño Inteligente). El mismo Schönborn en la rueda de prensa en el Meeting admitió que quizás su lenguaje en esa ocasión fue un tanto “rústico”, pero agregó que de ninguna manera se había arrepentido de haberlo escrito de ese modo y de haber provocado la controversia, porque sobre un tema de tal calibre «nada es más dañino que el inmovilismo».
Sea como fuere, quien en Rímini esperaba ver a Schönborn lanzar algún tipo de anatema en contra de la evolución quedó decepcionado. El cardenal aclaró que la Iglesia católica no se reconoce en posiciones creacionistas que pretenden encontrar en las Escrituras una descripción literal de la historia del mundo, y que no podemos esperar una respuesta a la pregunta sobre el origen del designio de la creación en el marco de la investigación que obra en términos rigurosamente científicos: «Dicha respuesta es más bien confiada al hombre en cuanto ser interrogante, pensante y capaz de asombrarse». Es decir: la razón humana es más grande que la razón científica, y la posibilidad de reconocer al Creador mediante el signo que es la criatura está confiada a la razón humana en su integridad. Dios ha preferido no imponerse al hombre con el vínculo de una demostración. Ha querido someterse al riesgo del reconocimiento por parte de una criatura libre.
Error de perspectiva
Los descubrimientos científicos revelan cada vez más el orden profundo innato en la estructura del universo, de los organismos vivientes, hasta llegar a la cumbre de la creación que es el ser humano. Todo eso contribuye a tensar el arco de la pregunta ineluctable del hombre acerca del origen y del sentido de la realidad, una pregunta que, como dijo Schönborn, «forma parte del hombre y es intrínseca a su razón». Lo cual no significa que se pueda meter a Dios en un alambique para demostrar su existencia a partir de los fenómenos que observamos en la naturaleza. No se puede tratar a Dios como si fuera una fuerza que se integra en la organización del mundo al igual que la fuerza de gravedad o la fuerza nuclear fuerte. Es este, en el fondo, el error de perspectiva de los neo-creacionistas: ciertamente, no lo es el haber subrayado la evidencia racional de que existe un designio en el mundo de los vivientes y en su evolución, sino el pretender demostrarlo a partir de la investigación empírica.
Interpretaciones ideológicas
Una cosa es la evolución, otra muy distinta es la ideología neo-darwinista. En la segunda parte de su intervención Schönborn arrojó sus dardos (¡esta vez sí!) contra las interpretaciones ideológicas del fenómeno de la evolución que promovieron ciertas corrientes de pensamiento neo-darwinistas, que pretenden reducir toda realidad (biológica y no) a puro juego de mutaciones casuales y a selecciones, excluyendo dogmáticamente la posibilidad de que exista un sentido. «¿Es legítimo –se preguntó Schönborn– excluir de una determinada visión de la naturaleza la pregunta sobre su fin? No sólo no es legitimo, sino irracional, extraer de ahí la conclusión de que no existe ninguna finalidad». Si todo es evolución, no hay nada que tenga valor en el presente. Cada aspecto de lo real, incluida la persona humana, es una partícula que ocupa un lugar en el mundo sólo en cuanto es funcional para un devenir que no le concierne. Schönborn propone una crítica tenaz de las extrapolaciones neo-darwinistas en el campo de la economía (neo-liberalismo), de la pedagogía (adaptación mecánica al mercado del trabajo), de la bioética (el hombre que pretende ser el nuevo designer de la evolución).
Falsas dependencias
Las preguntas fundamentales –«¿quién soy?», «¿de dónde vengo?»– atañen la raíz última de nuestro ser. Giussani revivió a menudo la evidencia racional de que nosotros venimos, instante tras instante, de Otro: «En este momento yo, si estoy atento, no puedo negar que la evidencia mayor y más profunda que percibo es que yo no me hago a mí mismo, que no me estoy haciendo ahora a mí mismo. Yo no me doy el ser, no me doy la realidad que soy, soy algo “dado”» (cf. L. Giussani, El sentido religioso, Encuentro 1998, p.152). Vengo de Otro, del Misterio: es la experiencia presente que lo revela, sin vacilaciones, con dramatismo. Ahora bien, evidentemente, las mismas preguntas –«¿quién soy?», «¿de dónde vengo?»– implican otros niveles de respuesta: «Soy hijo de Gianfranco y Dinetta», «vengo de Italia, de Milán». O, también, «la estructura de mi organismo viene de un largo y formidable proceso de evolución». ¡Lo cual no debe confundirnos! Se trata de respuestas que quedan, por así decir, más en superficie, pero no por ello dicen algo falso, ni se contraponen al nivel último. De hecho, sólo si somos conscientes de que todas las cosas tienen su raíz última en el Misterio podemos reconocer, plena y afectivamente, el valor de todas las demás respuestas: padre, madre, pueblo, evolución de los seres vivos, historia cósmica. Como Lorenzo Albacete ha observado, siempre desde las columnas del New York Times, «la creación y el designio inteligente no han ocurrido hace un millón de años; la creación sucede hoy, en cada vida, es el ser. Cada realidad es un milagro continuo. Somos criaturas: esta verdad jamás fue tan importante como hoy». En una insuperable lección tenida de 1969 con el título “Fe en la creación y teoría de la evolución”, el entonces cardenal Joseph Ratzinger escribió que «la creación no indica un principio lejano, pues Adán es cada uno de los hombres».* Cada uno de nosotros no es el mero resultado de factores calculables del mundo, ya que «el misterio de la creación atañe a cada uno de nosotros». Es la razón iluminada por la fe lo que permite abrazar la realidad por entero. En palabras de Benedicto XVI, citadas por Schönborn en Rímini, «en virtud de su opción a favor de la primacía de la razón hoy el cristianismo significa Ilustración, es decir, liberación de falsas dependencias».
* En castellano, sugerimos la lectura de la Conferencia pronunciada en la Universidad de Bolonia dentro de los actos conmemorativos de su 900 aniversario (20 de abril de 1988), posteriormente ligeramente reelaborada con motivo de su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad Católica de Lublín el 23 de octubre de 1988. En Bioética. Consideraciones filosófico-teológicas sobre un tema actual. Rialp, 1992, pp.49-66.
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