Cardenal Angelo Scola, patriarca de Venecia
1. Enviados por el Espíritu de Jesucristo
Toda realización de la vida eclesial –como documenta la historia bimilenaria del pueblo de Dios– está caracterizada por la permanente propuesta del acontecimiento personal y comunitario del encuentro con Jesucristo.
Un elemento central del magisterio de Juan Pablo II sobre los movimientos documenta la bondad de esta afirmación: «Muchas veces he tenido la ocasión de subrayar cómo en la Iglesia no existe contraste o contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática. Ambas son coesenciales a la constitución divina de la Iglesia fundada por Jesús, porque contribuyen juntas a hacer presente el misterio de Cristo y su obra salvífica en el mundo».
La institucional y la carismática son dimensiones de toda realización de la Iglesia: desde la Iglesia universal a la local, desde la diócesis a las parroquias y desde las clásicas agregaciones de fieles hasta los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Cada una de estas realidades, según su naturaleza propia y específica, vive de las dos dimensiones. Es por tanto un pretexto, y al final un error, reducir a los movimientos al ámbito de la pura dimensión carismática y relegar a diócesis, parroquias y agregaciones clásicas a la dimensión institucional.
Dos corolarios de naturaleza pastoral.
- El seguimiento del carisma permite descubrir de nuevo la objetividad del propio Bautismo, que nos incorpora a Cristo y nos convierte en miembros los unos de los otros. Si la dimensión carismática es coesencial, objetivamente aquel que encuentra un movimiento auténticamente eclesial realiza una experiencia integral de Iglesia. Sin embargo la naturaleza siempre contingente del carisma de fundación, y todavía más del movimiento que de él deriva, debe estar en guardia frente al riesgo, aunque sea indirecto, de imponerlo como modelo para toda la vida de la Iglesia. Una expresión dañina de este riesgo puede derivar del intento, aparentemente generoso, de crear, de hecho o de derecho, un organismo general de coordinación entre nuevos movimientos como si el problema de la madurez eclesial, del que hablaba Juan Pablo II, pudiese resolverse por el hecho de organizar unitariamente los nuevos movimientos a través de planes operativos para después actuar como interlocutor con las diócesis, las parroquias y las agregaciones clásicas de fieles.
- Ninguna “estrategia pastoral” puede de por sí generar el pueblo santo de Dios. En particular los pastores deben resistir a la tentación, comprensiblemente inducida por graves urgencias pastorales, de concebir los movimientos como mera “mano de obra”, tratando de imponer planes o programas pastorales tan rígidos que resulten mortificantes para los distintos carismas. Por otra parte debe ser empeño de los movimientos asumir con su propia especificidad la propuesta pastoral del obispo.
2. La misión en el Tercer Milenio
Condiciones esenciales a las que los movimientos y nuevas comunidades deben permanecer fieles si quieren que el origen gratuito de su experiencia se convierta en fuente permanente de la libre adhesión de cada miembro al encuentro con el Señor y en camino agradecido para la misión hacia nuestros hermanos los hombres.
- La primera de estas condiciones, la más urgente con diferencia, es la existencia misma del “sujeto eclesial” personal y comunitario, lugar de la propuesta viva de la fascinación de Jesucristo para cualquier hombre. Hacen falta sobre todo personas y comunidades que tiendan a testimoniar la relevancia del encuentro con Cristo para la experiencia elemental de cada hombre. Este “cuidado” del sujeto permite recuperar concretamente el dato elemental, hoy a menudo perdido, de que la vida, en sí misma, es vocación. La vida como vocación precede a la vocación a un estado específico de vida. Toda comunidad cristiana debe promover una educación permanente en la fe entendida como criterio vital con el que afrontar toda la realidad. En la vida del cristiano la expresión paulina «examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1Ts 5, 21) porque «todo es vuestro. Pero vosotros sois de Cristo y Cristo de Dios» (1Cor 3,22-23) no puede ser un dato automático, sino que requiere un trabajo orgánico de educación. En la educación cristiana es imposible separar “aquello” que Jesús enseña de “cómo” lo enseña.
- El sujeto cristiano está llamado a dar testimonio del evento que ha encontrado, es decir, a exponerse a sí mismo en el seguimiento de Jesucristo tras los pasos del carisma del que participa y que está garantizado objetivamente por la autoridad. El testimonio es, al final, la gozosa garantía de una vida buena transformada por la fascinación de Jesús. El testimonio como urgencia intrínseca de todo carisma es exigido de forma radical por la inevitable muerte de los fundadores de movimientos y nuevas comunidades. En este caso, para asegurar la fidelidad al carisma mismo, es decisiva ante todo la auto-exposición de aquellos que han encontrado el carisma, y esto vale de forma particular para aquellos que han recibido la misión de continuar la guía de las comunidades como sucesores de los fundadores. En el riesgo del testimonio personal uno se vuelve cada vez más hijo, y por tanto, fiel a la gracia recibida: hijos, y no simples imitadores.
Para la misión de los movimientos y de las nuevas comunidades no existe un único camino que deban recorrer todas estas realidades. Esto impone el valor y la paciencia de saber encontrar nuevas formas. Por una parte en algunas de estas realidades se desarrolla la conciencia de que el seguimiento del carisma trata simplemente de expresar una modalidad persuasiva de la pertenencia normal a la Iglesia. Tales movimientos quieren educar en la “lógica sacramental” propia de la existencia cristiana en cuanto tal. Ella permite afrontar las condiciones de vida comunes a todos los fieles sin enfatizar formas y organismos específicos de compromiso, de testimonio y de organización. Una orientación como esta favorece una concepción y una práctica de movimiento entendido como lugar de fraternidad y amistad cristiana capaz de asumir con agilidad las instancias propias de cada lugar y tiempo.
La misión no es ante todo una actividad específica, ulterior con respecto a la vida cotidiana. La misma persona, fascinada por la belleza del encuentro con Cristo gracias a un carisma persuasivo, comunica, llena de alegría, esta belleza en la trama cotidiana de la existencia –afectos, trabajo y descanso–. La misión eclesial no tiene, como sabemos, otros límites que los del mundo. Esto debe llevar a mostrar las implicaciones antropológicas y sociales de la novedad de vida generada por el Bautismo, una novedad que se vuelve fascinante por el seguimiento del carisma que participa en la vida de la Iglesia.
A propósito de esto, es significativo el peso que últimamente ha tenido el debate sobre “religión” y “laicidad”, por lo menos en Europa y en EEUU. Por una parte hay quien absolutiza la relación ciudadano-Estado, relegando a lo privado cualquier pertenencia o identidad (cultural, religiosa). Por otra parte, asistimos a una enfatización de las “diferencias” culturales, religiosas y étnicas hasta hacerlas incomunicables entre ellas. La antropología que nace del encuentro con el Resucitado, precisamente porque es respetuosa de la naturaleza específica de la experiencia elemental, permite no dejarse enredar en posiciones semejantes. El hombre, constitutivamente religioso, es capaz de hospedar toda la realidad que a su vez, en sus líneas esenciales, es cognoscible. Movimientos y nuevas comunidades son llamados por tanto a un testimonio integral que llegue hasta estas implicaciones. Solo así serán fieles a la naturaleza esencialmente misionera del cristianismo.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón