El poder pretende acotar la amplitud del corazón suplantándola con respuestas más “cómodas”, anestesiando el sufrimiento, abocando las relaciones a la formalidad. Lo que obtiene así es un yo confundido, paralizado, sin rumbo
Nos encontramos ante una disyuntiva: «recuperar el sentido de la propia vida y con ello la alegría» que Benedicto XVI propone, con el entusiasmo de un niño, como el destino del hombre (así lo dijo a la diócesis de Roma hablando de la educación en la fe de los jóvenes el 5 de junio); o bien sucumbir al embotamiento de las emociones, empezando por las que están ligadas al dolor, considerado por el poder político actual como un nuevo ámbito de acción. Esta segunda opción se plasma en la expresión «el dolor irrumpe en la escena pública», en palabras de Stefano Rodotà (La Repubblica, 7 de junio), «gracias a iniciativas inesperadas y bienvenidas de algunos ministros del nuevo gobierno. Para el parto y el sufrimiento que acarrea el aborto, aquí están las iniciativas para la generalización de la anestesia epidural y el recurso a la píldora RU anunciadas por Livia Turco. Un futuro de mayor esperanza... esta es la iniciativa del ministro Fabio Mussi, que se ha abierto “responsablemente” a la investigación europea sobre las células madre embrionarias. De la fatiga existencial de las parejas heterosexuales u homosexuales, se ocupa Rosy Bindi. Para el sufrimiento que acompaña a la enfermedad y los momentos finales de la vida, he aquí de nuevo a Livia Turco...» que piensa «en las 300 personas en coma que viven de forma precaria en nuestros hospitales». Este poder que decide ocuparse del dolor de los italianos (quizá porque las ideologías de que dispone le han dejado sin recetas para decidir sobre los temas específicos de gobierno como la economía, el transporte, la política internacional, etc...), y sus exponentes, como Rodotà, hablan de ello como si se tratase de un fenómeno neuronal y biológico, solucionable con anestésicos o con un uso esmerado de sustancias o prácticas que inducen la muerte, remedios dulcemente tanatógenos.
Relación con el dolor
Sin embargo el dolor humano, al igual que la alegría, es muchísimo más, y rompe este corsé ideológico. La relación con el dolor es un conocimiento directo, personal, no un pensamiento de gobierno (que no obstante puede tener graves consecuencias prácticas). La relación con el dolor, como con la alegría, es una experiencia elemental del corazón humano, de sus afectos (en el sentido preciso al que se refirió Julián Carrón en los Ejercicios espirituales de 2006, citando a Giussani). Sólo si se parte del corazón, de la experiencia afectiva elemental que la madre tiene con la criatura que ha empezado a vivir dentro de ella, que está empujando por nacer de su cuerpo; solo partiendo del afecto a veces callado por el padre que se encamina hacia la muerte; o por la amada que es distinta que yo, cuya vida es siempre misteriosa a mis ojos, que se comunica de forma distinta a mí; sólo así es posible vivir con plenitud humana (y no sólo intelectual o ideológicamente) esas situaciones. Sólo si llevo las pulsiones, los proyectos y las ideas que nacen de mí a mis relaciones afectivas, sólo si las remito a esta prueba que es verdadera porque es elemental, porque describe «nuestro rostro interior» (así lo llama Giussani en El sentido religioso, P. 24), nuestro “Yo” más profundo (como diría en lenguaje psicológico), puedo acercarme verdaderamente al otro, expresarme, estar con él, amarle.
Lo demás es burocracia de las relaciones. Es el «desencanto» del que hablaba Weber hace un siglo haciendo referencia al poder político y económico que hoy en día ha invadido cualquier ámbito de lo humano, y quiere ocupar con intervenciones, normas y prescripciones ideológicas toda la esfera sexual y reproductiva. Desde el punto de vista psico-antropológico, con semejante orientación se propone una tecnología que sustituya el corazón, que lo suplante por la ideología del menor coste afectivo posible en cuanto a estilo de vida y relación. Un menor coste, un compromiso del corazón menguado o nulo, que implica otros gestos, otros hechos, muy relevantes en el malestar contemporáneo. Entre ellos, por ejemplo, esa «poca observación y mucho razonamiento» de Alexis Carrel que Giussani cita nada más empezar El sentido religioso como un signo de la «enervante comodidad de la vida moderna».
Pesadilla totalitaria
Lo que Rodotà (¿tal vez?) no sospecha, pero que cualquier trabajador que se ocupe de la psique no puede ignorar, es justamente que toda esta «comodidad» o anestesia, este afán por eludir el dolor, es profundamente «enervante» en el sentido literal, pues te hace perder los nervios, embota tu capacidad de reaccionar (afectiva e incluso mecánicamente) ante un estímulo, dejándote confuso, aturdido, tal vez menos dolorido, pero inactivo, parado, sin una dirección. Este trágico plan de acción política (cuyo carácter ghostly –insisto en recordar–, de pesadilla suave, convincente, es muy significativo ya que el estilo dice mucho más sobre los contenidos que mil discursos), nos separa, paso a paso, de esas experiencias elementales (entre las cuales se encuentra el dolor, hermano de la alegría) sin las cuales no se puede amar la vida, pues falta energía, ímpetu, porque no late el corazón. Si el dolor-alegría de un embarazo se elimina con una píldora, el del parto con un sedante, el de un anciano desorientado con otros medios que lo quiten de en medio, el de la construcción de una identidad sexual con una patente pública de diversidad, y así con todos los demás, incluyendo la supresión del más débil e indefenso, entonces hemos perdido ya esa libertad por la que lucha nuestro corazón al ordenar las fuerzas de la razón en función de su proyecto vital. Y estamos a punto de entrar en una pesadilla totalitaria en la que, en vez de judíos, se asesinan niños, y se drogan las identidades para convencerlas de que se acurruquen en posiciones de menor coste y menor valor, por tanto más susceptibles de ser chantajeadas (hasta el punto de que, por extraño que parezca, siempre hay alguien dispuesto a pincharte el teléfono).
Ante semejante mortífera frialdad, la psique, que es también ella elemental, responde con la pasión primordial por la vida. Con el don. Mi vida por la tuya. Y es que no son separables. A menos que transformemos la vida en un infierno.
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