Va al contenido

Huellas N.7, Julio/Agosto 2006

PRIMER PLANO El corazón

Respuesta a una exigencia humana

Giancarlo Cesana

Ser cristiano es vivir en plenitud, sin censurar ningún aspecto de la condición humana. La intervención en el II Congreso mundial de los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades. Rocca di Papa, 31 de mayo de 2006

Para abordar el tema de la belleza –en particular la problemática educativa en torno al hecho de que al descubrir la belleza conocemos a Cristo– parto de un aspecto que ha caracterizado a nuestro movimiento desde sus comienzos. Gioventù Studentesca nació en los institutos de enseñanza media y, desde los comienzos, fue un grupo mixto –el único en el ámbito del asociacionismo católico italiano–, es decir, el único grupo en el que chicos y chicas estaban juntos. Entonces se tenía cierto recelo hacia el sexo y, por ello, se tendía a separar a hombres y mujeres. Algunos advertían a don Giussani del peligro que suponía este aspecto de su planteamiento educativo. Y él respondía más o menos así: «Si en la iglesia vosotros mantenéis a los hombres separados de las mujeres –como se hacía en otros tiempos: los hombres a la derecha y las mujeres a la izquierda– al cabo de un rato veréis que muchos, sobre todo los jóvenes, mirarán hacia el otro lado. A menos que, desde el púlpito, llegue una propuesta más fuerte, más fascinante, más convincente: ¡entonces todos mirarán hacia delante!». Giussani plantea el problema del cristianismo de esta manera: ser cristianos no es ser igual que los demás, pero ser algo menos; hacer lo mismo que ellos, pero un poco menos. Ser cristianos es ser más. Es vivir mejor. Giussani apostó todo por la belleza de Cristo, por la belleza que evidencia la verdad y el bien, dirigiendo nuestra mirada hacia delante, atrayéndola de manera que no miráramos hacia un lado, que no nos contentáramos con menos. Es el reto de la propuesta cristiana, porque apostar por la belleza quiere decir aceptar confrontarse con el deseo, pues la belleza suscita el deseo, que es el aspecto más “peligroso” de la experiencia humana, en el sentido de que es el menos controlable.

¡Qué grande es Dios!
En el deseo del hombre, en todos sus deseos, existe una tensión última hacia el infinito, hacia Dios. Miramos a Cristo porque seguimos esta tensión última hacia Dios. Don Giussani insistió siempre –haciendo también crítica de cierta dirección espiritual demasiado preocupada por los comportamientos– en que el problema de Dios no es un problema moral, sino la respuesta a una fuerte exigencia humana como lo es el hambre, la sed o el sexo; el problema de Dios es una exigencia fundamental. Por ello el hombre no puede vivir sin la belleza. Lo explico mejor con un episodio que contaba él mismo: cuando era niño, acompañaba a su madre a misa muy temprano. Una mañana, mirando a la única estrella que lucía en un cielo limpísimo, su madre exclamó: «¡Qué hermoso es el mundo y qué grande es Dios!». Qué hermoso es el mundo: la belleza, el principio estético. Qué grande es Dios: el mundo se me ha dado. Esto quiere decir que no se puede realizar el propio deseo sin sacrificio. Que el deseo no llegue a realizarse no es un sacrificio, es una faena. El problema es cuando el deseo se realiza, cuando la mujer a la que amas te ama; entonces debes vivir un sacrificio, es decir, la virginidad: esto es, debes reconocer la presencia de otro que te es dado, que no es tuyo, de quien no puedes hacer lo que quieras. Don Giussani puso a prueba nuestros deseos, aceptó medirse con una problemática profundamente humana y moderna, mientras que, normalmente, nadie cuenta con la relación que existe entre belleza y deseo; todo se reduce a pura estética. La belleza es lo que permite que el conocimiento se cargue de afecto, hasta apegarse. Para plantear así la educación don Giussani tuvo que aceptar una fortísima implicación afectiva, es decir, tuvo que restaurar la experiencia de la amistad, tuvo que crearla constantemente. El hombre encuentra a Dios cuando comprende que Dios le ama.

Los santos, verdaderos teólogos
La encíclica del Papa dice que «Dios ama al hombre», y lo ama con un amor de elección, no genérico. Dios no ama al hombre en general sino que me ama a mí, y yo lo puedo advertir sólo por una amistad que me lo testimonia. De nuevo lo dice el Papa, aludiendo a que es necesario que existan hombres que hagan creíble a Dios, pero no creíble para los demás, sino creíble para mí. Me ha llamado mucho la atención una cita de von Balthasar que ha leído el cardenal Schönborn: «Los únicos teólogos que me interesan son los santos». Los santos son los hombres verdaderos, los hombres realizados; los hombres que muestran esta correspondencia, esta amistad con Dios y conmigo; la amistad que Dios tiene conmigo. Desde el punto de vista educativo nuestro movimiento tiene una característica, que describo con las palabras del profesor Nikolaus Lobkowicz –director del Instituto Central de estudios de Europa del Este en la Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt– en el prefacio de Educar es un riesgo: «No es casual que la amistad sea una de las virtudes que el movimiento fundado por don Giussani ejerce más gozosamente; una amistad que toca a todo el que se encuentra por el camino y que no desaparece cuando el amigo emprende caminos que no se pueden aprobar». O si el amigo ya no nos gusta, o si ya no queremos a nuestra mujer; porque también cuando uno se casa el problema principal con la mujer es ser amigos, es decir, compartir el destino; compartir no sólo la conveniencia, no sólo la simpatía, no sólo el atractivo, sino el destino, la finalidad que tiene la vida. En una relación vivida así uno empieza a interesarse por todo y a comprender –yo lo comprendo cada vez más– lo que decía san Pablo (y don Giussani retomaba como la más hermosa definición de cultura): «Examinadlo todo y quedaos con lo bueno» (1Ts 5,21).

El oro del fango
Cuando uno visita el museo de arte moderno de Nueva York, a medida que sube los pisos, lo que más le impacta no es que ya no exista huella de Dios (en el arte moderno esto podría darse por descontado), sino que ya no existe el hombre, desaparece la figura humana. ¿A qué nos invita entonces san Pablo? A ser constructivos, a saber apreciar la belleza, lo cual es el valor verdadero de la crítica, a extraer el oro del fango. Si se vive la amistad de esta manera, todo nos interesa. Yo pongo a menudo este ejemplo: un chico está enamorado de una chica y ella le dice que sí; aunque él tenga un trabajo feo, difícil, en una cadena de montaje, al día siguiente de que la chica le haya dicho “Te quiero”, para él el mundo es otra cosa; su trabajo se vuelve distinto. Y no es un hecho subjetivo, es objetivo, porque es querido y no es un mero parecer. Cuando sucede esto, también sucede que todo empieza a interesarte. Quiero expresarlo con las palabras del padre Divo Barsotti, recientemente desaparecido: «Yo necesito el mundo entero. Debo asimilar el mundo entero; necesito acercarme a todo, alimentarme de todo, para que todo en mí se vuelva cristiano».
Comprendemos entonces que somos necesitados, que necesitamos de todo, que la dimensión constitutiva del hombre es esta necesidad de todo y el todo es precisamente el infinito. No muchas cosas juntas, sino todo. Es lo contrario de una estética intelectual, según la cual a uno le gusta sólo lo que él piensa.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página