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Huellas N.5, Mayo 2006

PRIMER PLANO Contra el virus nihilista

Democracia y conciencia

Luca Antonini

Reflexiones sobre el Estatuto Catalán y sobre un artículo de Gustavo Zagrebelsky

Lo acontecido con el nuevo Estatuto de Autonomía de Cataluña merece que se le preste atención: parece representar, emblemáticamente, el producto avanzado de una cierta tendencia cultural. El nuevo Estatuto, como ha escrito Fernando de Haro, supone el triunfo de una ideología laicista y radical que, en un clima de relativismo y nihilismo, consigue consagrar en un plano constitucional nuevos derechos que abren la puerta a la eutananasia, equiparan todos los tipos de uniones familiares, ora sean heterosexuales, ora sean poligámicas, etc. La nueva “constitución” está dominada, además, por un subjetivismo radical, que ha empujado al nacionalismo catalán a romper los vínculos de solidaridad financiera con el resto de España y a exaltar absurdamente la cuestión lingüística. Se trata, pues, de un producto constitucional hijo de su tiempo, y puede ser útil que lo juzguemos a la luz de un reciente artículo de Gustavo Zagrebelsky (Presidente del Tribunal Constitucional italiano) publicado en la revista Micromega bajo el título: «¿Es compatible la Iglesia Católica con la democracia?», en el que el autor afirma que: «La democracia es necesariamente relativista... y la fe es compatible con la democracia con una sola condición: que no sea dirigida desde fuera por un poder dogmático». Zagrebelsky arremete, en definitiva, contra todo intento de síntesis entre fe y razón «buscada... ahora en una encíclica» (¡!), cuya consecuencia sería que: «Las cálidas verdades evangélicas han sido sustituidas por gélidas doctrinas abstractas. (...) Así, por ejemplo, el magisterio sobre el aborto, habla de la Vida; sobre el divorcio o las parejas de hecho, de la Familia; sobre la procreación articificial, de Transmisión de la Vida, etc., todo con mayúsculas». Zagrebelsky percibe en todo esto una grave amenaza para la democracia y para su carácter relativista, pues aquélla ha aprendido a defenderse del riesgo de convertirse en su contrario «negando derechos humanos e instaurando democráticamente algún tipo de régimen despótico». Según Zagrebelsky las democracias liberales han eliminado este riesgo con las Constituciones, en las «dejan plasmados solemnemente en textos fundamentales, intocables por las mayorías, los principios de la ética pública, bajo la forma de derechos y deberes fundamentales». Zagrebelsky se pregunta entonces: «¿No basta con ello? ¿No es una garantía suficiente? (...) La Iglesia contesta que no y se propone a sí misma como garantía absoluta (...), pero esto sólo representa el intento de superponer una Superconstitución a la Constitución democráticamente establecida. Lo que para la Iglesia es oferta de una garantía, para los no católicos es una pretensión cuando menos extraña y, en todo caso, inaceptable». Para encontrar una respuesta a la provocación de Zagrebelsky, es conveniente no hacerlo en términos abstractos sino centrar el razonamiento en la nueva constitución catalana. Ante este texto cuasi-constitucional que disuelve la tradición y abre al peligro de fragmentar un país, se hace evidente que la democracia es algo bien diferente de esa reducción (en el fondo sólo numérica) cuya apología tantos proponen. Sale entonces a la luz la verdadera pretensión del relativismo de Zagrebelsky, que él ha expresado en su conocida obra Il Diritto mite, en la que escribe: «Uno obedece a las reglas» (es decir, a las establecidas por las leyes ordinarias), mientras que «uno se adhiere a los principios» (los derechos de las constituciones) [pp. 149 y ss.]. La consecuencia es que los principios constitucionales son también vinculantes para el fuero interno de la conciencia, hasta el punto de tener que ser considerados como [pág. 162] si «estuviese vigente un derecho natural» (¡!). Entonces, poniendo en relación la teoría de Zagrebelsky con el nuevo Estatuto catalán, se ha de concluir que uno se ha de adherir a los nuevos derechos en él contemplados (eutanasia, parejas de hecho, poligamia, aborto), no bastando con la mera obediencia a los mismos. Es en esto en lo que desemboca un cierto relativismo, es decir, en lo contrario de aquello que proclama. La doctrina del relativismo democrático de tantos apologetas al estilo Zagrebelsky se podría resumir de este modo: «No existe otra Verdad que no sea mi nihilismo». Y a ello contestamos: querido Gustavo, la pretensión de la Iglesia no es «cuando menos extraña».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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