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Huellas N.5, Mayo 2006

CARTAS

Tenerife, Sevilla, Padua...

a cargo de María Rosa de Cárdenas

El don más precioso
Desde hace 5 años, en la ciudad chilena de La Serena, se viene llevando a cabo un encuentro público que se hace eco del Meeting para la amistad entre los pueblos de Rímini. Este año, desde el 16 al 19 de enero, se celebró la V edición bajo el lema La Libertad es el don más precioso que a los hombres dieron los cielos. Los promotores comprueban que trabajar unidos bajo un mismo propósito ayuda a fortalecer las relaciones. Amigos de otras ciudades de Chile y de otros países acuden especialmente para colaborar con este evento internacional. Publicamos a continuación algunas cartas de personas que han trabajado en estos encuentros y en las vacaciones de CL de Chile

El Meeting para mí fue la experiencia de una amistad sincera, algo que nació entre manos que se estrechaban, guitarras, voces y un evangelio llevado a la práctica en nuestros días, algo que llevaba en el corazón desde mucho tiempo atrás. En el Meeting se revisa, se discute se renueva y se busca; es un encuentro de verdad, adornado de una amistad dulce, alegre y encantadora. Participar en él supuso una renovación de mi fe, que me permite ver a Cristo hoy en día, en mi vida, en mi mundo y constatar la maravillosa presencia de un creador que me ama y que me lo comunica de mil maneras. A través de la amistad.
Kattia Sulantay

El reencuentro con la cercanía de Cristo a través de los amigos de Comunión y Liberación me ha llenado de alegría. Es realmente un espectáculo mirar la realidad que te toca vivir con la certeza de que es Otro que te da todo y que el reino de Dios está en lo cotidiano. El día de vuelta de las vacaciones tuve que hacer una salida a terreno con mi jefe y otro colega, para revisar la traza del gasoducto a través del desierto. Para eso debemos cruzar el Valle de la luna, lugar que para mí antes nunca significó nada más que tierra; pero producto de las lluvias ocurridas inesperadamente este año, se dio un hecho increíble: la sal contenida en la tierra subió a la superficie y al atardecer llenó de colores diferentes la tierra tornando esta en un espectáculo, ¡como lo ocurrido en las vacaciones! Entonces entendí lo que me había pasado en las vacaciones: ocurrió esta lluvia inesperada y mirar a mi trabajo, a mi mujer y a mis hijos es ahora un espectáculo. Espero que nuestra amistad siga siendo esta lluvia que continuamente nos reclame según la perspectiva de vivir la realidad como el designio que Dios tiene sobre ella. He entendido que la vocación es adentrarse en una posesión más profunda; mirando a mi mujer pienso: ¿cómo puedo hacer yo para que sea más mía? Inmediatamente me acordé del día de mi matrimonio, en el que Cristo me la dio para siempre. Pero sólo ahora me doy cuenta, luego de siete años de casado.
Christian Silva Carvajal

Este verano, mediante momentos como el trabajo del meeting, las vacaciones, o sencillamente juntarse con los amigos, he podido reencontrarme con aquello que siempre me ha constituido y que busqué banalmente en tantas partes. Necesitaba encontrar respuestas sólidas y verdaderas con las que vivir cada jornada y circunstancia, en fin, la vida, lo que me llevó y me lleva a retomar este camino. No puedo negar que siento un vértigo cuando pienso que me juego la vida en cada cosa que hago, que pienso y decido, pero si no fuera así... Cuando pienso en este último tiempo, en que la gracia ha sido abundante, se me llena el corazón de esperanza y espero que Dios me done el coraje de ser fiel a esta experiencia.
Elizabeth Miranda

En este último tiempo he reconocido un cambio grande en mi vida: he visto que mi vida toma un rumbo. Desde el fondo de mi corazón deseo que mi vida no se pierda, no quiero vivir sin un sentido. Sin darme cuenta, he ido adquiriendo responsabilidades dentro del movimiento: este año tengo (compartido con una amiga) el desafío de la caritativa, el hecho de dar mi tiempo para ayudar a otros. Esto me ha hecho comprender muchas cosas: antes ayudar a otro era para mí sinónimo de “dar dinero” para cubrir sus necesidades, y eso me parecía suficiente. En cambio, ahora entiendo que ayudar verdaderamente a otro es dar parte de ti acompañando a uno que está solo, uno que te necesita, en suma, es dar tu tiempo, algo infinitamente más valioso que una “cuota mensual”. Con mis compañeras de trabajo comenté esta nueva experiencia; ellas inmediatamente se mostraron entusiastas con la idea de ayudar a un hogar de menores. Me propusieron hacer una cuota y enviarles comida. Quise desafiarlas a algo más: les dije que me parecía muy justo lo que ellas proponían, pero más importante era contar con su presencia, con un poco de su tiempo, para tan simplemente jugar con los niños y poder entregarles algo más. Al cabo de unas interrogantes quedamos de acuerdo en que participaran también de la caritativa y en la medida que pudieran me acompañaran. Cada uno de los domingos que vamos, en mi interior siento una felicidad grande, porque comprendo que verdaderamente les estoy comunicando algo. Descubrir el rostro de Cristo en cada ser humano que tenemos al frente, esa sí es una gracia. Cuando recién inicié el movimiento, cuando aún no entendía mucho el significado de esta nueva propuesta, pero que de alguna forma ya presentía que algo grande había, se lo comenté a mi madre, le dije: «Estoy muy feliz, muy contenta de haber encontrado a Cristo»; y ella, con su sabiduría de madre, me contestó: «No eres tú quien encontró a Cristo, es Él quien te ha encontrado a ti». Su comentario me dejó sin palabras, pero tenía razón. Él me escogió a mí, lo que me lleva cada día a preguntarme y pedirle: ¿qué quieres tú de mí?
María Eliana Torres

Dios es lo que necesita mi corazón
Les voy a hablar de una amistad concreta, donde un milagro puede ser perfectamente posible. Personalmente, nunca he creído en los milagritos que de la noche a la mañana curan enfermedades, y menos aún si me dicen que es obra de Dios. Pero en las vacaciones de Semana Santa en Canarias me di cuenta de mi insolencia. ¡Cómo es posible que yo, simple mortal, cuestione cómo de grande es el Misterio, o tenga este prejuicio de querer decidir qué es capaz de hacer y qué no es capaz de hacer Dios! Tendemos a crear una imagen de Dios en nuestra cabeza que lo único que consigue es reducir la relación que hay entre nosotros y la realidad, porque es en esta relación donde Él se hace palpable. Y acabo diciendo que Dios existe si obra de la forma en la que yo quiero que obre. ¡Seré mezquino! Dios hace lo que le da la gana, cuándo y cómo le da la gana, y si un cáncer se cura de la noche a la mañana es un hecho, y, como me dijo un amigo, «un hecho es un hecho». Con los hechos reales debe uno relacionarse y juzgar, pero, ¿con qué criterio? El criterio se encuentra en lo profundo del hombre, es un punto vivo que tenemos, y se llama corazón, y no hay nada más objetivo que este criterio. Este corazón con todas sus exigencias y deseos no lo pongo yo, ni la educación, ni nada concreto: me ha sido dado y es la estructura de mi “yo”. Corazón insuperable e irreducible ante la realidad, no lo podemos reducir porque no tiene medida, es infinito. Sus exigencias piden sólo aquello que corresponde con lo que soy, y me doy cuenta de que pide cuando lo despierta la realidad. Soy como un niño que no sabe si hay agua, pero que grita porque tiene sed. El peligro no es creer que no hay agua, sino persuadirme de que no tengo sed. Esta sed son las exigencias de mi corazón. ¡Qué gesto de amor tan grande el de Dios al hacerse hombre para decirnos que el cumplimiento de nuestro deseo existe, y que todo tiene significado! Y qué grande es nuestra libertad de poder decir “sí” o “no” ante lo que puede cumplirnos. Es en la realidad donde el acontecimiento cristiano hace gritar a mi corazón su “sí”. De todo esto me di cuenta en el Via Crucis de la pasada Semana Santa, al cargar la cruz, porque saltó mi deseo de eternidad preguntando por su cumplimiento. Allí, el Hombre que colgaba de esa cruz me prometía que me cuidaría tras su resurrección y saciaría mi sed: Él vino al mundo para comunicarlo, y para ratificarlo. Ya que creerlo supone un gran riesgo, se lo pregunté a un amigo suyo, también amigo mío, Joaquín, que me respondió: «Él nos está cuidando también ahora», en ese momento entendí que Dios es lo que necesita mi corazón.
José Lleó, Canarias (España)

Hay esperanza en Zufre
Zufre es un pueblo pequeño perdido en la sierra de Huelva, donde nació mi padre y al que estoy muy vinculada desde siempre. Desde el pasado octubre intento semanalmente hacer Escuela de comunidad con un grupo de bachilleres; es duro, pero siempre al regreso a Sevilla estoy más contenta que al ir. Zufre es un pueblo “incurable” pues no tiene cura propio y la gente sólo es devota de la patrona, la Virgen del Puerto. Sus zagales son buenos, pero me preocupan: los he visto desde chicos y veo el pasotismo y la desgana que tienen ante todo; están dormidos y, en un pueblo de mil habitantes, su horizonte más lejano es el que les cuentan la televisión y algún listillo. Esta Semana Santa mi madre se quedaría en casa en Sevilla con mi abuela, y mi padre quería irse al pueblo. Yo estaba contenta en Sevilla: había plan de ver procesiones con los amigos y oficios en algún bonito convento de clausura. Pero el Jueves Santo mi padre casi me saca de la cama amenazando con que se va solo al pueblo y, por no dejarle solo, allí que me levanto con mal cuerpo y cansada (la Semana Santa en Sevilla, para el que no la conozca, es agotadora) y ¡a Zufre que me voy! Hacía tres años que no iba en esas fechas. En Zufre estaba un año más para estos días un jesuita de más de 80 años, pero esta vez venía acompañado de dos seminaristas cubanos conversos que se ordenan a lo largo de este año. Convivir con ellos estos días ha sido fascinante. El mismo jueves, como vecina de la iglesia que además soy, ya estaba yo buscando en casa la jofaina y palangana para el lavatorio de los pies. Estaba tan contenta, que el Sábado Santo improvisé el “primer congreso ecuménico” en Zufre, perol de costillas para todos, e invité a la escuela sevillana, de CL, no de pintura. Fue un día maravilloso. Me sorprende siempre la facilidad de la amistad cuando tenemos claro de dónde venimos y a dónde vamos, y la unidad que esto genera. Creo que es la unidad más grande que se puede dar entre personas, unidad y amistad verdaderas. Una vez más, viviendo mi realidad, con mi padre, en mi pueblo, Dios me ha sorprendido. ¡Él ha sido tan grande conmigo! Sobre todo me ha llenado de esperanza respecto a Zufre. Si en Cuba se convirtieron dos adolescentes providencialmente, que además se van a consagrar, y Dios los ha llevado a pasar la Pascua a un perdido pueblo de la sierra de Huelva, ¡todavía hay esperanza en Zufre!
¡Viva la Virgen del Puerto!
Cristina, Sevilla (España)

La misma gratuidad
Cuando llegué a Milán estaba un poco asustado, porque pensaba en lo que tenía que estudiar, y me daba un poco de miedo porque la mayoría de mis amigos ya han acabado la universidad en la Bovisa. Sin embargo, al llegar allí el primer día para estudiar, me encontré con una sorpresa: fui recibido por los que ahora puedo decir que son mis amigos, por una increíble comunidad que, aún habiéndose ido mis amigos y conociéndome realmente poco, me acogieron durante esos días haciéndome sentir uno de ellos, ayudándome con un proyecto que tenía que entregar a la vuelta, haciendo Escuela de comunidad conmigo. Al pensar en estos días, no podía más que reconocer que el misterio de la muerte y resurrección de Cristo que hemos vivido hace posible encontrar gente con la que, aunque no los conozcas bien, al estar juntos podemos caminar en el mismo sentido y tomar en serio el estudio (aún estando de vacaciones), porque compartimos la misma pasión por Cristo que nos enseña el movimiento, que a su vez nos hace apasionarnos y aficionarnos por la universidad, por la familia y por toda la realidad. Así que hoy puedo decir más que nunca gracias a Fox, a Annina, a Arbitro, a Corvo... no sólo por la ayuda concreta, sino porque he entendido el sentido de la gratuidad, la misma gratuidad por la que Él se entregó por nosotros y que se renueva cada día.
Santiago, Madrid (España)

Deus caritas est
Leyendo la encíclica de Benedicto XVI, la primera frase que me ha sorprendido es la que afirma que «el programa del cristiano –el programa del buen samaritano, el programa de Jesús– es un corazón que ve» (31). Giussani veía lo que yo no veía. Siguiendo su mirada nació la obra de acogida Edimar, porque cuando empezamos a ver de qué está hecha verdaderamente la realidad, ya no podemos dejar de obrar, no por un titánico esfuerzo, sino por la verdad de nuestra persona. Sólo así es posible experimentar que «la íntima participación personal a la necesidad y al sufrimiento del otro se convierte así en un participarle de mí mismo: para que el don no humille al otro, debo darle no sólo algo mío sino a mí mismo» (35). En la experiencia de la caridad el otro es un bien para ti; por menos que esto la relación estaría destinada a una inevitable parcialidad, quizás llena de gestos humanísimos y conmovedores, pero inexorablemente parciales. Qué bella es la afirmación que «en la experiencia de la necesidad desmesurada... el contacto vivo con Cristo es la ayuda decisiva para seguir en el camino recto» (36): cuando se comparte una necesidad, se puede empezar a decir: Señor ayúdanos a ser como Tú, sólo si se reconoce que Él es una Presencia, si no es la imitación de un ideal que ahoga y nos desgasta en un esfuerzo deshumano. Sólo delante de una Presencia, el dolor de acoger y abrazar una diferencia que hiere, produce alegría, porque la alegría no nace de la capacidad de soportar el dolor sino de vivirlo en compañía con el Ser que quiere y afirma a todos.
Mario, Padua (Italia)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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