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Huellas N.4, Abril 2006

EDITORIAL

Nacer de nuevo

Hace un año, en abril, moría Juan Pablo II. Su figura y su testimonio conmovieron el mundo y cambiaron la vida de muchos. Hombres de toda clase y cultura reconocen que defendió la vida brindándole una esperanza inefable. Apasionado por el hombre porque estaba apasionado por Cristo, fue un ejemplo de fecundidad en una época llena de sombras, helada por los últimos coletazos de las ideologías y por nuevas y terroríficas violencias. Plantó semillas y vio brotar vida nueva en una tierra que para muchos fue “baldía”.

«Abril es el más cruel de los meses»: así comienza el poema de T.S. Eliot, obra maestra del 900, que lleva por título, La tierra baldía. El escritor evoca una paradoja: aun cuando la naturaleza se dispone a la fertilidad en primavera, un sentido cruel de desolación puede envolver la existencia. La naturaleza no basta para garantizar una vida humana feliz. Para que una existencia sea generadora y positivamente creativa, es necesario ser concientes de su finalidad y su destino. En nuestra sociedad salta a la vista un fenómeno doblemente preocupante: la disminución de los nacimientos y la incapacidad de educar. Un pueblo que ha perdido su sentido y su destino se agota y deja de educar a hombres capaces de relacionarse con la realidad con razón y afecto.
Otros factores más señalan la dificultad de abrirse con confianza hacia el futuro, de construir en favor de los propios hijos y del porvenir: la desilusión, la crispación, el lamento. «La edad de la ansiedad», la define otro gran poeta inglés, W.H. Auden. La invitación que nos dirige la naturaleza a sentir la promesa de vida que vibra en toda criatura se agota demasiadas veces en un breve febril derroche de energías. A todos acecha el peligro del nihilismo. También a nosotros los cristianos, cuando reducimos la fe a un conjunto de nociones o a una ética abstracta que no alegra la vida cotidiana.

Por el contrario, incluso la muerte –la de Juan Pablo II y la de don Giussani, que la precedió pocos días antes– supuso el florecimiento de esperanzas y renovadas energías, pues también en el fondo de esa gran fertilidad o paternidad está un sacrificio que, vivido por amor al Destino, es cauce aquí abajo de un bien, del ciento por uno.
Abril puede ser el mes más cruel para un hombre que ha perdido el sentido y el destino de sus días. La luz de la naturaleza, sus dulzuras, pueden resultar intolerables para quien está recluido en la nada como horizonte secreto de las circunstancias. Pero debe negar el esplendor de la primavera o la belleza de un testimonio humano. Así vemos a la Iglesia –bajo la guía de Benedicto XVI– padecer todavía persecución, con un número de mártires creciente en el mundo, ante el escarnio en los círculos intelectuales y en la prensa de quienes sólo echan un vistazo aburrido a la esperanza de los hombres. Sin embargo, el vigoroso testimonio de los Papas y de muchos cristianos reaviva el desafío que cada abril lanza a cualquier hombre. ¿Qué estamos generando? ¿Cómo dejaremos la tierra, baldía o más labrada?
La tenaz insistencia del Papa ilumina nuestra cotidiana lucha contra la nada: «La fe cristiana no es una ideología, sino el encuentro personal con Cristo crucificado y resucitado. De esta experiencia, que es individual y comunitaria, nace un nuevo modo de pensar y de actuar». Feliz Pascua a todos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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