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Huellas N.3, Marzo 2006

IGLESIA Cuaresma / Evangelios

Ahora veo

Andrea Tornielli

La antigua creencia judía consideraba el mal físico como un merecido castigo. Con la curación del ciego de nacimiento Jesús derribó todas las reglas establecidas, incluida la del sábado. La ceguera de los fariseos, aferrados a sus principios, les impidió admitir la realidad de los hechos, mientras que el ciego de nacimiento miró simple y llanamente a lo que le había sucedido

Aquel sábado, después de la fiesta de los Tabernáculos, Jesús pasó cerca de un hombre, ciego desde el nacimiento, que pedía limosna sentado en el suelo. Cuenta Juan el Evangelista (cap. 9), que sus discípulos «le preguntaron: “Maestro, ¿quién pecó, éste o sus padres, para que naciera ciego?”».
La pregunta expresa la antigua creencia judía según la cual el mal físico era siempre consecuencia de un mal moral y, por tanto, era un castigo. Opinión –resalta el abad Giuseppe Ricciotti en su insuperada Vida de Jesús– ya rebatida en el Libro de Job, pero todavía muy difundida. La respuesta del Nazareno es lapidaria: «No pecó éste ni sus padres; su enfermedad es para que se manifiesten en él las obras de Dios. Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado; después viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo». Dicho esto, Jesús escupió en la tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego, y le dijo: «“Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)”. Él fue, se lavó y volvió con vista». Es el escueto relato de un hecho histórico. El Nazareno se comporta como un hombre perfectamente integrado en su tiempo, que conoce la medicina de la época: el uso de la saliva añadía, de hecho, un elemento considerado un potente medio terapéutico para los ojos, especialmente si se trataba de saliva de una persona importante. En el Talmud se resalta la capacidad curativa de la saliva, pero se dice expresamente que «no puede ser aplicada en los ojos en sábado». Jesús no respeta esta regla.

Un caso clamoroso
Ocurrida la inexplicable curación –era ciego desde el nacimiento y todos sabían que no veía– comienzan las discusiones. Algunos decían «¡es él!», otros decían «¡no es él, es otro que se le parece!», tal era la sorpresa al constatar el milagro. El que fue ciego de nacimiento, intentaba convencer a todos: «¡Soy yo!... El hombre llamado Jesús hizo todo, me ungió los ojos y me dijo: “Ve a lavarte a Siloé”. Fui, me lavé y vi». El caso es clamoroso, tanto por el hecho en sí, como porque todo ocurrió en sábado. Por esto el curado es conducido donde los fariseos, que le repiten la misma pregunta para recibir idéntica respuesta. Ese hombre era ciego desde su nacimiento y ahora veía. Los fariseos sentencian: «Este hombre no es de Dios porque no guarda el sábado». Otros, un poco más dispuestos a mirar a la realidad decían: «¿Cómo puede un hombre pecador realizar tales milagros?». La polémica está servida. Entonces interrogan de nuevo al ciego que ya no lo es: «¿Qué dices tú de él, ya que te abrió los ojos?». «Que es un profeta», responde el ciego de nacimiento. Los fariseos se quedan insatisfechos. Incluso ante la evidencia, vuelven a poner en duda la identidad del curado y deciden dirigirse a sus padres. Preguntan si se trata realmente de su propio hijo. Los dos ancianos, atemorizados por las amenazas de los doctores y sacerdotes, se atrincheran tras la clara realidad de los hechos: «Sabemos que este es nuestro hijo y que nació ciego. Cómo ve ahora no lo sabemos; ignoramos quién abrió sus ojos. Preguntadle a él, sus años tiene; él hablará de sí mismo». «Sus padres hablaron así –observa Juan el Evangelista– porque temían a los judíos, que ya habían decretado que quien reconociese a Jesús por el Cristo fuese expulsado de la sinagoga». Por ello, los ancianos padres prefirieron relatar lo que había sucedido, sin dar otras explicaciones.

El examen de los fariseos
Pero obviamente todo esto no les basta a los fariseos. Vuelven otra vez a la carga con el hijo utilizando un tono confidencial, esperando hacerle “cantar” a su gusto: «Da gloria a Dios; nosotros sabemos que este hombre es pecador». El hombre curado responde, una vez más, respetando la evidencia de los hechos: «No sé si es pecador o no, sólo sé que yo era ciego y ahora veo». Entonces le preguntaron de nuevo: «¿Qué te hizo? ¿Cómo te abrió los ojos?». En ese momento el ciego que ya no lo era debió de perder la paciencia. Acababa de recuperar la vista, después de una infancia y una juventud vividas en la oscuridad más absoluta, todo se presentaba ante sus ojos como una novedad: el mundo, el cielo, los árboles, las casas y las personas. En cambio, en lugar de ser libre para ir a emborrachar sus pupilas se veía obligado a someterse al examen de los doctos fariseos. Su respuesta es magistral: «Ya os lo dije y no me escuchasteis. ¿Por qué queréis oírlo otra vez? ¿Queréis también vosotros haceros sus discípulos?». Es obvio que sus interlocutores, corroídos por no poder dar una explicación a todo lo ocurrido, se enfadaron: «Tú eres su discípulo, nosotros lo somos de Moisés. Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios, pero de éste no sabemos de dónde es». Les responde el ciego de nacimiento: «Eso es lo maravilloso. Que vosotros no sabéis de dónde es y él ha abierto mis ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, sino al que lo teme y hace su voluntad. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si él no fuera de Dios, nada podría hacer».

Arrojado fuera
Mucha observación y poco razonamiento permiten al hombre recién curado poner en aprietos a los doctos fariseos. Los cuales, cogidos por sorpresa, razonan mucho y observan poco. No siendo capaces de replicar con argumentos, lo insultan: «Todo tú eres pecado desde que naciste y, ¿nos enseñas a nosotros?». Y lo arrojaron fuera. Supo Jesús que lo habían expulsado y encontrándose con él le dijo: «¿Crees tú en el Hijo del Dios?». «¿Y quién es, Señor, para que crea en él?». «Lo estás viendo en el que habla contigo». «Creo, Señor», y se postró a sus pies. Añadió Jesús entonces: «Yo vine a este mundo para un juicio: para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos». Algunos fariseos escucharon estas últimas palabras y dijeron: «¿Somos también nosotros ciegos?». «Si fueseis ciegos no tendríais culpa, mas decís: “Vemos”, y por eso vuestro pecado permanece».

Los nuevos principios
«La irreductible testarudez de los judíos a la hora de reconocer la curación del ciego de nacimiento es de una historicidad perfecta, y es incluso un fenómeno normalísimo históricamente hablando –comenta Ricciotti–. Estos fariseos gobernaban desde ciertos principios que no debían derrumbarse nunca, incluso aunque el resto del mundo se derrumbara: la observancia farisaica del sábado... y cosas similares, eran sus principios, desde los cuales juzgaban el universo entero, aprobando lo que los reforzaba y reprobando lo que los debilitaba». «Si bien –continúa– el historiador de hoy, confrontando serenamente los hechos, encuentra que después de tantos siglos una parte de la humanidad ha cambiado bien poco en sus procedimientos con respecto a los datos de la vida de Jesús... Esos principios que una vez se llamaban observancia del sábado y demás, hoy se llaman absurdo del milagro, imposibilidad de lo sobrenatural y demás. Se cita al tribunal del racionalismo y a diversos documentos, se investigan los testimonios, se inventan teorías, pero sin llegar a la explicación deseada, obteniendo un Jesús cada vez más sobrenatural».

Sencillez y sinceridad
«Es necesario mirar al hecho, al acontecimiento, con sencillez –escribe don Giussani–. Es lo mismo que decir: es necesario mirar el acontecimiento por lo que dice, por lo que comunica a tu razón, a tu corazón, sin introducir, para valorarlo, factores que no tienen nada que ver... Todo lo que dijeron los fariseos, lo que objetaron los fariseos, no tenía nada que ver con la cuestión, nacía de algo que ya estaba en ellos previamente; en cambio, el ciego de nacimiento decía: “Sólo sé que yo era ciego y ahora veo, por esto es un profeta. Porque Dios no hace estas cosas sin un sentido”. Por eso, el ciego de nacimiento miró con sencillez, con sinceridad al acontecimiento que le había sucedido».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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