Entrevista de Marina Corradi a Julián Carrón: «No nos sentimos huérfanos. Sólo Dios basta al hombre». Avvenire, 21 de febrero de 2006
Ha pasado un año desde que murió don Giussani. El entonces cardenal Ratzinger, en la homilía del funeral que presidió junto al arzobispo Tettamanzi en el Duomo de Milán, dijo: «Ha llegado a ser padre de muchos». Y ahora Julián Carrón, sucesor de Giussani en la guía del movimiento, escribe en una carta a la Fraternidad de Comunión y Liberación: «No nos sentimos huérfanos». Recuerdo bien aquella multitud conmovida que abarrotaba hace un año el Duomo, pero él afirma, casi con orgullo: no estamos huérfanos, «una herencia presente continúa desafiándonos».
Más allá de la muerte, que muchas veces sólo deja melancólicas conmemoraciones, ¿dónde identifica usted ahora la presencia de don Giussani?
El propio Ratzinger dijo en su homilía que don Giussani no había atraído a las personas hacia sí mismo sino hacia Cristo, y por eso conquistó los corazones. Esta es la presencia de Cristo que vemos obrar entre nosotros y que a lo largo de este año nos ha llenado de asombro: nuestra unidad, la intensidad de la vida que se da entre nosotros, los hechos que siguen sucediendo. La herencia de don Giussani está viva, su presencia permanece.
Usted ha manifestado su agradecimiento a don Giussani por haberle hecho consciente de toda la profundidad del deseo del hombre. Lo que continúa atrayendo a los jóvenes de las enseñanzas de Giussani, ¿es precisamente la amplitud de este deseo?
Sí, porque los jóvenes todavía tienen vivo todo el deseo de su corazón. Esto nos exige estar a la altura de ese deseo. ¡Pero qué difícil es encontrar a un adulto que a los 40 no sea escéptico! Los chavales observan, y cuando ven que, una tras otra, todas sus expectativas de felicidad quedan sin cumplimiento, piensan que quizá no haya respuesta y se resignan. Encontrar a alguien que quiere vivir intensamente toda la vida, que se toma en serio su propia felicidad, no deja a nadie indiferente. Y ese ha sido Giussani.
Volviendo a una cuestión que para él era muy querida, usted ha escrito recientemente que vivimos en una cultura que ha olvidado el Misterio y ha reducido la realidad a su apariencia. ¿Qué hacer ante este nihilismo sin inquietudes?
Sólo algo que sea real y que esté presente, que sea capaz de mover el corazón, puede desafiar al nihilismo. La gente cada vez es más apática, porque no hay propuestas que fascinen al yo. Y sólo cuando el Misterio desvela su rostro, el hombre encuentra la claridad y la energía que necesita para adherirse. Necesitamos este Misterio presente, una presencia viva de la que podamos enamorarnos. Tiene que darse una atracción carnal, como la del niño por su madre. Ninguna otra cosa satisface al hombre.
¿Cómo es posible enamorarse de Cristo así?
Hace falta la presencia de otro hombre. Hace falta que el Misterio se haga carne. En esto consiste el cristianismo, como escribe Benedicto XVI en la Deus caritas est: conceptos que antes eran abstractos se hacen en Cristo carne y sangre. Este realismo inaudito, esta implicación del Misterio con nosotros, es la única posibilidad que tenemos de ser salvados. Cualquier reducción del cristianismo a espiritualismo o a ética se vuelve incapaz de rescatar al hombre concreto. Giussani repitió mil veces una frase de Juan Pablo II: «nosotros creemos en Cristo muerto y resucitado, presente aquí y ahora». A través de una presencia “aquí y ahora” se hace contemporáneo a cada hombre. Y, como afirma la Veritatis splendor, la contemporaneidad de Cristo con el hombre se llama Iglesia. Su Cuerpo es el signo tangible e histórico que lleva en su seno el Misterio.
Pero entre nosotros, los cristianos, a menudo hay cierta melancolía y casi un sentimiento de derrota, como si esa plenitud prometida se esfumara siempre.
Precisamente por eso es necesario que haya hombres que den testimonio durante toda su vida de esta plenitud. Necesitamos testigos. Juan Pablo II lo ha sido, Giussani nos mostró hasta el fin que la plenitud de la vida es posible. El cristianismo es capaz de abrazar todo lo humano y darle cumplimiento, sin reducir nada.
¿No es esto último el sentido de la Deus caritas est?
Exactamente. En la encíclica el Papa demuestra que la experiencia cristiana viva sabe entrar en diálogo con Nietzsche y afrontar el eros sin recortar en nada la intensidad del deseo del hombre. Es cierto que en el pasado se redujo el cristianismo a moral o a poco más que un discurso correcto. Como dijo Juan Pablo II: hemos cambiado el asombro del Evangelio por unas reglas. Por eso nos sorprendemos al leer esta encíclica que nos devuelve a la novedad del origen. Igual que se sorprendían los primeros. Es la fascinación del Evangelio. Ante esa capacidad de Cristo de responder a los hombres y de perdonar, ante su ternura, era imposible no exclamar: ¡jamás hemos conocido a un hombre como este!
Usted ha escrito que la aportación de CL es mostrar que la fe es razonable. ¿Cómo afrontáis hoy este reto?
Hay que atacar esta atrofia espiritual que hace que muchos olviden su deseo último de felicidad; esta apatía que los profesores observan en sus alumnos, que no encuentran ya razones para estudiar; este cansancio de los matrimonios y las familias. Es hora de mostrar un cristianismo auténtico que no reduzca su propia naturaleza. Es un problema de método. Hay que presentar la propuesta cristiana de manera que se pueda comprobar su verdad, y mostrar que la adhesión es algo razonable.
¿Entonces es algo que tiene que ver con la educación?
Para nosotros la educación es, desde luego, la urgencia más dramática. Estamos proponiendo de nuevo por todas partes el libro Educar es un riesgo de don Giussani. Hay que volver a educar, para hacer frente a lo que Augusto del Noce llamaba el “nihilismo festivo”, que es la ausencia del “cor inquietum” de san Agustín. Sólo algo presente y real puede rescatarnos. Esta es la batalla.
Recientemente el Papa ha ligado nihilismo y fundamentalismo por ser ambas una amenaza para el hombre. ¿Qué opina de la oleada de violencia contra los cristianos en algunos países islámicos?
En primer lugar, no hay que infravalorar el peligro que supone esta amenaza. En cualquier caso, lo que está pasando es una ocasión para profundizar en la conciencia de nuestra propia identidad, sabiendo que es la única manera en la que se puede vivir el testimonio cristiano, como ha recordado el Papa tras la muerte de don Andrea Santoro: «que el Señor haga que el sacrificio de su vida contribuya a la causa del diálogo entre las religiones y a la paz entre los pueblos». Esto no quita que se haga todo lo posible para evitar que se desate la violencia, y que las autoridades de cada país y las instituciones internacionales tutelen con firmeza la libertad religiosa.
¿Cuál es su opinión sobre la situación italiana ante las próximas elecciones?
Respecto a la crisis profunda a la que me he referido, no esperamos que la política le dé respuesta, pero sí esperamos de la política que dé espacio a aquellos sujetos sociales que puedan contribuir a atajar este malestar. Una política que no sea estatalista, que no frene la iniciativa social.
¿No teme que Italia pueda encontrarse ante una ofensiva laicista como la de su país, España?
Zapatero ha encontrado pocas resistencias en España. En Italia el cuerpo intermedio de la sociedad tiene mayor consistencia. Aunque, si no se afronta la urgencia educativa, existe ese riesgo. Lo que destaca en la cultura dominante en Italia es la pretensión de autonomía absoluta del hombre, como se ha puesto de manifiesto en el referéndum sobre la ley 40 (acerca de la regulación de la fecundación asistida; ndt.). En este sentido el reto para nuestro movimiento es secundar la herencia que nos dejó don Giussani; educarnos para ser hijos y, por lo tanto, convertirnos continuamente. Lo que, por otra parte, es la única manera de no envejecer.
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