El pasado 20 de febrero, el Papa recibió al nuevo embajador marroquí ante la Santa Sede, Ali Achour. Con pocas palabras ofreció una clave para deshacer el tremendo lío que nos hemos hecho en Europa: «Es necesario y urgente –dijo el Papa– que las religiones y sus símbolos sean respetados y que los creyentes no sean objeto de provocaciones que hieran sus sentimientos religiosos»
La crisis de las caricaturas ha puesto en evidencia la debilidad política de Europa pero también su profunda debilidad cultural. El Viejo Continente se ve atrapado entre dos corrientes ideológicas: el liberalismo laicista y el multiculturalismo. Ninguna de las dos puede resolver de forma eficaz el brete en el que nos ha puesto el islamismo radical.
Dos corrientes
La corriente liberal pone el énfasis en la protección de la libertad de expresión y desprecia el valor social que tiene la experiencia religiosa. Con razón, esta corriente reclamó una respuesta contundente a los ataques que sufrieron las embajadas. La otra corriente, la multiculturalista, también con razón, exige respeto a los sentimientos religiosos. No es ninguna tontería que Solana apoye el proyecto de la Conferencia Islámica para que la ONU redacte un texto contra la blasfemia.
Pero esta corriente multicultural no quiere distinguir entre aquellas expresiones que son verdaderamente religiosas o las que evidentemente no lo son.
No se puede responder a la provocación de un islamismo, que instrumentaliza al islam, defendiendo una libertad de expresión sin límites. Europa no puede responder a la provocación sin dar respuesta a la justa exigencia de que la dimensión religiosa del hombre tenga un valor social y público, lo cual merece respeto y consideración.
Fines extraños a la religión
No nos sirven las fórmulas que la ilustración jacobina ha acuñado en los dos últimos siglos. Ya hemos visto los fracasos de una respuesta basada en los modelos de la república laicista francesa. Quizás sí podamos tener mejor fortuna buceando en la ilustración estadounidense, más inclinada a reconocer el valor social de la fe.
Antes de perdernos en más ilustraciones, sigamos escuchando al Papa: «La intolerancia y la violencia jamás pueden justificarse como respuestas a las ofensas, porque no son compatibles con los principios sagrados de la religión. Por eso, no podemos sino lamentar las acciones de los que sacan provecho deliberadamente de la ofensa causada a los sentimientos religiosos para fomentar actos violentos, ya que sus fines son extraños a la religión».
Fracaso del multiculturalismo
Benedicto XVI se distancia también de la otra solución que ensayan los que perciben los límites del liberalismo laicista, se distancia del multiculturalismo. Esta doctrina, que ha conducido al fracaso a las políticas de integración del Reino Unido, no permite distinguir lo verdadero de lo falso, lo verdaderamente religioso de lo ideológico. Todo vale, todo es lo mismo, nada puede ser censurado.
El Santo Padre, por el contrario, sí distingue. Pide respeto por la religión pero advierte que el islamismo fundamentalista no es un fenómeno religioso, sino político, y condena sus expresiones violentas. Si Europa no respeta y abraza lo que en el islam hay de veraderamente religioso, y si no asume también algún criterio objetivo para rechazar aquellas expresiones del islam ajenas a la religiosidad, a la dignidad de la persona y a su valor sagrado, estará perdida en un laberinto sin salida. Las palabras del Papa indican dónde puede estar la salida.
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