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Huellas N.3, Marzo 2006

CARTAS

Nueva York, Cuenca, Santa Cruz de Tenerife...

a cargo de María Rosa de Cárdenas

Dar todo con alegría
Tengo algunas novedades que contaros sobre mi vida en las Américas. Estoy ahora mismo en Nueva York. Vine a pasar las Navidades, pero me voy a quedar aquí hasta mediados de marzo, porque estoy haciendo un curso intensivo de inglés en una universidad. A finales de marzo haré la mudanza desde Puerto Rico y en abril empiezo a trabajar en Miami como director ejecutivo de un consorcio de varias escuelas católicas de la archidiócesis. Como podéis ver, en el movimiento la vida es siempre una aventura fascinante. Ahora me estoy dedicando a aprender inglés y a hacer todos los preparativos para que podamos empezar en los próximos meses una casa de Memores Domini allí. He estado leyendo la carta que Julián ha escrito el 1 de febrero por el aniversario de la muerte de don Gius. Es realmente preciosa. En ella se recuerdan las palabras de Ratzinger sobre Giussani: «No quería vivir para sí mismo, sino que dio su vida y, justamente por eso, encontró la vida no sólo para sí, sino para muchos otros… Dando la vida, su vida ha dado un hermoso fruto, ha llegado a ser realmente padre de muchos y, precisamente por haber guiado a las personas no hacia sí mismo, sino hacia Cristo, ha conquistado los corazones, ha ayudado a mejorar el mundo, a abrir las puertas del mundo para el cielo». Leyendo esto me he acordado mucho de mis padres, y sobre todo del momento en el que les dije que salía esta posibilidad en Miami. Me dijeron lo mismo que hace ya casi cuatro años cuando me fui a Puerto Rico: «Dios nos pidió un hijo y nosotros le hemos dado dos. Uno para el cielo y otro para su total disposición en la tierra: para que esté con Él en una casa de Memores Domini y para que viva donde Él quiera». Me impresiona mucho cómo mis padres han entregado totalmente su vida. Primero con sus cuatro hijos. Y luego con las cosas del movimiento y con los nietos. La vida para ellos no ha sido nada fácil, pero qué felices y fecundos han sido. También me he dado cuenta de lo fecunda que ha sido la preferencia que el Turco tuvo por unos poquitos. Esa amistad entre unos cuantos arrastró como un torbellino a la gente del barrio, pequeños y grandes, incluyendo a mis padres y a todos mis hermanos. Y ahora esa amistad ha explotado y nos ha llevado a Puri y Maria Jesús a Parla, al Turco primero a Roma y luego a Alcalá, a Jorge y Ana a Asturias, a Lucía a Albania, a Paloma a Irlanda, a mí a América y a otros les ha llevado a tener un ejército de hijos (según las noticias que llegan por aquí los últimos en parir han sido Mamen y Rober, y los próximos son Mónica y Arturo). Somos humildes, la mayoría hijos de obreros, y no tenemos otro amor que Cristo y el movimiento, y esto es lo que nos hace grandes. En Nueva York estoy viendo algunas cosas que son muy bonitas. Y con ello me refiero a los momentos en los que de repente te sorprendes diciendo: «Él está aquí ahora presente». Y dices: «Yo quiero esto para mí, para mi familia y para mis amigos». La comunidad de Nueva York no es muy grande (poco más de cien), pero es muy viva y dinámica, a pesar de que moverse por la ciudad es difícil, porque es muy grande y se convierte en un sacrificio enorme el verse con los amigos. Pero lo mejor de Nueva York es la casa de los Memores. Vivir con ellos es precioso. Un día cualquiera entre semana, cocinan con un cariño que no te lo puedes ni imaginar. Estás cantando fregando los platos y otro hace la segunda voz de tu canción. No hay conversaciones superficiales en la mesa. Y la gente sale de casa cuando tiene un motivo. Esta casa no es sólo el corazón de Nueva York. Y esto es lo que les hace salir de casa de un modo distinto, tanto para ir a trabajar como para ir a las actividades del movimiento o para ir a visitar a gente de otros estados: salen como enviados por Alguien a una misión. Otra cosa que he aprendido en las lecciones de Chris Bacich sobre la Divina Comedia es el uso del tiempo libre. En el tiempo libre se ve lo que amas. El tiempo se te da para que vayas hacia tu destino. Cada día es una jornada hacia el destino. Claro está que tú puedes elegir en el día, en lugar de ir hacia el destino, perder el tiempo. Ver la televisión (o las mil maneras estúpidas que hay de perder el tiempo) es como estar en el Purgatorio corriendo en círculos que no llevan a ningún sitio. Últimamente llego a la cama cansadísimo, pero al mismo tiempo muy contento, porque cada día es un paso agigantado hacia el destino. Para mí tomar en serio todo lo que deseo, todo lo que me interesa, es importante. “Las alas de nuestros deseos” son las que nos llevan al destino. Parece estúpido, pero yo cuando era niño quería “dar la vida por mi patria”. Y por eso me fui al ejército. Yo quería dar la vida. Lo que sucede es que con el tiempo tus deseos se van purificando y se les abre un horizonte cada vez más grande. De eso Dios se da cuenta. Por eso a mí me dijo: en lugar de dar la vida a un rey cualquiera, dámela a mí. Y lo mismo me ha sucedido con la enseñanza. Yo tenía el trabajo que tenía, pero después de muchos años pidiendo la gracia de poder dedicarme a la educación, al final Dios te escucha. Es como si Él nos arrastrara hacia sí, a través de lo que nos gusta, a través de lo que nos interesa. Por eso la primera misión es mi propio yo. Es Dios quien hace las cosas, no nosotros, que andamos por ahí emperrados como Ulises en llegar al destino con nuestras propias fuerzas. Dios hace las cosas y las hace mejor que nosotros.
Pepe, Nueva York (EEUU)

En voz alta y sin timidez
Querido don Julian: Este año acudí a las vacaciones de CL con los adultos y jóvenes trabajadores. Ha sido una experiencia bella desde cualquier punto de vista: hemos ido a Ayacucho, que se encuentra en la zona centro sur del Perú, en los Andes. En esa región comenzaron las acciones terroristas en la década de los 80, y antes de que partiera me habían dicho de no ir, porque aún hay restos de Sendero Luminoso; pero, no obstante esos temores, más de 160 personas hemos dicho que sí. Tres días antes de las vacaciones, había recibido la noticia del fallecimiento de mi abuelo y para mí su muerte fue muy dolorosa, aunque los doctores nos habían comunicado que ya estaba desahuciado. De él recuerdo muchas cosas, sobre todo que antes de ir a dormir siempre oraba por la salud de sus hijos y de todos en voz alta y sin timidez, pidiendo que Cristo cada día tuviera misericordia de todos. Creo que al final uno siempre intuye que no se hace a sí mismo, y dos horas antes de morir dijo: «Prepárense porque yo debo irme, pero no se preocupen por mí, porque yo estoy tranquilo». De esto me enteré justo dos horas antes de salir de vacaciones y, pensando en lo que él dijo, acepté con muchas más razones la propuesta, sin pensar en lo que me esperaba, jugándose allí toda mi libertad. En las vacaciones, me llamaba la atención cómo estábamos inmersos en esta historia, desde los cantos, el rezo de los Laudes, la caminata a la montaña en plena lluvia... Uno de los hechos más bellos fue ver cómo los campesinos de la zona nos ayudaron a preparar la Misa: dentro de sus dificultades económicas daban su disponibilidad sin miedo ni prejuicios de ningún tipo, y estaban muy contentos. Tan es así que, acabando la celebración, uno de ellos se me acercó y me dijo que hacía mucho tiempo que no habían visto un grupo tan grande de personas celebrando Misa, y que por eso nos ayudaban sin esperar nada a cambio. Al regreso de Ayacucho (después de un largo viaje) Jorge, uno de mis amigos que se casó el año pasado, me decía: «Yo no entendía nada de lo que decían, ni en los grupos donde dialogábamos, ni en la asamblea final. Para mí ha sido difícil entender y compararlo con mi experiencia, porque yo no entiendo qué significa “excepcionalidad”, o “acontecimiento”: la única cosa que he entendido en estos días es que ustedes tienen la voluntad de seguir a Cristo y de saber quién es Él». Más tarde, bajando del auto, nos dijo: «Estoy muy contento de lo que ha sucedido, y les digo sólo una cosa: ¿les gustaría venir a mi casa esta semana? ¿Pueden?». En ese momento me di cuenta de que, estando en circunstancias distintas, los dos hemos dicho “sí” a hechos que son el inicio de lo que el corazón espera y reconoce, como lo fue para Juan y Andrés.
Carta firmada (Perú)

A mi lado
Publicamos un correo enviado a una compañera de trabajo.
Querida Bego: Me acabo de suscribir a Huellas; ayer empecé a leer y hoy, durante todo el día, he seguido y no puedo evitar empezar a llorar a cada historia que leo. Soy un desastre, pero esto que me llega a través de ti y de Elena me da la vida, ¡me corresponde
tanto!; son como oleadas de emoción que me hacen sentir viva y con esperanza. ¡Es alucinante! Muchas gracias por la revista, es un signo de que el Señor me quiere y quiere que sepa que está a mi lado. Sigo con mis miedos, pero con esperanza, algo que jamás había conocido.
Rosa

NARRACINE
El bien que es para nosotros la educación que recibimos en la Iglesia se nos hace especialmente explícito este año mediante la campaña “Tiempo de educar”. Somos un grupo de amigos, grandes aficionados al cine, y todas las semanas vemos alguna película (algunos ven incluso cinco o más, pese a que ninguno se dedica, de momento, profesionalmente a ello). Dedicamos mucho tiempo al séptimo arte. Pero la mayor parte de las veces ver películas no nos construye, no despierta nuestra humanidad. Vemos cine al estilo “palomitero”, como buscando un refugio donde salvaguardarnos de lo real. Sin embargo, el cine es el arte posmoderno por antonomasia. Y esto lo hemos podido experimentar, en ocasiones, yendo juntos al cine y comentando posteriormente el filme. Por eso ha surgido la iniciativa de crear la página de Internet www.narracine.com (estáis todos invitados a colaborar). En ella hemos empezado un foro sobre cine en el cual nos ayudamos a valorar las películas. Poco a poco vamos comprobando en nuestra experiencia cómo Cristo también da el ciento por uno si le dejas entrar en las zonas de la vida que, a veces, sin saber por qué, instintivamente, preservamos de este encuentro que hemos tenido. «La educación es una tarea para toda la vida; el tiempo libre es un lugar donde el yo dice quién es»: los amigos de NARRACINE queremos aprenderlo desde la experiencia.
“Suca”, Maica, Sergio, “Lester”, Miquel, Josep, Maite y Jorge, Barcelona (España)

Un profesor nada “al uso”
Desde hace varios años mi corazón ha estado sumido en una búsqueda. Debo dar inmensas gracias a Dios porque desde pequeño, en medio de mi difícil situación personal y familiar, tuve la incomparable dicha de conocerle de un modo personal. Él salió a mi encuentro y ahí estaba, con una cercanía apabullante que inundaba mi corazón, haciéndose presencia viva en las circunstancias que yo vivía. Dios era una llama ardiente que daba luz y calor a todo mi ser y que acompañaba cada paso de mi existir. El impacto fue tremendo, tan fuerte que adquirí una fuerte conciencia de que difícilmente podría haber algo que alcanzara tan hondamente el corazón humano. Yo participaba de un grupo de oración donde se iba afianzando esta relación personal con Cristo, y donde crecía el conocimiento de la altura de Dios y de la limitación de la condición humana. Era un descubrimiento progresivo del gran Amor de Dios, de su entrega y misericordia hacia mi persona, pequeño ser humano necesitado y desvalido. Y Dios colmaba mi necesidad con generosidad rebosante. Por aquel entonces, estaba recibiendo clases de religión de un profesor nada “al uso”. Yo nunca había tenido clases así, y reconozco que como aquello, con la importancia intrínseca de lo que allí se hablaba, no volvería a ver nada parecido. El profesor no seguía el temario habitual, no pretendía que tuviéramos unos minuciosos conocimientos acerca de los temas bíblicos o de Iglesia que se contemplaban en la materia. Por el contrario, este profesor nos brindó una de las más grandes cosas que se pueden descubrir como ser humano: la capacidad de abordar las cuestiones más decisivas de la existencia humana desde nuestra razón y nuestra conciencia. Nos reclamaba incisivamente a que miráramos desde nuestra realidad de seres humanos la cuestión de la existencia de Dios, de su respuesta a las exigencias más profundas de nuestro ser. Pocas veces personas te enseñan a mirar desde el tejido más profundo de tu constitución humana y, cuando sucede, tiempo después te das cuenta del valor incomparable que ello contiene para descubrir la vida en sus cuestiones más trascendentales. Dentro de la experiencia de Dios que yo vivía, sus clases resultaban increíblemente esclarecedoras. Él formulaba con ideas o argumentos lo que estaba aconteciendo en mi interior. De este modo conseguía avivar el fuego como quien remueve los rescoldos, y conseguía situarme mejor para comprender la naturaleza de lo que me estaba pasando. Toda esta vivencia fue importante para mí en esos momentos; luego, el crecimiento interior y mi caminar se desarrollaron por otros cauces, cauces por los que doy muchas gracias a Dios, así como por haberme transmitido tanta gracia a través de ellos. Años después, debido a mis circunstancias personales, comencé a sentir la necesidad de vivir de un modo más pleno y más íntegro esta realidad de Cristo que había traído tanta vida a mi ser. Sin embargo, a pesar de pasar varios años en una búsqueda del lugar donde pudiera vivir lo que mi corazón demandaba, no conseguía hallar ese sitio en el que se vieran respondidos y colmados mis requerimientos interiores. Esta búsqueda me ha resultado larga personalmente, con sus momentos de desgaste, decepción y cansancio. Pero desde hace un tiempo vuelvo a ver una vez más, con la pedagogía tenaz de nuestro Dios para un pobre hijo suyo de corto entender como yo, que sus caminos no son nuestros caminos, y su momento no es el nuestro. De una manera “fortuita”, en un momento en el que me había abandonado a la voluntad de Dios en relación a esta búsqueda, un buen día me encontré con un amigo al que hacía tiempo que no veía. Comenzamos a hablar de nuestra necesidad de vivir nuestra vida cristiana con mayor plenitud, de encontrar un lugar donde poder caminar en comunión con más personas, viviendo la oración, compartiendo nuestra vida cristiana desde Cristo, con un desarrollo que nos ayudara a crecer interiormente y a abrazarlo todo cada vez con más fidelidad. Las opciones de vida cristiana que conocíamos no nos acababan de cuadrar interiormente, y había puntos decisivos de nuestro sentir que nos marcaban nuestra distancia con ellas. En un determinado momento este amigo mío comentó que había estado en un retiro de Adviento de Comunión y Liberación, y que se había llevado una buena impresión. Hablamos un poco acerca de ello, y de todo este encuentro salí con la curiosidad de conocer más este movimiento eclesial. Comencé a visitar la página web, en un principio leyendo las señas de identidad y características de CL que venían referidas en la misma. Después comencé a leer algunos artículos, también del archivo de Huellas. Todo encajaba intensamente en mi interior. Según iba leyendo El sentido religioso y varias meditaciones de don Giussani iba descubriendo la gran sintonía de mi corazón con su pensamiento. Él hablaba acerca de riquezas conocidas, pero las desarrollaba y expresaba de una manera que las aclaraba y enriquecía en gran medida, apuntalando certezas interiores y mostrando detalles que iluminaban valores previos. Era como una gran lente de aumento sobre mi espíritu, capaz de sacar a relucir múltiples aspectos del porqué de la importancia de Cristo en mi vida. La razón más profunda de mi afinidad interior con la formulación de don Giussani es la honda certeza de que Cristo es la máxima respuesta a la potencialidad de las facultades humanas y a las exigencias profundas del corazón. El hombre es más hombre cuando la vida de Cristo se inserta en él, y su espíritu se ve colmado inmensamente cuando Él ocupa su centro de gravedad. En todo este proceso volví a recordar muchas clases de aquel profesor de religión que nos motivaba a pensar desde nosotros mismos, volví a recordar muchos momentos con Carras. Todas aquellas clases, aquellas actividades de montañeros, corrían por la línea de don Giussani, del conocimiento de nuestras necesidades más profundas como hombres y del descubrimiento de Dios como realidad que respondía a ellas plenamente. Como decía san Agustín: «Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en ti».
Jorge León, Cuenca (España)

Jorge, ¡Cómo me alegra recordarte y leer tu carta! Cuando comenzaba el movimiento en España y los primeros chicos se reunían con Jone y conmigo, conocí a un cura en Las Navas del Marqués. No sé si viéndonos con esos cuatro o cinco chicos entendía la necesidad de darnos ánimos, pero recuerdo que me dijo: «Sembrar, sembrar. Sembrar incluso sobre asfalto si Dios nos lo pide». Eso es lo que hicimos. Y a veces Dios nos permite ver los frutos. Pero lo importante no es verlo: es que exista. ¡Gracias a Dios el fruto está ahí! Jorge: comparto contigo tu alegría. Desde Roma, un fuerte abrazo.
Carras

El designio
Publicamos una carta dirigida al director de la ONG CESAL.
Me decido a escribirte porque desde que estuviste con nosotros el sábado pasado “presentándonos” CESAL, no hemos hablado de otra cosa. A todos nos impactó la labor que CESAL desempeña, y a mí particularmente se me despertó un interés especial que siempre he sentido hacia la Cooperación al Desarrollo, pero que por circunstancias nunca pude llevar a la práctica. Me eduqué en un colegio religioso, desde los cuatro hasta los diecisiete años; la congregación de hermanas que regía nuestro colegio tenía misiones por África y Centroamérica, y cada vez que alguna de las misioneras nos visitaba y mostraba su labor, algo me decía que yo tenía que estar allí. Con quince años tenía muy claro que quería estudiar Políticas, y especializarme en Relaciones Internacionales y lo hice, pero el resultado de lo que uno planifica con tanto esmero nunca depende de uno mismo –algo que he descubierto en este último año– y mi “sueño” de dedicarme a la Cooperación se quedó en una frustración. Así es como he pasado la mayor parte de mi vida, hasta que llegué aquí, conocí Comunión y Liberación y comencé a conocerme a mí misma. Este último año ha sido para mí algo excepcional, nunca en la vida le había confiado a nadie cuál era mi gran deseo, de qué modo intuyo que mi vida se cumple, hasta que el pasado sábado tras nuestra reunión, se lo confesé a Elvira en una de nuestras interminables conversaciones; fue liberador. Lo que yo consideraba que había sido una vida vacía y carente de sentido no es sino el modo en que Dios ha querido que yo llegue hasta aquí en este preciso momento. Cada vez que pienso en ello me da un vuelco el corazón. Tengo un amigo aquí que me suele preguntar si soy feliz, y cuando le respondo que sí, me dice que se alegra porque lamenta mucho que yo no haya podido vivir la juventud de un modo más alegre, y siempre le respondo lo mismo: yo no creo que haya que lamentarse del pasado, fue así porque tenía que ser, y le doy gracias a Dios, porque si hubiera sido de otro modo, no estaría aquí hablando contigo. Cada día le doy gracias a Dios por haberme traído hasta Tenerife y haber conocido el movimiento, por haber hecho posible que comprenda que todo lo que he pasado forma parte del designio que Dios tenía preparado para mí, y es tan grande la experiencia que estoy viviendo, que no dejo de conmoverme por haber sido llamada de este modo. Quiero colaborar en todo lo posible con vosotros, estoy dispuesta a todo, a lo que haga falta. Lo único que puedo ofreceros es mi total disposición y el convencimiento de que estoy aquí para esto.
Chiqui, Santa Cruz de Tenerife (España)

¡Elegí seguirle!
Perdí un hijo de tan solo veinte años en accidente de coche. Era la alegría de la vida, un hijo que con su eterna sonrisa me decía siempre: «Mamá, qué feliz soy, ¡vive!» y en un segundo, un 20 de diciembre, hace ya cinco años, mi vida cambió. No acertaba a comprender nada. ¿Cómo era posible que se fuese él y no yo? ¿Por qué me has hecho esto, Dios mío? Un hijo, en la plenitud de la vida, que lo daba todo, que me enseñaba a mí, que sin hablarnos nos lo decíamos todo... Me pasé cuatro largos años preguntándole al Señor ¿por qué? El dolor y la soledad fueron mis eternos compañeros. Me acostumbré a vivirlo todo sola, no suponía carga alguna, porque en casa yo era el apoyo y mi marido y mis hijos no hubiesen podido soportar que yo me viniese abajo. Todos me miraban y yo daba lo que no tenía. Estaba “muerta” y sin embargo seguía entregándome. Pero siempre preguntándole ¿Por qué? Nada tenía sentido para mí. Pasaba horas en la Iglesia, me enfadaba mucho con Él, no entendía nada... Le tenía loco y mis porqués no tenían respuesta. ¿No me ves, Dios mío? No puedo más, le decía, y así un día tras otro, cuatro largos años. Perdí muchos amigos en el camino. Ya no era aquella persona alegre, que siempre estaba de bromas, organizando una y mil cosas y el “tienes que” salir, olvidarte, luchar por tu marido y tus hijos fueron palabras que me hacían decirme una y otra vez: «No se dan cuenta de que no puedo, que estoy muerta». Conservé, sin embargo, otros que respetaron mi dolor, mis silencios, mi tristeza y que hoy son mis amigos “joyas”. Las palabras “tienes que” desaparecieron de mi vida para siempre. Un día, a finales de noviembre, llegué a la Iglesia y le dije al Señor: «¿Sabes lo que Te digo? No puedo más. Me abandono. Haz de mí lo que quieras. Llévame contigo. No deseo otra cosa». José Miguel, mi marido, y yo, conocíamos a Joaquín desde hace ya muchos años. Él conocía a Alejandro, mi hijo, incluso concelebró la misa después de su entierro. Un día, después de misa en la Parroquia, como muchas otras veces, fuimos a saludarle. Cada vez que me preguntaba cómo estaba, a mí se me saltaban las lágrimas y mi marido lloraba, pero no decíamos más. Quedamos para cenar y yo le puse como condición, que no sacase el tema. Aceptó, pero “el vino hace milagros” y cómo no, Joaquín habló. De esto hace un año. Y fue en diciembre, a los pocos días de abandonarme a Él. Nos pasamos la cena hablando. Yo no paraba de preguntar, no entendía muchas cosas que Joaquín me decía, pero esa noche no dormí. La respuesta a lo que había andado buscando durante cuatro largos años estaba ante mí. ¡La dejaba o la tomaba! Él me ponía contra la pared y yo elegí. ¡Elegí seguirle! Llamé a Joaquín y ya no me dejó sola. Admiro su paciencia, horas y horas escuchándome, pero siempre podían más sus palabras, que todos mis argumentos. Hoy nos une el Señor y es mi mejor amigo. Siempre está. Y así conocí Comunión y Liberación. En enero, de esto hace un año, empiezo a ir a la Escuela de comunidad y mi vida comienza a cambiar. Siendo la misma, soy distinta. Mi vida volvía a tener sentido, todo tenía un significado, mis porqués encontraban respuestas, y encontré, con todo mi dolor, por primera vez, paz. Me sentía acompañada, y Él y yo ya no éramos dos, éramos Uno. Él se había hecho carne en mí, me había alcanzado y yo ya no sabía, ni sé, vivir sin Él. Y tengo esa certeza, porque lo que yo siento no puede ser un sentimiento simplemente: esas ganas de vivir, volver a ser la que era, ese deseo de felicidad, que sólo se colma en el Señor, ese gozo que llevo dentro, el pedirme razones de todo, entregándome a Él, eso no puede ser de este mundo: sólo puede venir de Él. Ya no puedo estar sin mi gente. Mis pies tiran para la Parroquia. Los amigos que allí he encontrado son especiales porque nos une Él, y soy feliz allí, porque es mi “casa”. Allí he encontrado la respuesta y el sentido de mi vida. Y llegó la fecha del Encuentromadrid. Fui allí sola pero me encontré mas acompañada que nunca. Conocí personas que compartieron conmigo sus experiencias y enriquecían mi vida. Me encontraba como en casa. Conocí a Javier Prades y a Carrón, y a otros muchos, que llevo en mi corazón para siempre. La curiosidad por saber, por verlo todo me superaba, me hacia acercarme a personas con las que nunca antes hubiese hablado. Allí me encontré de nuevo con Lorenzo Rubio, a quien me une una amistad de años. Siempre me llamó la atención como persona: tenía algo distinto a los demás. Cuando nos vimos, lo comprendí todo. ¡Los designios de Dios! Conocí CESAL y a su director. Ahora colaboro en un proyecto con ellos.
Elvira, Santa Cruz de Tenerife (España)

Fe y amistad
Es increíble cómo va haciéndose uno adulto en la experiencia cristiana perteneciendo a nuestra compañía. David y yo nos casamos en mayo de 2005 y al poco tiempo esperábamos un bebé. Estuve un poco mal al principio, y un amigo me alcanzó el texto Cartas de Fe y Amistad de Don Giussani, que me acompañó todo este tiempo. Me identifiqué con esta frase: «Sé que cada instante que transcurre en esta forzada inactividad puede ser un inmenso acto de amor que sirve a la felicidad de mis hermanos y a la Gloria de mi Amigo Divino». Se me hizo más claro lo que se me pedía con esta hermosa participación en la creación de un nuevo ser. ¡Qué gran tarea! ¡Qué gran amor debíamos asumir mi esposo y yo! El trabajo de mi esposo no le permite estar en Lima mucho tiempo, pero nuestros amigos estuvieron al tanto de lo que nos sucedía para acompañarnos. Cuando nació Camila, nos han ayudado con muchas cosas para ella, por lo que estamos agradecidos, y además nuestra amistad ha ido creciendo. Todos estos hechos nos demuestran que frente a las dificultades y las nuevas responsabilidades somos guiados y acompañados. Al igual que los apóstoles, nuestra amistad coincide con el encuentro con Cristo. Es una humanidad nueva que vence todo dualismo y no podemos pedir menos de esto.
Paola, Lima (Perú)

En compañía de William Congdon
El dolor tan grande después de la muerte de mi padre me condujo a buscar un significado para mi vida. Empecé a pintar tratando de expresar toda mi búsqueda. Fue entonces cuando conocí el movimiento. Conocer a Cristo supuso para mí una Promesa. Tiempo después a través de Huellas conocí al pintor William Congdon: quedé impresionada por sus cuadros y por lo que decía. Pedí a mi hermana que trajera de Italia alguna literatura sobre él queriendo ahondar en su conocimiento, y así hicimos una presentación videográfica de su vida y su obra. No me cansaba de leer sus escritos y mirar sus cuadros. Lo que yo quería expresar, otro ya lo había hecho. Pensaba que yo nunca lograría algo similar. Mis cuadros son sobre papel (acuarelas) que terminarán destruyéndose, y yo quiero algo que trascienda. Luego, nació mi hijo José Andrés, mi tercer hijo después de 15 y 17 años que tenían sus hermanos. Aprendí a prestar atención a los deseos que tengo y que pedir es el inicio de su cumplimiento. Después de siete años tomé el mismo libro de William Congdon, La mirada de un testigo del siglo XX, volví a leerlo y me empujó una vez más, pero ahora a los lienzos y la espátula. Tomar conciencia de que pintar es un don, como explica Congdon, que no me pertenece, hace que me pregunte: «¿qué significa que la obra, más que ser hecha, “suceda”, “nazca”?». No soy yo quien hace el cuadro, simplemente me abro para que el don de Otro me tome y me vuelva cuadro. «Tú eres el cuadro». Puedo transcribir mil citas que han ayudado a irme adentrando, veo las fotos de su estudio, cómo pintaba con gestos grandes y las espátulas. A través de este libro, él me guía, sin haber visto nunca un cuadro suyo sino sólo reproducciones, a retomar este medio de expresión y de contacto conmigo misma, de abandono sin ninguna pretensión sobre el resultado. Reconozco que pretendía grandes obras, como me pasa con las relaciones: quiero lograr mucho y soy capaz de muy poco. Lo he aprendido con dolor. Uno se adentra en este camino paso a paso; mi camino está trazado en el agua, el mar, y quisiera cruzarlo en un yate de lujo y confort ¡a lo grande! Y me encuentro que poseo una pequeña canoa y a diario tomo los remos y a darle...1, 2, izquierda, derecha, ya que lo importante es cada día el deseo de encontrar al Señor; y me doy cuenta de que la búsqueda y el encuentro de William Congdon es también para mí. Esa Promesa del inicio se está cumpliendo.
Sara Edith, Oaxaca (México)

Jamás imaginé Muga de Sayago
Sobre las 18.30 llegamos a la nueva “patria chica” de Manute; íbamos Ana Agüero (su mujer), Antonio Aparicio y yo. Nada más aparcar nos encontramos con don José que salía de la Iglesia, le saludamos y salió corriendo ¿¿¡¡!!?? Volvió con un queso para Manute, el mejor de la zona… Yo estaba emocionada, pues la última vez que estuve en Muga fue hace más de diez años. Don José me enseñó lo que habían construido nuevo y dónde estudiaban los chicos. Primer Encuentro: a las 19.00 empezamos la Escuela de comunidad con don José, unas diez señoras y dos hombres. Sólo ver allí a Manute, en el que fue mi pueblo, me pareció un milagro. Leímos un pasaje de Huellas de experiencia cristiana que habla de la soledad. Don José dijo que a él lo que más le acompañaba en la vida era la oración y que las palabras del salmista le sostenían toda la jornada. También habló, como habla un hijo, de don Gius. Las señoras participaron con mucha sinceridad, preguntando sobre la tristeza y las diferencias que hay entre ellas. Manute recogió las intervenciones y habló sobre nuestro deseo de infinito; Antonio y yo también intervenimos a petición popular. A las 20.00 terminó, sonó la campana y empezaron a salir chicos de las clases, y yo me di una vuelta para recordar viejos tiempos. Segundo Encuentro: durante la semana don José había repartido por las clases la letra de una canción de Los Planetas que dice: «Si está bien, ¿por qué duele tanto, por dentro?». Manute proponía a todos los que tuvieran esa misma experiencia un encuentro a las 20.30 h. Yo pensé: ¡no va a venir ni el Tato! Salí a echarme un cigarro y pregunté a los que andaban por allí de dónde eran, en qué curso estaban, etc. Sonó de nuevo la campana y entré a ver si alguno querría escuchar y comentar la canción con nosotros. ¡Qué sorpresa! Más de 40 chicos nos estaban esperando. Empezaron a preguntar quiénes éramos y qué hacíamos. Manute les contó que yo había estado estudiando en Muga y me empezaron a hacer preguntas. Escuchamos juntos la canción y hablamos sobre lo que deseábamos en la vida. Alguien dijo que lo que más deseaba era que llegara el viernes, otro que todo defrauda y otro dijo que de eso daba vergüenza hablar. Manute les propuso ir juntos hasta el fondo de lo que deseamos en la vida. Al terminar nos rodearon y empezaron a contarnos más cosas, nos quedamos a cenar y a las 22.30 volvimos a Zamora. Había que ver con qué cara volvíamos a casa. Yo estaba feliz, feliz porque lo mejor que encontré permanece, porque todo lo que deseé esos años se ha cumplido con creces. Don José me decía: «Qué contento estoy porque estás con los Memores, jamás imaginé que podría salir de aquí alguien con esa vocación y jamás lo pensé de ti». Yo tampoco lo pensé.
Isabel, Móstoles (España)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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