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Huellas N.2, Febrero 2006

PRIMER PLANO Don Giussani

Testimonios

El aniversario de su muerte nos sitúa a todos ante su herencia,
que no es algo sólo del pasado, sino un acontecimiento presente
que sigue desafiando nuestra razón y nuestra libertad.
Julián Carrón

Sean O’Malley
Arzobispo de Boston
Nuevos frutos en América La desaparición de don Giussani ha representado seguramente un momento crítico en la vida del movimiento. Pero don Giussani, ya a través de sus escritos y su amistad, había incidido profundamente en la existencia de mucha gente, así que creo que había preparado muy bien a CL para afrontar este momento. Estoy seguro de que su carisma continuará dando fruto. Está creciendo aquí, en Boston: tenemos a los Memores Domini y a un grupo de jóvenes sacerdotes que se reúnen con algunos de CL y están llevando esta experiencia a los campus universitarios y a las parroquias. Pienso que el movimiento crecerá y traerá muchos frutos para la Iglesia de Boston y EEUU.

Jesús Carrascosa
Responsable de las comunidades extranjeras de CL
El mismo ímpetu en todo el mundo Desde que, en 1996, comencé a trabajar para el Centro internacional de CL, visitando las distintas comunidades, he conocido a muchísimas personas, sobre todo jóvenes. Pocos pudieron conocer a don Giussani, pero todos hablaban de él y me pedían que le saludara o que le entregara una carta. No era algo sentimental, porque el movimiento había tocado el corazón de las personas y lo había cambiado. Y éste es el mayor de los milagros. Viendo estas experiencias comencé a entender qué significa haber encontrado a uno a quien Dios ha marcado con un carisma. De hecho, el carisma es una especie de ADN, que se hereda y que marca los caracteres de la persona. A la vez uno tiene la experiencia de que el carisma es siempre más grande que quien lo transmite. Así, allá adonde voy me siento siempre como en casa: historias distintas, situaciones diferentes, a menudo también dramáticas. Pero dondequiera que encuentro a alguien que ha sido tocado por la fiebre de vida que tenía don Giuss, me siento a gusto, soy acogido como uno de la familia. No porque vaya a repetir un bello discurso, sino porque somos verdaderamente parte de la misma historia que gracias a Dios continúa cada día. Recuerdo siempre la primera vez que estuve en Uganda, en el Meeting Point, donde Rose cuida de los enfermos de SIDA, y conocí a una mujer ugandesa a la cual le quedaban muy pocos meses de vida. En cuanto me vio, me preguntó si conocía a Giussani y si tendría oportunidad de verle. Le dije que le vería dos días después, me cogió las manos y me mostró El sentido religioso diciendo: «Dele las gracias, porque gracias a él he encontrado a uno más grande y más fuerte que esta terrible enfermedad. Y muero con la conciencia de mi dignidad por haber conocido a Cristo». Visitar a la gente de los cinco continentes suponía volver a encontrar lo mismo. De la fuerza de esta correspondencia entre Cristo y el corazón de cada uno de nosotros he visto nacer muchas obras, muchas iniciativas a costa de sacrificios. Sacrificios, sin embargo, soportables por la fuerza del ideal. Pienso en Pedro, en Paraguay, en la casa de recuperación de menores delincuentes, que vive día y noche con ellos hasta el sábado por la tarde, cuando vuelve a la casa de los Memores de Asunción. Pienso en Kazakistán, donde es claro el contraste entre una cultura que no tiene nada que ver con el cristianismo y la genialidad de Giussani, que ha comprendido que el corazón del hombre es el mismo en cualquier parte y ha sabido despertar el sentido religioso, la exigencia de un significado último de la vida y de todo lo que sucede. Después de su muerte, el año apenas transcurrido ha sido la verificación de la potencia de nuestra experiencia, debida a la fuerza del carisma. La mayor parte de la gente del movimiento todavía no conoce en persona a Carrón y espera conocerle. Pero le sigue porque comprende que seguirle es lo mismo que seguir a don Giussani, con la misma fuerza de comunión y de amistad verdadera que tenía él. Yo tengo la conciencia de que Giussani está presente, no de forma sentimental, como muchos dicen de personas que mueren, como los idealistas decían del Che Guevara; que está verdaderamente presente el carisma que el Señor ha despertado en él. Esta es nuestra fuerza, que vive en nuestra comunión.

Eugene Stavis
Profesor del departamento de Cine, Escuela de Artes Visuales, Nueva York
Un gigante de la fe En mi vida he conocido muy pocas personas que se puedan definir abiertamente como gigantes espirituales. Se trata realmente de una especie rara. Algunas de ellas son firmemente laicas; otras, religiosas. En general, la influencia que ejercen no se circunscribe a las obras que han dejado tras de sí; más bien nos legan una herencia espiritual muy concreta que traspasa los límites de la naturaleza y sobrevive a su muerte física, de tal modo que continúa inspirando y alentando multitud de seguidores iluminados por su visión de la vida. Nunca coincidí con Giussani, pero no me cabe duda de que fue una de esas almas nobles. Su luz sobrevive en el espíritu y en la mirada de los que le conocieron y aprendieron de él. Hasta una persona no religiosa como yo advierte su bondad esencial y admira su convicción de que el camino hacia algo mejor se recorre mediante lo positivo, nunca lo negativo, pues la belleza implica la verdad y la verdad es siempre belleza. No somos capaces de ver constantemente lo que en nosotros es “eterno”. Solo podemos atisbarlo fugazmente por el rabillo del ojo, por decirlo así. Pero una vez que lo hemos divisado nos cambiará para siempre. Son gigantes como don Giussani los que nos abren los ojos sobre lo eterno, y se convierten así en verdaderos puntos de referencia de lo eterno en este mundo confuso y terrible.

Tony Hendra
Escritor
La relación con el padre Joe Cuando mi libro Father Joe (el relato autobiográfico de la relación entre el autor y un monje benedictino; ndr) se publicó, el carácter extraordinariamente sabio y divertido del padre Joe tocó el corazón de personas de todas las religiones, incluso de gente que no tenía ninguna fe. Un día fui entrevistado por un chico de CL de aire serio, Tom, que había hecho una recensión del libro para una conocida página web católica. Durante nuestra conversación, de repente Tom afirmó haber interpretado el libro de este modo: el padre Joe había sido Cristo para mí. Una intuición llana y aparentemente sencilla que, a decir verdad, no me había venido nunca a la mente. Sin embargo, ha arrojado una luz sobre gran parte de lo que he escrito respecto al padre Joe: el hecho de que atribuyera una importancia fundamental a lo que era ordinario, cotidiano, rutinario, porque en esto se hacía experiencia de Dios; o su insistencia en que sólo a través de la humanidad del otro se puede tocar lo divino. Con su vida, el padre Joe me había mostrado la posibilidad... ¡no!, la realidad de la Encarnación. No soy un “afiliado”, luego no puedo decir que sea un ciellino; sin embargo, después de aquel episodio nació una relación con CL. Cuanto más hablaba con mis nuevos amigos de CL más me daba cuenta no solo de cómo percibían una relación especial con mi adorado benedictino, sino también de cómo eran capaces de iluminar lo que yo había visto junto a él de modo imprevisto. Obviamente, he profundizado el estudio del pensamiento y de la historia de CL y, al hacerlo, he percibido que esta claridad deriva principalmente de la importancia atribuida por don Giussani a la humanidad de Nuestro Señor, y a la inmediatez y normalidad de la experiencia que hacemos de Él en el mundo moderno. He descubierto muchas otras cosas en mi propio libro, cosas de las cuales habría ignorado la existencia si no hubiese estado en contacto, si no hubiese frecuentado y hablado con los hijos y las hijas de don Giussani. Un episodio excepcional sucedió el año pasado en Rímini, durante un encuentro sobre el tema de la libertad. De improviso, me encontré diciendo que mientras la libertad física, intelectual y espiritual es un derecho humano universal, «la verdadera libertad proviene solo de perdonar y de ser perdonados», un pensamiento que nunca en mi vida había venido a mi mente. No sabría decir si en aquel momento estaban el padre Joe o don Giussani para inspirarlo. Estoy convencido de que ambos habían encontrado caminos similares para explicar en vida la realidad de la Encarnación en el panorama hostil y poco prometedor del siglo XX; ambos han dado un nuevo significado a la noción extremadamente deteriorada de la paternidad espiritual, uniendo de nuevo la paternidad a Dios, a lo eterno. Y estarán muy sorprendidos si, cuando los dos se hayan encontrado finalmente –como seguramente habrá sucedido– el uno haya reconocido inmediatamente en el otro un espíritu afín.

María Victoria Gómez Alfeo
Profesora de Teoría del Arte Universidad Complutense de Madrid
Conocí a Emilio, el capellán de la Facultad, en un momento en mi vida de búsqueda de algo más que mi colaboración en la parroquia. Había leído textos cortos de don Giussani que Emilio nos regalaba. Atraída por su mensaje adquirí Por qué la Iglesia y El sentido de Dios y el hombre moderno. Me fui sumergiendo en la lectura. Era como ver a Cristo de una manera nueva. El encuentro con don Giussani tomó cuerpo el 3 de noviembre del año pasado cuando asistí a la Escuela de comunidad con Javier y Carmen. Allí se completó la llamada, salí transformada. Todos me recibieron con los brazos abiertos; nunca me había sentido así, era como si el Espíritu lo rodeara todo. La belleza material y espiritual de aquellos que me acogieron era el resplandor de lo que ellos llevaban dentro, de alguien superior que se manifiesta. Giussani cada día me sorprende más. En Huellas de diciembre, la lectura del artículo “Navidad: el misterio de la ternura de Dios” me impactó de tal manera que la noche en que lo leí no pude conciliar bien el sueño. Fue una llamada que yo imaginé como la voz que debió sentir Mateo ante Cristo, tal y como la identifico en la obra de Caravaggio de San Luis de los Franceses en Roma. Don Giussani, en este espléndido texto, me llama a enamorarme de Jesús, a buscar Su belleza suprema en la relación con los que me rodean.

Fernando García Rodríguez
Profesor de Crítica de Arte Universidad Complutense de Madrid
La lectura de los escritos de don Giussani en octubre fue un revulsivo y problematizó mi actuación, cambió mis objetivos. El contacto con Comunión y Liberación me inundó de una alegría que desde lo humano me remitía a Aquel que yo iba buscando. Era lo que necesitaba, un pensamiento teológico profundo en sus formulaciones, claro en su exposición y profundamente humano en la realidad de la Fraternidad. Don Giussani era la Iglesia en movimiento. Días después, Carmen me regaló Mis lecturas. Esta unidad de pensamiento y de acción sólo un hombre lleno del Espíritu puede llevarla a final feliz. Nuestros intereses cognoscitivos y profesionales centraron las lecturas; me di cuenta de que no estaba ante simples textos, sino ante un desafío a mi situación existencial. Yo estaba arrebatado con su pensamiento y con las vivencias en la Escuela; la obra de don Giussani trascendía su realidad y me remitía al Ser que él había colocado ante mí. Recomendé Mis lecturas en mis clases universitarias y dije: «“Cautius”, el autor es peligroso». Lo comprobé con alegría cuando leí lo que don Giussani escribía: «Alguien nos ha sucedido». Quiero creerlo, deseo y necesito profundamente creerlo. Sólo un reproche ¿por qué tan tarde? ¿O es el tiempo justo?

Julián Huete Cervigón
Abogado
María del Mar Martínez Cuevas
Funcionaria Cuenca (España)
Hace tan solo unas semanas, leyendo el número especial de Huellas del mes de marzo de 2005 que por pura providencia cayó en nuestras manos, podíamos leer en una carta enviada por alguien cuya vida había cambiado tras conocer a Giussani: «Lo siento por los que no han tenido la suerte de conocerle en persona... pero ese encuentro sigue siendo posible hoy para todos porque don Giussani permanece en los rostros y en las palabras de Comunión y Liberación». Nosotros damos fe de que esta especie de premonición, más bien certeza, se ha cumplido en nuestras vidas. Conocimos CL en el último retiro de la Fraternidad celebrado en Madrid con ocasión del Adviento. Las palabras de Javier Prades, los rostros amables y transparentes de las personas con las que hablamos, el ambiente que se respiraba, todo ocurrió de una forma extremadamente simple, pero imprimió en nosotros una certeza tan firme, que nos hizo, al volver a casa, ir a buscar en la fuente. Empezamos a conocer el carisma de don Giussani, quien «en la sencillez de corazón lo dio todo con alegría», y nos empapamos de su obra plasmada en sus hermosas y revolucionarias meditaciones, artículos y libros. Sus palabras nos ensanchaban el corazón: nos remitían a Cristo y a su Evangelio como si fueran una lupa que lo acercaba y hacía más convincente y persuasivo el mensaje cristiano. No, no era un sueño, sino algo tremendamente real. Como decía Mounier: «Alguien nos había sucedido», Él se había hecho carne para nosotros y la Navidad había entrado en nuestra casa con unas semanas de antelación. Durante mucho tiempo habíamos ansiado y pedido a Dios que nos diera un “pueblo” con el que caminar, porque, como escribe Giussani, la familia no es suficiente; hace falta una comunidad que te acompañe y que haga crecer a nuestros hijos más de lo que podríamos esperar; así aprendes que no son tuyos, sino que te son confiados. Nuestra oración por fin había sido escuchada al conocer a los amigos de don Giussani.

Susana G.S.
Madrid (España)
Siete años aproximadamente me separan, en este instante, de mi participación en la vida del movimiento: en la Escuela de bachilleres, campamentos y tantas otras cosas que me marcaron para siempre. Hoy con 27 años y de vuelta, no sólo puedo estar agradecida, sino asombrada por tantos y tantos hechos que me han devuelto al lugar donde viví los mejores momentos de mi vida. Habitualmente no leo el periódico, pero un día del pasado febrero me tocó volar a Barcelona por motivos de trabajo. Nada más despegar, la azafata me brindó el periódico y se lo tomé sin saber muy bien por qué... Abrí aleatoriamente una página para ojearlo, encontrando un titular que mencionaba el fallecimiento de don Giussani. No leí ni una sola página más de aquel periódico; lo abría por esa pagina, lo leía y lo volvía a cerrar. Así unas cuantas veces, como paralizada y con una sensación indescriptible, hasta que lo guardé en mi bolso para llevármelo a casa. Esto mantuvo mi cabeza pensativa durante muchos momentos, no sólo ese día, sino también los posteriores. Aquello no podía ser una casualidad, una mera coincidencia con mi deseo de volver. Saber de don Giussani despertó en mí la memoria de lo que había vivido hacía siete años hasta pasar a un plano de evidencia absoluta: lo mejor de mi vida estaba allí y quería volver. Así lo hice, acompañada por una multitud de simples indicios de los cuales el mayor fue encontrarme en la calle con Salva, al cabo de tantos años, y verme tratada con la familiaridad más absoluta, como si la distancia y el tiempo no hubiesen corrompido nada, al contrario, como si pusieran de manifiesto una relación familiar, siempre posible. El lunes siguiente acudí a la Escuela de comunidad de Móstoles, dejando a mi jefa sorprendida: «¿Qué te pasa? Nunca de he visto salir corriendo tan contenta del trabajo».

Pedro de María
Empresario
María Jesús Rossi (Chus)
Ama de casa Villanueva de la Cañada (Madrid)
Mi mujer y yo vivíamos sin ningún tipo de esperanza, en una rutina aplastante, asfixiante, sin ningún credo. En febrero del año pasado la profesora de mi hijo, del colegio Kolbe, nos invitó a cenar a su casa. Salimos los dos con la sensación de que no había sido un momento como los demás; habíamos visto algo distinto y no sabíamos qué era, pero habíamos podido ser nosotros mismos, sin ningún tipo de pose o careta. ¿Cómo era posible que todo el esquema, los principios, aquello por lo que uno soportaba el día a día, se derrumbara? Después nos enteramos de que hacía unos días había muerto don Giussani, porque nos invitaron a asistir a su funeral. Fuimos y nos impresionó la unidad de los presentes. A partir de ahí todo ha sucedido muy deprisa, un cambio de vida radical; de vivir en soledad, aun teniendo amigos, a sentirte acompañado de una manera verdadera, de una manera que a veces todavía uno duda de que pueda ser real. Lo que me sorprendió al leer a don Giussani y me sigue sorprendiendo es que me contaba lo que me estaba pasando, sabía lo que me pasaba y me pasa.

Lupe
Estudiante de Periodismo Madrid (España)
El año pasado me fui a estudiar a París con una beca Erasmus. El valor académico de ese año, vivir fuera de casa por primera vez o la oportunidad de conocer gente nueva de otras culturas eran razones secundarias para que me animara a marcharme a Francia. En realidad me iba buscando algo que hacía tiempo que esperaba, algo que respondiera a las preguntas que me hacía, cada vez más insistentemente, sobre el sentido de mi vida. Sabía que tenía que alejarme de mi casa, mis amigos y mi universidad –irme al desierto para escuchar mejor la voz de Dios– y elegí París porque era la ciudad que siempre me había atraído con más fuerza. En abril me había adaptado sin problemas a la ciudad y a las personas, tenía muchos amigos y el curso terminado, pero aún no había encontrado lo que buscaba y en el fondo temía que Dios se hubiera despistado. Yo ya era cristiana. Asistía desde hacía años a los medios de formación del Opus Dei. Iba a misa diaria, rezaba mucho todos los días. Pero un día, desayunando, me di cuenta de que no era feliz; de que envidiaba a mis amigas ateas que no se hacían preguntas y parecían mucho más contentas que yo. Se suponía que la Iglesia me prometía el ciento por uno en esta vida y empezaba a temer que todo a lo que me había dedicado fuera un fraude. Me planté frente a Dios e hice un trato con Él: «Voy a plantearme todo desde el principio. Si Tú existes y todo esto es verdad, serás más fuerte que mis dudas. Ayúdame para no equivocarme». Y empecé a mirar mi vida preguntándome por qué no era tan feliz como me prometía la Iglesia, por qué no disfrutaba de la vida. Gracias a una amiga de la familia me planteé con seriedad algo que llevaba años pinchándome por dentro: la vocación religiosa. El razonamiento era: «Voy a arriesgarme y darle (al menos ofrecerle) todo a Dios; así Él me dará todo; y si no, no me quedaré con la duda de no haberlo intentado lo suficiente». Mientras reflexionaba estas cosas, conocí a Ilaria, la compañera de trabajo de Enrique, un amigo español, y a Inés, su compañera de piso. Mi amigo las invitó a su casa y ahí, charlando, me contaron que eran de Comunión y Liberación. Yo les pedí que me presentaran a sus amigos porque en París no es fácil encontrar un grupo de jóvenes católicos, y tenía ganas de estar con gente con la que compartiera lo más importante. Me invitaron a una cena en casa de monseñor Franco Follo, para quien trabajaban Ilaria y Enrique. Allí conocí a tres chicos más del movimiento (uno de los cuales se convertiría en mi novio meses después). Me invitaron a la misa del día siguiente, donde conocí a muchos chicos del CLU de París. Me pareció gente muy abierta y sencilla, lo cual es un oasis en una ciudad tan poco sociable. Ese mismo día, en el picnic después de la misa, me invitaron a Escuela de comunidad y, sin llegar a entender muy bien qué era, acepté. Yo quería estar con esa gente que me trataba como una amiga desde el primer día. Acudí a la Escuela y (al estar en francés y no conocer muy bien los términos) no me impactó mucho lo que escuché el primer día; además, acostumbrada a recibir más respuestas que preguntas se me ocurrieran, me provocó ver que en la Escuela muchas de las preguntas quedaran abiertas, y el que la llevaba, Mimmo, dijera a la gente «prueba esto, y cuéntanos la semana que viene»; eso me parecía un riesgo en algo tan delicado como las preguntas que se planteaban. Volví a la Escuela cada martes porque algunos de esos chicos se tomaban en serio mi vida hasta los últimos detalles; cuando yo les contaba algo, no tenían la reacción normal de mantenerse al margen (que en París era lo normal), sino que se implicaban hasta el fondo, como no lo hacían mis amigos de muchos años, arriesgándose, ¡cuando me conocían de una o dos semanas! Para mi sorpresa, aunque no salía de la Escuela de comunidad con grandes propósitos, durante la semana empecé a hacerme lo que me di cuenta de que eran las preguntas correctas, a encontrar una orientación completamente nueva para mis problemas, que los hacía sencillos. Empezó a cambiar mi vida, no por principios nuevos que aplicara, sino por una forma nueva de ver mi vida entera; por ver vivir la suya a gente en la que confiaba, que me quería, y que vivía como yo deseaba. Y, sobre todo, que me invitaban a vivirla con ellos. Empecé a pasar todo mi tiempo libre con Cazza, Marco, Ilaria, Maïlys, Matilde, Sven, Murielle, Mimmo y los demás del CLU, y estuve viviendo las últimas semanas en París con Inés. Nos conocíamos desde hacía dos meses y sus vidas se habían convertido en parte de la mía. Incluso mis amigas españolas me decían que tenían la sensación de que llevaba con los de CL desde septiembre, por cómo estábamos juntos. El resto es sencillo. En las vacaciones del CLU en La Thuile me parecía estar en el Cielo, como si estuviera hecha para lo que veía, escuchaba y hacía. Cuando me encontré pensando «sería maravilloso que Dios quisiera esto para mí», supe que por fin había encontrado lo que vine a buscar a París. Dios era fiel y yo había encontrado mi casa.

Miguel Ramón Fuentes
Seminarista Barcelona (España)
Estoy cursando cuarto de Teología en el Seminario de Barcelona. Nunca había oído hablar de Comunión y Liberación hasta que, hace poco más de un año, entró Juan Ramón al Seminario. Comenzamos a hablar a raíz de un manifiesto de Pascua que había colgado en su habitación. En ocasiones le pedía que me hablara sobre el movimiento y su carisma, ya que consideraba que, como futuro sacerdote, debía conocer todas las realidades eclesiales. Lo que no tenía previsto era la posibilidad de implicarme en una de ellas. A los pocos meses llegó la noticia de la muerte de don Giussani. Fue entonces cuando se publicó el número de Huellas que recoge la homilía de Ratzinger el día de su funeral, un reportaje sobre la vida de don Giussani y una recopilación de textos suyos. Le pedí a Juan Ramón que me dejara la revista para conocer un poco más de qué iba el asunto. Mi sorpresa fue que, cuando empecé a leer la selección de textos de don Giussani, me eran realmente muy difíciles de comprender. Podía entrever que detrás había una intuición genial y una visión profunda del hombre, pero a la vez constataba que se me escapaba mucho del significado que aquellas palabras querían indicar. El pasado verano fuimos juntos al Meeting de Rímini, donde pude conocer a más personas de CL, en especial a aquellos que también venían de Barcelona, que me acogieron como a uno más desde el primer momento. Me sorprendió mucho lo que viví allí; la verdad es que superaba todas mis expectativas sobre lo que había previsto encontrar. En vez de tratar la fe como un ámbito más de la vida humana, se hablaba del hombre de una manera que era imposible imaginárselo sin Dios. El Meeting me pareció como un gran tapiz en el que se entretejen la cultura, la política, la educación, la economía, el arte, y en todo ello quedaba patente la pasión por Cristo, en torno a la cual se agrupaba todo aquel pueblo. Posteriormente he leído El desafío de la paternidad de Camisasca, donde presenta el sacerdocio de una manera muy profunda y radical. He vuelto sobre los primeros textos que leí en Huellas y ahora esas mismas palabras despiertan en mí un ansia de Infinito como no había conocido antes. Veo que la experiencia de la fe tal y como la expresa don Giussani corresponde con la manera que yo escogería para transmitirla. Es como si don Giussani hubiera puesto palabras a mi propia experiencia del Misterio. A cada capítulo que leo de El sentido de Dios y el hombre moderno es como si el horizonte de mi fe se ensanchara y enriqueciera, conduciéndome a una vivencia más auténtica y radical de Cristo. Continúo mi camino en el Seminario, en compañía de Juan Ramón. Don Giussani ha despertado en mí una renovada pasión por Cristo. Ha arrojado una luz nueva sobre mi deseo de felicidad, que adquiere ahora una dimensión inimaginada y que se cumple día a día en mi propio proceso vocacional.

Madre Cristiana
Monasterio de Humocaro, Venezuela
Apasionado por la realidad
El patrimonio de don Giussani es un patrimonio de fe, de visión, de pasión y de cultura de una vitalidad desconcertante. Es una mirada precisa sobre la vida y sobre el hombre que se hace presente constantemente como elección y como juicio, hoy al igual que ayer; es una modalidad de la existencia, una pedagogía de la relación y del encuentro, una voluntad determinante de comunión que es el aliento de una experiencia que sostiene el tiempo, el dolor, la muerte y la contradicción del límite. Podemos correr el riesgo de que este inmenso aliento de fe que nos ha arrollado y llenado de significado se vuelva un “discurso”. Pero no lo es. Las pocas veces que he podido estar con don Giussani he percibido en él por encima de todo a la persona radicalmente enamorada de Jesucristo, y tan poderosamente apasionada por el hombre y por la realidad que era imposible no dejarse fascinar por la densidad de su experiencia. Quizá el núcleo central de ese fluir de fe desde su corazón al nuestro era la certeza de un acontecimiento que él tocaba, que también nosotros podíamos tocar y que nunca podría ser eliminado por la historia de la humanidad ni por la historia de cada hombre, algo indiscutiblemente enraizado en el aliento mismo del ser. Como la experiencia de Pedro, de Juan, de Andrés, de Santiago... «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», «Pedro, ¿me amas?», «Id y evangelizad, perdonando...», «Como yo os he amado, así vosotros debéis amar...». Hemos caminado dentro de una voz que era profecía de una presencia que se volvía en cada uno de nosotros consistencia vital. Ahora queda dentro una petición: «Porque a ti, padre, se te ha concedido el don de tocar al Señor, de respirar su Presencia, de estar tan poderosamente invadido por el encuentro con Él como para poder anunciar sin tregua, con el estupor de un niño y la fe de los siglos: Él está aquí, Él es todo, sin Él no podéis hacer nada, Él es el sentido y el destino de la vida, recibo mi vida de Él en cada instante, ahora, en este momento, Él me está haciendo... Anatema sea el que reduce al hombre, hecho para el Misterio, a un proyecto efímero...».
Somos tan opacos y estamos tan atormentados por la indiferencia que quizá no nos dejamos ya plasmar por su grito, pero él, que vive en el seno del Padre, está ahora penetrado por Su divina omnipotencia y no cesa de guiar a su pueblo. Esta es nuestra esperanza en el día que avanza.
De esa irresistible fe suya nos ha venido la pasión por la Iglesia, por esa compañía bendita que Benedicto XVI ha evocado tan intensamente en la fiesta del Bautismo de Jesús: «Una compañía de amigos que no nos abandonará nunca ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad... familia que nos dará palabras de vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar». Tenemos necesidad de seguir viviendo en el corazón de una compañía, de un pueblo, de la Iglesia.
De ahí la pasión por la belleza de lo creado, la fascinación por la realidad, por la intuición poética, por el genio musical capaz de componer la armonía universal con voces instrumentales: ah, el gemido insistente de ese violín... Heredar su vibración interior por la belleza que aflora siempre ante la mirada del que sabe ver, esto sí que sería comprender un mensaje esencial y hacerlo verdadero dentro de nosotros.
De aquí también la pasión por la libertad, esa dimensión inalienable del espíritu humano que, como dijo monseñor Caffarra en el Meeting, coincide, en su expresión suprema, con el amor.
No traicionar el don es la humilde petición que alienta nuestro corazón.

Ezio Mauro
Director del diario italiano La Repubblica
Su novedad provocadora «Tengan presente que Jesucristo ha existido». El testimonio de don Giussani se puede resumir en estas pocas palabras que pronuncia Woland en el Estanque del Patriarca, interrumpiendo las discusiones ideológicas de Berlioz y Bezdomnyj, en las primeras páginas de El Maestro y Margarita. Mientras Woland les dice que se acerquen, y ellos se inclinan sobre el asiento para escuchar esa afirmación susurrada, me sorprendo subrayando esa frase, hace muchos años, la primera vez que leí a Bulgakov. Perentoria, segura, comunicaba una certeza, garantizaba un testimonio, no admitía réplicas. Años después descubriría que esa frase también le había impresionado a don Giussani, y la citaba en un libro suyo. Yo descubrí a don Giussani a comienzos de los años ochenta, cuando Giorgio Fattori, director de La Stampa, me pidió que trabajase en un reportaje sobre Comunión y Liberación. Hablé con mucha gente, dividí el material en cuatro entregas, escribí acerca de lo que había reunido. Desde entonces me quedó la sensación de haber comprendido algo que se puede definir de muchas formas distintas, pero que yo explico así: existe una realidad eclesial italiana que camina, en un país que no ha contado con una forma italiana específica de camino para el catolicismo, pues partía del presupuesto de que era –como se decía– “naturalmente cristiano”. Y, mientras, se estaba descristianizando. Quiero decir que en un catolicismo gris y resignado como era el italiano en los años ochenta la irrupción de aquella fórmula bulgakoviana obligaba a los que creían a tomar una actitud distinta. Si el cristianismo no es una filosofía o una cultura, sino un “acontecimiento”, como ha repetido a todos don Giussani, entonces aquel que cree puede encontrar a su Dios. Y si encuentra a Dios, si lo encuentra de verdad, es posible que ya no pueda «comer y beber como antes». Esta inversión en la forma de concebir la fe me parece que es la gran novedad-provocación de Giussani. Sin embargo, nunca he comprendido cómo podía CL declinar esta concepción con métodos y amistades que siempre me han parecido contradictorias, en algunos casos de forma clamorosa, hasta la elección de una derecha ultramundana, pagana y paganizante, populista y oligárquica. Cuando conocí a don Giussani, en una comida en los años noventa junto a mi amigo Angelo Rinaldi, hablamos de todo, pero no de esto. Me preguntó por mis hijos, por mi trabajo y mis amigos. Sabía qué pensaba yo de todo esto, conocía mis ideas laicas, pero estaba interesado en hablar. Recuerdo cómo miraba. Y recuerdo que quedamos en vernos más veces. Pero no fue posible. Creo que haber tratado de comprender, a partir de un reportaje periodístico, el pensamiento de don Giussani, me ha servido para descifrar lo que ha sucedido y sucede hoy entre fe y política en Italia. Para comprenderlo mejor. Aunque me gustaría preguntarle una cosa a don Giussani: si el cristianismo es acontecimiento, y no cultura política, precepto y filosofía de vida, ¿no es una traición patente el uso político que hacen de él los llamados “ateos devotos”?

Vidal
Génova
A medianoche en la estación Llegué a Italia en febrero de 2005 gracias a un programa de intercambio internacional para realizar un semestre de estudios en la Universidad de Génova. Vengo de Ecuador, y estudio el último curso de Ingeniería. Soy católico, y en mi país asistía a un grupo católico en mi parroquia. Viví con interés y conmoción la enfermedad y muerte de Juan Pablo II y la elección del nuevo Papa. Entonces tomé la decisión de asistir a la misa de comienzo del pontificado de Benedicto XVI en Roma. Y todo sucedió muy rápido: estoy en la estación a medianoche y llega un grupo de jóvenes italianos. También ellos van a la misa. Una pregunta y la invitación de Mateo: «¿Con quién vas?». Y yo le digo: «Voy solo». «¡Entonces vente con nosotros!». Una familiaridad increíble en la acogida y el día que pasamos juntos. Así es como descubrí que esa compañía y esa amistad, esa convicción y esa alegría que ellos tenían era lo que yo buscaba. Intuí que había encontrado ese “algo más” que esperaba. Los días y las semanas que pasaron después de aquel encuentro sirvieron de confirmación. Se veía enseguida en lo que hacían que Alguien les movía, que Algo les fascinaba. ¡Y también yo experimenté esa fascinación! Entonces comenzó otra historia, una historia de amistades, de encuentros, de vacaciones, de estudio, de cenas... ¡una historia de certezas! La certeza de Alguien a quien esperaba y que me alcanzó en una estación de tren un 24 de abril a medianoche. La certeza de Alguien que me quiere y que se manifiesta a través de esta amistad con la que me he encontrado gratuitamente. En febrero volveré a Ecuador, pero ahora todo ha cambiado para mí, tengo algo que contar a todos mis amigos de allí: puedo contarles que he encontrado a Cristo.

Teddy
Kampala (Uganda)
Un libro sobre la mesa
Me llamo Teddy y trabajo en el Meeting Point International de Kampala. Mi vida nunca ha sido fácil. A través del Meeting Point conocí la experiencia de don Giussani, que hizo nacer en mí una esperanza, como si él hubiese visto todo lo que he pasado y hubiese creado el movimiento aposta para mí. Mi marido era alcohólico, bebía día y noche, y cuando venía a casa borracho me pegaba y unas veces me echaba de casa y otras me encerraba como si fuese una prisionera. Mi matrimonio se volvía cada vez más un infierno y mis hijos estaban muy asustados. Mi marido se gastaba en la bebida todo el dinero que yo ganaba en el Meeting Point, de modo que nunca había bastante para la comida y para el colegio de mis hijos. Quería divorciarme, pero mi jefe me decía: «Tu marido cambiará, sé paciente, no es un hombre malo, el problema es el alcohol. Le ayudaremos». Yo no lo creía, habíamos tratado de convencerle para que se dejara ayudar, pero él se negaba. En febrero de 2005 estaba leyendo un libro de don Giussani y lo dejé abierto encima de la mesa de casa. Mi marido lo tomó, empezó a leerlo y dijo: «Este hombre era muy inteligente. Por eso nuestro hijo es tan inteligente, porque se llama como este hombre». Al bautizar a uno de mis hijos le había puesto el nombre de Luigi Giussani. Siguió leyendo el libro en los días sucesivos y un día me dijo: «Quiero dejar de beber». Me parecía imposible, pero pasó una semana, dos semanas, un mes, y ahora hace ya un año que nuestra familia vive en paz. Don Giussani está vivo, ha alcanzado a mi familia, y nos ha cambiado a mi marido y a mí. Le pido para que mi pequeño Giussani sea como él y tome sobre sí la cruz de Cristo.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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