Crónicas, entrevistas y comentarios sobre los trabajos conciliares. De las páginas del periódico de GS, la madurez y el amor a la Iglesia de los chicos de don Giussani
Milano Studenti, la revista de Gioventù Studentesca, fue en los años del Concilio el espejo del modo en que vivía el movimiento aquel acto concreto del magisterio eclesiástico. En las páginas del quincenal nos encontramos tanto con crónicas de los debates conciliares (“noticias breves sobre los trabajos conciliares” o artículos sobre temas concretos) cuanto con juicios que ponen de manifiesto cuán maduro era el amor a la Iglesia de los chicos de GS. Eran provocados a vivir así su pertenencia a la Iglesia gracias a don Giussani, que en aquellos años en más de un encuentro sugirió meditar pasajes de textos conciliares.
No es extraño encontrar incluso las palabras mismas de los padres o peritos conciliares: en octubre de 1963 fue reproducida una entrevista al teólogo francés y perito del Concilio padre Yves Congar. O bien encontramos recogidos los comentarios del padre Jean Daniélou, invitado por los estudiantes de GS a un debate en el Centro San Fedele; el discurso del padre Wilfred Dufault, superior de la orden de los Asuncionistas, a los jóvenes milaneses; la conferencia de prensa del profesor Edmund Schlink, observador delegado de la Iglesia evangélica alemana; o la intervención de monseñor Jacovos, arzobispo de la Iglesia ortodoxa griega para América del Norte y del Sur, en un congreso en Minnesota.
Concilio y vida cotidiana
Proponer a los lectores los hechos del Concilio era, para los jóvenes redactores de Milano Studenti, comparar aquellos acontecimientos conciliares con la experiencia de Iglesia que ellos mismos estaban viviendo. Un ejemplo: el ecumenismo. En aquellos años los jóvenes de GS llevaban a cabo una verdadera experiencia de apertura ecuménica que la revista registraba puntualmente. En el número de noviembre de 1965 se dedicaba toda una página al campo de estudio anual en Ágape(“ciudad ecuménica” pensada y surgida en los valles sobre el Pinerolo con vistas al diálogo ecuménico), en el que un grupo de jóvenes de GS pasó diez días con un grupo de protestantes trabajando el tema “La libertad religiosa”. El relato de la estancia en Ágapese acompañaba de un comentario a algunos pasajes del decreto conciliar De Oecumenismo: «El trabajo del Concilio quiere justamente ayudarnos –escribía el redactor Pino Mantovani– a ver la riqueza y profundidad de la realidad cristiana en la que estamos inmersos. (...) Por eso, mientras reflexionamos acerca de ese encuentro en Ágape (...) sentimos la necesidad de volver a escuchar con enorme sencillez la voz de nuestra comunidad, de la comunión católica, universal, esparcida por toda la tierra y viva en todo tiempo. Precisamente porque esta voz parte de una vida que ya existe y que es también nuestra ilumina la realidad cristiana que vivimos y confirma sus acentos verdaderos. (...) Los documentos conciliares no se reducen a puras formulaciones doctrinales. Son la experiencia de toda la comunidad. Fijémonos en algunas insistencias del Decreto De Oecumenismo (…). En Ágapeera imposible olvidar –y lo mismo sucede en Bassa, Calabria o Brasil– que no nos encontrábamos allí como simples individuos aislados. Éramos entre nosotros católicos “romanos” “como hermanos” (...) en cuanto generados en la misma matriz, parte de la comunión universal de la Iglesia» (Año XII, nº 2; 24 de noviembre de 65).
Hay otro hecho que nos permite reflexionar sobre los temas conciliares. Escribía Barbara Giordana en 1966: «Encontrarse para orar juntos durante el Octavario por la unidad de los Cristianos asume, tras el Decreto Conciliar De Oecumenismo, un significado especial. El decreto mismo precisa cuál es el origen de la unidad de los cristianos, motivo por el que debemos quererla y pedirla con fidelidad y paciencia” (Año XII, nº 4; 25 de enero de 66). Siguen algunas citas del Decreto y de Juan XXIII. Y, lo que es aún más interesante, junto a iniciativas en el ámbito de la jerarquía eclesiástica se recogen experiencias de ecumenismo vividas por los jóvenes.
El compromiso de cada uno
Las páginas de Milano Studenti de aquellos intensos años proponen no pocas reflexiones: «Nos acercamos a las últimas jornadas de la tercera Sesión del Vaticano II. No podemos dejar de preguntarnos por el significado de cuanto se ha hecho. Y esto no por simple curiosidad intelectual, sino por un compromiso de honestidad que nos reclama a entrar en sintonía con el dinamismo actual de la Iglesia. (...) Es evidente que un Concilio no puede renovar la vida de la Iglesia de un día para otro; esta impaciencia ilusoria se percibía especialmente en los primeros momentos. Quizá ha sido el darse cuenta de que no podía ser así lo que ha llevado a un cierto cansancio frente a la andadura del Concilio. Pero justamente ahora se debería prestar una atención más seria. Pues comienza ahora la fase de la realización práctica de las ideas fundamentales del Concilio. ¿Resultará acaso exagerado decir que esta realización requerirá algo de cada uno de nosotros?» (Fabio Ricardi, año IX, nº 2; 3 de noviembre de 1964)
Los límites de lo humano
En 1964 la revista registra el hecho de que en el Concilio se produjeron debates, «a menudo vivos», que enfrentaban puntos de vista y personalidades distantes entre sí. «Cierta prensa –escribe Ricardi–, atenta más a posiciones interesadas y a la curiosidad de los lectores que a la verdad, ha aprovechado ampliamente todo esto hablando constantemente de “maniobras” de esta o aquella corriente, de “crisis del Concilio” y cosas semejantes». Ricardi prosigue citando algunos puntos que suscitaron fuertes discusiones. Después comenta: «Ante este hecho, nuestra actitud no será el estupor un tanto escandalizado, la ironía. Esta circunstancia actual, de la que somos testigos, nos ayuda a comprender mejor lo humano en la Iglesia. La Iglesia ¿asume todo lo humano? Estamos convencidos de ello. Pero ¿sabemos entonces aceptar hasta el final las consecuencias de este principio? En lo humano confluyen también los límites de cada persona, las diversas formaciones, ambientes culturales, experiencias. (...) La Iglesia no es una simple reunión de hombres, sino un organismo vital. Y la vida tiene como ley el desarrollo. (...) Pero vida quiere decir también continuidad. La continuidad tiene tal valor en la Iglesia que toda renovación verdadera surge de una vuelta a los orígenes. Pero no de carácter arqueológico, sino una vuelta a la inspiración vital del inicio. (...) La Iglesia es hasta tal punto humana que se puede olvidar que es también divina. Pero una consideración atenta de este hecho humano reconoce que resultaría incomprensible si dentro no actuase una realidad divina. En otras palabras, la Iglesia es Misterio» (Año IX, nº 3; 25 de noviembre de 1964).
Temas para los estudiantes
Un instrumento misionero como Milano Studenti, del que se difundían miles de copias por todas las escuelas de Milán y alrededores, permitía subrayar los aspectos del debate conciliar más relacionados con la escuela y la universidad. Cuando el 28 de octubre de 1965 se promulgó la declaración Gravissimum educationis, sobre la educación cristiana, inmediatamente se reseñaron sus puntos principales (Año XIII, nº 3; 15 de diciembre de 1966). O a propósito del concepto de “cultura” (palabra querida por los jóvenes de GS: justamente en febrero de aquel año habían celebrado el congreso “Milán: jóvenes y cultura”): el “Esquema 13” (grupo de temas sobre «qué es el hombre, cuál es su tarea en el mundo» para la discusión en la sesión conciliar, que se convertiría en la base de la Constitución Gaudium et spes) había definido la cultura como «expresión de búsqueda y descubrimiento de valores auténticos a la luz de un nuevo criterio de vida». «Es esta afirmación –escriben Cesare Chiericati y Mario Bianchi– la que quizá más se acerca a nuestra condición de jóvenes estudiantes, comprometidos fatigosa pero tenazmente en la verificación del hecho cristiano. Es una invitación y una solicitación a comparar continuamente nuestro esfuerzo y nuestra convicción con el criterio que nos guía para una renovación y un crecimiento nuestro en el camino de la vida en la Iglesia» (Año XII, nº 3; 15 de diciembre de 1965).
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