El profesor Spaemann trata de responder de modo razonado a una objeción radical contra la posibilidad de ser al mismo tiempo verdadero cristiano y verdadero demócrata. Los pasos fundamentales de dicha respuesta. Los no creyentes encuentran en los católicos un apoyo en la afirmación de la dignidad del hombre
1. La conferencia pronunciada por el profesor Robert Spaemann en el congreso “Católicos y vida pública” celebrado recientemente en Madrid, quería responder de modo razonado a una objeción radical contra la posibilidad de ser al mismo tiempo verdadero cristiano y verdadero demócrata. La objeción se basa en considerar que la identidad de nuestras sociedades reposa en no depender de Dios para formular sus leyes y hacer posible la convivencia, sino sólo del hombre, de su razón y de su libertad; mientras que el cristiano no puede negar su dependencia de Dios en todas las cosas sin negar la propia identidad. Por ello, el cristiano no estaría realmente en su casa en una sociedad democrática “secular”, cuyos principios de convivencia no podría compartir.
2. Para responder a esta objeción, Spaemann hace un recorrido pausado, distinguiendo entre los diferentes tipos de creyentes presentes en nuestras sociedades (musulmanes y cristianos) y observando también la diferencia existente entre los representantes clásicos de la Ilustración, que aceptaban una religión y una moral natural, y sus “presuntos herederos” actuales. Estos no reconocen límite alguno, en un proceso de emancipación con respecto a la misma naturaleza humana que conduce a no poder rechazar comportamientos carentes claramente de humanidad; pues rechazan establecer una prioridad objetiva a la que hayan de someterse los intereses de cada uno, sean cuales fueren.
3. En su respuesta, Spaemann acepta que la razón humana puede reconocer por sí misma aquellos valores fundamentales de humanidad que no pueden someterse al juego de las mayorías, como mostró la experiencia histórica de la instauración de dictaduras por vías democráticas. Nuestras sociedades defienden pues la existencia de “derechos fundamentales” que cualquier ley debe respetar. Pero, observa Spaemann, la vigencia de estos derechos necesita un fundamento más allá de la voluntad de una mayoría o de la mera apelación a una inexistente autoridad de la naturaleza; es decir, implica o postula una “voluntad divina”.
4. Sobre estas bases pueden convivir en paz verdaderos creyentes y no creyentes. Ambos desean defender la dignidad y los valores fundamentales del hombre contra toda manipulación u objetivización por el poder social y político; pero mientras los no creyentes consiguen fundamentar la vigencia de estos derechos sólo débilmente, los católicos pueden darles un fundamento fuerte. Por ello, en realidad, los no creyentes encuentran en los católicos un apoyo en la afirmación de la dignidad del hombre. La referencia a Dios, el si Deus daretur de los católicos, refuerza la vigencia de los fundamentos de la convivencia también para los no creyentes, aunque éstos no compartan la fe en la existencia de Dios. Y el católico, por su parte, puede compartir con los no creyentes la afirmación de que la razón es capaz de reconocer estos valores de humanidad etsi Deus non daretur. Pues el disponer de un fundamento más fuerte para ello no impide al creyente compartir el uso de una fundamentación más débil.
5. Esta es, en breve, la interesante respuesta de Spaemann a una cuestión muy viva también en nuestra sociedad. Es muy de agradecer el esfuerzo racional que realiza, su voluntad de respetar todos los factores de una realidad a menudo maltratada en polémicas y argumentaciones insuficientes. El fondo de su pensamiento me parece converger además con la preciosa indicación ofrecida por Benedicto XVI en su Carta al Presidente de la Cámara de los Diputados italiana, el pasado 18 de octubre:
«...un núcleo de significado y de valor en el que puedan converger las diferentes posiciones ideológicas y políticas. Este centro no puede ser más que la persona humana, con los valores inherentes a su dignidad individual y social, que la Iglesia, por mandato de Cristo, desea ardientemente defender». En efecto, esta defensa define igualmente la razón de ser propia de un Estado verdaderamente democrático.
* Alfonso Carrasco Rouco es profesor de Teología de la Facultad de Teología San Dámaso de Madrid y Consiliario de la Asociación Católica de Propagandistas.
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