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Huellas N.11, Diciembre 2005

PRIMER PLANO El nuevo laicismo

El corazón, si existe, no tiene nada que ver

Michele Brambilla*

A propósito de un reciente editorial de Eugenio Scalfari. Después de haber negado al Papa el derecho a juzgar las cosas del mundo, sostiene que la experiencia elemental del hombre es mala

En su pluridecenal polémica contra la Iglesia, el fundador de la Repubblica Eugenio Scalfari ha introducido en los últimos tiempos un nuevo elemento: la polémica sobre los derechos naturales.
Desde siempre, como ya sabemos, Scalfari sostiene que la Iglesia no puede (no debe) interferir en las leyes del Estado; el Papa y los obispos no deben decir nada sobre temas como, por ejemplo, el aborto o la fecundación artificial, en cuanto que el Estado es el único sujeto legitimado para decidir. El pasado 23 de octubre Scalfari, en un editorial en la Repubblica, no sólo enfatizaba estos conceptos, sino que trataba de hacerlos todavía más convincentes yendo a la raíz del problema. Y, ¿cuál es la raíz? Esta: el Papa sostiene que el legislador no puede prescindir de esos «derechos fundamentales que están inscritos en la naturaleza misma de la persona, y se remontan por tanto en último término al Creador». Scalfari objeta que no existe ningún derecho fundamental natural y que, en cambio, es el Estado el que decide cuáles son los valores y las reglas de convivencia.

El árbol más fuerte y el más débil
Algunas citas textuales de Scalfari: «El único derecho innato deriva del ente, que existe y quiere existir... El derecho del individuo persona es innato... para satisfacer este derecho biológico el individuo entra necesariamente en conflicto con todo lo que le rodea, con el objetivo para él primario de ganar y preservar el espacio del que tiene necesidad...». A continuación, pone el ejemplo de dos árboles que, al estar demasiado cerca, no pueden crecer, y por eso el más fuerte suprime al más débil; a esto sigue todo un discurso sobre los niños, que no son buenos sino que por el contrario están impelidos por la «necesidad de conquistar territorio, atraer sobre ellos la atención de todos, ganar todas las carreras, apropiarse de todo lo que desean quitándoselo a los demás, venciendo a los demás, sometiendo a los demás». Esto, dice Scalfari, es el instinto primordial y «corresponde a los que les educan contener este instinto». ¿Y a quién corresponde esta educación? Respuesta de Scalfari: «Educar y limitar corresponde a las leyes sobre las que se funda la ciudad terrena».
Lo que más impresiona de todo esto es que Scalfari –y los que piensan como él– apela constantemente a aquella Razón que fue motor de la Ilustración, de la Revolución francesa y de la modernidad. Scalfari quizá no se da cuenta de que su teoría sobre los niños está en oposición evidente con la Ilustración, o por lo menos con una de sus corrientes principales (Rousseau), que sostenía que los niños (el buen salvaje) eran buenos por naturaleza, y que era la sociedad la que les corrompía. Por el contrario, es la tradición judeo-cristiana la que, hablando de “pecado original”, ha comprendido que en cada ser humano que viene al mundo existe siempre la posibilidad de elegir el mal.

Derechos innatos
Pero este tropiezo de Scalfari es un detalle que ilustra la evidente distorsión del concepto de razón. ¿Es razonable sostener que el único derecho innato es el de la existencia biológica o es más razonable admitir que todo ser humano tiene también otros derechos fundamentales, que hacen que esta existencia sea también conforme a principios de justicia? Desde que el mundo es mundo, todo legislador ha buscado siempre interpretar esto: el derecho natural. La razón, la verdadera, no puede dejar de reconocer lo que es evidente: por ejemplo, que todo hombre tiene derecho no sólo a existir, sino también a que no le roben, ni le peguen, ni le vilipendien, ni le discriminen; que tiene derecho a ejercer su propia libertad con la condición de que no perjudique la de los demás. La misma paz es claramente un derecho fundamental: la guerra es una infracción de este derecho, y así, en el curso de los siglos, los legisladores han tratado de justificarla o de limitarla: pero siempre reconociendo, en el fondo, que la paz es un derecho y la guerra, como mucho, es un mal inevitable.
En la visión de Scalfari, en cambio, a lo largo de la historia, los legisladores no se han inspirado en derechos fundamentales (que para él no existen), sino que han aplicado muchas veces las razones y los intereses del más fuerte. Esto ha sucedido, sin duda alguna, pero no significa que no existan esos derechos. Para Scalfari, en cambio, no existe ni bien ni mal, vale sólo lo que la razón humana construye y el Estado todopoderoso aplica. Pero cualquiera que sepa algo de filosofía sabe que la razón no construye nada, por el simple hecho de que la razón no compone, sino que descompone, analiza, valora lo que le es sometido. Y aquello que se le somete es la realidad, una realidad de la que tomar nota. La razón se nos ha dado para comprender la realidad, no para construirla. Recordemos a Jean Guitton: «Razonable es aquel que somete la razón a la experiencia». Scalfari, en cambio, querría una realidad sometida a la razón.

*Director de La Provincia di Como

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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