Un autorizado historiador de la ciencia ofrece su contribución a una conciencia crítica sobre laicidad y laicismo, fe y clericalismo, ciencia y religiosidad. Un ejemplo de auténtica actitud laica
El historiador Sergio Luzzatto se queja en el Corriere della Sera por el uso del término “laicismo”, que no encuentra en ningún diccionario. Olvida que la lengua es un cuerpo vivo y cambiante y que, si es sabio no crear demasiados términos nuevos y recurrir en lo posible a los viejos, existen fenómenos inéditos que imponen la acuñación de nuevos vocablos. En la acepción tradicional, “laico” (y “laicidad”) es lo contrario de “clerical” (y “clericalismo”). Llamemos “x”, si se prefiere, a la tendencia a transformar la laicidad en una ideología antirreligiosa, atea, materialista, que contrapone a priori la ciencia a la religión, eleva a la primera a bandera del progreso y propugna el relativismo ético y moral más radical. Basta con que nos entendamos, y admitamos que ser laico tendría que ver con una actitud semejante, de la misma manera en que ser religioso implicaría necesariamente el programa de exterminar a los infieles.
Idea confusa de Ilustración
Estos señores “x-istas” (o “laicistas”) se remiten a la Ilustración, pero tienen una idea algo confusa sobre ella. En el mejor de los casos, lo que hacen es seleccionar sólo sus manifestaciones más extremas. Olvidan que gran parte de los filósofos ilustrados creían en Dios –aunque fuese concebido como una entidad divina impersonal– y que combatían el clericalismo oscurantista, no la religión en cuanto tal. No menos infundada es la pretensión de contraponer, como principio, ciencia y religión, como si se tratase de dos fes antitéticas. Como si Galileo hubiese sido un ateo, y su conflicto con el cardenal Bellarmino, un enfrentamiento entre ciencia y fe; mientras que se trató de el enfrentamiento de dos visiones teológicas, resuelto desgraciadamente en el terreno de la imposición autoritaria. Semejante resultado fue una manifestación de prepotencia clerical y no el atropello de la ciencia por parte de la religión, pues la ciencia de Galileo estaba sostenida por una robusta visión religiosa. ¿Y qué decir de Newton? Menos valiente que Galileo, escondió su antitrinitarismo –que los “clericales” ingleses le hubieran hecho pagar con la pérdida de su cátedra universitaria– pero su ciencia tenía como fin primordial el ascender desde el estudio de los fenómenos hasta la “Causa Primera”, que –como él decía– «ciertamente no es mecánica». Y así fue también el caso de Descartes o de Spinoza, que no era ciertamente ateo –como pretende algún guasón–, sino que estaba inspirado por una teología panteísta. Como no era ateo o antirreligioso Einstein, que llegó a decir que «sin la religión la ciencia está coja».
Efecto contrario
¿Adónde conduce esconder todo esto? ¿Adónde conduce el extremismo “laicista”? A suscitar el efecto contrario al deseado: un renovado interés por la experiencia religiosa. Las recetas burdas y simplistas del relativismo ético y moral, de la multiculturalidad y del escepticismo posmoderno con relación a cualquier valor de “verdad”, provocan una profunda insatisfacción en los que consideran que una vida digna no puede ser vivida ni tampoco concebida sin darle un “sentido”. Y no son pocos, porque la búsqueda de sentido es connatural a la conciencia humana, y la búsqueda del sentido conduce al interés por la experiencia religiosa, sin la cual no podríamos ni siquiera intuir el por qué de su persistencia milenaria. Olvidarlo conduce a un filósofo como Emanuele Severino a insistir en la idea de una tecnociencia invencible que debería conducir inevitablemente a la muerte de Dios, sin ver que no existen procesos históricos inevitables.
Los que se obstinan en identificar estos nuevos fenómenos de interés para la religiosidad y para la dimensión ética y moral –persistiendo en la torpe actitud de etiquetarlos como manifestaciones de mojigatería y fanatismo– tendrán que pasar por muchos bruscos despertares hasta abrir los ojos y conseguir poner en discusión el panorama petrificado en el que creen vivir. Y hasta descubrir que se puede ser clerical creyéndose laico y ser mojigato siendo ateo.
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