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Huellas N.10, Noviembre 2005

IGLESIA San Alberto Hurtado Cruchaga

Figura insigne de la nación chilena

Samuel Fernández Eyzaguirre

El 24 de octubre fue canonizado el padre Alberto Hurtado. El objetivo de su vida «fue ser otro Cristo», dijo Benedicto XVI al día siguiente a los peregrinos chilenos que acudieron a Roma para la celebración. «A la luz de la verdad del Cuerpo Místico experimentó el dolor ajeno como propio y esto lo impulsó a una mayor dedicación a los pobres, fundando para ellos el Hogar de Cristo»

El mismo Padre Hurtado nos relata cómo se originó el Hogar de Cristo: una noche fría y lluviosa, se le acerca «un pobre hombre con una amigdalitis aguda, tiritando, en mangas de camisa, que no tenía dónde guarecerse». Su miseria lo estremece. Pocos días después, el 16 de octubre, dando un retiro para señoras, habla –sin haberlo previsto– de lo que ha visto: «Cristo vaga por nuestras calles en la persona de tantos pobres dolientes, enfermos, desalojados de su mísero conventillo. Cristo, acurrucado bajo los puentes, en la persona de tantos niños que no tienen a quién llamar padre, que carecen hace muchos años del beso de madre sobre su frente... ¡Cristo no tiene hogar! ¿No queremos dárselo nosotros, los que tenemos la dicha de tener hogar confortable, comida abundante, medios para educar y asegurar el porvenir de los hijos? “Lo que hagan al más pequeño de mis hermanos, me lo hacen a Mí”, ha dicho Jesús». Luego de una pausa, pide perdón, porque no tenía pensado hablar de esto a las señoras.
Sin embargo, sus palabras producen una profunda conmoción y así nace la idea de fundar el Hogar de Cristo. Terminado el retiro, recibe las primeras donaciones –un terreno, varios cheques y joyas– de parte de las señoras presentes.

Caballerosidad y amabilidad
Dos meses después, en diciembre de 1944, el Arzobispo de Santiago monseñor José María Caro bendice la primera piedra. En mayo de 1945, es la bendición de la primera sede del Hogar de Cristo. Poco a poco, esta obra tan querida por el P. Hurtado crecerá hasta niveles admirables, prestando un inestimable servicio a los más pobres y creando una corriente de solidaridad cada vez mayor y que actualmente ha superado las fronteras de nuestra patria.
Su propósito es no contentarse con el mero acto de caridad de dar alojamiento al pobre, sino también de hacer cuanto se pueda por readaptarlo a la vida social: «Una de las primeras cualidades que hay que devolver a nuestros indigentes es la conciencia de su valor de personas, de su dignidad de ciudadanos, más aún, de hijos de Dios». Él mismo salía en las noches a recoger a los niños que dormían en las calles. «A mí me encontró en una noche que él andaba recorriendo la ciudad en camioneta» cuenta José Antonio Palma, recogido por el P. Hurtado en 1949. «Al otro día nos lavamos... En la tarde de ese día tuve la primera conversación con el Padre Hurtado; me abrazó y me dijo que tenía que portarme bien, que me iba a hacer un hombre útil, que tenía que aprender una profesión (...). Recuerdo que lo que más me impresionaba era su caballerosidad para tratarnos y su amabilidad, que se expresaba en su cara sonriente».
Según otro testimonio, el fruto principal del Hogar de Cristo fue «el impacto de amor y respeto al pobre que produjo en muchos cristianos y no cristianos; creo que esto vale tanto o más que los beneficios materiales producidos por el Hogar de Cristo».

Los fundamentos de una vida
Jesucristo es el centro de la vida del Padre Alberto Hurtado. Su camino de santidad consistió en identificarse con Cristo. Él mismo lo dijo: «¡Qué simple resulta nuestra espiritualidad! Ser Cristo». Con razón, el texto bíblico más citado por él es: «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20). Pero esta identificación no consistía en una imitación externa y mecánica de lo que hizo Jesús, sino en vivir la vida de Cristo desde la propia e irrepetible situación: «¿En qué consiste la imitación de Cristo? No en hacer lo que Él hizo, sino lo que Él haría si estuviese en mi lugar». Su conciencia filial ante el Padre, su profunda vida de oración, su amor a María, su preocupación por los demás, en especial por los más pobres, dependen de esta identificación con Cristo. Este es el camino que propuso a los jóvenes.
De temperamento vehemente, fue un hombre que experimentó con fuerza la inquietud y la urgencia por anunciar a Cristo y beneficiar a sus hermanos: «Un gran dolor es darse cuenta de la lentitud con que penetra el Mensaje... Un gran dolor, el mayor tal vez, es darse cuenta que la Iglesia tiene en sí todo cuanto puede establecer el mundo en la paz, y encontrar dormidos a la mayor parte de los cristianos».

Uno con Cristo
«El cristianismo –afirma– es una donación total a Cristo; es aspirar al ideal de San Pablo: “ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”; es mirar las cosas de este mundo y las del otro con los ojos de Cristo; es ser otro Cristo, para irradiar a Cristo; es pasar por el mundo haciendo el bien, como Cristo». Y la Eucaristía es la cumbre de esta donación total, por ello llama a «hacer de la Misa el centro de la vida. Prepararme a ella con mi vida interior y mis sacrificios, que serán ostia de ofrecimiento; prolongarla durante el día dejándome partir y dándome, en unión con Cristo. ¡Mi Misa es mi vida, y mi vida es una Misa prolongada!».
Vivir la vida como “una Misa prolongada” significa, entones, que la vida es una donación permanente a los demás, en unión con Cristo. Por ello insistía: «Comienza por darte. El que se da, crece». El Padre Hurtado vivió eucarísticamente, “dejándose partir y dándose”. Se consagró, en medio de múltiples incomprensiones, a resolver los problemas que con claridad profética consideró los más graves: la pobreza, la injusticia, la ignorancia, la falta de sacerdotes y la pérdida del sentido de Dios. Sufrió como propios cada uno de estos problemas, porque se identificó con cada uno de los miembros de Cristo. En una carta, refiriéndose a los niños de la calle escribió: «Tirito al pensar cómo tiritan ellos». Por esa razón, a la casa de acogida para los pobres la llamó Hogar de Cristo.
«Que cada día –afirma el P. Hurtado– sea como la preparación de mi muerte, entregándome minuto a minuto a la obra de cooperación que Dios me pide, cumpliendo mi misión, la que Dios espera de mí, la que no puedo hacer sino yo». Para san Alberto, la donación de sí mismo no consiste en anularse o desaparecer, sino en una total disponibilidad para colaborar activamente al plan de Dios, contando con todas las cualidades humanas. En María Santísima vio el modelo de esta entrega y colaboración.

Dios necesita de los hombres
Estaba convencido de que Dios espera, y en cierto sentido necesita, nuestra colaboración para realizar su obra, por ello se preguntaba: «¿podré permanecer inactivo?». Y, a la vez, tenía la certeza de que la acción no tiene valor, e incluso puede llegar a ser dañina, cuando rompe el vínculo con Dios. Por ello fue un hombre de mucha oración, discernimiento y obediencia a la Iglesia.
El Padre Hurtado ofreció toda sus habilidades para colaborar con Cristo, y asoció muchos laicos, en especial jóvenes, en esta entrega. Buscó la solución de los graves problemas de su tiempo, también por medio del estudio, la lectura y las publicaciones. Ante los profundos problemas sociales, no se conformó con socorrer directamente al necesitado, sino que, guiado por el Evangelio y por el Magisterio Social de la Iglesia, buscó que la sociedad se estructurase de modo más justo.
Su aguda sensibilidad para sufrir con el dolor ajeno, complementada por su visión de eternidad, lo impulsó a un compromiso más radical. La eternidad fue para él un incentivo para comprometerse con las realidades de la tierra, porque nuestra acción o inacción tienen consecuencias eternas. Su muerte fue como su vida: un acto de entrega, “dejándose partir y dándose”, como la Eucaristía. Hasta el último momento, en un admirable olvido de sí mismo, buscó sonreír, alegrar y animar a todos a abandonarse en las manos de Dios nuestro Padre para servir a los hermanos, en especial, los más pobres.


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El Director del Centro de Estudios y Documentación “Padre Hurtado”
Una intensa e incondicional amistad nos une al padre Samuel Fernández, que conocimos en la universidad hace ya casi diez años. Todo empezó por un pedido un tanto atrevido: «En Italia, hacen lindas campanas, ¿por qué no me consiguen una para mi parroquia?». Y así, Giuliana movió a todos sus amigos italianos para conseguir la campana más linda para su parroquia ubicada en la periferia de Santiago. Y desde entonces, una historia interrumpida de encuentros, hasta compartir la pasión por el padre Hurtado. Conoció a don Giussani cuando fue a Italia a defender su tesis doctoral. Quedó profundamente impactado por su mirada y su sencillez: tuvo la misma experiencia de cuando encontró a la madre Teresa de Calcuta.
Samuel Fernández es actualmente el Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile; doctor en Teología Patrística por el Augustinianum de Roma. Desde hace algunos años, junto a un grupo de estudiantes y profesores de la UC, se ha dedicado al estudio de los escritos inéditos del padre Hurtado. Hoy es director del Centro de Estudios y Documentación “Padre Hurtado” de la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Alejandra Meneses


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¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero...?
Extracto de una meditación del padre Hurtado en la Semana Santa para jóvenes de1946

«Vengo llegando del país más grande del mundo. Así lo decía el segundo grande, Churchill, hablando de Norte América en el Hotel más grande del globo, el Waldorf Astoria, el más cómodo del globo. Allí están los edificios más altos: el Empire: 102 pisos, el Chrysler... El teatro mayor, el Radio City, se llena desde las 7 de la mañana hasta la mañana siguiente. Los ríos se atraviesan por túneles subterráneos; en las ciudades tres, cuatro y más planos de locomoción... Todos los records: Velocidad, cuatro mil kilómetros en cuatro horas; producción, fábricas que producen quinientos automóviles por hora y esperan producir mil... Allí está hoy más del 46% del oro del mundo; progresos técnicos fantásticos: la muerte se va alejando, la vida prolongando. En Washington cada tres minutos sale un avión: los grandes Constellations cruzan ahora todos los mares; millones de automóviles, de refrigeradores... Y como decía alguien: ¿y qué? ¿Y qué impresión de conjunto? Que la materia no basta, que la civilización no llena, que el confort está bien, pero que no reside en él la felicidad. ¡Que da demasiado poco y cobra demasiado caro!, ¡que a precio de esos juguetes se le quita al hombre su verdadera grandeza! ... La concepción del hombre progresista que domina la materia: limpio, higiénico, bien hecho por el deporte, alimentación sana, ropa limpia, música, auto, ¡y bonitos autos! Quizás para algunos, viajes alrededor del mundo, su casa cómoda, una mujer mientras se entienda con ella, sin prejuicios... Eliminar las enfermedades y a los setenta años morirse. ¿Qué más? ¿Y es esto todo? Al mirar ese cielo espléndido, magnífico, imponente, que recoge: ¿y es esto todo el fin de la vida? ¿Setenta años con todas estas comodidades? El hombre es el rey de la creación ¿sólo por esto? El progreso de la humanidad, ¿será sólo llegar a poseer baño, radio, máquina de lavar, un auto? ¿Es ésta toda la grandeza del hombre? ¿No hay más que esto? ¿Es ésta la vida? ¿Mientras llega la próxima guerra que todos la olfatean, que la sienten venir con escalofrío? Empire, Chrysler: ¿cuánto tiempo más os alzaréis de pie? Fábricas Ford, Packard, Chrysler, ¿cuánto tiempo más alcanzaréis a durar? Einstein acaba de escribir, horrorizado ante una guerra atómica, que con los pobres medios de que ahora dispone la energía atómica, que sólo recién logra desintegrarse, ¡¡pueden perecer las dos terceras partes de la humanidad!! ¿Es esto la vida? ¿Es ésta la corona del hombre? «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si se pierde a sí mismo?» (Mt 16,26). «El que quiera salvar su vida la perderá y el que la perdiere por mí la hallará» (Mc 8,35). ¡El viejo estribillo de la Iglesia! El único necesario, tan grande porque tan viejo, o mejor, tan viejo porque tan grande, ¡tan necesario, tan irreemplazable! El hombre con toda la civilización no ha podido apagar el eco de estas palabras, y si llega a apagarlas muere, no sólo a esa vida, sino aun a la propia vida humana».


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La vida
Alberto Hurtado Cruchaga nace el 22 de enero de 1901. Su familia está compuesta por sus padres Alberto y Ana, y su hermano menor Miguel. Pasa sus primeros años en el campo, cerca de Casablanca. Al morir el padre, la familia llega a Santiago, viviendo en casa de familiares. En 1909, ingresa becado al colegio San Ignacio.
El año 1918 inicia sus estudios de Leyes en la Universidad Católica, titulándose en 1923. Este mismo año, entra al noviciado jesuita en Chillán, proceso que termina en Córdoba, con la profesión de los votos religiosos. En 1927, parte a estudiar a Europa, siendo ordenado sacerdote el 24 de agosto de 1933. Obtiene, además, el Doctorado en Pedagogía en la Universidad de Lovaina.
En 1936 regresa a Chile, ejerciendo como profesor en el Colegio San Ignacio, la Universidad Católica y el Seminario de Santiago. A esto suma la dirección espiritual de jóvenes, que da como fruto muchas vocaciones sacerdotales.
Entre 1941 y 1944 trabaja como asesor nacional de la Juventud Católica Masculina, apostolado al que renuncia por diferencias de criterios pastorales con el Asesor General de la Acción Católica. Su gran amor a Cristo y a los hermanos, se ve reflejado en su permanente trabajo con los jóvenes y en su preocupación concreta por los más pobres al fundar el Hogar de Cristo (1944). El Hogar de Cristo es su obra emblemática.
Su interés por buscar soluciones estables contra la pobreza, es decir, su preocupación por la justicia social, lo lleva trabajar por el mundo obrero, formando la Acción Sindical y Económica Chilena (ASICH, 1947). Y su afán por iluminar los círculos intelectuales de Chile lo impulsan a crear la revista Mensaje (1951).
A finales de 1951 aparecen los síntomas de su enfermedad, la que acepta generosa y heroicamente como un don de Dios. Muere el 18 de agosto de 1952.


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Un nuevo Padre de la Patria
Durante la vigilia previa a la canonización del Padre Alberto Hurtado, en la iglesia de San Ignacio en Roma, el Presidente de Chile, Ricardo Lagos, en un mensaje dirigido a cerca de dos mil peregrinos chilenos reunidos en la iglesia de San Ignacio en la capital italiana, señaló que «es cierto, él se refirió en algún momento a los padres de la patria, que nos dieron una patria libre y dijo “nos toca hacerla grande, bella humana y fraternal”. El Padre Hurtado se convierte en un padre de la patria del siglo XX. [...] Creo que, como dijera el Padre Hurtado, los padres de la patria tienen muchos rostros y mañana, cuando se produzca su canonización, habremos ganado un nuevo padre de la patria, un padre que nos pertenece a todos y que, al igual que los padres de nuestra patria latinoamericana, es un padre de la patria que compartimos todos los hermanos de América Latina».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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