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Huellas N.10, Noviembre 2005

SOCIEDAD Familia

Brandirali. Hacer familia, servir al pueblo

Luca Pesenti

En 1972, el “matrimonio comunista”. Después, Aldo conoce a don Giussani. Se produce una auténtica revolución que culmina en la decisión de “volver a casarse” por la Iglesia

Era el 9 de abril de 1994, el día del cumplimiento. Aldo y Teresa vivían juntos desde hacía 22 años, desde aquel lejano 1972 en que, ambos ya casados y divorciados, se habían prometido amor eterno delante de doscientos “compañeros”, casándose simbólicamente con el rito del “matrimonio comunista”. Él, Aldo Brandirali, era el carismático jefe de la organización maoísta “Servir al Pueblo”, en cuyas filas militaba Teresa. 22 años de amor y de peleas feroces, difíciles y maravillosos, dentro de la fatiga de un cambio que tardaría en llegar, marcado por el encuentro con la gran Presencia.
No les convencía ni el triste rito burgués del matrimonio civil ni el rito católico en la iglesia con vestido blanco incluido. «No éramos cristianos y por coherencia rechazábamos esa idea. Pero el sucedáneo laico nos producía aún más aversión. Y sin embargo teníamos necesidad de un rito, de jurarnos fidelidad delante del mundo, de vivir nuestro amor en nombre de algo distinto de nosotros. La experiencia de aquellos dos divorcios había puesto de manifiesto que el desafío de la unidad no tenía que ver con el ritualismo: hacía falta otra cosa. Esta otra cosa era el ideal comunista. Presagiábamos de alguna forma que la duración de nuestro amor no podía ponerse en manos de nuestra coherencia, sino que había que confiarla a la tensión por aquello que fundaba nuestras vidas: la ideología».

La búsqueda de la belleza
Así se habían casado. Pero no era suficiente. No le bastaba sobre todo a Teresa, siempre en busca de razones verificables, nunca tranquila. Por eso empieza a arrastrar a Aldo hacia aquello que consigue conmover al hombre como ninguna otra cosa: la belleza. Fue el arte el que desveló a Teresa que la ideología no podía bastar. «Era el comienzo de la salvación –recuerda Aldo–, aunque para mí fue evidente que ni siquiera valía la satisfacción estética. Paradójicamente, Teresa se había movido antes, pero ahora era yo el que estaba falto de oxígeno, era yo el que me lanzaba todavía más allá».
Y aquí comienza otra historia. Una nueva vida que empieza en 1982, tras diez años de matrimonio comunista, diez años difíciles que han dejado huella sobre todo en los dos hijos: Marco (que Aldo tuvo con su primera mujer) y Luca, nacido de la unión con Teresa. Aldo conoce a don Giussani, empieza una nueva vida. Teresa observa perpleja, no le pone pegas, no le ayuda: simplemente le deja hacer. Aunque teme la enésima y breve ilusión ideológica, un nuevo engaño del deseo.
Aldo se mezcla con los seguidores del movimiento, sus viejos amigos empiezan a reírse de él, el pequeño Luca, que asiste a una escuela del partido, sufre, no comprende. «Fue un momento terrible. Pero yo empecé a cambiar, y Teresa conmigo, a pesar de su distancia del mundo que empezaba a conocer. Éramos todavía ateos, y sin embargo todo cambiaba. Y esta novedad que hacía que cada día nos peleásemos menos, que fuésemos más capaces de abrazar nuestros límites, fue una ayuda para Luca. Por fin podíamos ser un ejemplo para él».

Propuesta de libertad
Y se produjo el cumplimiento, en aquel día de 1994 en que se convirtieron en una sola cosa ante Dios y ante su pueblo. Se casaron en la iglesia, él ya convertido, ella todavía en busca de la respuesta a la gran pregunta que nunca le ha abandonado. Teresa acepta casarse porque comprende que para Aldo es cuestión de vida o muerte. No comulga, pero acepta estar delante del Misterio. Dos meses después Giussani invita a Aldo a un encuentro: «Trae también a tu mujer», le dice. Teresa acude, conoce al cura de Desio, le dice: «Yo de conversión, nada». Y él, descolocándola: «No te preocupes. Siéntete libre». Desde el día siguiente Teresa comienza a frecuentar la misa de los domingos, porque «ante una propuesta de libertad –recuerda Aldo– cualquier objeción o prejuicio caen de un plumazo».
¿Y las peleas vehementes de los años de la convivencia? «Se han acabado. La contradicción de nuestra relación permanece, incluso se ha hecho más fuerte. Pero hay un punto en el que nos detenemos, reconociendo que hay algo previo a la la contradicción. Discutimos, pero se supera todo. Esto es lo que introduce Cristo con el sacramento».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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