La palabra “riesgo” no está de moda, excepto en cuestiones de empresa o deporte. Sin embargo, muchos invocan una renovada capacidad de arriesgar en favor de una revitalización de nuestra sociedad, desde la economía hasta la política. A menudo, el riesgo se confunde con una acción descabellada, que se lleva a cabo sin contar con las consecuencias, pues no hay nada que amar o defender. En cambio, quien emprende una iniciativa de tipo económico, cultural o social, sabe perfectamente que se mueve por algo que le apremia: el bienestar de su familia, empresa, sociedad o pueblo. El riesgo es una condición implícita en la acción, no un capricho. Sin correr riesgos, no crece nada.
Desde hace unos años entre los exponentes más atentos de la Iglesia, la cultura y la política, se abre paso la convicción de que la mayor urgencia de nuestro tiempo es la educación. En otras palabras, la decadencia que afecta al ámbito individual, familiar y social, puede depender de la debilidad de una propuesta significativa para la vida. «A estas generaciones de hombres no se les ha propuesto nada. Excepto una cosa: la preocupación utilitarista de los padres», escribió don Giussani. Tanto en un niño como en un adulto, la falta de una verdadera educación lleva a una relación distorsionada, parcial, superficial y casi anoréxica, con la realidad. El foco del interés se reduce a lo que a uno le apetece. Verdadero o falso, justo o injusto, bueno o malo, todo se vuelve relativo, o mejor dicho, indiferente.
Como toda obra la educación comporta un riesgo. Supone siempre la relación entre dos libertades que comparten el deseo de conocer y comunicar lo bueno, lo bello y lo verdadero, que han descubierto, para avanzar juntos. El título que don Giussani eligió para la obra que recoge su larga experiencia educativa con jóvenes y adultos fue: El riesgo de educar. Para él, la persona es el primer espectáculo en el mundo, y la persona manifiesta quién es al entrar en relación con la realidad. Los frutos y el valor de la propuesta educativa de Giussani están a la vista de todos y son reconocidos también por exponentes de otras culturas y países, pero plantear un debate sobre su método educativo significa reconocer su adecuación a la necesidad del presente. Y también lanzar una provocación a partir de algunas páginas que resultan revolucionarias respecto al pensamiento dominante. La ausencia de vínculos, que separa de la realidad e impide la formación de un juicio crítico, se considera hoy una ley de vida, que nos preservaría del prejuicio ante lo que sucede. La batalla por la educación nace de la pasión por responder al desafío educativo que nuestros tiempos inquietos plantean.
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