A Stanley Hauerwas, tejano de inconfundible acento sureño, profesor de ética Teológica en la Duke University de Durham, no le gusta que le definan como teólogo protestante. Su concepción post-liberal, o “teología narrativa” se haya hoy entre las más debatidas. Inauguró el congreso de Granada con una ponencia sobre la “Disolución de la Iglesia”
¿Cuáles son, en su opinión, los factores fundamentales de esta disolución?
Cuando hablamos de este problema, de la crisis de la modernidad, es importante recordar siempre que es un problema que hemos creado nosotros. Sufrimos las consecuencias de una ruptura que comenzó con la Reforma. Aunque no sea correcto identificar el periodo histórico precedente a la Reforma como el momento de la realización ideal del cristianismo, que quizá no ha existido nunca, es evidente que nosotros sufrimos la ruptura de la unidad. El hecho de que durante mucho tiempo los cristianos pudiesen pensar que seguían a Cristo y al mismo tiempo se matasen entre ellos tiene que haber producido efectos devastadores. El efecto más terrible de esta situación en la conciencia religiosa contemporánea es la privatización de la fe, es decir, la pérdida de la idea de que aquello en lo que se cree es verdadero. La separación entre la fe y la verdad es el primer factor de la disolución de la Iglesia. El resultado de esta separación es el individualismo típico del liberalismo post-ilustrado, que es esencialmente una pérdida de la memoria, una negación de la historia y de la pertenencia a un pueblo como elemento decisivo para la definición del yo.
¿En qué sentido puede hablarse entonces de una reducción del cristianismo?
Viendo aquello en lo que se ha convertido hoy el protestantismo, sobre todo en Estados Unidos, no puedo dejar de pensar: ¡Dios está matando el protestantismo! En otras palabras, se puede hablar sin duda de una reducción del cristianismo que podríamos sintetizar en la expresión “reducción gnóstica del cristianismo”. Esto implica sobre todo la pérdida completa del sentido de la fe como mediación, algo que nos llega a través de los testigos y que vive concretamente en la comunión de la Iglesia. Reducir de forma gnóstica el cristianismo significa reducirlo a un conocimiento que puede prescindir del cambio de la vida, es decir, del encuentro con Cristo en la Iglesia. Es una pérdida del verdadero sentido de la elección como modo de actuar de Dios en la historia. En esta situación la iglesia ha perdido confianza en su lenguaje, se ha retirado, ya no es capaz de nombrar y conocer la realidad humana en todas sus dimensiones, desde la ciencia hasta la política.
Usted ha indicado como tarea importante para la iglesia la de apropiarse de nuevo de la realidad, y ha hablado de la amistad cristiana como posibilidad concreta para esta recuperación.
La amistad es ante todo una correspondencia de juicio, no en abstracto. El juicio es una forma de vida que proporciona una inteligencia de lo particular. Es un milagro que nosotros, procedentes de contextos tan distintos, podamos tener esta comunidad, un milagro que es posible solo porque estamos enraizados de algún modo en la misma vida de la Iglesia. ¿Cómo es posible que un tejano como yo tenga esta correspondencia de juicio con el arzobispo de Granada? ¡Es imposible! La amistad es una unidad que se hace milagrosamente presente en la vida y se expresa en un juicio común, y esto es obra del Espíritu Santo.
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