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Huellas N.9, Octubre 2005

CL Vacaciones

España / Formigal. Por menos de todo no merece la pena

Cristina López Schlichting

Mucho más que unas familias que veranean juntas, la experiencia de este verano en Formigal excede la clásica organización de las vacaciones de CL. Acercarse a la humanidad de Einstein, navegar por los cantos de nuestra historia y escuchar el relato de cinco vidas transformadas ofreció el espectáculo de Cristo en medio de su pueblo

Dos más dos son cuatro. Eso creía yo también. ¿Cómo puede gente a partir de los 30 años volver al asombro y la alegría de la adolescencia en cinco días? Pues ha pasado este verano en los Pirineos españoles. Los visitantes de la pequeña estación de esquí de Formigal no veían nada demasiado extraño: cuatrocientos adultos y trescientos cincuenta niños (quizá la tasa de natalidad era un poco llamativa) albergados en media docena de hoteles en pensión completa y reunidos tres veces al día en una gran tienda de campaña blanca a las afueras de la localidad. Lo que ocurrió excedió del todo la suma de nuestras fuerzas.

De Einstein a Nembrini
La primera noche Guiomar y sus amigos nos pasaron un vídeo sobre Einstein. Sus teorías científicas se quedaron al margen de la mayoría de nuestras cabezas, pero nos sorprendimos al descubrir un hombre convencido de dos cosas fundamentales. La primera, que el hombre nace con una curiosidad innata. En segundo lugar, que todo el afán del premio Nobel fue conservarse precisamente niño, un niño asombrado ante el universo, empeñado en descubrir cómo Dios había creado el mundo, capaz de no imponerse prejuicios ante el misterio. Jamás me ha interesado la Física, pero aquella noche Nacho, Lartaun, Carmen y yo permanecimos una hora en la calle, muertos de frío, discutiendo de ciencias.
Tal vez por eso al día siguiente entendimos de inmediato el comienzo de la intervención de Franco Nembrini, profesor italiano de Literatura, especialista en Dante, que reflexionaba sobre su vida al filo de cumplir 50: «A los 15 años –nos dijo– percibí con violencia que se podía estar en el mundo de forma ficticia. Y que había algo que corrompía y convertía en nada todas las cosas que me importaban: la relación con mis padres, mis amigos, el estudio o las chicas». ¿Cómo permanecer indiferentes a este desafío si a nosotros, mucho mayores, nos pasaba lo mismo?
Nembrini nos explicó que su vida había merecido la pena desde los 17 años, a partir del encuentro con don Giussani: «En él vi juntas la misericordia y la verdad, la justicia y la paz, todo lo que es imposible para el hombre. Don Gius me abrazaba sin pedirme de antemano que cambiase: esto es, me perdonaba. Los siguientes 33 años los he vivido con esta urgencia: ni una sola mañana me he despertado sin la conciencia del drama de la existencia, adentrándome en el día para buscar una respuesta».

Testigos
Nembrini no nos propuso una solución matemática a nuestras preguntas: «La Iglesia –nos dijo– custodia y alimenta la pregunta sobre la vida. La misericordia de la Iglesia tiene como finalidad que tus preguntas no se apaguen y el drama de la vida no se extinga. Para que no te creas que has llegado. Para que sigas notando que la vida muerde». Carmen, que venía por primera vez a las vacaciones, comentó conmovida esta última frase: «Es impresionante que un hombre treinta años mayor que yo diga con esa pasión que la vida muerde».
El punto culminante de estas vacaciones llegó con los testimonios de los amigos: Pedro y Chus, que acaban de conocer el movimiento; Ángel, que ha regresado a él después de ir hasta el fondo de su propia experiencia, y Javier y María José, padres de una niña que nació con una grave lesión del cerebro. Los cinco narraron hechos, simples sucesiones de hechos, muy al estilo de los Evangelios. Es verdad que Ángel, muy conmovido, se mató a llorar y luego fue objeto de los correspondientes chistes, pero las palabras de todos ellos no hicieron ni una sola concesión al sentimentalismo o la verborrea.

En los ojos, los hechos
La historia de Pedro y Chus es la de tanta gente de nuestra época que lo tiene todo –casa, coche, posición social, dinero– y que sin embargo no está contenta. Comenzó por un abuela –la madre de Pedro– que lloraba ante la posibilidad de morir sin ver bautizar a su nieto y unos padres –ellos– que decidieron bautizar al hijo para darle gusto a la anciana, por mero trámite. Cuando pidieron a Maika, maestra del crío en el colegio Kolbe que han fundado nuestros amigos, que le enseñara al menos en qué consistía la ceremonia, ella contestó a Chus: «No sabes a qué colegio has traído a tu hijo». Aquello fue el comienzo de una amistad que desbordó cualquier expectativa, desde la primera percepción de Pedro: «Eran gente que llegaba hasta el fondo cuando hablaba. Esto me sorprendía a mis 38 años, porque todo el mundo te pone un límite». La belleza de la compañía los fue fascinando y empezaron a suceder cosas. Pedro estaba enfrentado a su padre, que los había abandonado cuando él tenía tres años. Durante los Ejercicios espirituales lo llamó para decirle que lo quería muchísimo. Una barrera se derrumbó y el padre rompió a llorar. Chus, que proviene de una familia atea militante, acabó explicando a sus asombrados familiares por qué tenía amigos curas o había estampas de la Virgen pegadas en la nevera. Con enorme sinceridad Pedro nos explicó: «Me daba cuenta de que todo estaba cambiando y a veces me resistía a ese vértigo. Intentaba huir, olvidarme, pero caía en la cuenta de que me había pasado algo y eso no se podía borrar». Es verdad que un pensamiento se puede cambiar y un sentimiento olvidar, pero un hecho no se lo salta un torero.

En silencio ante la vida
De Ángel aprendimos que también el movimiento se puede llegar a vivir como una costumbre, como una adhesión social, y que lo único efectivo es que un atractivo real se imponga en la vida a través de la carne de los amigos.
La experiencia de Javier y María José es un trozo de cielo en la tierra, algo que no es de este mundo pero en este mundo. Recibieron la noticia de que su tercera hija moriría al nacer, por graves lesiones cerebrales. Decidieron seguir adelante con el embarazo: «No queríamos vivir aquello como una carga sino como una oportunidad, como una ocasión de relación con el Misterio. Decidimos ponernos en manos de la Virgen y, desde ese momento, sentimos una gran paz». María nació desahuciada y los amigos se volcaron en los turnos de hospital. Dos años después sigue viva y luchando, y ellos dicen que «nuestra hija María no nos pertenece, el que la ha creado y nos la ha dado cumplirá su destino, que no nos toca juzgar. Ella es en todo dependiente, pero nosotros también. Hoy podemos decir que nuestra hija está hecha para el mismo destino que nosotros». La carpa estaba en silencio cuando los dos terminaron de hablar y María José concluyó: «He descubierto que esta era mi vocación: responder a la realidad que se me ha dado».

Don Gius hasta Bilbao
El 2005 ha sido un año decisivo para la vida de CL. La muerte de nuestro querido don Giussani, la elección de Julián Carrón, la muerte de Juan Pablo II y la elección de Benedicto XVI, han ratificado la misericordia del Señor con nosotros pero también sembraron en algunos de nosotros muchas dudas: ¿seguiría funcionando esto? ¿Podría alguien sustituir a don Gius? Nembrini lo expresó magistralmente: «Cuando murió, fuimos a la capilla ardiente y yo lloré todas mis lágrimas. Tenía miedo. Me repetía un verso de Pascoli, del poema “Los dos huérfanos”: “Ya no hay quien nos perdone”. Estaba frente al terror de vivir sin perdón y haber perdido mi libertad: ya no estaba entre nosotros quien me perdonó”». Muchos lloramos y nos repetimos las palabras de Nembrini mientras veíamos el precioso vídeo de don Gius explicando los cantos emblemáticos de nuestra historia, con Manoli y Rafa cantando y tocando. Como dijo Ettore en la diaconía, hemos visto a gente como Chus, Pedro, Carmen o Lartaun que han conocido a don Giussani después de su muerte, habiéndose sumado a esta amistad exactamente lo mismo que quienes llevamos 20 años en el movimiento. Existe algo más grande que nosotros en el misterio de nuestra unidad. Don Gius sigue vivo. Cristo está vivo y actúa entre nosotros.
Javier, que guió las vacaciones, nos daba también el empujón final: «¿Qué trabajo hay que hacer ahora que volvemos a casa? Obedezcamos a la experiencia. Estos cinco días hemos usado atentamente la razón y la libertad gracias a lo que teníamos delante. ¿Qué ha ocurrido aquí? Que nuestras preguntas se han incrementado, que mi yo ha sido exaltado, que tu corazón sintoniza con la verdad. No tengamos miedo de nuestra humanidad: nuestro corazón grita un deseo de infinito, y esta necesidad crece en esta compañía. Cristo se ha hecho hombre para sostener cotidianamente este camino: después de estos cinco días, hoy presentimos su novedad gracias a esta compañía». Dos más dos a veces no son cuatro. Setecientas cincuenta personas a veces no son sólo setecientas cincuenta personas. Si Él está, son el infinito.


BOX
Dar la vida por la obra de otro
El testimonio de María José y Javier, los padres de María, en las vacaciones de Formigal
Somos padres de tres hijos y en el quinto mes de embarazo de la tercera, nos dijeron que María presentaba un problema cerebral bastante grave. Los dos meses siguientes fueron una sucesión de pruebas médicas hasta que en el séptimo mes nos confirmaron el diagnóstico y nos dijeron que la esperanza de vida era bajísima y que en cualquier caso, tendría muchas funciones afectadas. Esta circunstancia se convirtió en primer lugar en una ocasión privilegiada para reconocer nuestra dependencia y, en segundo lugar, nos hizo tener más presentes los rostros concretos de amigos que no hacía mucho habían pasado por circunstancias muy dolorosas y que paradójicamente se habían convertido para ellos y para todos los que estabamos a su alrededor en un bien para nuestras vidas. De este modo surgió en nosotros el deseo de que lo que nos estaba sucediendo, que evidentemente no lo habíamos planeado, se convirtiera en un bien para nosotros y para el mundo. No queríamos vivirlo como una pesada carga a soportar, sino como una ocasión de relacionarnos con el Misterio. Queríamos que fuera por tanto una ocasión de decir sí: sólo si uno dice sí a la realidad que se te pone delante es posible la felicidad, y cualquier circunstancia, por difícil que sea, se convierte en un bien para el mundo.

Hemos visto que ya está siendo un bien para el mundo, por ejemplo, con el espectáculo que fueron los turnos para cuidar de ella cuando estuvo ingresada durante más de un mes en el hospital, lo cual a su vez fue una ocasión para que nosotros aprendiéramos a aceptar que María no era nuestra.
Al mismo tiempo que la certeza de que ya lo tenemos todo, pues en el encuentro con Cristo ya está todo, (ya lo teníamos antes y lo seguimos teniendo ahora, es decir, que la limitación de María no es un menos para nuestra vida) iba pasando a un primer plano, crecía en nosotros otra certeza: nos sentíamos incapaces sólo con nuestras fuerzas de enfrentarnos a esta situación. Hasta ahora en la vida no habíamos vivido una situación tan dramática como ésta, todo estaba en orden y las cosas iban bien. Por eso, viéndonos tan impotentes, lo que se nos ocurrió fue ir a ponernos a la niña y a toda la familia literalmente en manos de la Virgen, exactamente igual que hizo el leñador de Péguy cuando sus hijos estaban enfermos.

Sorprendentemente, empezamos a experimentar una paz y una serenidad que no hubiéramos sospechado nunca, y que nos permitía afrontar los múltiples diagnósticos e informes que nos iban dando con libertad, aunque por supuesto con dolor. No podemos negar la evidencia de que María no nos pertenece y sabemos que Aquél que la ha hecho y nos la ha dado sabrá hacer que su vida se cumpla y no nos corresponde a nosotros juzgar cómo. La dependencia, la de María y la nuestra, es un hecho que no podemos negar y como muchas veces se nos ha enseñado aquí, abandonarnos a ella es lo único que nos permite ser libres y no desesperar. Deseábamos realmente poder ver la cara de María, bautizarla y acompañarla en la vida.
Al profundizar en este deseo, sorprendentemente ha crecido también el deseo de acompañar a nuestros otros hijos, a nuestros padres, hermanos y amigos. Incluso a los que hemos conocido casualmente y que quizás antes no hubiéramos reparado tanto en ellos (por ejemplo, Ismael y Sara, a quienes conocimos en el hospital y que también tienen una situación bastante dramática).

Nuestra hija tiene el mismo destino que nosotros, ha sido ya preferida al haber sido concebida, y está hecha para la felicidad y la eternidad. Y Dios nos ha elegido a nosotros como padres. Como nos decía una amiga en uno de los preciosos e-mails que recibimos en aquellos días: Dios no podía hacerlo sin nosotros, no ha querido hacerlo sin nosotros. Decir hágase tu voluntad se ha convertido en algo carnal. Coincide con decir: Aquí tienes a María, tuya es para llevar a cabo tu plan, nosotros la cuidaremos lo mejor que sepamos. Si queremos decir Tú a Cristo hoy, necesitamos decírselo a través de la relación con nuestra hija, no podemos saltarnos esta realidad pues es la que Él ha elegido para nosotros. Por un lado, nosotros le pedimos a Cristo que Él venza en esta circunstancia y por otro, Él nos pide nuestra conversión a través de esta misma circunstancia. Entendemos ahora también que realmente esta es nuestra vocación: responder a la realidad, que es de Otro, y entregarnos a la tarea que se nos ha encomendado, que es cuidar de María con la fatiga que algunos días os aseguro que es muy grande. Así, podemos levantarnos cada mañana agradecidos de que el Señor nos la haya regalado un día más y conscientes de participar en su Obra.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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