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Huellas N.9, Octubre 2005

SOCIEDAD Multiculturalismo

¿Es posible la convivencia? Si es así, ¿de qué forma?

a cargo de Roberto Fontolan

Inmigración e integración, identidad y mestizaje. Verdad y relativismo, terrorismo y democracia. Libertad y seguridad. Ante el fracaso de la utopía del “multiculturalismo”, que fundamentaba la paz social en una tolerancia genérica hacia todos, las sociedades occidentales se interrogan sobre la posibilidad de convivencia entre tradiciones y culturas distintas. Ante la realidad de los hechos, ¿qué es realmente el multiculturalismo? ¿Dónde buscar el rostro humano de nuestras sociedades? Como enseña El sentido religioso, tú y yo compartimos la misma condición humana y, sólo a partir de la experiencia elemental que la caracteriza, podemos entendernos y caminar junto a cualquier hombre
En torno a una mesa, Huellas reúne a un teólogo español (Javier Prades), un profesor parisino (Silvio Guerra), un manager inglés (Chris Morgan) y un monseñor norteamericano (Lorenzo Albacete). He aquí sus aportaciones


¿De qué hablamos cuando hablamos de multiculturalismo? Es el enigma de los enigmas, el misterio de los misterios que se añade a las inquietudes de esta época inquieta y las enfatiza. Gobiernos y centros de estudios, iglesias y ministerios tratan desde hace tiempo de comprender en qué clase de mundo nos hallamos en este comienzo de milenio. Y circulan palabras gordas, muy gordas, a veces demasiado gordas: identidad, convivencia, relativismo, mestizaje. Por no hablar de la fórmula de moda: choque de civilizaciones. Quien sostiene su existencia, aunque sea de forma distraída, es alineado ipso facto en un cierto partido, y quien duda de ella es inscrito en el lado contrario. No existe casi la posibilidad de razonar.
Todo esto es multiculturalismo, aunque hay que tener en cuenta que todavía no está decidido si la palabra designa un simple dato de hecho (existen muchas culturas distintas) o bien se trata del nombre de una nueva y reciente ideología occidental (las culturas deben convivir al mismo nivel).
Pero nosotros aquí queremos razonar en busca de un rostro reconocible (y humano) de nuestras sociedades lo hacemos en la Asamblea Internacional de Responsables de CL en La Thuile. En torno a la mesa se sientan Chris Morgan, que vive en Londres y trabaja en el sector financiero; Javier Prades, teólogo de Madrid; el italiano Silvio Guerra, profesor en un liceo de París desde hace muchos años; y monseñor Lorenzo Albacete, escritor americano familiar para los lectores de Huellas.
Empezamos por Londres y por ese julio ensangrentado. Todos nos quedamos atónitos cuando se descubrió que los terroristas eran ciudadanos británicos, crecidos y educados en ese mundo, en esa sociedad (justamente de esta constatación brota el libro investigación de Bernard-Henry Levy sobre el asesinato del periodista americano Daniel Pearl: el cerebro del secuestro y de la decapitación del pobre Danny había estudiado en la London School of Economics)...

Morgan: Uno era profesor de niños disminuidos, estaba casado desde hacía un año y tenía un niño. Para todos sus colegas se trataba de una persona normal, un profesor estupendo. Esto me ha hecho pensar que el problema entre nosotros es que todo está aplanado, todo se relativiza. No hay ninguna identidad, cada uno puede creer y hacer lo que quiera en su casa, pero no existe relación, confrontación entre las distintas razas, las distintas religiones. Está prohibido preguntar a cualquiera sobre su experiencia personal, sobre cosas que tengan que ver con la religión, con la tradición. Únicamente en el pub, cuando la gente está un poco bebida, puede surgir algo. De esta forma, en el silencio y en la indiferencia teorizada y practicada puede suceder de todo, incluso que un profesor estupendo se haga explotar en el metro. No existe una idea británica, una identidad británica. Todo se enseña y todo se permite. Por no hablar de la Navidad, que en algunos lugares está prohibida para no ofender a las otras religiones. Esta es la Inglaterra de hoy.

Guerra: En Francia, en cambio, el problema es casi el opuesto: el comunitarismo, es decir, la identidad de las comunidades, que se percibe como superposición a la identidad del Estado y que pone en peligro la integridad de la “Republique”. Da lo mismo si has nacido en Marsella o en Lille, debes tener las mismas posibilidades de éxito en la vida, los mismos derechos, debe existir una igualdad. El Estado teme que la comunidad, afirmando otro origen y otro valor, amenace esta unidad. Pero hay que añadir que la cuestión tiene que ver sobre todo con el islam, ese islam que se cree pone en peligro la República y la seguridad nacional. En la periferia de las grandes ciudades los imanes fundan grupos y comunidades de extremistas, con frecuencia influyentes sobre el resto de los creyentes.

¿Y qué respuestas se ofrecen a estos problemas?
Guerra: Hasta los años ochenta Francia necesitaba inmigrantes, porque tras las dos guerras mundiales tenía una tasa demográfica bajísima. Después surgió el problema de la “primera generación”: había que integrar a los hijos de aquellos primeros inmigrantes. Se intentó con el deporte y surgió el fenómeno Zidane, elevado a modelo de integración y éxito. Después ha venido el tiempo de la música, con los cantantes rap y hip hop. Pero la música se ha revelado como un boomerang, porque las letras exaltan una identidad separada, por no hablar de la enfatización de la violencia, del papel de la mujer, etc...

Monseñor Albacete, el concepto de melting pot, que durante muchos años ha caracterizado a la sociedad norteamericana, ¿sigue aún vigente?
Albacete: Expresaba el orgullo de conseguir que gente venida de todos los rincones del mundo se sintiese americana. Esta era la idea. Y, a través de los símbolos, la bandera, la lengua y el trabajo, integrar a todos en la narrativa americana, la gran mentalidad común, siempre definida por el cristianismo protestante (es interesante señalar que históricamente los católicos han tenido por este motivo los mayores problemas de integración, problemas después resueltos plenamente: los protestantes veían en ellos una amenaza a la libertad religiosa individual). El multiculturalismo empieza a convertirse en un tema debatido como consecuencia de dos factores. El primero, la ingente presencia de hispanos, con los que parece que el proceso de integración en el american dream se ha bloqueado. Se trata de un hecho relativamente nuevo, porque se manifiesta en estos últimos años: los inmigrantes más recientes son muchos, y no sólo no hablan inglés, sino que tienden a no integrarse porque los países de donde vienen están cerca, y tienen la posibilidad de volver a casa. No tienen el estímulo de empezar aquí una nueva vida; en realidad piensan que en cuanto tengan dinero suficiente volverán a casa. Así que el español es la primera lengua, y hay sectores de la vida social, comercial y económica en donde sólo se habla español. Los estadounidenses han empezado a preocuparse en especial por esto. El temor es menor con respecto a otros aspectos, y ni siquiera el tema religioso, tan debatido en Europa, se siente aquí como una fuente de amenaza. Seguimos siendo un país abierto que asegura la máxima libertad religiosa y que está convencido de sus capacidades de asimilación. Es el sentido de la insistencia del presidente Bush: no estamos en lucha contra el islam. Esta es la experiencia del multiculturalismo, una riqueza de nuestra sociedad capaz de permitir la convivencia de muchas experiencias distintas y de que se sientan todas americanas. Pero, como decía antes, este concepto está entrando en crisis. Además del factor hispano está el factor intelectual. Es decir, el multiculturalismo se ha convertido en una teoría, una ideología que tiende a secularizar totalmente el sueño americano, a separarlo de su matriz cristiana. Quiere crear un foso: en un lado los creyentes, en el otro los demás; en un lado la política, en otro la fe. Lo “políticamente correcto” es un fruto de esta ideología: no se puede decir nada porque iría en contra del multiculturalismo americana. Pero la multiculturalismo-experiencia era justamente el “sed todos bienvenidos”.

En el caso de España se trata de un debate más reciente...
Prades: Está ligado a la inmigración, que es un hecho de hace pocos años, menos de veinte, cuando empiezan a llegar de manera significativa latinoamericanos y magrebíes. Desde ese momento se percibe en la sociedad española la presencia de otros que son, en algún sentido, ya sea lingüístico, religioso o étnico, distintos de lo que podría considerarse una sociedad europea occidental (dejo a un lado el problema del nacionalismo, muy complejo y real entre nosotros). ¿Cuáles son las respuestas? Los inmigrantes latinoamericanos encuentran espacio más fácilmente, por razones evidentes de fe, de lengua y de cultura. Por lo que respecta a los inmigrantes musulmanes, hay que distinguir entre la experiencia común de la gente y la que procede de los medios de comunicación. Porque la gente no tiene todavía mucha experiencia de relación directa y se encuentra un poco vacilante: la actitud general es una mezcla de apertura y curiosidad, por un lado, y de miedo, por otro, el miedo desencadenado tras el 11 de marzo. Sobre este sentimiento de fondo se injerta una mentalidad artificial e ideológica, que en España tiene su punto de partida en las llamadas “tres culturas”. Se sostiene que en la Edad Media existió un periodo en el que cristianos, musulmanes y judíos convivían pacíficamente. Es una cuestión muy debatida, que sin embargo se utiliza en términos ideológicos, es decir, como cobertura de la idea moderna de tolerancia laica. Más allá de los acontecimientos históricos, en los que es imposible entrar ahora, se difunde la idea de que en realidad las religiones deben reducir su pretensión de relación con el destino del hombre, deben abandonar su carácter totalizador para poder ser un factor de construcción social. Y esta es una operación que pone de manifiesto nuestra debilidad en la transmisión de una tradición; digámoslo de otra forma: una debilidad educativa. Los tipos de educación vigentes en España, tanto el público como el concertado o el privado, no profundizan eficazmente en la experiencia elemental del hombre como criterio de juicio frente a todas las cosas. No educan el corazón como capaz de reconocer al otro igual a mí y al mismo tiempo como distinto. Si esta educación en la “experiencia elemental” es débil, se ve reemplazada o bien por ideologías defensivas que alejan al otro o bien por la ideología laicista de la tolerancia que dice: todos somos iguales con tal de que nadie sea él mismo.

Por tanto, el multiculturalismo como ideología, quizá la más moderna...
Albacete: No, en realidad se trata de la cobertura de una ideología, de la verdadera ideología, que es el relativismo. En Estados Unidos los relativistas hablan el idioma del multiculturalismo.

Morgan: Creo que el enemigo de esta ideología es justamente el cristianismo. La Navidad es la única fiesta que se ha prohibido, no la fiesta musulmana o la hindú. En este sentido se trata de una operación intelectual que crea malestar entre la gente común.

Pero, en vuestra opinión, toda esta discusión sobre el multiculturalismo ¿se produce porque en el fondo no sabemos cómo relacionarnos con el islam? ¿Es éste el verdadero nombre del problema multicultural? El hombre occidental, ¿sabe cómo entrar en relación con este “otro”?
Albacete: En Nueva York, si tienes un problema con el islam, olvídate de los taxis, porque todos los taxistas son musulmanes... Quiero decir que, a pesar de todo, la gran mayoría de los americanos no quiere creer que exista un problema con el islam, muchos de nosotros no queremos renunciar a estar juntos. Pero añado que la posibilidad verdadera de la relación con el otro está en el sentido religioso: el “toparse” con la realidad viene antes que cualquier otra cosa. Se ha hablado de experiencia elemental...

Morgan: Mi experiencia es igual que la del otro, estamos juntos, vayamos a la raíz. La relación, la comparación debe producirse sobre la correspondencia con la vida, no puede ser un choque.

Guerra: El problema nace cuando el encuentro, la relación, es instrumentalizada con fines políticos. La República no consigue garantizar hoy un nivel suficiente de unidad y entonces utiliza la religión como pegamento. Pero es el Estado el que tiene un problema de identidad y lo vuelca sobre la sociedad.

Prades: No podemos olvidar que el precedente cultural de esta situación confusa es la teoría (difundida por el estructuralismo en Francia en los años cincuenta) de la absoluta imposibilidad de comparación entre las culturas. Según estas teorías no existiría ningún punto de vista unitario que permitiera una comparación, porque se caería en el odioso etnocentrismo europeo. La consecuencia es, sin embargo, que, sin un criterio objetivo, no sabemos cómo actuar: o alejamos al otro o nos mostramos indiferentes hacia él. Por suerte hoy se empieza a poner en cuestión el dogma del relativismo. Existen antropólogos, hijos de ese mismo estructuralismo, que empiezan a decir que existe una condición humana común. Y que también el otro más distinto a mí es un “alter ego”, un otro yo. Por eso podemos finalmente reconocer que tú y yo pertenecemos a una misma condición humana, como enseña precisamente El sentido religioso. Todo nace, o renace, de aquí. El acontecimiento cristiano hace posible históricamente esta mirada sobre el otro porque Cristo desvela el destino definitivo de cada hombre y se propone a su libertad para que pueda descubrir gratuitamente la plenitud a la que está llamado.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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