Va al contenido

Huellas N.8, Septiembre 2009

PRIMER PLANO - Meeting de Rimini

Las dos lecciones claves de esos siete días

Costantino Esposito

Las lecciones de Carrón y de Di Martino han profundizado en el conocimiento. En la experiencia de Pablo de Tarso el culmen de todo conocimiento verdadero

Dos ponencias que han marcado la dirección del Meeting de este año, la de Carmine Di Martino sobre el lema, y la Julián Carrón sobre san Pablo. En ambas emergía un dato común: una pasión por la evidencia, es decir, un interés sincero y una atención aguda por comprender y hacer comprender que en la vida humana todo depende de la apertura a los datos de la realidad.

Un tema decididamente “filosófico” (aunque más que académico) afrontado tratando de entrar en el meollo del problema del conocimiento, es decir, en la descripción de lo que sucede cuando tratamos de conocer el mundo y a nosotros mismos. Remontándose al origen de nuestra manera habitual de pensar, desarrollada a partir de algunos pensadores clave, entre ellos Descartes y Kant, de la filosofía moderna, Di Martino ha mostrado la gran disputa permanente entre quienes sostienen que es el “sujeto”, y el yo, quien precede por derecho al “objeto”, es decir, al dato del conocimiento, y determina a priori las condiciones en las cuales éste puede presentarse ante nosotros, y quienes por el contrario, sostienen que es la realidad la que nos precede, pero no como un dato extraño o indiferente a nuestro yo, sino más bien como algo que nos es dado y reclama nuestra apertura (percepción, razón, juicio) para manifestarse como es.
A propósito de esta segunda posición aparece de manera pertinente la contribución original de Giussani –con todo derecho presentado como un “autor” de primera dentro de la discusión histórica y filosófica sobre el conocimiento humano– y en particular su concepto de “experiencia”. Giussani define la experiencia como «el lugar en el que la realidad se hace evidente: en la experiencia la realidad toca al sujeto y le pide responder y adherirse a ella, y el yo por su parte se descubre capaz de un juicio sobre las cosas», es decir, de interrogar y seguir aquello que sucede en el mundo, como signo o huella de un significado que espera ser descubierto y afirmado.
Por eso, «el conocimiento es un acontecimiento»: hace falta un encuentro, es decir, que suceda o se dé algo que ponga en marcha nuestro conocimiento. Y éste sólo se desarrolla adecuadamente por una razón “afectiva”, que siga el atractivo de lo que nos provoca, sin sustraerse a la invitación que los datos reales nos hacen continuamente de buscar y captar su por qué. Una invitación que jamás se puede detener o dar por finalizada de manera definitiva, tratándose de una perspectiva tendencialmente infinita, del mismo modo que es inextinguible el reclamo de las cosas y el lenguaje de los hechos.
Desde este punto de vista, el caso de Pablo de Tarso puede ser interpretado como un ejemplo extraordinario de dicho significado de “experiencia”, y así del “acontecimiento” como origen y dimensión del conocimiento humano. El encuentro histórico con Cristo desafió desde el principio la inteligencia y la libertad de Pablo que, por ello, pudo “conocer” a Aquél que lo había alcanzado, y adherirse a la revelación de Cristo como a un acontecimiento del que había tenido una experiencia personal. Pero la experiencia de Pablo va más allá. Carrón ha subrayado que esto se convirtió en un método paradigmático para todos los que viven su fe no como el fruto de una doctrina o de un conjunto de leyes, sino como el impacto con una realidad excepcional que irrumpe en la vida y cambia radicalmente los prejuicios y las costumbres del individuo y de la cultura en la que vive. Una novedad, un encuentro, que constituye el camino permanente del conocimiento, que puede darse sólo si estamos dispuestos a seguir el evento de Cristo –que sigue sucediendo hoy– como el único criterio de juicio razonable para valorarlo todo.

La tentación recurrente de la modernidad es la de sustituir el acontecimiento por nuestras ideas e imágenes. Se da una aparente paradoja: nuestra “pasividad” respecto al ser –que no generamos ni controlamos nosotros, sino que recibimos como dado– es la fuente inagotable de una “actividad” y creatividad que nos hace protagonistas de la vida y de la historia, es decir, descubridores del significado. Pero precisamente el significado de la realidad, para Pablo como para nosotros, rebasa toda doctrina o cultura, tiene el rostro de una presencia viva que se da a conocer rompiendo siempre nuestras medidas. Cuando la razón descubre este Misterio infinito el yo adquiere toda su estatura. ¿Y si fuera justamente en san Pablo donde hubiera que buscar la verdadera fisonomía del hombre moderno?

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página