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Huellas N.8, Septiembre 2005

IGLESIA La JMJ de Colonia

La felicidad tiene un nombre, un rostro

Luca Castellin

En los tres encuentros de Colonia con “sus” jóvenes, BenedictoXVI anunció con decisión que sólo Jesucristo otorga plenitud a la vida. «Abrid vuestro corazón a Dios y dejaos fascinar por Cristo». Con los rasgos de un niño «el Eterno ha entrado en el tiempo»

«¿Váis a algún lugar en concreto, jóvenes, o viajáis sin meta?». En esta pregunta, que el anciano propietario de un luna-park dirige a los errantes protagonistas de la novela de Kerouac Por el camino, se encierra el drama del hombre y de su libertad. Y sin embargo se trata, en apariencia, de una pregunta clara, simple, casi banal. Por otra parte, cuando uno se pone en marcha, parece obvio el hecho de tener una meta precisa. Pero no es siempre así: el riesgo de vivir como vagabundos sin una meta (como Kerouac y sus “héroes”) es grande, también para todos los hombres de hoy, para cada uno de nosotros. Benedicto XVI subrayó este peligro en su homilía del 21 de agosto en Marienfeld: «En numerosas partes del mundo existe hoy un extraño olvido de Dios. Parece que todo marche igualmente sin Él».
Los Magos, en cambio, tenían muy clara la meta de su largo viaje. Estaban guiados por una señal, por una estrella que les indicaba el camino. Eran peregrinos, no vagabundos: estaban llamados a «cumplir el comienzo del camino –como nos dijo el cardenal Angelo Scola durante la catequesis en la que participamos– en la meta».

Algunos “inconvenientes”
Un inicio, es decir, un acontecimiento que ya ha sucedido y que sigue sucediendo todavía, en virtud del cual partimos de Milán una noche sofocante, como de muchas otras ciudades del mundo, hacia Alemania. «Os deseo que viváis llevando en los ojos lo que os ha sucedido». Con esta frase de Julián Carrón, que don Beppe Bolis nos repitió en la catedral de Friburgo, comenzó nuestra peregrinación hacia Colonia, hacia el encuentro con el Papa. Comenzó la verificación, dentro de la comunidad, de la meta de nuestro camino.
Fue un viaje cansado. La estancia fue todavía más enervante, amontonados como estábamos en salones de actos y aulas. Los trenes y barcos se contaban con los dedos de la mano y, cuando llegaban, estaban abarrotados. Entonces nos preparábamos para agotadoras caminatas con desvanecimientos cada vez más frecuentes y dolorosos esguinces. Nos acostábamos tarde y dormíamos poco. Por no hablar de nuestro estómago, perennemente semi vacío, mal alimentado y en protesta continua. Y sin embargo, todos estos inconvenientes no nos impidieron vivir hasta el fondo los días pasados en Colonia. Corrimos arriba y abajo por las orillas del Rhin esperando el barco pontificio. Atravesamos en silencio, entre el machacante murmullo de los demás peregrinos, las calles de Colonia en dirección a la catedral. En Marienfeld, estábamos literalmente pendientes de los labios de Benedicto XVI. Todos, desde el primero hasta el último de los mil cuatrocientos del movimiento, estábamos cansados, pero, al mismo tiempo, gozosos y llenos de esperanza.

El cristianismo es verdadero
Entonces, si alguien nos dirigiese la pregunta que brota de las páginas de Kerouac, ¿qué responderíamos? Responderíamos que la meta existe. Añadiríamos que ya la hemos presentido y que por este motivo queremos que sea cada vez más nuestra, no solo a través de grandes acontecimientos como la JMJ, sino también en la vida de todos los días. Pero no nos detendríamos aquí. Diríamos –retomando las palabras de don Beppe antes de la partida de los autobuses hacia casa, es decir, hacia la verificación de lo que habíamos vivido– que, «incluso ante los más pequeños inconvenientes o nuestras mayores objeciones, el cristianismo es verdadero».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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