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Huellas N.7, Julio/Agosto 2005

CULTURA Meeting 2005

Entrevista a José Jiménez Lozano. La libertad es el don más precioso que a los hombres dieron los cielos

a cargo de Carmen Giussani

Entrevista al escritor José Jiménez Lozano, Premio Cervantes 2002, acerca del lema de Rímini. «Don Quijote sabe quién es... tiene un yo, es una persona, y es un cristiano» y en esos seis pies de tierra del yo de cada cual, no manda ni canciller ni nadie». “Más poderoso que seis ejércitos” es el espíritu de libertad unido al de fe, incluso en un mundo que se inclina ante lo que ocupa inexorablemente el lugar de Dios «y en su religiosísima esclavitud vivimos»

Me siento a la mesa con don José Jiménez Lozano y se me hace patente enseguida que este hombre tiene algo contemporáneo a don Miguel de Cervantes: una insoslayable libertad de pensamiento, un alma limpia y sencilla y una gracia y donaire todos castellanos. Lo cual va unido a una cultura que no necesita especificaciones. Es un singular disfrute poder escucharle y brota espontáneo el agradecimiento por la amistad que nos brinda. Le pedimos que responda a algunas preguntas al hilo del lema del Meeting de Rímini.

¿Qué experiencia concreta tuvo Cervantes de la libertad?
Como hombre, es obvio que su liberación de los baños y cárceles de Argel; como escritor la de no dejarse llevar por la corriente del uso. Es decir, la generalidad, los idola del tiempo y de la tribu, o la doxa literaria.

La libertad en el primer capítulo de El Quijote. María Zambrano la describe como la capacidad de salir al alba al encuentro con la grandeza de la realidad.
Creo que esto es un poco retórico. Lo de salir al alba va de suyo, lo que tiene que hacerse es lo que se hace a primera hora, en cuanto uno se levanta de la cama. Y parece que don Quijote, cuando decide salir a la tarea de rehacer el mundo según el código ético de la Caballería. Piensa, no en su enfrentamiento con el mundo, que es el medio, sino, más bien, en la justicia y en la libertad de los demás, que es a lo que va a dedicar su vida.

Don Quijote se muestra libre ante el fracaso. ¿Por qué?
¿Cómo podría ser de otro modo? Tiene que continuar su tarea; si el fracaso lo desanimara, sería esclavo del fracaso.

La libertad ante el mal en el episodio de los galeotes (capítulo XXII de la Primera Parte).
Este episodio narra quizás el más doloroso y risible de los fracasos de don Quijote, mostrando cómo la acción humana más alta, la misma libertad puede ser un mal o derivar en un mal, en medio del juego de otras libertades y de las contradicciones de la existencia y de la historia.
Me recuerda a un texto rabínico que comenta, en el que se cuenta cómo un rabino que decide ir a pedir perdón él mismo a aquél que le ha ofendido –yendo así más allá de lo que debe hacer– da ocasión a que el ofensor se llene de cólera y se mate sin quererlo. Nuestra propia libertad es algo muy frágil que seguramente debemos ejercer sin hacer de ella un instrumento de nuestra soberanía; y don Quijote se muestra en ese pasaje con una cierta soberanía sobre la realidad histórico jurídica o moral, y sobre todos los demás.

El “relato del cautivo” es un canto a la libertad: libertad del cautiverio, libertad de pensar, creer y amar.
Ciertamente, éste es un relato en el que está todo eso; porque es una historia en torno a la libertad, el relato de un cautivo, como lo fue Cervantes, y figura que obsesionaba el imaginario y la sensibilidad del tiempo. Bastaría pensar en lo que nos cuenta santa Teresa de su padre, que no podía soportar la presencia de una criadita negra que tenían sus hijos, no podía llevarse bocado a la boca de sólo pensar que no era libre.

¿De dónde nace la libertad indomable de don Quijote? ¿Qué es lo que la mueve?
Don Quijote tiene un yo, es una persona, y es un cristiano. Su al fin contemporáneo, Monsieur l´abbé de Saint-Cyran decía que en esos seis pies de tierra del yo de cada cual no mandaba ni chancelier ni personne, ni canciller ni nadie. Y de este señor de Saint-Cyran decía Su Eminencia el cardenal Richelieu, cuando le envió a la cárcel indicando que fuera de ella era un peligro, que el espíritu de libertad unido al de fe era más podero que seis ejércitos.
Don Quijote sabe quién es, y, por ejemplo, que allí donde él se siente a la mesa en casa de los duques, allí estará la cabecera de la mesa. No porque sea orgulloso –que es un alma humilde y mansa– sino porque sabe que todas las gentes que están en torno suyo son autoridades convenidas, que decía Pascal, o postizas, que decía la Teresa de Ávila, no de naturaleza como él, don Quijote, que restablecería el orden ético de la Caballería en el mundo.

¿Por qué en el célebre capítulo LVIII de la Segunda Parte –que nos brinda el título de esta edición del Meeting– se asocian estrechamente libertad y agradecimiento?
Vamos por partes. Don Quijote ha estado de invitado y como de prestado en casa de los duques y, como no era libre ni señor de sí mismo, aquella abundancia de la casa no sólo no le alimentaba, sino que le parecía que estaba metido entre las estrecheces de la hambre.
Y todavía asegura que no dejan libertad las obligaciones que encierra el hecho de haber recibido dones, y que es venturoso aquél a quien el cielo da un bocado de pan y no tiene que agradecérselo a nadie más que al cielo. No otra cosa pensaba el mendigo que pedía por amor de Dios, y contestaba, al dador de la limosna, con un Dios se lo pague; no sólo porque es buen pagador como añadían algunos mendigos, sino porque la limosna era asunto, por un lado, entre el mendigo y Dios por quien la pedía, y por el otro entre el dador y Dios, a quien también el mendigo pedía que pagase, esto es, que agradeciese por él, que así quedaba fuera de toda atadura de agradecimiento. Es decir, totalmente libre.
Santo Tomás de Aquino aconseja no agradecer inmediatamente un don o un beneficio, para, por un lado, no enturbiar la alegría de quien da, y, por el otro, no dar la sensación de que se está pagando; esto es, que ha quedado uno atado por una obligación y quiere librarse de ella.
Y es curioso, Sancho no muestra lo más mínimo su agradecimiento por la bolsa con doscientos escudos de oro, y sólo ve en ellos la seguridad que les van dar a él y a don Quijote, si vienen malas aventuras. Pero el parlamento de Sancho mismo, a seguido de lo que en casa de los duques ha ocurrido, y sobre todo, tras la pérdida de su gobernación de la Ínsula, ofrece la sensación inequívoca de que los toma como una especie de indemnización. Para el último campesino estar en deuda con alguien por algún favor le hace sentirse atado.
La antigua redacción del Padrenuestro en castellano: que seguía al latín y a la significación más obvia de la palabra griega con la que se señala una deuda de dinero, decía: «Y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Creo que tenía en cuenta todos estos finísimos matices del agradecimiento y el pesar, la atadura, y la libertad. Todo un mundo más amplio que el de la ofensa.

Escribe don Giussani: «Esta es la tragedia actual: el hombre parece más preocupado por afirmar su propia libertad que por reconocer la magnanimidad de Dios, la única que establece en qué medida participamos en la realidad y que, de esta manera, nos libera realmente». (entrevista de Gian Guido Vecchi en el Corriere della Sera 15 de octubre de 2004). A la luz de este juicio, el hidalgo manchego cobra una actualidad extraordinaria.
Ciertamente que es así. Pero mi primera reacción de espontaneidad sería la de decir que dudo muchísimo de que al hombre actual –si es que existe, pero en esto podemos llegar a un acuerdo– le preocupe gran cosa su libertad. Y añadiría enseguida que sin yo propio sino conformado no sólo por la acción ortopédica de los media que además de robarnos ese yo nos han implantado un yo clónico de otros millones de antiguas personas, los hombres de hoy –post mortem Dei, como nos gusta decir– hemos decidido lo que es lo Supremo y en su religiosísima esclavitud vivimos. Si don Quijote nos viera, esta vez no iba a confundirnos con un ejército, vería un inmenso rebaño de ovejas, y se apartaría para que no le pisoteasen como le ocurrió con los cerdos. Sólo que de este vile pecus habló Yahvé a Jonás y le dijo que, aún así, un hombre valía mucho. Ni nos lo creemos los hombres, como para tomarnos luego en serio lo de la libertad.
Para los griegos la libertad era respetar las leyes de los hombres y de los dioses, eso quiere decir que la libertad como todo lo demás, la nuestra, es garantizada por una trascendencia a nosotros mismos. De otro modo es un puro ejercicio mecánico de deseos.

En el capítulo LXXIV de la Segunda Parte, tras ser derrotado por el caballero de la Blanca Luna, Don Quijote reafirma su amor a Dulcinea. ¿En qué sentido le hace libre este amor?
Dulcinea es la más firme convicción de don Quijote. Podría decirse que hay por parte de éste una especie de endiosamiento de aquélla, pero estos son asuntos románticos, que están todavía muy lejos. La dama de los pensamientos de un caballero es simplemente su norte vital, y el propio don Quijote admite que es cosa nada clara si Dulcinea existe o no. Pero ella lo resume todo en la vida de un caballero. Por lo tanto, también es el apoyo de su libertad.

La lengua del Quijote se ha llamado también “el lenguaje de la misericordia”. Me remito a dos pasajes del discurso que usted pronunció en la entrega del Premio Cervantes en 2002.
La mirada esencial de Cervantes sobre el mundo es irónica. Es decir, que su decepción de cómo es el mundo y de cómo funciona, y su conciencia de la naturaleza truncada de cada vida humana le llena de misericordia, y entonces en vez de surgir en él la protesta o la cólera o la indignación moral, o hasta el odio destructivo como en tantas otras miradas, lo que hace es poner todas esas situaciones bajo la luz de la ironía y de la comicidad, y entonces surgen dos consecuencias: por un lado esas realidades rechazables muestran ese carácter de inaceptables, pero, por otro lado, los hombres quedan a salvo del rechazo. De la risa o sonrisa que provocan brota la misericordia, y sobre todo la conciencia de que nosotros mismos también somos así, y que también la necesitamos.


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BREVE SEMBLANZA BIOGRÁFICA
José Jiménez Lozano nace en Langa, un pequeño pueblo de la provincia de Ávila, en el año 1930. Licenciado en Derecho y Filosofía y Letras por las Universidades de Valladolid y Salamanca, realizó estudios de Periodismo en la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid, que concluyó en 1962.
Ese mismo año ingresó en la redacción del diario vallisoletano El Norte de Castilla. Allí, con Miguel Delibes, formó parte de una destacada generación de periodistas entre los que figuraban también: José Luis Martín Descalzo, Francisco Umbral, Manuel Leguineche o César Alonso de los Ríos. En 1978 será nombrado subdirector del citado rotativo vallisoletano.
En 1988, obtiene el Premio Castilla y León de las Letras por el conjunto de su obra y un año después, en abril de 1989, es galardonado con el Premio Nacional de la Crítica de Novela por “El grano de maíz rojo”.
En, 1992, Jiménez Lozano consigue el Premio Nacional de las Letras Españolas por toda su obra. Ese mismo año es nombrado director de El Norte de Castilla, cargo que ejercía, en funciones, desde el fallecimiento, un mes antes, de Fernando Altés Bustelo, y que desempeñó hasta su jubilación, en 1995.
En 1997, donó su biblioteca, compuesta de unos 10.000 volúmenes, y su archivo personal a la Fundación Jorge Guillén, también depositaria de los legados de otros autores como Jorge Guillén o Rosa Chacel.
En 2001 obtuvo el V Premio Nacional de Periodismo Miguel Delibes y finalmente, en el año 2002, es galardonado con el Premio Cervantes de las Letras.
Afincado en el pueblo vallisoletano de Alcazarén, su vida transcurre entre el periodismo y la literatura.
Jiménez Lozano es, además, uno de los más importantes estudiosos de la mística española y está considerado como un profundo conocedor de la tierra castellana y su lenguaje. Escritor prolífico, es autor de más de cuarenta títulos entre novelas, relatos cortos, cuentos y poesías.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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